Se olvida, y los primeros en hacerlo son los 120 parlamentarios actuales y cuya actuación fenece en pocas semanas más, que su acceso a la cosa pública nace del fraude perpetrado el 9 de abril del 2000. En aquella oportunidad el nipón cobarde Kenya Fujimori quiso hacerse mañosamente del triunfo contra el entonces candidato Toledo y sólo consiguió, en los meses siguientes, el derrumbe de su dictadura. Sin embargo, en lugar de haber protestado, impugnado o declinado un cargo tramposo, los legisladores se atrincheraron en las curules detrás de sueldos jugosos, batallones de secretarias y brigadas de asesores, todos muy bien pagados. Es pues la imagen de una pobreza moral sin atenuantes y que vio, por primera vez en la historia en un comicio simultáneo, un fraude tuerto: ¡sólo para la liza presidencial!
No sólo eso, el Congreso fue rebasado por las protestas ciudadanas que salieron a las calles y plazas a repudiar al dictador inmoral y a toda su taifa de compinches. Mientras que el grito cívico inundaba alamedas y caminos a lo largo y ancho del país, los congresistas, en onanismo suicida, discutían bobadas, mostraban una estupidez sublime por absurda y dieron la espalda a la lucha. Como en las peores noches de la historia, los llamados padres de la patria, cumplieron un papel vergonzoso, sumamente discreto y vituperable. En el colmo de los colmos, las componendas irresponsables dieron por resultado una mesa directiva constituida por las fujimoristas Martha Chávez, Martha Hildebrandt, Luz Salgado y María Jesús Espinoza. Caída en desgracia la Hildebrandt, el
nuevo liderazgo de Carlos Ferrero incluía al trapacero Absalón Vásquez que hubo de renunciar ante el repudio generalizado. Pero, nada salva al Congreso que ya se va de ser uno de los más mediocres, inmorales y súbditos que registre la historia peruana. No llegan a 10 los legisladores que se salvan de estas calificaciones.
De manera que cuando grupos de congresistas que se van y reclaman ciertas ventajas, producen eructos del peor mal gusto y oportunidad. Si quieren tener celulares ¿quién puede oponerse?, pero, como el resto de ciudadanos, que los paguen ellos mismos. Si aspiran a poseer pasaportes diplomáticos, hay que aclararles que éstos se otorgan a quienes por razón del servicio al país en vías diplomáticas, pueden usarlo y que éste no se regala como presea de fiestas infantiles; quieren ser llamados "congresistas honorarios" y francamente la grosería no puede ser más ramplona, ¿por qué no: ridículos eternos?; quieren seguridad y ¿quién o quiénes van a perseguirlos cuando su concurso patriótico o legiferante brilló por inexistente?, ¡estas sí que son pamplinas!; y
además "demandan" un suplemento de seguros y sinecuras, ¡simplemente inadmisibles!
He aquí la diferencia entre un ganapán y una persona con vocación de servicio al país. El presidente John Kennedy dijo hace cuatro décadas en un célebre discurso: ¡No es qué puede hacer el país por ti, sino que puedes hacer tu por el país! Y hay que repetir la sentencia pues su verdad es irrecusable. Si se tratara de tasar la real valía de los actuales parlamentarios y ponerles un precio, me atrevo a reiterar una sugerencia antigua: ¡no debieran ganar más de S/. 1000! Han hecho gala de grosería, falta de información, carencia de continente, maneras y dignidad y son absolutamente prescindibles. Son el ejemplo del no ejemplo y es probable que se les olvide porque pasaron sin pena ni
gloria por la curul parlamentaria. Pero ¡eso sí! cobrando casi US$ 10,000 dólares al mes por no hacer nada en un país en que la gente padece de hambre crónico y desesperanza consuetudinaria. ¡Qué injusticia y desigualdad!
Un parlamentario deber ser un ciudadano(a) listo a hacer leyes bien estudiadas, con fundamento sólido en la realidad y no un proveedor de puestos para secretarias, queridas o queridos. Lo primero que hace el 90% de los que llegan es: asegurar la pega a sus protegidos y entonces, las tarjetas de crédito, las cuentas bancarias, las casas en barrios
residenciales grado A y autos novísimos hacen su aparición, como por arte de birlibirloque para hacer la diferencia. Mientras que habemos gente que tenemos autos que frisan los 10 ó 15 años, el parlamentario tiene que tener carro del año y de marca reconocida. El legislador debe ser honrada como la mujer del César y no sólo serlo sino parecerlo. De forma que a su producción fáctica de ordenanzas o leyes, se una un
comportamiento cristalino.
El Congreso de la República tiene que dejar de ser la ubre para ganapanes angurrientos que no tienen ninguna calidad cívica o ambición sana, sino el cometido de depredar. Los ganapanes son campeones en pedir y exigir, pero no dan nada. Son como las langostas que devoran cuanto se encuentra a su paso y mueren en el miserable estadio de la
improductividad.
Este nuevo conjunto parlamentario está signado por el reto de subvertir la pobre imagen que tiene la sociedad del Congreso, so pena de seguir envileciendo a una institución tan cuestionada como ineficaz. Y deben volver los tiempos de los señores y señoras que aportaban su ciencia polémica, su arte oratorio, su propuesta seria como herramienta de
desarrollo social.
Definitivamente, el Congreso tiene que ser la casa de las leyes. Sólo eso pide el pueblo.
*Liberación-Lima, Perú, 11-6-2001
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