Después del rechazo al Tratado Constitucional Europeo (TCE), muchos pidieron que dicho texto fuera aprobado de manera indirecta o volver a la carga más tarde. En la actualidad, los portavoces de esta estrategia escasean o se muestran más discretos. Sin embargo, esto no quiere decir que los objetivos y retos que determinaron la redacción del TCE hayan sido abandonados. El presidente de la Comisión Europea, el ultra atlantista José Manuel Barroso, reafirma estos objetivos con el lenguaje «políticamente correcto» de la Unión Europea: adopción del modelo socioeconómico anglosajón y sumisión a las directivas estadounidenses en materia de política exterior.
Como ya habíamos señalado en Tribunas y Análisis luego de los referendos francés y holandés sobre el Tratado Constitucional Europeo, el rechazo de dicho texto por parte de Francia y Holanda no condujo a una mayor apertura de la prensa dominantee a los adversarios del texto. El Consejo Europeo decidió hacer una pausa con respecto a su ratificación y todo parece indicar que Washington ya no cuenta con este tratado en su estrategia europea. No obstante, algunos de sus partidarios en Europa no se dan por vencidos.
De esta forma, en un discurso pronunciado en la Chatham House de Londres ante el Royal Institute of International Affairs, el presidente del Parlamento Europeo, el socialista español Josep Borell, afirmó que el TCE no estaba muerto. The Independent reproduce los principales fragmentos de su intervención. El autor retoma los argumentos de gran éxito durante la campaña francesa: el rechazo al texto no constituye un rechazo a un sistema sino el fruto de la acumulación de malentendidos y reivindicaciones de diversa índole, por lo tanto, es preciso seguir adelante con la propaganda, esperar, tranquilizar y presentar de nuevo el texto.
Si bien fueron muchos los que luego de los referendos francés y holandés adoptaron este punto de vista, ahora los portavoces de esta estrategia escasean o se muestran más discretos. Sin embargo, esto no quiere decir que los objetivos y retos que determinaron la redacción del TCE hayan sido abandonados. En el International Herald Tribune, el presidente de la Comisión Europea, el ultra atlantista José Manuel Barroso, reafirma estos objetivos con el lenguaje «políticamente correcto» de la Unión Europea. El ex primer ministro portugués afirma de esta forma que la Unión Europea debe «adaptarse» al mundo globalizado y contribuir a la estabilidad de los países extranjeros cercanos por medio de su «democratización». Detrás de estas palabras tantas veces repetidas por el presidente de la Comisión Europea se oculta la continuación de las políticas aplicadas por esta Comisión desde que fuera creada: adaptación de la Unión Europea al modelo socioeconómico anglosajón, liberalización de las economías y apoyo a las revoluciones de colores del Este frente a Rusia así como a la desestabilización de los regímenes que no se pliegan a Occidente en el Medio Oriente. En el plano institucional, el autor también se lamenta de que la aprobación de la Constitución europea haya sido aplazada pero no la presenta como algo muerto.
En ese mismo diario, el primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen, describe sus objetivos para la Unión Europea en términos en extremo semejantes a los de José Manuel Barroso. En ningún momento habla de reformas del sistema de funcionamiento político sino que se muestra obsesivo con un solo tema: la apertura de los mercados europeos, la liberalización del mercado de los servicios (incluida la educación) y el fin de todas las medidas proteccionistas estatales.
Por otro lado, para el primer ministro español José Luis Zapatero Europa es un actor capaz de solucionar los problemas vinculados a los flujos migratorios a los que se enfrenta España. En The Guardian pide que la Unión Europea participe activamente en la ayuda para el desarrollo y en el control de los flujos migratorios con los países africanos. No obstante, no pudiendo (o no queriendo) evadir las problemáticas tradicionales de la Unión Europea, afirma que Europa debe asimismo fortalecer su economía por medio de la «estrategia de Lisboa» y fortalecer su seguridad a través de la cooperación policial. Evita en cambio escrupulosamente hablar de las instituciones europeas o de la orientación de las políticas europeas.
El enfoque de los dirigentes políticos franceses y holandeses con relación al tema es diferente. Como tuvieron que hacer frente de manera directa a las manifestaciones de descontento y rechazo al tipo de Unión Europea que el TCE trataba de instaurar, los dirigentes políticos de ambos países difieren de los demás dirigentes europeos.
Este es el caso en especial de Jacques Chirac en una tribuna ampliamente divulgada por los servicios de prensa del Elíseo y reproducida simultáneamente en los 25 países miembros de la Unión Europea, sobre todo por los diarios Frankfurter Allgemeine Zeitung (Alemania), Le Soir (Bélgica), El País (España), Le Monde (Francia), Corriere della Sera (Italia), Rzeczpospolita (Polonia) y Financial Times (Gran Bretaña). Jacques Chirac se pronuncia a favor de la acción social y medioambiental y de la reactivación de la Europa política. Consciente de que el referéndum francés fracasó por el tema social, presenta a la Unión Europea como una fuerza que puede oponerse resueltamente a las multinacionales que implantan sus fábricas en países con mano de obra barata y en condiciones de regular el comercio internacional, discurso opuesto a los de Barroso o Rasmussen. Chirac reitera su apoyo al principio de los grupos pioneros, capaces en su opinión de dinamizar la construcción europea. En realidad, al pronunciarse a favor de estas problemáticas cuando los restantes dirigentes europeos hablan esencialmente de apertura de los mercados y de adaptación de las economías ante la globalización, es decir de la adopción del modelo anglosajón, el presidente francés está solo en Europa, algo que no ignora. Los «grupos pioneros» constituyen un medio para trabajar únicamente con aquellos Estados que comparten su punto de vista.
Por su parte Bernard Bot, ministro holandés de Relaciones Exteriores, insiste en Le Figaro en que la Constitución, rechazada por los ciudadanos franceses y holandeses, no vuelva a ser introducida de manera indirecta durante la fase de discusión del Consejo Europeo. Bot llega incluso más lejos e insiste en que se respete el principio de subsidiaridad y considera que algunos temas abordados en estos momentos a nivel europeo vuelvan a ser nacionalizados. Sin embargo, no precisa cuáles podrían ser estos temas.
Independientemente de los puntos de vista expresados, podemos comprobar que los partidarios del «no» no participan en este debate y siguen estando ausentes en la prensa dominante. El debate estuvo y sigue estando confiscado.
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