Este artículo reflexiona sobre la polémica que han despertado en el país cintas como "La Sierra" y "Sumas y restas", que reflejan los aspectos menos románticos de nuestra historia reciente.
En 1931, el director británico James Whale conmociona a la inocente audiencia europea al mostrar en 71 minutos la historia de un obsesionado científico, el doctor Henry Frankenstein, quien logra dar vida a un monstruo que ha sido construido por medio de diversas partes de cadáveres exhumados. “Mira, se está moviendo, ¡está vivo! ¡está vivo!”, grita histéricamente nuestro joven doctor al ver cómo esa masa amorfa, protagonizada por el inmortal Boris Karloff, empieza a dar síntomas de una que otra habilidad humana. “Usted ha creado un monstruo y ahora él lo destruirá a usted” sentencia el doctor Waldman a nuestro querido Henry al ver como este pequeño “monstruo” empieza a salirse de su control.
La semana pasada en Colombia se transmitió por el canal de televisión privada “Caracol Televisión” el documental “La Sierra”, dirigido por Scott Dalton y Margarita Martínez. El documental muestra la historia de tres jóvenes que habitan el barrio marginal La Sierra, en Medellín, centro de luchas por el control territorial de los paramilitares y donde se hacen visibles el desarraigo, la inequidad y la pobreza colombiana. “Queríamos contar la historia de la juventud metida en la guerra... es una manera de explicar el conflicto que vive nuestro país”[1], asevera la novel directora colombiana. Franky comienza a balbucear.
Paralelamente, en las salas de cine del país se estrenaba la última película del reconocido cinematógrafo colombiano Víctor Gaviria, titulada “Sumas y Restas”. Esta cinta nos recuerda el nacimiento de los grandes capos del narcotráfico colombiano y su habilidad para permear todas las capas sociales de Colombia gracias al poder que les daba el dinero. “Yo quería hacer un retrato de ese ambiente, de las sumas y de las restas del fenómeno del narcotráfico. Que tiene como esa forma de aparecer, de seducir, de prometer, de dar y después de quitar todo... Es una película de realidad”[2], expresa el experimentado director colombiano. Franky comienza a moverse.
Estas películas se suman a los recientes estrenos de otros filmes como “La primera noche” (2003) de Luis Alberto Restrepo, “María llena eres de gracia” (2004) de Joshua Marton, “Los archivos secretos de Pablo Escobar” (2004) de Marc De Beaufort, “El Rey” (2004) de Antonio Dorado y “Rosario Tijeras (2005) de Emilio Maillé. ¡Está vivo!, ¡está vivo!, parece decirnos al oído nuestro amado científico loco.
En las entrañas de Frankenstein
Colombia en las últimas décadas ha experimentado niveles muy altos de desplazamiento forzado debido, entre otros factores, al recrudecimiento del conflicto armado, mixturas del narcotráfico con los intereses de los señores de la guerra y una inestabilidad política debida a la incapacidad de la clase dirigente y los grupos sociales por encontrar soluciones estructurales a nuestros problemas centrales de pobreza, desempleo, desarraigo y exclusión. Si el cine como manifestación estética y social logra reflejar el sentir social de una época, ¿por qué nos extrañamos tanto de que los relatos cinematográficos que se proyectan en la pantalla sean el resultado mismo de las problemáticas antes planteadas? ¿Por qué tanta provincial preocupación de no estar mostrando la “buena imagen” de lo que somos? ¿Por qué ese desconocimiento tan grande de nuestra realidad?
Una de las funciones sociales del cine es la de reflejar las dinámicas y relatar las historias que nos atraviesan como sociedad. Si esta es la sociedad que nos hemos encargado de construir los colombianos, ¿por qué al ver moverse a Franky nos asustamos tanto y alzamos nuestras voces de protesta contra este tipo de cintas? ¿No es acaso ese el monstruo al que nos hemos encargado de dar vida entre todos? ¿No somos responsables de que ahora los diversos doctores Waldman nos recuerden que ese “pequeño infante“, que da sus grandes pasos, está ya fuera de control, y no nos guste su actual estado?
Historias de sicarios, narcotraficantes, pobres, desplazados, niños jugando a la guerra (y en serio), mulas, capos del hampa, y demás combinaciones posibles de todo lo anterior reunido; que en el trasfondo develan la realidad histórica que nos toca vivir y afrontar en el país. Lo que realmente nos debe llamar la atención es la gran incapacidad de la sociedad colombiana de “ver” y de “verse”, de ser críticos con nuestras verdades y de reconocer que, así no lo queramos, estas cintas nos ayudan a pensar en un mejor mañana.
Sí. Pensar en un mejor mañana y construir un mejor mañana al confrontarnos con nuestras propias miserias y realidades. En la década de los cuarenta en Europa nace el movimiento del Neorrealismo Italiano para mostrarnos críticamente las consecuencias nefastas de la segunda guerra mundial y cómo estas dinámicas provocaron profundos quiebres en la estructura social, económica y política de los países que en su momento adoptaron el fascismo como opción política y social. ¿Películas como “el ladrón de bicicletas” o “Alemania año cero” eran censuradas por mostrar la crueldad de la guerra? Todo lo contrario, eran películas que ayudaban a entender mejor las cosas y a registrar dolorosas experiencias para nunca más repetirlas.
Muchos críticos argumentan que la explotación indiscriminada de estos relatos lleva a la adopción de la “pornomiseria” como única opción para poder hacer cine en el país. Sin embargo considero que la cinematografía colombiana tiene una responsabilidad histórica muy grande al verse abocada a construir los sentidos y las significaciones que dan cuenta de nuestras realidades coyunturales. El problema sucede cuando esta cinematografía es incapaz de ver holísticamente las cosas y se queda en la anécdota o en la singularidad sin condensar el contexto.
Un ejercicio de reflexión en torno a nuestro mencionado documental “La Sierra” para ejemplificar lo anterior y que logra dar cuenta de las múltiples aristas que pueden llegar a contener las imágenes en movimiento. La directora del documental expresa lo siguiente:
“Era enero de 2003. Con Scott Dalton, ex fotógrafo de la AP, nos metimos en un mundo que ni siquiera en mis sueños imaginé. Jóvenes que son autoridad y mujeres de 14 años que escogen la maternidad como único modelo femenino heroico. Desde el inicio seguimos a ’La Muñeca’ o Edison, jefe del bloque en este barrio. Él nos escogió a nosotros y nosotros a él. Desde entonces, se convirtió en el protagonista y, después de 100 horas de grabación, también en un amigo. Edison Flórez tenía 22 años. Amaba la cámara y era encantador. Yo era ’Márgara’. Scott era ’Escot’. Quería que conociéramos su vida, que la hiciéramos inmortal. Tenía una visión fatalista: sentía a cada momento que vivía su último día. De su mano empezamos a documentar sus guerras con las bandas de los barrios vecinos y a sus mujeres y a sus hijos, que eran seis bebés. Para ser justos, hay que decir que las muchachas lo acosaban, se le entregaban. Él era el comandante del barrio y tenía el afrodisíaco que dan el poder, las armas y la moto. Él era el juez, el vigilante de las obras civiles y el que recibía los ’aportes’ de los buses y las pequeñas tiendas. También, en la visión del barrio, era quien comandaba la defensa del territorio. Es decir, luchaba contra las bandas de otros barrios que querían hacerse con el control de La Sierra y que, como ellos, también estaban afiliadas a un grupo ilegal nacional, como el ELN, en el caso del barrio vecino”[3].
¿Hasta que punto mostrar estas significaciones de vida no son una forma valida para descubrir ese “otro” invisibilizado, desconocido, que construye diariamente la dinámica de la paz y la guerra en el país? ¿Por qué ver la cotidianidad de los guerreros nos parece algo tan distante o, por momentos, inexistente? ¿Cómo estos relatos de país ayudan a conformar miradas mucho más complejas y certeras de lo que somos?
Definitivamente acercarnos a los desarrollos del conflicto armado por medio de las reflexiones que nos propone una cámara es un esfuerzo válido por narrarnos y relatarnos, ejercicio que ayuda a descubrir y entender la naturaleza misma de los hechos sociales. Esperemos que en un futuro, cuando tengamos que narrar hechos más fuertes que han sucedido en la sociedad colombiana, no tengamos ese síndrome de querer mostrar nuestro Frankenstein como una dulce princesa encantada, pues estará en juego, nada más y nada menos, que la construcción histórica de nuestro propio tiempo.
[1] Versión electrónica del periódico El Tiempo de Octubre 4 de 2005. Favor consultar: www.eltiempo.com
[2] Entrevista realizada por Cristina Silva Gómez a Víctor Gaviria para el portal www.colombia.com, consultado el 11 de octubre de 2005.
[3] Artículo “Detrás de las cámaras”. En www.semana.com. Para ver el articulo completo favor consultar el link: http://semana2.terra.com.co/opencms/opencms/Semana/articulo.html?id=90121. Pagina consultada el 12 de octubre de 2005.
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