La segunda guerra de Chechenia se enmarca en el enfrentamiento entre grandes potencias en el Cáucaso. Para asegurarse el control de los recursos del Caspio y sobre todo de la red de oleoductos que requiere su explotación, la Federación Rusa y los Estados Unidos están enfrascados actualmente en fuertes luchas de influencia en varias zonas estratégicas. La inestabilidad crónica de la provincia chechena es así una ficha esencial en manos de Washington. He aquí la última parte de nuestra investigación sobre el conflicto checheno.
– «La primera guerra de Chechenia», por Paul Labarique, Red Voltaire , 9 de marzo de 2005.
– « Business et terrorisme à Moscou », par Paul Labarique, Réseau Voltaire, 7 mai 2004.
El segundo conflicto checheno comienza en el otoño de 1999 cuando Vladimir Putin acaba de ser nombrado primer ministro. El Kremlin aplica modalidades de intervención militar federal en la república secesionista [1], que además sufre un bloqueo económico. Una parte importante de la población, cerca de 75 mil personas, se refugia inmediatamente en la región vecina de Ingushetia. El conflicto se anuncia difícil para las tropas federales: el fracaso de las primeras tentativas de mediación le permite al presidente moderado, Aslan Maskhadov, unificar todas las fuerzas chechenas y reunir a los hombres de Chamil Bassaiev, a pesar de la abierta oposición que los enfrenta desde hace algunos meses y que lo había incitado a probar una incursión militar en Daguestán, lo que provocó una respuesta militar de la Federación [2].
Vladimir Putin se aleja de los oligarcas
Aún hoy es difícil saber con precisión en qué condiciones estalló el segundo conflicto checheno. Los elementos que hemos señalado en nuestra anterior investigación hacen aparecer un móvil doble: por una parte la voluntad del clan de los oligarcas de garantizar la llegada al Kremlin de un candidato sensible a sus intereses en la persona de Vladimir Putin, cuya popularidad se acrecentaría mediante una operación militar de envergadura en Chechenia. Por otro lado, una voluntad real o ficticia de estos empresarios rusos de debilitar la posición de Moscú en el «gran juego» de los oleoductos del Caspio, lo que beneficiaría también a Washington.
Sin embargo, el apoyo que ha tenido Vladimir Putin por parte de los oligarcas [3] en los medios empresariales moscovitas luego que se convirtiera en presidente interino de la Federación Rusa, tras la renuncia de Boris Yeltsin el 31 de diciembre 1999, es rápidamente sustituido por cierta circunspección, incluso desconfianza. Sus allegados comienzan entonces a afirmar en la prensa que el presidente interino «no será nunca el hombre de alguien en particular», recordando «que este servidor del Estado pertenecería más bien a una generación de la KGB resueltamente reformista, abierta a Occidente» [4]. Un «investigador moscovita» interrogado por L’Express se dice convencido de que «es capaz de volverse contra los que creen tenerlo a su servicio», y especialmente los oligarcas del clan Yeltsin. Es precisamente eso lo que hará Putin. A principios del año 2000 expresa su agradecimiento a Tatiana Diatchenko, la hija preferida de Yeltsin, que hasta entonces garantizaba el vínculo entre el Kremlin y los oligarcas. Cada vez más lanza a los clanes unos contra otros, especialmente el de Anatoli Tchoubais, ex primer ministro ultraliberal, contra el de Boris Berezovski. Putin puede además apoyarse «en una tercera fuerza, el grupo bancario “Alpha”, de Piotr Aven, de quien es amigo » [5]. Sin embargo, el control de los oligarcas sobre el país le impiden aplicar inmediatamente su voluntad. Vladimir Putin deja pues congelar las medidas judiciales contra Berezovski y deja que se opere la toma del control ilegal de la compañía petrolera Tranfneft, en septiembre de 1999, por parte de los hombres del ministro pro Berezovski, Nikolaï Aksionenko » [6].
Intransigencia del Kremlin
Vladimir Putin parece así opuesto a la persecución del saqueo de Rusia por parte de los oligarcas y determinado a retomar el control de los recursos naturales del país. La salida de Chechenia de la Federación, que provocaría la pérdida del control de los oleoductos que atraviesan el país, la tiene fuera de toda consideración, de modo que el presidente interino adopta una actitud intransigente con respecto a los secesionistas. Se trata de una posición que ya había afirmado como primer ministro, el 2 de octubre de 1999, cuando anunciaba que no reconocía la legitimidad del presidente Maskhadov ni, por consiguiente, la de las autoridades chechenas en su conjunto: «Todos los órganos de poder en Chechenia son ilegítimos (...)pues todos han sido electos fuera de las leyes rusas». Esta frase resume perfectamente el pensamiento de Vladimir Putin: no reconoce ni los acuerdos de Khassaviurt, firmados por el general Lebed y el presidente Maskhadov, ni los firmados por Boris Yeltsin y el número uno checheno en mayo de 1997.
La posición radical de quien sólo es entonces primer ministro federal es interpretada inmediatamente como la revelación de sus reales intenciones en Chechenia, la cual está lejos de la instauración de un «cordón sanitario» alrededor del territorio o de la lucha contra el terrorismo. Vladimir Putin desea «barrer el poder checheno» y, sobre todo, retomar el control de esta zona, estratégica para Rusia. El primer conflicto en Chechenia había obligado a los rusos a transportar una parte del petróleo del Caspio por carretera, vía Daguestán, mientras que el oleoducto Bakú-Novorossisk es continuamente atacado por los rebeldes chechenos. El ataque realizado por los hombres de Basaiev en Daguestán, que bien hubiera podido ser teleguiado por el oligarca Boris Berezovski, no podía tener otro objetivo que perturbar el transporte por carretera y debilitar así la posición rusa en cuanto a la explotación del petróleo del Caspio. No se trata por lo tanto de una guerra colonial y el presidente Putin repite además que el conflicto checheno es «un problema interno ruso». El movimiento independentista en Chechenia es por otra parte relativamente débil: una mayoría de la población hubiera aceptado un estatus de autonomía ampliada de su territorio a cambio del control ruso, no sobre los recursos energéticos de Chechenia, que son irrisorios, sino sobre la red de oleoductos instaurada en tiempos de la URSS a través de la región.
Difícil de encontrar otro desafío más estratégico para Rusia. Los recursos petroleros del Caspio, disponibles a partir de 1998, llevaron allí una oleada de compañías petroleras del mundo entero, pero sobre todo anglo-norteamericanas. Se multiplican entonces los proyectos de construcción de oleoductos con el objetivo de sacar estas reservas del control ruso. El 17 de abril de 1999 se inaugura el oleoducto Bakú-Supsa, un puerto georgiano situado a orillas del Mar Negro. Se trata del primer proyecto para poner el petróleo fuera del control de Moscú. En octubre de 1999, exactamente antes del inicio de la ofensiva militar en Chechenia, las compañías petroleras anglonorteamericanas anuncian la próxima construcción de un oleoducto entre Bakú y el puerto turco de Ceyhan, una nueva piedra en el jardín ruso.
La posición del Kremlin se alinea con la del estado mayor militar: Chechenia debe permanecer bajo la égida rusa a cualquier precio. Para ello los generales federales desean establecer una zona de seguridad al norte de la república secesionista que comprende el trazado del oleoducto Bakú-Novorossisk. Esta zona llegaría al menos hasta cincuenta kilómetros al sur de la actual frontera lo que aseguraría el control de tierras que Rusia ha considerado siempre como parte de su territorio. El célebre escritor Alexandre Soljenitsyn hablara de la cesión de estos territorios por parte de los chechenos a cambio de una independencia del resto del «país». En todo caso, el estado mayor federal prevé con ello una operación de gran magnitud, y especialmente delicada, dada la movilización de 50 000 chechenos ante la misma.
La implementación de la estrategia militar escogida por el Kremlin es la imagen de los que la elaboraron: implacable, sistemática y brutal. En nombre de intereses geopolíticos legítimos, el ejército federal dará pruebas de un inaudito salvajismo en los combates. En el campo de batalla, la política extremista de Putin se manifiesta mediante el bombardeo intensivo a la ciudad de Grozni, lo que según Jean Radvany, profesor en el INALCO, es un «medio terrible de dar una demostración de eficacia cuando los rusos, desde hace varios años, eran extremadamente sensibles a la debilidad de su ejército y su Estado» [7]. Se trata de un elemento decisivo para asegurar la popularidad del presidente interino, la cual necesita con vistas a las elecciones presidenciales de marzo de 2000. El contexto le es favorable: las críticas de Occidente garantizan la unidad de la población tras el jefe de Estado, fenómeno amplificado por la oposición de la opinión pública rusa a la intervención de la OTAN en Serbia, ocurrida en la primavera de 1999. Sin embargo, la ofensiva militar está lejos de ser un éxito: para avanzar en Grozni las tropas federales se ven obligadas a destruir barrios enteros al costo de terribles pérdidas humanas. Grozni se convierte poco a poco en una ciudad fantasma, cubierta de cadáveres y abandonada por sus sobrevivientes que no tienen alternativa: o el exilio en los campos de refugiados de Ingushetia, o la lucha armada desde las montañas vecinas a partir de donde lanzan mortíferos ataques. Según las evaluaciones de enero de 2000 «más de un tercio de la población de Chechenia ha sido expulsada de sus hogares y ha tenido que refugiarse en Ingushetia, donde Moscú ha impedido a las organizaciones internacionales (con excepción del Alto Comisionado para los Refugiados y la Cruz Roja) acudir en ayuda de unas 250 000 personas» [8].
Los violentos y mortíferos enfrentamientos suscitaron la indignación de la opinión pública occidental frente a la brutalidad de las tropas rusas en la república secesionista, mientras el conjunto de las cancillerías mantenía un escandaloso silencio. Sin embargo la extrema violencia que sufrieron los chechenos no debe hacer olvidar el contexto geoestratégico en el que se desarrolló esta «lucha por la independencia» a la que en fin de cuentas no aspiraba la mayor parte de la población.
Chechenia: una ficha del «gran juego»
En realidad, en el «gran juego» al que se dedicaban las grandes potencias mundiales por el control del Cáucaso, Chechenia y Daguestán no son más que fichas cuya inestabilidad permite debilitar la posición de Moscú con respecto a los demás jugadores, particularmente alarmados por la ofensiva militar de la Federación que de esta forma sitúa fuerzas muy cerca de sus fronteras. Entre 1998 y 2000, los Estados del GUAM (Georgia, Ucrania, Azerbaiyán y Moldavia) se aproximaron a la OTAN y a los Estados Unidos. Fue especialmente el caso del presidente de Georgia Edouard Chevardnadze [9] que en esta etapa pasó a ser un cercano aliado de Washington: denuncia el tratado de defensa colectiva de las fronteras de las Comunidad de Estados Independientes (CEI) y el tratado de seguridad colectiva de Tashkent, mientras se aproxima a la OTAN. En 1999, cuando el presidente Boris Yeltsin le pide autorización para utilizar el territorio georgiano para lanzar la operación de Chechenia, Chevardnadze acata las órdenes del consejero especial de Bill Clinton para Rusia, Strobe Talbott, y rechaza la solicitud rusa. Otra ficha fundamental es Armenia, cuyo territorio no está muy alejado del proyecto norteamericano de oleoducto Bakú-Ceyhan vía Tbilissi (BTC): mientras el país está sometido a una fuerte presión de los Estados Unidos para que solucione el conflicto con Azerbaiyán, el primer ministro y el presidente del Parlamento son asesinados en octubre de 1999.
Estos elementos del contexto geopolítico global son esenciales para comprender las razones del empeño masivo del ejército federal y su estrategia de llevar la situación hasta el extremo en el territorio checheno, donde la violencia, con un balance muy negativo para los chechenos (las cifras adelantadas por los dirigentes independentistas son de alrededor de 100 mil muertos), no está sólo vinculada a la determinación del Kremlin de no abandonar nunca el territorio. Es también una respuesta a la inesperada resistencia que encontró el ejército en su camino. Contrariamente al primer conflicto, la segunda guerra de Chechenia estuvo mucho mejor preparada por la parte rusa y los soldados mucho mejor equipados. Especialmente los bombardeos aéreos destruyeron más blancos durante los diez primeros días de la ofensiva que durante los dos años de guerra anteriores, sin embargo, las milicias chechenas lograron rápidamente encontrar el equipamiento necesario para contrarrestar la ofensiva. De forma singular, los «hombres de las montañas», como se llaman a sí mismos los chechenos, tuvieron en su poder, a partir de enero de 2000, radares y baterías antiaéreas sofisticadas que les permitieron, contra todas las expectativas, resistir a las tropas federales. Ninguna potencia vecina pudo suministrar este equipamiento por temor a represalias rusas, de modo que el apoyo a la resistencia chechena hay que buscarlo en otra parte.
El apoyo extranjero a los jefes de las tropas chechenas
Las pistas señaladas en la prensa remiten en varias direcciones. Según un artículo de Venik, redactor jefe del sitio Aeronautics.ru, cercano a los servicios de inteligencia rusos, la frontera entre Chechenia y Georgia habría servido especialmente para el paso de mercenarios y suministros de armas a la guerrilla chechena, con el apoyo de la CIA. Un radar antiaéreo norteamericano habría hecho aparición en Chechenia, así como varios misiles antiaéreos Stinger. Michel Chossudovsky, profesor universitario canadiense, le informó sobre la implicación en el conflicto de los servicios secretos paquistaníes, tradicionalmente muy cercanos a los servicios norteamericanos. Cita especialmente un artículo de la Gazette, de Montreal, según el cual «el ISI y sus intermediarios islámicos son en realidad los que deciden las acciones en esta guerra» [10].
Igualmente en tela de juicio se encuentra Afganistán, país entonces dirigido por los talibanes y objeto de todas las atenciones por parte de Washington, que desea construir allí un oleoducto, proyecto extremamente ambicioso de Unocal. Es en este territorio que habrían sido formados los escuadrones fundamentalistas, enviados posteriormente a luchar junto a sus «hermanos chechenos» en nombre de la Jihad y de Osama Bin Laden. En mayo de 2000, el director de los servicios de la guardia fronteriza de la Federación Rusa declara que «la formación de terroristas en el territorio de Afganistán, controlado por el movimiento talibán, para operaciones de combate en Chechenia no es más que una injerencia directa en los asuntos internos rusos. La continuación de dichas actividades por parte de los talibanes conduciría a golpes aéreos preventivos de Rusia contra las bases y los campos implicados en el entrenamiento de terroristas» [11]. Esta pista viene a confirmar, una vez más, el interés de Washington en un agravamiento del conflicto.
Un proceso político en dificultades
Se han iniciado sin embargo negociaciones políticas por parte de los dirigentes chechenos y rusos a partir de mediados del año 2000. A principios de febrero de este año, después de la toma de Grozni, Vladimir Putin anuncia el fin de las operaciones en Chechenia mientras envía a la república 3 500 paracaidistas, sin contar los 93 000 hombres que ya se encontraban en la misma. El 21 de abril, mientras se producían esporádicos combates, el presidente ruso declara que no excluye conversaciones con el presidente Aslan Maskhadov si este depone las armas. El 8 de junio, mediante decreto, instaura un ejecutivo provisional en la república secesionista al frente del cual nombra al muftí Akhmad Kadyrov. El 25 de diciembre del año 2000,
Boris Nemtsov, presidente del grupo de la Unión de las Fuerzas de Derecha de la Duma, firma un «protocolo» con representantes de Maskhadov sobre la necesidad de iniciar negociaciones «con el aval del presidente Putin». Este inicio de solución política conduce, el 22 de enero de 2001, a un nuevo decreto presidencial que retira la responsabilidad de «la operación antiterrorista» en Chechenia al ejército, confiándosela a las tropas del Ministerio del Interior.
Sin embargo, en el terreno, las acciones se multiplican. Diversos grupos de combatientes chechenos cometen atentados o ataques-relámpago que dificultan el proceso de negociación. En julio del año 2000, una serie de atentados suicidas mediante camiones con explosivos en varias ciudades de Chechenia matan a más de 50 rusos. En diciembre, un atentado en la ciudad de Alkhan-Yurt provoca 21 víctimas civiles. En marzo de 2001, atentados en la región de Stavropol, en el norte del Cáucaso, provocan la muerte de 214 personas y hieren a 143. Al mismo tiempo, el ministro de Relaciones Exteriores del gobierno separatista, Ilias Akhmadov, es recibido en el Departamento de Estado en Washington. Los helicópteros constituyen el blanco predilecto de los combatientes chechenos: el 31 de mayo es alcanzado sobre el territorio de Ingushetia el que transportaba a diputados de la Duma. El 28 de enero de 2002, un ataque similar mata a 14 militares federales, incluidos dos generales. El 20 de agosto es igualmente abatido un helicóptero que transportaba tropas federales, lo que provoca 80 víctimas.
¿Quién reinicia la guerra?
Estos actos constituyen una reacción ante el progresivo establecimiento de una administración rusa en Chechenia cuyo nuevo administrador es el checheno pro Federación Akhmad Kadyrov, pero también al inicio de negociaciones entre los separatistas y el Kremlin. El 18 de noviembre de 2001, Akhmed Zakaiev, representante del gobierno separatista, se reúne por primera vez desde inicios del conflicto con un representante del poder federal, Viktor Kazantsev, enviado especial de Vladimir Putin al Distrito Federal del Sur. Este encuentro, considerado «positivo» por ambos protagonistas, no es visto tan favorablemente por todos. Tras la multiplicación de ataques puntuales a inicios de 2002, un comando checheno ocupa la Ópera de Moscú, el 23 de octubre de 2002, capturando al mismo tiempo a centenares de espectadores. Las tropas especiales federales lanzan el asalto masacrando a los secuestradores y provocando la muerte de más de 120 rehenes, asfixiados por el gas paralizante utilizado durante el ataque. Esta espectacular operación, reivindicada por Chamil Bassaiev, autor de varias acciones similares durante el primer conflicto checheno, provoca numerosas interrogantes en Moscú y se habla de complicidad en el aparato de Estado ruso.
Las periodistas Sophie Shihab y Nathalie Nougayrède han mencionado cuatro hipótesis en cuanto a los inductores de la operación.
– La versión oficial es la de un comando aislado bajo las órdenes de Bassaiev sin el conocimiento del presidente checheno.
– Una segunda hipótesis implica a los servicios secretos rusos que, informados de antemano, habrían tratado de beneficiarse con la operación. Es la tesis del politólogo Andrei Piontkovsky que evoca una alianza «de los partidos de la guerra» de ambos lados, el del jefe checheno Bassaiev y «el de los generales rusos que hacen fortuna gracias al conflicto» a partir del tráfico de petróleo. Estos estarían opuestos a las negociaciones en curso entre el Kremlin y los separatistas chechenos.
– Podría tratarse igualmente de una operación realizada por los colaboradores allegados a Vladimir Putin para reiniciar una guerra cada vez menos popular.
– Finalmente, ambas periodistas hablan de una eventual participación de «la “Familia” formada por los oligarcas y jefes mafiosos que manipulaban Rusia en tiempos de Boris Yeltsin» y citan especialmente el nombre de Boris Berezovski [[«Questions sur une prise d’otages», por Nathalie Nougayrède y Sophie Shihab, Le Monde, 16 de noviembre de 2002.].
El proceso político en Chechenia enfrenta dificultades debido a las operaciones terroristas, pero se recupera rápidamente. En febrero de 2003, el comisionado de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Alvaro Gil-Roblès, autoriza la celebración de un referéndum constitucional en Chechenia, luego de haber obtenido del presidente pro Federación, Akhman Kadyrov, que los refugiados chechenos puedan participar. El escrutinio tiene lugar el 23 de marzo, en ausencia de observadores internacionales, y el «sí» obtiene el 95% de los votos. El texto comportaba un proyecto de constitución y dos proyectos de ley sobre la elección del presidente e la República y del Parlamento. Rusia logra poco a poco de hacerse del control político del país. El 11 de septiembre todos los candidatos a la elección presidencial, prevista para el 5 de octubre, se retiran de la contienda dejando vía libre al candidato del Kremlin, Akhman Kadyrov, quien es electo con el 82,5% de los sufragios.
Sin embargo, el éxito federal en la región es frágil. El Kremlin no está a salvo de un reinicio de los combates o simplemente de los atentados que provocarían ineludiblemente una respuesta rusa. Ahora bien, la totalidad de la política de Moscú ha sido concebida para estabilizar la región, pero los apetitos petroleros de las grandes potencias en la región no parecen satisfechos. Incluso si después del 11 de septiembre de 2001 Washington disminuyó en cierta medida su apoyo a las guerrillas islámicas, la administración Bush redobló esfuerzos para asegurar el control del Cáucaso y ese era el objetivo del derrocamiento de Edouard Chevardnadze en noviembre de 2003. El asesinato, el domingo pasado, del presidente Akhmad Kadyrov en Grozni, sin lugar a dudas es parte del mismo proceso.
[1] Para designar las fuerzas actuantes, hemos optado deliberadamente por utilizar las denominaciones que ellos mismos se dan. Así, las Fuerzas Armadas Rusas son las fuerzas de la Federación Rusa, por lo tanto «federales», en lucha con la república «secesionista» de Chechenia. Para los jefes de las tropas chechenas se trata de luchar contra las fuerzas rusas y no de una guerra de «independencia» cuyo objetivo sería la instauración de un Estado independiente en Chechenia.
[2] Ver «Business et terrorisme à Moscou », Red Voltaire, 10 de mayo de 2004.
[3] Ver «Business et terrorisme à Moscou», op.cit.
[4] «Poutine en orbite», de Laure Mandeville, Le Figaro, 1o de enero de 2000.
[5] «Derrière Poutine, l’ombre de la famille», de Laure Mandeville y Irina de Chikoff, Le Figaro, 4 de enero de 2000.
[6] «Derrière Poutine, l’ombre de la famille», op.cit.
[7] «Vladimir le terrible», por Sylvaine Pasquier, L’Express, 16 de diciembre de 1999.
[8] «Une guerre de revanche en Tchétchénie», Le Monde, 3 de enero de 2000.
[9] Ver «Los secretos del golpe de estado en Georgia, ex república soviética », por Paul Labarique, Red Voltaire, 7 de enero de 2004.
[10] «Qui est Oussama ben Laden ?», por Michel Chossudovsky, Centro de Investigaciones sobre globalización (CRM), 27 de septiembre de 2001. «Who’s calling the shots ? Chechen conflict finds Islamic roots in Afghanistan and Pakistan», por Levon Sevunts, The Gazette, 26 de octubre de 1999.
[11] «Aerial Strikes against Afghanistan», por Venik, Aeronautics.ru, 28 de mayo de 2000.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter