Apenas elegida, nos podemos preguntar si Michelle Bachelet no es una bocanada de aire fresco providencial en una cultura chilena opresiva. Esta baby-boomer [generación perteneciente al auge de nacimientos de la posguerra], dirigente del Partido Socialista chileno y pediatra no es sólo la primera mujer jefe de Estado en Chile, también es una feminista, agnóstica y una madre soltera de tres hijos de dos padres diferentes. Nada mal para Chile, país de América Latina en el cual el segmento de mujeres en la población activa es el más bajo, donde el divorcio no se había autorizado todavía el año pasado y en el cual la televisión de mayor teleaudiencia pertenece a una universidad católica ultraconservadora.
Si el país también está aferrado a sus convencionalismos, se debe, en gran parte, a los 17 años de promoción de los «valores familiares», no a la dictadura de Pinochet. La victoria de Bachelet puede permitir abrir la sociedad chilena, pero para ello será necesario algo más que medidas simbólicas. Sus predecesores socialistas, como Ricardo Lagos, se opusieron débilmente a la estructura calcificada de la sociedad chilena. De igual manera, nunca se opusieron al «libre mercado», es decir, al capitalismo salvaje, impuesto por las bayonetas. Chile tiene una fuerte tasa de crecimiento pero el costo social es elevado: salario bajo, no existen derechos de los trabajadores ni sociales, desigualdades éstas entre las más importantes en el mundo.
Bachelet sólo establecerá una verdadera diferencia si ataca ese aspecto, reforma el sistema de jubilación y el seguro médico, disminuyendo los créditos militares. Por último, también debe enfrentar el pasado y juzgar a Pinochet.
«A to-do list for Chile», por Marc Cooper, Los Angeles Times, 18 de enero de 2006.
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