Desde los años 90 y el derrumbe de la URSS, la táctica de Estados Unidos ante Rusia apunta a impedirle que se convierta de nuevo en un «imperio», para retomar la expresión de Zbigniew Brzezinski. Para ello, Washington apoyó, y apoya aún, la incorporación de los ex miembros del bloque comunista a la OTAN y la Unión Europea. Esa estrategia se extiende desde ahora a las repúblicas ex soviéticas, como Ucrania o Georgia.
Bielorrusia aparece como una excepción en ese panorama ya que resistió, hasta ahora, a los intentos desestabilizadores y por su clara voluntad de acercarse aún más a Rusia. El presidente bielorruso Alexander Lukachenko declaró, durante la presentación de cartas credenciales del nuevo embajador ruso en Minsk, que esperaba que este sería el último en ocupar ese puesto ya que la reunificación está en marcha. En el sitio Strana.ru, el célebre politólogo bielorruso Alexander Feduta no comparte ese optimismo e indica cierto número de problemas que impiden que Bielorrusia se una a Rusia. Según él, la economía bielorrusa está demasiado centralizada en comparación con la de su gran vecina. Por otro lado, el gusto de Lukachenko por el poder le impide tomar las medidas necesarias para la unificación, si cree que estas pueden perjudicarlo. El politólogo se muestra también reservado en cuanto a una posible unión para el año 2008, pronosticada por Pavel Borodin, el secretario de Estado de la Unión Rusia-Belarús.
El «containment» ruso no depende únicamente de Europa. También se aplica esa estrategia en el Cáucaso, donde las repúblicas ex soviéticas sufren las «revoluciones coloreadas» y los rusos enfrentan la guerra en Chechenia. Ese conflicto es presentado en Occidente como una guerra de independencia, mientras que para los rusos se trata de una maniobra extranjera de desestabilización. Tal es el punto de vista que expresa, también en Strana.ru, Ilya Chabalkin, vocero del Comando de las fuerzas rusas en el Cáucaso norte y general del FSB, Chabalkin acusa a Arabia Saudita y el Reino Unido de financiar y ayudar a los mercenarios extranjeros que combaten a las fuerzas rusas. Basándose en el caso de un periodista británico muerto en Chechenia y cuyo cuerpo no ha sido reclamado, afirma que el MI-6 está presente en la región.

La prensa británica no se hace eco de esas graves acusaciones, sobre todo en momentos en que centra su atención sobre la campaña con vistas a las elecciones legislativas del 5 de mayo.
El diario de la izquierda británica, Guardian, prosigue sus ataques contra Tony Blair dando la palabra a sus adversarios sobre el tema de la guerra de Irak. George Galloway, a la cabeza de la Respect Coalition, señala que es imposible perdonar la responsabilidad de Blair en la masacre. Llama por tanto a los electores a impedir la próxima guerra, en la que los británicos se verían implicados si reeligen a los aliados de George W. Bush. Galloway estima que, aún en caso de victoria laborista, Blair perdería el puesto ante Gordon Brown. El primer ministro británico se defiende en The Independent. Reafirma que la guerra contra Irak se justifica porque permitió la caída de un tirano. Sin embargo, a sabiendas de que no podrá convencer a los electores sobre ese tema, pasa rápidamente a otro argumento: si no es reelecto, los conservadores tomarán el poder y estos no sólo hubiesen actuado como él en cuanto a Irak, como lo reconoció su dirigente Michael Howard, sino que además aplicarían una política económica que despierta el temor del electorado. Por esas razones, el New Labour debe ser considerado un mal menor. «¡Socorro, que vuelve la derecha!», esa es su justificación.
Por su parte, el diario francés Libération publica un texto de Salman Rushdie anterior a la publicación del programa de los laboristas en The Telegraph. Rushdie indica que la guerra contra Irak es un hecho grave, pero que no lo disuadirá de votar por los laboristas. Según él, es cierto que el primer ministro dio lugar a una masacre -no debería haber seguido a George W. Bush-, pero lo hizo de buena fe y no se le debe condenar por eso. Afirma sin embargo que si los laboristas mantienen su proyecto de condena a la incitación al odio confesional es que cedieron ante los islamistas y no podrán contar entonces con su voto. Los laboristas volvieron a incluir en su programa ese proyecto, que ha permitido al New Labour obtener el apoyo del Consejo de Musulmanes de Gran Bretaña a pesar de la guerra contra Irak. Antes de lograr ese refuerzo, los sondeos arrojaban que los laboristas estaban a punto de perder la mitad de los electores musulmanes, que hubiesen votado entonces por el partido liberal-demócrata.

Muy lejos de ese debate, en que los partidarios del primer ministro británico suavizan la situación en Irak, el arzobispo de Basora, Gabriel Kassab, declara en entrevista al diario austriaco Die Presse que la guerra no traído mejoría alguna a los iraquíes. A pesar del levantamiento del embargo de la ONU, la población no ha visto cambio en la vida cotidiana, aparte del aumento de la inseguridad.

Otro aliado de George W. Bush, Ariel Sharon, enfrenta también dificultades políticas en su país. Pero no es la izquierda la que amenaza esta vez al primer ministro israelí sino su extrema derecha. En efecto, para ciertos extremistas entre los extremistas, el plan de retirada de Gaza es una abominación ya que, aunque sirve a los intereses sionistas, dado que organiza unilateralmente un cambio de territorios para que Israel sea más seguro, implica el abandono de territorios conquistados.
Daniel Mandel, del Middle East Forum, publica en el Boston Globe un texto en el que se nota la mano de su maestro, Daniel Pipes, hasta en el estilo y la construcción. Afirma que la retirada de Gaza sería un apoyo tácito a los «terroristas» y llama a la administración Bush a impedirla. Natan Sharansky, ministro de Diáspora y de Jerusalén, cercano a la administración Bush, presentó su renuncia al primer ministro israelí, negándose a aceptar el plan. El Jerusalem Post publica su carta de renuncia. Fiel a la retórica «democrática» de la que dio lecciones a la administración Bush, estima que la Autoridad Palestina debería haberse democratizado antes que Israel se retirara de territorio alguno y afirma que no puede seguir aprobando la acción del gobierno.
En las páginas del Daily Star, el analista árabe británico Khalid Hroub denuncia la hipocresía de la retórica de la democratización. No hay democratización. Los países árabes se acercan a Israel para obtener la simpatía de Washington contra la voluntad de sus propios pueblos. Estados Unidos se dice favorable a las elecciones, pero acepta únicamente las que se terminan con la victoria de sus candidatos favoritos; proclaman que están por la libertad de prensa mientras censuran a Al Jazeera cuando sus reportajes no favorecen los intereses estadounidenses. La democratización no es más que una farsa y no alcanzará credibilidad alguna hasta que Washington deje de apoyar la ocupación israelí de los territorios palestinos, ya que la ocupación es la representación misma del desprecio a la voluntad popular. En el mismo diario, el ex subsecretario norteamericano de Defensa Edward S. Walker barre esos argumentos: Estados Unidos hace el Bien; su política es altruista, pero los árabes no la entienden porque se mantienen atrapados en estereotipos paranoicos. Convendría entonces ofrecer una imagen más favorable de Estados Unidos favoreciendo los intercambios entre las elites y los líderes de opinión árabes y estadounidenses. En suma, hay que invertir más en la formación de las elites atlantistas árabes del mañana.