El pasado domingo 26 de diciembre se conmemoró el primer centenario del natalicio del gran escritor cubano Alejo Carpentier. Fundador de la nueva literatura latinoamericana, García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa y Cortázar no habrían podido realizar su obra si Carpentier no hubiese realizado la suya primero. Fue él quien primero descubrió los componentes maravillosos en la historia y la naturaleza americanas, el primero que advirtió que en lo cotidiano existían elementos prodigiosos, que la magia subyacía en cada ángulo, en cada suceso del fascinante nuevo mundo.
Carpentier realizó el hallazgo de un lenguaje nacional, distanciado de lo vernáculo, se percató de la necesidad de una expresión nativa sin incurrir en el folklorismo pedestre o la sumisión a la dictadura del pintoresquismo, que comenzaba a ser rechazado en aquellos tiempos de exploraciones estéticas. Carpentier no aceptó el decorativismo, el delito estético de utilizar trucos fáciles y estereotipos consagrados por el uso. Para él el acto de la creación debía estar inmerso en un desenfreno imaginativo, en un proceso de ferocidad que arremetiese ávidamente contra el objeto del deseo, en una metabolización de la alegoría, en una apreciación de la áspera poesía visual de los arcanos.
Carpentier siempre antepuso los espejismos delirantes a los ritos congelados. Así procedió en sus letras, así exigió que fuesen los productos del consumo espiritual: enseñó a respetar la verdad.
Su pertenencia al Grupo Minorista le dejó un abordaje al cubismo en pintura, la poesía de vanguardia, las modernas tendencias musicales, pero se ignoraba el surrealismo en el instante de su plenitud. La preocupación esencial consistía, entonces, en "plasmar lo nacional", pero a la vez se quería alcanzar una dimensión universal, extraer a Cuba de su insularidad.
Al establecerse en Europa se identificó con el surrealismo que le enseñó a ver texturas, aspectos de la vida americana que no había advertido, los contextos: telúrico y épico-político. Al surrealismo le debió el aprendizaje del arte de las correspondencias: hallar lo que de general hay en lo particular, subrayar lo universal en lo nacional, establecer vínculo entre los denominadores comunes. Se percató que no aportaría nada al surrealismo, rechazó la fabricación en serie de maravillas, los "códigos de lo fantástico", la burocratización de lo imaginativo y se dedicó a leer todo lo que podía sobre América, desde las cartas de Cristóbal Colón hasta el Inca Garcilaso. América se le presentaba como una enorme nebulosa, que trataba de entender. Al final del prólogo que escribió para la primera edición de su novela El reino de este mundo, Alejo Carpentier presentó su teoría de lo real maravilloso, patrimonio de la América entera, donde todavía no se había terminado de establecer un recuento de cosmogonías.
Carpentier fue, también, un hombre arraigado en su tiempo de conmociones políticas y sociales. Tuvo que emigrar debido a su resistencia contra la dictadura machadista de los años treinta. Asistió al Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en Madrid, en 1937, en defensa de la república española, junto a Malraux, Hemingway, Ilia Ehrenburg, Tzará, César Vallejo, Antonio Machado, Alberti y John Dos Passos. En 1959, al triunfar la revolución cubana, vivía en Venezuela y regresó a su país de origen para ponerse al servicio del nuevo movimiento de renovación social.
La contemporaneidad de Alejo Carpentier no sólo se define por su compromiso con las grandes corrientes políticas y estéticas de su tiempo, también puede apreciarse por su temprano uso de las modernas técnicas de comunicación. En Francia se vinculó a la radiofonía que comenzaba como un modernísimo medio de comunicación en los años veinte. Laboró en los primeros experimentos de grabación del sonido en hilo y en disco de acetato. Junto a Edgar Varese exploró la música electrónica. Trató de crear una preceptiva de la radio y escribió en Cuba, Venezuela y Francia libretos de programas radiofónicos.
Alejo Carpentier experimentó esa curiosidad inagotable por cuanto acontece que caracterizó a los genios del Renacimiento. Por sobre todo lo demás Carpentier enseñó a estimar la revelación poética, la apreciación apasionada, la invención proscrita, el develamiento milagroso. Al cumplirse su centenario se reafirma lo mucho que le debe América toda a este visionario de las letras, al adelantado de la identidad, al gran novelista que supo legarnos textos de una delicada textura barroca.
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