Después del «no» francés, los euroescépticos británicos estaban radiantes. Los franceses nunca habían sido tan populares en el seno del partido conservador. No obstante, la historia juzgará ese voto de manera muy distinta.
Al cabo de cinco décadas tratando de librar a Europa de sus viejos demonios populistas, proteccionistas y nacionalistas, éstos retornan por la fuerza con el riesgo de provocar graves consecuencias para los intereses nacionales británicos. Un instante de reflexión permitirá comprender que es imposible conciliar al mismo tiempo el racismo de un Jean-Marie Le Pen y el odio al comercio de los trotskistas y de los sindicatos de la función pública. No obstante, los franceses de derecha y de izquierda que se manifestaron contra ese texto tienen razón en un aspecto: el Tratado Constitucional es excesivamente británico. Por primera vez en 50 años, Gran Bretaña ha dirigido la redacción de un tratado europeo. Valéry Giscard d’Estaing fue la figura pública de los redactores, pero el verdadero artífice de ello fue John Kerr.
Ese tratado nunca debió haber sido calificado de constitución. Es un texto que no dictará las políticas nacionales de los Estados, pero nadie en París tiene el valor de admitir que los problemas franceses son resultado de la política seguida a nivel nacional y no causados por Bruselas. La negativa francesa permitirá que se desaten las fuerzas proteccionistas y nacionalistas en Francia, lo cual afectará a Europa.
El «no» francés es grave, pero no debe impedir que el gobierno se plantee el problema de las relaciones británicas con Europa.
«Now see what a mess will follow», por Denis MacShane, Times, 31 de mayo de 2005.
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