No, no es lo que el entusiasta lector supone. Hablamos de la primera vez en que los poderosos sindicatos norteamericanos hacen un pronunciamiento público contra las guerras que a su gobierno le encanta emprender contra el resto del mundo. Y a que ese hecho fracturó a los sindicatos estadounidenses y va a repercutir hondamente en la suerte de los latinoamericanos.
Nos referimos al último congreso cuatrienal de AFL-CIO, realizado en Chicago a fines de julio pasado. AFL corresponde a Federación Norteamericana del Trabajo y CIO a Congreso de Organizaciones Industriales. Su origen se remonta a los últimos quince años del siglo XIX y las dos se fusionaron en los años 70 del XX, luego de romper la unidad del movimiento sindical mundial en 1948-1949 y crear junto con los británicos la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (Ciosl), fruto genuino de la Guerra Fría. Son más viejas y más expertas que cualquiera y se han hecho famosas por su corrupción. En los años 50 y 60 buena parte de sus grandes sindicatos estuvieron bajo dominio directo de la mafia y hacia 1996, ya en plena crisis sindical mundial, sus dirigentes llegaron a aceptar que la organización agrupaba apenas al 13% de los trabajadores norteamericanos. El congreso de julio pasado, luego del retiro del sector disidente, se reeligió fácilmente, por cuarta vez (y para otros cuatro años), a su líder John Sweeney, en un acto que deben envidiar todos aquellos que aman las mieles del poder y nunca se sacian. Sus enemigos locales, que comandan algunos de los más importantes sindicatos del mundo y representan a más de tres millones de afiliados, amenazan con fundar una nueva confederación, que contaría con la presencia de dos de los principales sindicatos nacionales y podría provocar el retiro de otros cinco. Además, crearán su propio equipo internacional y abrirán seccionales en el exterior.
La ruptura es bien sugestiva porque las dos vertientes compiten por los mismos objetivos: oposición a la guerra de Irak y las demás guerras de conquista, necesidad de globalizar las organizaciones laborales del mundo y proseguir la política de solidaridad con la población laboriosa inmigrante, particularmente la de origen mexicano y caribeño, que es la más abundante en USA. Ambos bandos coinciden en que la inmigración, el libre comercio y la globalización empresarial son los temas del ámbito internacional que determinarán el futuro del movimiento obrero. Los dos proclaman su simpatía por los sindicatos del tercer mundo, aunque todo indica que son los disidentes quienes han venido manteniendo los mejores lazos con el mismo. Nótese que el congreso contó con la presencia de unos 200 delegados de 60 países.
Hacia 1978 la Ciosl había hecho un giro hacia una política menos retardataria, se había desembarazado de la preeminencia de AFL-CIO en su dirección y se había proclamado de tendencia socialdemocrática. En 2000 la misma AFL-CIO declaró su apoyo a una amplia reforma migratoria y a la legalización de los trabajadores indocumentados que ingresan a USA, y ahora su último congreso acaba de adoptar una resolución que reitera y amplía esa posición. En los últimos años los sindicatos disidentes han encabezado los esfuerzos para promover los cambios en la política migratoria de la central y se destacan por sindicalizar inmigrantes y establecer relaciones con sus comunidades. A la vez, muchos de los que se mantienen en AFL-CIO continúan comprometidos con esa tarea.
De acuerdo con fuentes mexicanas independientes, la AFL-CIO ha promovido también una serie de iniciativas para "democratizar la economía global, comprometiéndose a intensificar campañas internacionales sindicales sobre políticas de libre comercio y empresas transnacionales (en particular Wal Mart) y crear las bases para el sindicalismo global” (La Jornada, 28 de julio de 2005). “En este contexto —continúa exponiendo La Jornada—, Francisco Hernández Juárez, del sindicato telefonista de México, y Larry Cohen, vicepresidente del sindicato nacional de comunicación CWA, ofrecieron una presentación conjunta ante la convención para describir su colaboración binacional a lo largo de los últimos 13 años como ejemplo de este tipo de solidaridad concreta (...) En inglés y español detallaron sus esfuerzos conjuntos para la capacitación de sus agremiados, el intercambio de información sobre el impacto de nueva tecnología y el apoyo mutuo para enfrentar a empresas de telecomunicación de ambos lados de la frontera. (...) Cohen señaló que esta cooperación ofrece elementos para la construcción de un sindicalismo global".
Según los gestores sindicales norteamericanos, se trata de “intensificar la colaboración internacional con sindicatos de otros países para crear una respuesta sindical transnacional a la globalización empresarial (...) ‘Lo de los sindicatos globales es el asunto más importante en un mundo donde las empresas, y no las naciones, establecen las reglas’, dijo Andrew Stern, presidente del sindicato más grande de Estados Unidos, el SEIU, y líder de los disidentes, en entrevista con La Jornada (...) Las campañas sindicales globales redefinirán lo que significa la solidaridad, más allá de palabras sobre el papel", afirmó. Para Stern, ‘ya somos sindicatos internacionales, ya que tantos de nuestros agremiados son de todo el mundo, y entienden la globalización más claramente que muchos de los líderes’". Para todo el mundo parece claro, pues, que “el sindicalismo global se convertirá en el asunto más importante para el movimiento obrero en los próximos años".
La condena de la aventura de Irak y de toda agresión a los pueblos se hace después de dos años de trabajo de un grupo de sindicalistas opuestos a la guerra. Al iniciarse el congreso de la confederación acababan de concluir una gira nacional con el liderazgo de las principales federaciones obreras, a quienes expresaron que su demanda principal es el fin de la ocupación norteamericana de Irak. Sus delegados no tuvieron voz en el congreso y apenas emitieron sus conceptos en reuniones separadas, pero lograron vencer la renuencia del liderazgo de la AFL-CIO e hicieron aprobar una resolución que pide el fin de la ocupación y un "rápido" retorno de las tropas al país.
Gene Bruskin, uno de los impulsores de la iniciativa, comentó que “en los 50 años de la AFL-CIO nunca se había tomado una posición contra un aspecto tan fundamental de la política exterior estadounidense". Varios delegados condenaron la política bélica del gobierno de Bush y “la vincularon con el clima de temor con el cual también se promueven ofensivas contra los intereses sindicales. Otros señalaron que la mayoría de los soldados son trabajadores y gente pobre, muchos de ellos miembros de sindicatos o hijos de sindicalistas; uno incluso contó que su hijo ha sido enviado cuatro veces a Irak, y que lo están llamando para enviarlo de nuevo”.
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