El 28 de septiembre pasado cuando fue destituido el cónsul de Chile en La Paz porque dijo que Bolivia podría recuperar el mar perdido, faltaban sólo 22 días para que se cumpliera el centenario del tratado que legalizó la segregación de la provincia de Antofagasta conquistada por el ejército chileno en la denominada Guerra del Pacífico que estalló en 1879 y finalizó en 1883.
La destitución de Emilio Ruiz-Tagle, diplomático profesional con rango de embajador, fue quizás la última medida adoptada por la canciller Soledad Alvear que al día siguiente y por otras causas, abandonó el cargo a petición del presidente Ricardo Lagos, quien obviamente es el autor intelectual de lo obrado.
Los dichos de Ruiz-Tagle al semanario boliviano La Época provocaron en Chile un alud de protestas y una alharaca en la prensa y círculos políticos conscientes de la fecha, es decir, las vísperas del Tratado de Paz y Amistad Chileno-Boliviano, firmado el 20 de octubre en 1904 y acerca del cual comenzó a reclamar Bolivia tan sólo unas semanas después de que sus plenipotenciarios lo suscribieran.
El desprevenido cónsul tuvo, además, la ingenuidad de sostener que los tratados no son realmente intangibles pues todo se puede modificar si hay aprobación previa, pero esa cuerda afirmación se oponía por completo a la tesis oficial de Santiago que ha venido subrayando, casi con majadería, que los convenios de esa naturaleza no son modificables, son intangibles según el término favorito empleado.
La postura chilena, peligrosa para sus autores por su debilidad, cae de lleno en el área del sofisma, primero porque se estrella con la realidad históricamente comprobada de modificaciones o nulidades con acuerdos de las partes; en segundo plano y de igual importancia- en atención que no se discute lo tangible o su contrario, sino el indesmentible hecho de que Bolivia perdió territorio y mar en una guerra en la que fue el agredido.
Lo que Bolivia ha planteado es un nuevo acuerdo con base en los cambios que transcurrido un siglo han experimentado las relaciones internacionales, como asimismo los lazos con naciones vecinas, y por cierto, en consideraciones éticas ya que fue un tratado impuesto al vencido. Por sí o por no, Chile debería responder a eso tan concreto y dejar de mano el sofístico recurso de lo intangible.
¿Que ocurrirá ahora cuando Bolivia ha dicho con claridad que Chile no ha cumplido el tratado de marras al privatizar el puerto de Arica utilizado por La Paz en el intercambio internacional de mercancías? El convenio de 1904 obliga a la "República de Chile" a otorgar facilidades a la "República de Bolivia" y, naturalmente no contempla para nada a una empresa particular que de inmediato ha subido las tarifas en un 250%.
El 80% de las exportaciones y el 61% de las importaciones bolivianas transitan por Arica, en tanto que el 60% del comercio exterior se realiza en ese, el primer puerto geográfico chileno en el norte, a 2000 kilómetros de la capital. Con sobrada razón, pues, La Paz ha anticipado que para zanjar el asunto recurrirá a la Organización de Estados Americanos, OEA (si es que encuentra un secretario general incorrupto, agreguemos), a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y , eventualmente, a la Corte Internacional de Justicia.
100 años de enemistad
Aunque un explicable encono y una persistencia boliviana enfilada a recuperar un puerto marítimo han caracterizado el transcurso de ese siglo, ha habido también en ese lapso intentos favorables a una solución y ésta ha sido -y es- respaldada por importantes sectores del pueblo chileno.
El tratado de la discordia -nombre más merecido- no hizo otra cosa que reiterar el traspaso a Chile de Antofagasta que ya se había establecido en el Pacto de Tregua suscrito entre ambas naciones en 1884, un año después de terminada la guerra. Mas, fue un parto difícil y en él Chile utilizó de inicio la táctica de ofrecer a Bolivia una solución y luego, al fracasar ese método la amenaza de la fuerza armada.
Según historiadores chilenos, particularmente Francisco A. Encina surgió la idea de entregar a Bolivia -y así se le hizo saber a sus gobernantes- las provincias de Tacna y de Arica, territorios peruanos ocupados por el ejército chileno durante la guerra y que colindaban con Bolivia. Con referencia explícita al presidente chileno Domingo Santa María que gobernó desde 1881 hasta 1886, Encina apunta: "El pensamiento de Santa María era también (subrayado nuestro) ceder Tacna y Arica a Bolivia, en cambio de compensaciones, si las provincias quedaban en poder de Chile". [1]
Santa María, que no era proclive a las dádivas, propició el entendimiento con Bolivia por poderosas razones geopolíticas: al interponer Tacna y Arica, el límite septentrional de Chile sería Bolivia y no Perú. Desde luego que en La Paz había partidarios de esa solución y en especial -opina Encina- el entonces Vicepresidente, Mariano Baptista (Después presidente en 1892-96)-.
Sin embargo, aquella posibilidad fracasó porque en el tratado chileno peruano posguerra se estatuyó que la suerte de aquellas zonas fronterizas con Chile serán objeto de un referéndum dentro de 10 años. Santiago, por ende, no podía disponer de algo que legalmente no estaba aún en su poder. (El plebiscito nunca se efectuó y en 1929, por otro tratado, el problema se arregló salomónicamente: "Perú conservó Tacna y Arica pasó a Chile). Al inicio de las negociaciones pro tregua con Bolivia, intervino descaradamente un enviado de Washington, Charles Adams, quien representó a la cancillería boliviana que el arreglo pactado con Chile contrariaba los propósitos del gobierno de Estados Unidos [2]". En los hechos, en esos días Washington "protegía" a Perú donde tenía intereses económicos.
Frustrada aquella gestión, Chile optó por la fuerza y amenazó con invadir el Altiplano. Sostiene Encina: "La guerra efectiva entre Chile y Bolivia pareció inminente (...) Lynch (jefe militar en la ocupación de Perú) podía abrir en el acto hostilidades con 15.000 hombres". Agrega que Bolivia cedió y sus representantes firmaron el documento de 1884 redactado personalmente por Santa María.
El tratado de 1904 reitera para Bolivia la perdida de Antofagasta, mar incluido, y en un plano genérico es otro ejemplo del legendario ¡vae victis!
Luis Galdames, otro historiador chileno expresa que el movimiento reivindicativo por el mar, se manifestó con fuerza en 1919 y que se comenzó a exigir a Chile la construcción de un puerto en el Pacífico para Bolivia y luego una salida al mar por territorio soberano, puntos que fueron planteados ante la recién creada Liga de las Naciones [3].
Se enfatiza que la historia no se repite, pero podríamos asegurar que en veces si los episodios se parecen muchísimo.
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