Los resultados han arrojado que sólo un 41% de los norteamericanos considera que había valido la pena haber empezado la guerra en Irak: es el índice más bajo desde que fuera derrocado el régimen de Sadam Husein en abril de 2003.
No hace mucho ha prestado juramento el nuevo Gobierno de Irak a la cabeza del primer ministro Ibrahim al-Jaafari. A la vez, en EEUU han sido publicados los resultados de una encuesta de la opinión pública realizada por el Instituto Gallup por encargo del rotativo USA Today y la cadena CNN.
Los resultados han arrojado que sólo un 41% de los norteamericanos considera que había valido la pena haber empezado la guerra en Irak: es el índice más bajo desde que fuera derrocado el régimen de Sadam Husein en abril de 2003.
Los dirigentes estadounidenses también se muestran decepcionados por el estado de cosas en Irak. Lo que ahora ocurre en ese país no es lo que había estado buscando Washington cuando había decidido invertir miles de millones de dólares para «cambiar el régimen» iraquí.
En la época del jefe de la administración civil estadounidense Paul Bremer, cuando Irak fue gobernado por las fuerzas de ocupación, el público y la Administración USA aún sentían optimismo, pero ya después surgieron dificultades que hoy nadie sabe cómo resolver.
¿Y dónde están los cambios democráticos prometidos? Por ahora ni se vislumbran. Entonces, ¿para qué se habían gastado tantos medios y fuerzas? ¿Para encontrar armas de destrucción masiva en Irak? Pues ya se sabe exactamente que para 2003 no las había ningunas.
En cuanto al recién formado Gobierno iraquí, su mandato expirará el 31 de diciembre próximo. En ese plazo tan breve deberá elaborar la nueva constitución del país, convocar un referéndum antes de aprobarla y celebrar elecciones al parlamento, que ya formará los órganos fijos de poder.
Si recordamos que se han necesitado casi tres meses para poder concordar las candidaturas de los nuevos ministros, el Gobierno de al-Jaafari tiene muy poco tiempo para todo. Además, la situación se complica por el desastroso estado en que se encuentra la economía del país y los interminables actos terroristas que en las dos últimas semanas han sido sangrientos como nunca.
Fuentes en el Gobierno ruso han comentado a RIA Novosti que «si la labor del Ejecutivo iraquí sigue acompañada de fuertes divergencias entre representantes de distintos grupos étnicos y confesionales, y las fórmulas de compromiso elaboradas con tanto trabajo dejan sin contenido las iniciativas avanzadas, entonces surgirán problemas que harán imposible cumplir las tareas planteadas por el Gobierno». Incluso, resultará difícil plantear esas tareas.
Ya antes de que fuera formado el Gobierno iraquí, EEUU había perdido la paciencia. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, el vicepresidente Richard Cheney y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, habían estado repitiendo todo ese tiempo a los iraquíes que no se podía permitir que se formara un vacío político en Irak.
Además, el presidente George W. Bush había prevenido a las nuevas autoridades iraquíes contra la tentación de politizar el proceso de formación de las nuevas Fuerzas Armadas del país. Había afirmado que «uno de los peligros reales» que corría Irak podrían ser los intentos que emprendería el Gobierno civil para destruir la estructura militar que estaba formándose en Irak con ayuda de EEUU.
Se trata del proyecto que está debatiendo el parlamento de Irak y que prevé disolver los destacamentos militares formados por los oficiales que habían prestado servicio en el Ejército de Sadam Husein y eran militantes del partido gobernante BAAS. En su tiempo, bajo la égida de EEUU, se le había dado inicio a la «desbaasización» total de las Fuerzas Armadas iraquíes y demás estructuras estatales.
Como resultado, Irak se quedó sin especialistas competentes, y aparte del creciente paro y el descontento de la población había surgido otro problema: no había personal para combatir a nivel profesional la creciente oleada terrorista. Los norteamericanos reconocieron el error cometido y los miembros de BAAS que no habían estado implicados en los delitos del régimen anterior empezaron a volver al Ejército y a ocupar cargos civiles. Pero ahora, ya por iniciativa de varios políticos iraquíes, la «desbaasización» otra vez figura en el orden del día.
No es casual que desde que fuera derrocado el régimen de Sadam Husein, los diplomáticos europeos y rusos habían estado convenciendo a Washington de que el arreglo iraquí podría ser factible únicamente si se logra el entendimiento mutuo entre distintos grupos étnicos y confesionales iraquíes.
Pero en Washington nadie ha querido entrar en esas minucias. Los políticos estadounidenses habían preferido no acentuar las contradicciones internas iraquíes y seguían asegurando animosamente que el proceso político avanzaba tal como había sido previsto. Pero ahora es cada vez más difícil seguir haciéndolo.
Se puede considerar que precisamente en Irak han empezado a ser plasmados en realidad los planes norteamericanos de reorganizar el «Gran Oriente Próximo».
Es interesante saber si esos planes seguirán ejecutándose con el mismo nivel de eficiencia.
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