"A medida que finaliza el milenio, ya es evidente que la preponderancia de la civilización Atlántica llega a su fin..."
Fernández Armesto, 1995
"A medida que finaliza el milenio, ya es evidente que la preponderancia de la civilización Atlántica llega a su fin..."
Fernández Armesto, 1995
El concepto de civilización, en tanto que paradigma cultural de la modernidad y del proyecto colonial occidental, surgió como resultado de la importancia que, desde el siglo XVIII, daba el Romanticismo de la Ilustración a la etnicidad.
Agrupadas en torno al culto a La Razón, existían ideas sobre el determinismo geográfico, especialmente sobre la virtud de los paisajes frios, salvajes y remotos y la admiración por los antiguos y vigorosos pueblos que, moldeados por dichos paisajes, habrían dado origen a la civilización occiedental. Si los paisajes y climas europeos eran mejores que los de otros continentes, los europeos debían ser, obviamente, miembros de una raza superior, ideología que se transparenta en los escritos de Rousseau y Montequieu, entre otros.
Hacia finales del siglo XVIII, esas ideas se habían asociado con el concepto del Progreso dando origen a un nuevo paradigma donde el dinamismo y el cambio eran considerados como más importantes que la estabilidad, de manera que el mundo comenzó a ser interpretado a través de la dimensión temporal en lugar que a través de la espacial. Para los Románticos, sin embargo, la dimensión espacial seguía siendo importante, debido a su interés por comprender la formación local de los pueblos o "razas", entidades que podían cambiar su forma a través del tiempo, pero reteniendo siempre una esencia inmutable.
La comunicación entre seres humanos no era percibida como la que se daba solamente entre personas racionales, sino como un sentimiento que fluía entre aquéllas, ligadas por lazos de sangre y por una herencia cultural común. Para ser creativa, una civilización necesitaba ser racialmente pura, condenando así a las "razas" mestizas, como es el caso de los pueblos latinoamericanos, a ser incapaces de crear procesos civilizatorios, a conatituir instrumentos de los pueblos desarrollados de la civilización occidental.
Para legitimar los orígenes de la Civilización Occidental fue necesario, pues, buscar ancestros remotos como Grecia y Roma, considerados como los constructores de la civilización y la cultura universales, pero ocultando los orígenes mestizos europeos, africanos y semitas, de los cuales habían surgido tanto los pueblos como las culturas griega y romana [1].
A la luz del concepto civilizatorio de la Ilustración, se consideraba que el inicio de la Historia de los pueblos colonizados por Europa, los suramericanos en particular, había comenzado a partir del siglo XVI de la era cristiana cuando la expansión colonial del capitalismo naciente arropó las poblaciones organizadas en imperios, señoríos, cacicazgos y confederaciones que ya vivían en el continente americano desde hacía por lo menos 40.000 años.
La historiografía colonial de los pueblos americanos colonizados por España y Portugal insistió, particularmente, en la naturaleza rústica de las culturas de nuestros aborígenes, así como en el carácter civilizador del orden social que les fue impuesto por la fuerza. Decía Gillij en 1773 [2]al referirse a los pueblos indígenas reducidos en las misiones católicas: "...El uso de reunir a las familias errantes... en un lugar determinado, no es sino muy laudable... ¿Qué había hace pocos años en el Orinoco, escondidos sus habitantes en las selvas, sino una horrenda soledad?... un país que antes era espantosa guarida de fieras...".
De esta manera, la historiografía europea no sólo desconoció la complejidad social alcanzada por nuestros pueblos originarios, la existencia de sus imperios, aldeas, pueblos y señoríos, sino que los redujo también a una realidad temporal plana y sin historia, sin fuerza vital, física y psíquicamente impotente que se desvaneció gradualmente ante el aliento de la actividad europea.
Autores como Hegel, en sus escritos sobre Filosofía de la Historia, expresan claramente su concepto sobre la supuesta inferioridad de los pueblos suramericanos, contrastante con la superioridad que le confería a los pueblos que integraban los Estados Unidos.
Ello provenía del hecho -decía- que Suramérica había sido conquistada por españoles, en tanto que Estados Unidos había sido colonizado por inmigrantes europeos industriosos, amantes de la ley y la libertad, lo cual hacía de esta nación -según dicho autor- el futuro de la Humanidad.
En Estados Unidos de América, los habitantes originarios, planteaba Hegel [3], fueron expulsados de sus territorios, por lo cual los europeos pudieron reconstruir sin interferencia su cultura, su modo de vida europeo original. En Suramérica, donde los pueblos originarios fueron tratados con mayor violencia, casi exterminados, asimilados y sometidos por la fuerza a pesar de su característica sumisión, la inferioridad de aquellos individuos -decía Hegel en 1821- era tan manifiesta, que pasaría mucho tiempo antes que pudieran los europeos hacer surgir en ellos algún sentimiento de independencia.
La población "efectiva" de Suramérica venía, pues, en su mayor parte de Europa, pero sin tener la capacidad creativa de los anglosajones. En la Norteamérica anglosajona, el filósofo alemán consideraba que existía una población industriosa, viviendo en orden civil y en libertad, la cual constituía la tierra del futuro, representante genuina de la Civilización Occidental.
En Suramérica, por el contrario, consideraba que existía un desorden civil, fundado en revoluciones militares, Estados federados que se desunían, otros que se unían, minorías de origen español que se apoderaban del poder para enriquecerse y dominar por la fuerza a la población indígena.
Hegel, creyente en la dialéctica de la Historia, proceso mediante el cual la "idea" asume sucesivas formas que trascienden las condiciones iniciales, consideraba -sin embargo- los pueblos suramericanos como fatalmente destinados a vivir en una condición de miseria humana, ajenos a la dialéctica histórica, idea no muy lejana de lo que siguen pensando en la actualidad los gobiernos del Primer Mundo.
Aquellos supuestos ideológicos en los cuales se fundamenta la misión civilizadora de Occidente, expresados desde el siglo XVIII en el pensamiento de la Ilustración y la Modernidad, han seguido y siguen dominando la relación asimétrica que existe entre el Poder Occidental de los pueblos del Primer Mundo, esto es Europa y Norteamérica, y América Latina.
El Occidente, ya envejecido y "maduro", sin embargo, carece hoy día del dinamismo económico y demográfico para imponer sus designios a otras sociedades que no forman parte de su corriente civilizatoria. Ello se ha puesto en evidencia, particularmente, a partir de las sangrientas guerras coloniales de Vietnam y Argelia, donde sus pueblos derrotaron a Estados Unidos y a Francia respectivamente, de los procesos de descolonización que todavía continúan en África, en Asia y el Oriente Medio y, en este momento, en Cuba, Venezuela, Colombia, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay.
Puesto que la imposición de una cultura es consecuencia del uso de la fuerza, del poder, argumentando su universalismo, y la globalización como proceso para lograr tal imposición, el Imperialismo se convierte en la lógica que preside la hegemonía cultural, económica y política, sobre todo norteamericana, en un momento cuando la llamada civilización occidental y su representante más conspicuo, Estados Unidos de Norteamérica está entrando en la decadencia.
Ello hace necesario anexar al imperio los recursos económicos y sociales de la periferia, a costa incluso de la eliminación física de las poblaciones humanas y sus culturas. Por ello, se propugna la occidentalización a ultranza de la América Latina y su incorporación, cueste lo que cueste, al Occidente, esto es, a los Estados Unidos, vía los Tratados de Libre Comercio [4]. Finalizada, según se dice, la Guerra Fría, la hegemonía de Estados Unidos comenzó a decaer cuando se perdió el enemigo que motivaba su necesaria existencia. Fue por ello imperativo inventar una nueva guerra o Cruzada Internacional, esta vez contra el Al Qaeda de Husama Ben Laden quien había sido su aliado para expulsar a los soviéticos de Afganistán.
La imposición neocolonial del pensamiento único y del concepto de sociedad global dominada por la civilización occidental y particularmente por Estados Unidos, ha sido refutada por la creciente diversidad civilizatoria y cultural existente en todos los pueblos que se encuentran en la periferia de tal civilización. La racionalidad occidental, y norteamericana en particular, ha asumido como un hecho que los pueblos de todas las sociedades quieren adoptar los valores culturales, instituciones y prácticas sociales llamadas occidentales, productos de un pensamiento más moderno y civilizado de la Humanidad.
En el caso que pareciesen no querer aceptarlas y tratasen de conservar -por el contrario- sus culturas tradicionales, dichas sociedades son estigmatizadas, borradas de la lista de pueblos con derecho a ser nombrados en las noticias de CNN la BBC y Antena 3 y, en general, de los medios de comunicación que dependen del cartel internacional de estaciones de TV y radio, de periódicos y revistas.
Sólo aquellos grupos sociales y políticos que manifiestan su acuerdo con los llamados "valores occidentales", pueden hallar espacio y voz en los medios de comunicación, como ha sido el caso de los mediocres dirigentes de la llamada Coordinadora de Oposición en Venezuela, emulados actualmente por la Coordinadora de Oposición de Ukrania dirigida por Victor Yutschenko - émulo eslavo de Enrique Mendoza, Venezuela- la cual sigue el mismo guión subversivo utilizado en nuestro país por la CIA para derrocar el Presidente Chávez: tácticas callejeras y de intimidación física e ideológica de la población y del gobierno, concentración de partidarios en un foco subersivo siempre denominado como la Plaza de la Libertad (nueva versión de la Plaza Altamira de Venezuela), utilización de militares que se pronuncian en la Plaza, empleo de supuestas organizaciones no gubernamentales como órganos paralelos de poder político, utilización de personalidades extranjeras que median a favor de Victor Yutschenko (reminiscentes del papel jugado en Venezuela por el Presidente de la OEA, el Centro Carter, Human Rights Watch, el National Fund for the Endowement of Democracy, etc.).
El objetivo final es, por supuesto, separar a Ukrania de Rusia, cuyo Presidente Putin trata de restaurar la autoridad y el prestigio de Rusia como potencia mundial y promover -¡pecado mortal para el imperialismo!- planes económicos conjuntos con la República Bolivariana de Venezuela. Todo lo anterior tiene como fin debilitar a Rusia restándole una -o al menos parte- de las repúblicas que alcanzaron mayor desarrollo cutural y económico dentro del antiguo bloque soviético con el objetivo de anexarla in continenti al "mundo occidental" (Comunidad Europea y Estados Unidos).
La utilización del concepto de Civilización Occidental en la lucha ideológica y física contra los pueblos que hoy tratan de preservar su identidad y su independencia nacional, que son muchos, ha llevado a los gobiernos del Primer Mundo a silenciar o en el mejor de los casos a falsear a través de sus redes noticiosas (CNN, BBC, Antena 3, DW, etc.) las características reales y la historia de los procesos sociales que se dan actualmente en países como Venezuela.
El grado de falseamiento o de ignorancia de dicha historia, varía de manera inversamente proporcional al de la importancia real que tiene nuestro país para el futuro inmediato del Tercer Mundo, así como para la autovaloración de los países que integran la Civilización Occidental, hecho que se expresa en el nivel de invisibilidad mediática que rodea al Presidente Chávez y a Venezuela.
Desde finales del siglo XIX, Venezuela ha sido clave en el proceso de acumulación de capitales de países imperiales tales como Estados Unidos, Inglaterra, Holanda, Francia y Alemania, entre otros. Primero fueron los productos perecederos tales como el café, el cacao, las melazas y el azúcar, luego el asfalto y finalmente el petróleo, los renglones en torno a los cuales se fue construyendo el yugo neocolonial que pesaba sobre la cerviz del pueblo venezolano.
Tal como expresaba Hegel (6), tales pueblos ignorantes sólo podían ser gobernados por gamonales militares como Juan Vicente Gómez, idea luego expresada orgánicamente por Laureano Vallenilla Lanz [5]en su tesis del Gendarme Necesario.
Es interesante observar cómo este pensador venezolano reutilizó las viejas tesis de la Ilustración sobre el esencialismo racial, sobre la inferioridad y el primitivismo de las llamas razas mestizas que integran la mayoría de la población venezolana para justificar la necesidad de un César Democrático que las reprimiera y gobernara como "...representante y regulador de la soberanía popular... como la personificación de la democracia, como la nación hecha hombre".
El dictador Juan Vicente Gómez alabado y adulado por las "nacionaes civilizadas", recibió la más alta condecoración que otorga El Vaticano. Otro dictador venezolano, Marcos Pérez Jiménez, recibió de manos del Presidente Eisenhower de Estados Unidos, la Cruz de los Servicios Distinguidos, lisonjado y elogiado por las naciones "civilizadas" del Primer Mundo, hasta que comenzó a tener devaneos con el nacionalismo y la independencia nacional, por lo cual fue derrocado por esos mismos gobiernos en 1958.
El defendido concepto de Cultura Nacional, sustentado en las primeras décadas del siglo XX, se esfumó violentamente en 1958, con la caída de Pérez Jiménez, dando nacimiento al concepto de Cultura Transnacional elaborado y pulido en Venezuela durante la IV República y que todavía subsiste en los inicios de la V República.
En los actuales momentos, Venezuela, al igual que sucedió en 1810, juega un papel importante en el desarrollo de la Historia Universal. Se ha constituido en la piedra angular del nuevo sistema multipolar que está ganando momento en Suramérica y en el resto del mundo no occidental.
Como país posedor de las reservas probadas de petróleo y gas más grandes del mundo, con una elevada renta petrolera per capita, una gran capacidad de acumulación de capitales y un gobierno cuya filosofía política se basa en la soberanía nacional, la potenciación del desarrollo endógeno, la integración suramericana y la promoción de un mundo multipolar, tiene cierto poder de decisión sobre la politica mundial en lo que refiere a algo tan simple, pero fundamental para las economías del Primer Mundo y para la vida cotidiana de las personas como es el precio de la gasolina o del fuel oil.
Cuando el Presidente Chávez viaja a Brasil, Argentina, Cuba, Rusia, Irán, o cualquier otro país, para conversar con sus gobernantes sobre programas de asociación económica o la estabilización del mercado petrolero mundial, no hay ninguna reseña en los medios de comunicación. Si se habla de alguna reunión de la OPEP, la imagen de los representantes de Venezuela es sistemáticamente retirada de los medios.
La razón de esa invisibilidad, es la posición que asume el Presidente Chávez al negar la universalidad y fatalidad del neoliberalismo que constituye el fundamento de la globalización neocolonial.
Al negarlas, Chávez también se opone al designio expreso de los países desarrollados de constituir un orden jerárquico social, donde ellos constituyen el grupo privilegiado, para quienes Venezuela debería seguir asumiendo el papel de una gran estación de gasolina ubicada en el medio del Caribe, sin soberanía, propiedad de las transnacionales, dispuesta a servir el combustible a todos los clientes que lleguen a solicitarlo.
Lamentablemente, el pensamiento de los políticos y la mayoría de los académicos del Primer Mundo, así como de sus enclaves intelectuales locales, parece haberse fosilizado en un presente inmutable.
Cuando Huntington habla sobre la Guerra Civilizatoria y el Orden Mundial, así como del posible escenario de guerra entre China y Estados Unidos [3] , tanto Suramérica como América Latina en su conjunto no son ni siquiera mencionadas, quizás porque son subsumidas dentro de la categoría "Estados Unidos". Nada puede cambiar, todo cambio social es sospechoso de subversión, cuando no de terrorismo.
El pánico de perder su posición privilegiada como cabeza de la civilización occidental, les ha hecho incurrir en bárbaros errores políticos por acción o por inacción. El genocidio de Irak es el más reciente ejemplo de esa larga cadena de desastres políticos y humanos, donde una potencia, Estados Unidos, acompañada por un grupo de miserables comparsas, invade a un país soberano so pretexto de civilizarlo y hacerlo aceptar, por la fuerza, las normas y valores de la llamada civilización occidental; al mismo tiempo, bloquea a un pequeño país, la República de Cuba, que quiere seguir su propio destino, y trata de destruir la economía de otro, Venezuela, que trata de trascender la situación de dependencia, atraso y pobreza heredada de los gobiernos de la IV República.
A pesar de la invisibilidad de Venezuela y del Presidente Chávez, el proceso histórico de constitución de un mundo multipolar donde nuestro país ejerce un liderazgo innegable, sigue consolidándose. En tanto, China Popular se fortalece como la potencia mundial del siglo XXI. Rusia retoma su papel de gran potencia. India e Irán se posicionan como potencias mundiales intermedias. Brasil se consolida como el pivote de un nuevo bloque económico regional suramericano del cual Venezuela y Cuba constituyen el espacio caribeño.
Estados Unidos en Irak se hunde cada vez más en el pantano de una guerra colonial inútil, injusta, de alto costo económico y moral para el pueblo norteamericano, y la Comunidad Europea asiste casi inerme al colapso progresivo de su proyecto civilizatorio.
Otro mundo ya es posible.
Un nuevo proceso civilizatorio comienza a delinearse en Venezuela y otros países suramericanos. Pero la historia y la historiografía que predominan en los medios académicos y políticos nos hablan de un antiguo pasado dividido en segmentos nacionales incompatibles. Para hacer de ese pasado histórico la fundamentación del futuro [6], es imperativo que los científicos sociales suramericanos progresistas, comprometidos con esta nueva era que se anuncia, comencemos a trabajar en el reconocimiento de la historia integral común de nuestros países, a trazar las líneas historiográficas en el estudio del pasado que debe explicar la unidad de la Comunidad Suramericana de Naciones.
[1] Martin Bernal. 1998. Black Athena
[2] Felipe Salvador Gillij.1987. Ensayo de Historia Americana
[3] Georg Wilhelm Friederich Hegel. 1978. Philosophy of History
[4] Samuel P. Huntington. 1997. The Clash of Civilisation
[5] Laureano Vallenilla Lanz. 1961. Cesarismo Democrático
[6] Iraida Vargas-Arenas. 199.. La Historia como Futuro
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