El lector desprevenido o el televidente sin mayor información podría, ante la angurria parlamentaria por las Comisiones, presumir que los integrantes del establo se desviven por trabajar. Con la excepción de un modestísimo número que no llega a diez legiferantes, la ambición se circunscribe a, vía comisiones, conseguir titulares, micrófonos radiales y espacio televisivo. No es tanto el amor al chancho, sino a los chicharrones.
Días atrás el amigote de Telefónica del Perú, Henry Pease, “denunció” que a su grupo, Perú Posible, le estaban dando chauchilla. ¿No se da cuenta este señor que la población querría más bien fusilar a los que cobran decenas de miles de soles en el Parlamento por NO hacer nada? Para ser más exacto, Pease va a quedar registrado como el que pretendió contrabandear una reforma constitucional con un Congreso que no fue investido para ese propósito expreso. ¿Con qué autoridad moral reclama?
Uno de los problemas más urticantes en los Congresos de los últimos 25 años ha sido la ínfima, deleznable y hasta grosera, por iletrada, conformación de los mismos. Dando muestras elocuentes de endeble intelecto, patriotismo nulo y desesperación por cobrar y hacerse de patrimonio mueble o inmueble, el 90% de los que han ocupado curules son parte de una gran estafa al pueblo y a la historia. Casi ninguno es recordado porque nada hicieron notable, salvo el ridículo permanente.
Del 90 al 2000, el Parlamento mostró, con la interrupción de 1992, pocas variantes y siempre fue una corporación de la que hasta el caballo de Calígula mostraría verguenza en integrar, como alguna vez escribió Manuel González Prada. Estúpidos, miopes, ineptos, carentes de amor a la tierra y huérfanos de la más mínima noción de proyecto nacional, han pasado por las tesorerías del Estado cobrando y confeccionando leyes con nombre propio y alcance limitado.
En algún momento la esperanza que con la oposición se abrían nuevos caminos tomó cuerpo después que Antero Flores-Aráoz ganara por tres votos la presidencia. Pero la bulla es tal que la sospecha que vamos caminando por senderos archiconocidos, asoma sus orejas sin que nada pueda detener este lamentable e involutivo proceso.
¿Qué hacer? He escuchado algunas opiniones en el sentido de ser más estrictos con los requisitos que se exigen para ser legiferantes. ¿Los diplomas académicos garantizan comportamientos democráticos o patrióticos? ¿No son ex-de Harvard, los de la patota que dicen negociar el TLC con Estados Unidos? ¿No ha sido la característica de esta gavilla un entreguismo vergonzante y una sumisión vasalla con la potencia norteamericana? No hay equivalencia entre bagaje intelectual e identificación con las causas nacionales. ¡Este disparate hay que pulverizarlo!
Cuando los parlamentarios se oponen a una Asamblea Constituyente lo hacen porque temen perder piso, el poco que les queda, y cualquier otra chance de inflar sus egos enfermizos que compiten, como lo dijo un parlamentario, para demostrar quién es más incapaz. Es obvio que el miedo no lo dictan los principios, sino los bolsillos.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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