En el centro, Yuri Rosca, dirigente del Partido Popular Demócrata-Cristiano moldavo.

Los moldavos serán llamados a las urnas el 6 de marzo de 2005 para elegir a su nuevo Parlamento. Sea cual sea el resultado de la votación, no modificará la orientación occidental que sigue el país. De hecho, los tres principales partidos contendientes son favorables a la integración en la Unión Europea. No obstante, los Estados Unidos pueden sentirse tentados a influir en el curso de los acontecimientos para eliminar a las figuras políticas que gozan o provienen del pasado sistema soviético y con las cuales han colaborado hasta el presente.

Después de la «revolución» naranja en Ucrania y de la victoria de los liberales en Rumania, la zona, en su conjunto, manifestará entonces su adhesión al sistema occidental.
Desde hace un mes, los dirigentes del Partido Popular Demócrata-Cristiano (ex Frente Popular) han adoptado el color naranja para sus campañas publicitarias.

En sus volantes, su presidente, Yuri Rosca, posa en compañía del nuevo presidente ucraniano, Viktor Yuschenko, hasta el punto de que se ha hablado de una «epidemia naranja».
En un escenario perfectamente montado, los demócratas-cristianos han anunciado ya que el escrutinio será manipulado por el poder y que no reconocerán sus resultados.

Pero ¿por qué lanzar semejante operación cuando el Partido Comunista en el poder ha cambiado de posición desde hace tiempo y cuando el presidente Vladimir Voronin sólo tiene ojos para Washington?
Lo que ocurre es que el Departamento de Estado busca acelerar el proceso de integración a la Unión Europea, a pesar de la espinosa cuestión de Transnistria, con el riesgo de provocar una secesión de los rusoparlantes.

Moldavia es un pequeño Estado (ex república soviética) de aproximadamente 4,5 millones de habitantes. Sin recursos energéticos o mineros, sólo puede contar con su agricultura, y sus habitantes enfrentan el nivel de vida más bajo de Europa. Históricamente parte de Rumania, Moldavia fue unida a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial.

La república moldava en Europa.

Allí se habla el rumano, excepto en una larga franja al este del río Dniéster (Transnistria) y en un pequeño bolsón al sur (Gagauzia), donde se habla el ruso y el ucraniano.
En 1989, cuando Mijail Gorbatchov acababa de ser elegido Jefe de Estado y comenzaba a cuestionar el funcionamiento heredado del estalinismo, 400,000 moldavos salieron a las calles de la capital (llamada entonces Kishinev hoy Chisinau) para exigir su unión a Rumania. Contentísimo con ese regalo caído del cielo, el presidente rumano de aquel entonces, Nicolae Ceausescu, denunció los Acuerdos de 1940 y se declaró listo para la reunificación.

De inmediato fue derrocado por una «revolución» sabiamente orquestada por los servicios rusos y estadounidenses coaligados y cuyo símbolo sigue siendo el «osario de Timisoara». Finalmente, en junio de 1990, Moldavia proclamó unilateralmente su independencia contra la opinión de los gagauzos y de los 700,000 transnistrios.

Desestimando este hecho, Mijail Gorbatchov lanzó un ultimátum a las autoridades locales y amenazó con utilizar la fuerza. Tras enfrentar los efectos de diversos problemas y cuando ya la URSS había comenzado su proceso de desintegración, Moscú aceptó la independencia de Moldavia, con la condición de que se integrase a la Comunidad de Estados Independientes (CEI).

Conscientes de que el vínculo con Rumania no les aportaría gran cosa y podría provocar la desintegración de su propio país, los moldavos renunciaron a este proyecto durante un referéndum.

No obstante, si bien el problema de la Gagauzia se arregló mediante un estatuto de autonomía, el de la Transnistria ha empeorado. Rusia intervino en 1992 para proteger a las poblaciones rusoparlantes, desplegando el 14 Ejército, pero este, dirigido por el general Alexandre Lebed, aplicó su propia política sin vincularla siempre al Kremlin. Aunque el número de soldados rusos presentes en el terreno ha disminuido de 10,000 a aproximadamente 2,500 en la actualidad, están allí igualmente a nombre de un acuerdo bilateral.

Bajo su protección, la Transnistria se ha autoproclamado independiente y se ha organizado perfectamente. Hasta el presente, Rusia, que mantenía vínculos privilegiados con Ucrania, no ha tenido ningún interés estratégico en este asunto. Se trataba más bien de un nexo sentimental que demostró ser un excelente indicio para los anglosajones, empeñados siempre en apoyar los movimientos separatistas en Rusia.

En noviembre-diciembre de 2004, los anglosajones tomaron el control de Ucrania en provecho de la «revolución» naranja. Las tropas rusas de Transnistria se encuentran, pues, separadas de sus bases. Pensando que había llegado el momento de librarse de ellas para echarse en brazos de la OTAN, Andrei Satran, el ministro moldavo de Relaciones Exteriores, se quejó ante la OSCE de que dichas tropas «ocupan ilegalmente el territorio moldavo»; propósitos inmediatamente calificados de «absurdos, irresponsables y poco amistosos» por el Kremlin, que enarbola el acuerdo bilateral y recuerda además que ellos suministran energía a Moldavia a bajo precio.

Todo ocurre como si la Casa Blanca tratara de ganar terreno creyendo que Rusia, incapaz de reaccionar en Kiev, tampoco lo haría en Tiraspol. De hecho, el presidente Vladimir V. Putin, que se reunió el 24 de febrero 2004 con su homólogo George W. Bush en Bratislava, fijará sin falta los límites que no deben sobrepasarse. Moscú podría decidir apoyar a los rusoparlantes ucranianos, que votaron masivamente contra Viktor Yuschenko, y alentarlos a acercarse a los transnistrios para exigir juntos su unión a Rusia.

Por todo ello, se ha pedido en dos ocasiones a Washington que reflexione sobre este asunto antes de dar la señal de su «revolución» naranja en Chisinau. En 2001, el Partido Comunista demostró su superioridad en las elecciones legislativas y Vladimir Voronin se convirtió en el primer presidente comunista elegido democráticamente.

A diferencia de los partidos hermanos de Europa Central y Oriental, el Partido Comunista moldavo no ha considerado conveniente cambiar su nombre para fabricarse un halo virginal. Sin embargo, no ha dudado en cambiar de rumbo. Abandonando su política social, se ha vuelto pro-estadounidense hasta el punto de apoyar la invasión de Irak y de desafiar a Rusia en las instancias internacionales. Todos los sondeos le auguran, también esta vez, una resonante victoria.

El propio Yuri Rosca, cuando estaba en la centro-izquierda (foto izquierda). Derecha: de nacionalista moldavo.

Mucho más cuando la oposición es a la vez heteróclita y poco confiable. El partido hacia el cual se vuelven muchas miradas y esperanzas es la coalición «Moldavia Democrática», creada este verano y que reagrupa a diversos partidos que van desde la centro-izquierda (cuyo color emblemático es el verde limón) hasta la derecha clásica.

Ahí se encuentran en especial el Partido Social Liberal, el Partido Democrático, la Alianza Braghis (nombre de su dirigente principal). Esta coalición, dirigida por Serafim Urechean, alcalde de la capital moldava, tiene una fuerte presencia en las ciudades y sobre todo en Chisinau. Es mucho menos conocida en las zonas rurales, partidarias de los comunistas allí presentes y que cuentan con una red bien organizada.

El otro partido de oposición relativamente importante es el Partido Popular Demócrata-Cristiano (PPCD), de marcada posición de derecha, que entró al Parlamento hace cuatro años, pero cuyos 11 diputados no han representado una verdadera fuerza contra los 71 diputados comunistas y los 19 de una alianza de centro-izquierda.

A pesar de su programa electoral bastante oscuro y de sus pocas posibilidades de victoria, su líder, Yuri Rosca, ha reservado ya el lugar central de la capital durante dos semanas a partir del 7 de marzo, con la esperanza de repetir el golpe de Kiev. Ya se ha rodeado de equipos habituales de la NED, de la Freedom House y de la Fondation Soros, pero le resulta difícil explicar cómo él podría representar un cambio rotundo políticamente y fundamental con la del actual gobierno.

Si bien las elecciones en Ucrania dividieron al país geográficamente entre el Oeste y el Este, las de Moldavia tienden a dividir el país entre las ciudades y el campo. La difícil situación económica ha obligado a cerca de un millón de moldavos a abandonar el país desde hace una década.

Son sobre todo las zonas rurales las que más han sufrido esta pérdida de la fuerza de trabajo, mientras que los jubilados, que son los que permanecen, se sienten satisfechos con la política del Partido Comunista que les mantiene el nivel de sus pensiones. En las ciudades, especialmente en la capital, donde se concentran los pocos bolsillos llenos de dinero, la política del gobierno es observada con lupa y con ojo crítico por la prensa, las organizaciones no gubernamentales y las instancias internacionales.

La semana pasada, el nuevo presidente rumano Traian Basescu realizó su primera visita oficial a Moldavia. Aseguró que su país «sería el abogado de» Moldavia y que trabajaría a favor de su integración a la Unión Europea; sin embargo, Bruselas, sede política de la Unión Europea no quiere oír hablar de eso hasta que los moldavos encuentren una solución al problema de la Transnistria.

Ver: sitio internet de todos los partidos políticos moldavos.


Margareta Donos-Stroot, periodista moldava y autora de este artículo sobre las elecciones legislativas en su país.