La casi totalidad de los dirigentes occidentales, editorialistas, analistas y expertos políticos se han lanzado a la búsqueda desesperada de «musulmanes moderados» que pudiesen salvar el Islam de sí mismo y mejorar las relaciones con Occidente. El problema es que ese musulmán moderado no existe, al menos según la definición que esos analistas hacen de él. Basta con observar a los que Occidente considera como moderados: George W. Bush cita a menudo a Abdallah, rey de Jordania, a Ben Ali, dictador de Túnez y a Mohammed, rey de Marruecos, como ejemplos de dirigentes musulmanes modernos y moderados. Pero un simple vistazo a los informes de Amnesty International sobre esos países y sobre los demás países apoyados por Occidente revelan que esa moderación no tiene que ver con el modo en que tratan a sus ciudadanos. De hecho, el nivel de represión y de censura en esos países ha aumentado significativamente desde el 11 de septiembre de 2001 y del renovado apoyo que Occidente les brinda como «países amigos».
Los verdaderos musulmanes moderados se oponen firmemente a la política exterior estadounidense y rechazan en gran medida la sociedad materialista occidental y la corrupción que esta engendra. Al hacerlo, son calificados de «radicales» tanto por sus gobiernos como por los nuestros. Los dirigentes que consideramos como moderados son, por lo general, considerados por sus ciudadanos –y con razón– como servidores corruptos y dictatoriales de la política exterior de Washington, política que, de por sí, difícilmente puede calificarse como moderada. Por otra parte, numerosos musulmanes respetan a los que nosotros denominamos «radicales», ya que estos tienen el coraje de oponerse a nosotros a pesar de que la gran mayoría de los musulmanes no apruebe los métodos utilizados por dicha resistencia.
La realidad es que la mayoría de los grupos, incluso los más extremistas como Al-Qaeda, no son tan radicales. Se asemejan más bien a los numerosos movimientos utópicos surgidos a lo largo de la historia de la Humanidad, desde los Jacobinos franceses pasando por los fascistas y maoístas del siglo pasado. Los recursos que emplean son nuevos –desde Internet hasta el cinturón de explosivos– pero sus deseos de purificar de manera violenta a la sociedad resulta demasiado familiar.
¿A quién se parecería un verdadero musulmán radical? Tal vez al joven jeque chiíta Anwar al-Ethari que conocí en Bagdad. Graduado de universidades religiosas y laicas, se proclama dispuesto a utilizar «todo lo que resulte útil, sin importar su origen» para mejorar la vida de los habitantes de Sadr City. O quizás al músico marroquí Reda Zine, figura del escenario heavy metal de Casablanca, que es también doctor en estudios islamistas de la Sorbonne. Pero el gobierno lo considera satánico y lo metió en la cárcel por haberse atrevido a cantar melodías con letras que cuestionan el orden político y patriarcal establecido. O a Nadia Yassine, la responsable del movimiento marroquí Justicia y Desarrollo que explica que el Islam fue «secuestrado por los hombres» tras la muerte del Profeta y que aún padece de ese pecado original. Por haberse atrevido a decir eso y a concebir una república en Marruecos, fue también encarcelada. Fue de sus labios que escuché por primera vez la frase de que el Islam no necesita moderados sino, por el contrario, radicales, gente radical en el sentido propio de la palabra, que enfrenten el problema en sus propias raíces. Ellos cuentan con la aprobación del filósofo musulmán suizo Tariq Ramadan. Siendo una de las voces importantes de los progresistas europeos, su visa de profesor de la Notre Dame University fue rechazada por el gobierno estadounidense, que lo acusa, sin base alguna, «de estar vinculado a los terroristas».
«Islam needs radicals», por Marc Levine, Tikkun Magazine, 9 de noviembre de 2005.
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