¿Cuál será la estrategia estadounidense para salir de esta pesadilla llamada «Iraq War»?
Sea cual fuera la alternativa escogida por la coalición anglo-sajona -que invadió Irak sin el mandato de la ONU y contra la opinión pública mundial-, todo parece indicar que se encuentran en un callejón sin salida.
El mantenimiento de las tropas norteamericanas en Irak se parece al «problema del huevo y la gallina», según la expresión metafórica de William Perry, antiguo secretario de Defensa de EE.UU.
«Es un dilema del huevo y la gallina éste, pues estoy seguro de que nuestra presencia en Irak genera grandes problemas - admitió-. De aquí, la necesidad de que nos quedemos cuanto haga falta para ayudar a crear las fuerzas de seguridad, pero no tanto como para convertirnos en parte de esos problemas».
La conclusión de Perry, quien dirigió el departamento militar de EE.UU. en la época de Clinton, tiene en principio una buena dosis de la verdad, pero lo malo es que su teoría no se corresponde para nada con la práctica. Primero, porque la presencia de EE.UU. en Irak se erigió en un problema apenas las tropas norteamericanas pisaron el suelo iraquí, y segundo, porque esa gallina, de la que algunos ciudadanos de Irak realmente habían esperado ciertos «huevos de oro», proporciona hasta la fecha básicamente huevos rotos.
A esta idea lleva la reciente explosión en Bagdad que se ha cobrado la vida de más de 100 iraquíes, futuros policías y base de esas fuerzas de seguridad que, en teoría, han de sustituir a las tropas estadounidenses y asegurar el orden, la paz y la democracia en este país.
También parece cuestionable la declaración de uno de los mayores politólogos occidentales, Zbiegnew Brzezinsky, quien en un principio se había pronunciado sabiamente en contra de la guerra en Irak, previendo numerosas dificultades para las tropas estadounidenses, pero más tarde llegó a la conclusión de que EE.UU. debería abandonar el territorio iraquí en calidad de vencedor, a pesar de que ello supone un precio elevado.
El desenlace de la campaña iraquí para Washington, en opinión de Brzezinsky, no implica una derrota moral como la guerra de Vietnam. Es cierto que Irak no es lo mismo que Vietnam, los tiempos han cambiado, y el adversario es diferente, de modo que el eventual fracaso bélico de EE.UU ni siquiera le interesa a Rusia.
En cuanto a la derrota moral, es un hecho ya consumado. Y si alguien en EE.UU. no se ha percatado aún, ello no quiere decir que tampoco lo entienda el resto del mundo. Lo que une a Vietnam con Irak en grado considerable son las imágenes de televisión que presentan la actual operación iraquí - denominada «guerra por la democracia», al igual que en aquella ocasión - tan antihumana como la campaña vietnamita. Los bombardeos de Faluya con todos sus santuarios, en plano ético, no son mejores que los de Dubrovnik. Y los cadáveres de niños en las calles de Irak no se diferencian en nada de los otros, de niños vietnamitas.
«Vencerá el que se declare capaz de aplastar la resistencia sin la participación de los americanos - destacó Brzezinsky -. La pregunta es si somos lo suficientemente listos como para retirarnos». Correcto, aunque también sólo en el plano teórico.
Muy pocos son quienes se apuntarían a reproducir en voz alta esta frase clave. Y todavía menos, quienes lo harían de forma creíble. Uno de los ex asesores del Pentágono, Michael Rubin, señala que los iraquíes mantienen opiniones encontradas acerca de la presencia de tropas extranjeras en su territorio: «En caso de que preguntéis a los iraquíes, si quieren la presencia de los americanos en este país, os dirán que no; y cuando preguntéis, si quieren que los americanos se vayan, también responderán con una negativa».
¿Qué es lo que quieren en fin? A los iraquíes, según Rubin, les gustaría que los americanos se quedaran pero «se confundieran con el paisaje», que no fueran tan visibles en las ciudades ni en las carreteras, y que se limitaran a custodiar las fronteras para que nadie pudiera penetrar en el país.
Eso sí que parece una verdad al cien por cien. A corto plazo, los iraquíes leales a Washington difícilmente podrían retener por cuenta propia el territorio conquistado por las tropas norteamericanas, de manera que se plantean sólo dos opciones ante EE.UU. La primera es «confundirse con el paisaje» pero permanecer en Irak incluso después de que se hayan celebrado las elecciones parlamentarias previstas para diciembre próximo, impermeabilizar sus fronteras ante el terrorismo internacional y proceder a una formación minuciosa y paciente de las fuerzas de seguridad para el futuro Estado iraquí. Durante el tiempo que haga falta.
La segunda variante es anunciar a bombos y platillos la victoria propia y retirarse de Irak abandonándolo a su suerte. Considerando la actual debilidad de la democracia iraquí, así como de las fuerzas de seguridad propias, ello supondría fácticamente ceder las posiciones.
En muy poco tiempo, me temo, podrían ocuparlas ciertas personas que difícilmente serían de agrado para la Administración estadounidense.
Y en este último caso sería ya una derrota no sólo moral sino también militar, en el sentido más auténtico.
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