El 14 de septiembre, Mijaíl Kodorkovski apela su condena de nueve años de prisión. Sin sorpresa, una prensa rusa en manos del poder expresó su satisfacción por esa condena para satisfacer a una opinión irritada. Es de lamentar que tanto en Francia como en Europa reine sobre el asunto un pesado silencio. Es cierto que hubiera sido más fácil defender a una personalidad menos rica y más pura que Mijaíl Khodorkovski, pero si se quiere salvaguardar la democracia en Rusia, este hombre debe ser defendido. No se puede hacer la distinción entre «buenos» y «malos», y desarrollar una indignación selectiva.
Es cierto que adquirió su empresa a raíz de una escandalosa liquidación de los bienes del Estado ruso, que financió la primera Guerra de Chechenia y que evadió fraudulentamente a sus acreedores para escapar a la crisis de 1998. Sin embargo, hay que defenderlo, ya que fue condenado tras un juicio injusto, sin fundamentos legales y motivado por móviles políticos. Todos los observadores internacionales señalaron los abusos en este caso: testigos de la defensa retirados, otros encarcelados, gabinetes de defensores allanados. La pertenencia a una organización criminal nunca se probó, ni tampoco los montajes fiscales fraudulentos, cometidos en mayor medida por empresas cercanas al poder sin que ello les preocupara mucho. También hay que defenderlo porque somos testigos del formidable saqueo de Estado que ha permitido al poder reapropiarse de lo esencial de la producción petrolera nacional. Por último, hay que defender a Khodorkovski pues es un preso político cuyo verdadero «delito» es el haber financiado los grupos políticos rivales de Vladimir Putin.
Si bien Mijaíl Khodorkovski tiene un lado sombrío, no olvidemos su cara gloriosa. Habría podido ser un multimillonario en el exilio, pero escogió ser un preso político, que, desde su prisión, escribe sobre los problemas del liberalismo en Rusia. Hoy existe una nueva realidad en Rusia. Allá, apoyar a Khodorkovski es oponerse a Putin. Siempre se puede pensar que no es Mandela, que su celda no semeja en nada a un gulag y que Putin, en la escala de críticas aceptadas, está detrás de George W. Bush, pero ello no esconde el hecho de que su arresto es una injusticia. La Rusia de Putin es un Estado que amaña los sufragios electorales en Ucrania y libra una guerra injusta en Chechenia. La misma justicia que condena a Khodorkovski libera al capitán Eduard Ulman, quien, con sus hombres, abatió a seis civiles chechenos.
De la suerte de Khodorkovsk depende en gran medida que cese la deriva autoritaria que tiene lugar en Rusia. Sobre este punto, sería paradójico permanecer dubitativos en París, cuando, desde Gary Kasparov a Helena Bonner, nadie tiene dudas en Moscú.
«En défense de Mikhail Khodorkovski» por Patrick Klugman, Le Monde,
13 de septiembre de 2005.
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