El 31 de enero de 2006, el presidente estadounidense George W. Bush pronunció ante ambas cámaras del Congreso el tradicional discurso sobre el estado de la Unión, hecho siempre muy mediatizado por la prensa occidental. El mismo día, el presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin, realizó su conferencia de prensa anual durante más de cuatro horas ante 560 periodistas extranjeros. La comparación de estas intervenciones saca a la luz el enfrentamiento entre una visión colonialista y paternalista de las relaciones internacionales, por un lado, y, por otro, el respeto absoluto a la soberanía nacional.
El 31 de enero de 2006, el presidente estadounidense George W. Bush pronunció ante ambas cámaras del Congreso el tradicional discurso sobre el estado de la Unión, hecho siempre muy mediatizado por la prensa occidental. El mismo día, el presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin, realizó su conferencia de prensa anual durante más de cuatro horas ante 560 periodistas extranjeros.
George W. Bush dedicó lo esencial de su discurso a reafirmar su fe en el papel que debe desempeñar «América» en el mundo, a favor de la «democracia». Las preocupaciones exteriores precisas relacionadas con la actualidad, como la cuestión iraní o la victoria electoral de Hamas en Palestina fueron muy poco mencionadas. Estos temas fueron relegados a un segundo plano mientras insistió en la importancia del mantenimiento del intervencionismo estadounidense en todos los frentes en nombre de la lucha contra el «terrorismo», de la promoción de la «democracia» y del desarrollo del liderazgo económico y político de los Estados Unidos en el planeta. Estas palabras grandilocuentes daban la enojosa impresión de un presidente megalómano que se refugiaba en un discurso vacío para escapar mejor a una realidad que se hunde ante él.
Vladimir Putin desarrolló un enfoque muy diferente, menos dogmático y más vinculado a las cuestiones de actualidad, con un estilo más distendido y reactivo que contrastaba con el aire imperial del discurso de su homólogo.
Sin embargo, y esto opera como excusa para el presidente Bush, debemos decir que las diferencias de forma entre estas intervenciones se deben parcialmente a la diferencia en el tipo de ejercicio. Según la Constitución de su país, Bush debía presentar una cuestión que fuera al mismo tiempo un balance de su acción y el anuncio de sus orientaciones venideras, y esto implica tanto explicitar una filosofía política como tratar casos concretos. Se dirigía solemnemente al Congreso, mientras que Vladimir Putin respondía a 71 preguntas precisas de periodistas sobre temas de actualidad sin que tuviera que abordar explicaciones teóricas. Aunque de un carácter frío, manifestaba cierto placer en pagar con la misma moneda al responder a ciertas preguntas contradictorias.
Más allá de estas oposiciones de forma y estilo, se trata de dos proyectos antagónicos los que fueron presentados. Para George W. Bush, el mundo no puede prescindir de los Estados Unidos y Washington debe asumir su destino manifiesto que es el de ejercer por sí solo el liderazgo para el bien de todos. Para Vladimir Putin, los Estados deben respetar mutuamente su soberanía, colaborar entre sí y desarrollar sus alianzas con vistas a un interés general que definen de forma conjunta. Así, cuando George W. Bush da lecciones a Egipto, a los palestinos, a Arabia Saudita o a los iraníes, Vladimir Putin se alegra por las relaciones que puede mantener con dirigentes extranjeros sin apoyar o condenar las políticas que llevan a cabo en sus respectivos países. Por consiguiente, Vladimir Putin dedica una gran parte de sus respuestas a las relaciones bilaterales que mantiene Moscú con los países limítrofes. El presidente ruso expresa su satisfacción por el acuerdo suscrito con Ucrania y por las buenas relaciones que Rusia desarrolla con China, aunque deplora la actitud de Georgia desde la inquietante explosión del gasoducto de suministro del gas ruso.
En resumen, por un lado tenemos una visión colonialista y paternalista y, por el otro, el respeto absoluto a la soberanía nacional, cualesquiera que sean los valores morales de los regímenes existentes.
Ninguno de los dos presidentes abordan mucho cuestiones comunes. George W. Bush sólo se refiere brevemente a la victoria de Hamas, cuestión que de todas maneras había abordado cinco días antes, limitándose a recordar su deseo de ver que este partido reconozca a Israel y abandone la lucha armada. Por su parte, Vladimir Putin comparte el mismo punto de vista, pero en su caso es un deseo amistoso, no una exigencia cuya no satisfacción implicara una represalia. Presenta igualmente a Rusia como un recurso en el contexto de la incapacidad de la diplomacia estadounidense en Palestina: dado que Moscú no considera a Hamas una organización terrorista, la Federación de Rusia puede desarrollar lazos tanto con Tel Aviv como con el nuevo gobierno palestino.
En cuanto a Irán, George W. Bush se limita a volver sobre su versión: Irán es actualmente una amenaza, pero Estados Unidos desea la libertad de los iraníes, es decir, en neolengua atlantista, Washington exige un cambio de régimen. Por su parte, Rusia propone a Teherán participar en un programa internacional de enriquecimiento de uranio que aleje toda posibilidad de que Teherán fabrique el arma nuclear… o, más bien, toda posibilidad de acusación de querer fabricarla.
La gran cuestión abordada por ambos fue la energía. El presidente estadounidense anunció su proyecto de reducir la dependencia de Estados Unidos del petróleo del Medio Oriente mediante el financiamiento de las investigaciones sobre nuevas fuentes de energía, pero no mediante la reducción del consumo. Pide que su país disminuya en 75% sus importaciones del petróleo provenientes del Medio Oriente para el año 2025. Esta recomendación no debe interpretarse como la señal de una próxima retirada de Estados Unidos de la región. Prueba de ello es además el tiempo dedicado en el discurso a la «democratización» del Medio Oriente, motivada ésta por la voluntad de control de una región estratégica debido a sus reservas petroleras. En realidad, George W. Bush adopta oficialmente el punto de vista del Institute for the Analysis of Global Security que pide una reducción de la dependencia energética de los países del Golfo con el único objetivo de disponer de un mayor margen de maniobra para controlarlos militarmente.
Evidentemente, la posición de Vladimir Putin es muy diferente al ser su país uno de los mayores exportadores de petróleo y gas. De esta forma, valora el papel de Rusia como suministrador de energía, pero también como un interlocutor capaz de neutralizar las guerras por los recursos. Subraya el papel para la estabilidad mundial que puede desempeñar el acercamiento chino-ruso y elogia el impacto para la paz en el mundo del desarrollo de estructuras multilaterales que puedan permitir a todos el acceso a la energía nuclear. El presidente Putin se apoya por lo tanto en su estricto respeto a las soberanías nacionales y en el peso de Rusia en el mercado energético mundial para presentar a su país como el garante pacífico de la estabilidad internacional.
Nótese que Vladimir Putin aprovechó esta conferencia de prensa para enviar algunos mensajes. Por ejemplo, destacó que los vectores nucleares rusos estaban fuera del alcance de los sistemas antimisiles de los Estados Unidos; o sugirió que las revueltas en Uzbekistán habían sido organizadas por las mismas redes de injerencia que la guerra en Afganistán, es decir, por los Estados Unidos y el Reino Unido.
Aunque las declaraciones concretas del presidente ruso tengan mayor contenido que las palabras huecas del presidente estadounidense, fueron mucho menos comentadas que el discurso sobre el estado de la Unión.
La directora del Carnegie Moscow Center, a veces presentada como un caballo de Troya de la CIA en Rusia, Rose Gottemoeller, es una de las pocas que compara las dos intervenciones en el Moscow Times. Evalúa las posiciones de ambos presidentes sobre los tres puntos tratados los dos: la energía, Irán y Hamas. La autora se limita a enunciar los puntos de vista y ve más puntos de convergencia que nosotros en estas cuestiones. Constata igualmente que ambos presidentes viven en universos diferentes y, al tiempo que da cuenta del mesianismo estadounidense, analiza la posición rusa como una debilidad, un repliegue hacia sus fronteras y los países cercanos, más que como el respeto a las soberanías nacionales. Al limitar los puntos de desacuerdo entre ambos gobiernos, la autora concluye lamentando que Washington y Moscú no trabajen más concertadamente en el ámbito internacional. Pero, ¿qué relaciones duraderas pueden surgir entre un Estado que subraya continuamente su liderazgo y pisotea el derecho internacional y otro que propugna la alianza entre Estados?
No nos sorprende que las pocas reacciones ante la intervención de Vladimir Putin en la prensa occidental hayan emanado fundamentalmente de los círculos atlantistas, hostiles a la Federación de Rusia.
Así, en el periódico de Munich Der Merkur, el senador republicano estadounidense, John McCain, denuncia una vez más la política rusa sin detenerse en las palabras de Vladimir Putin. Retomando la argumentación habitual, afirma que Rusia está en vías de una resovietización debido a la nueva ley sobre las ONG y al fin de la elección de los gobiernos regionales. En cuanto a la política internacional, considera que la Federación de Rusia debe cambiar de actitud en los temas energético, China e Irán, sin precisar exactamente lo que le reprocha a Moscú y lo que desearía que Rusia hiciera. El objetivo es manifiestamente denigrar a Rusia, más que construir una alianza sobre la base de propuestas.
En la prensa occidental, Moscú conserva muy mala imagen, con frecuencia heredada de las representaciones de la Guerra Fría. En la prensa árabe, por el contrario, los recuerdos de la Guerra Fría provocan en los editorialistas una imagen más bien positiva: Rusia es vista como la heredera de la URSS aliada de los movimientos nacionales árabes. Este juicio favorable se ve fortalecido por una concepción de la correlación internacional de fuerzas que hace de Moscú el único contrapeso creíble a la política de Washington. Por otra parte, Vladimir Putin multiplica las acciones que fortalecen esta percepción al vender material militar a los Estados del Medio Oriente amenazados por el imperialismo norteamericano o al aproximarse a la Organización de la Conferencia Islámica.
Tras la conferencia de prensa de Vladimir Putin, la edición en lengua árabe e la agencia de prensa rusa, RIA-Novosti, publica un texto del analista militar ruso Víktor Litovkin, quien vuelve sobre lo que interpreta como sarcasmos de la prensa occidental en cuanto al estado del poderío militar ruso destacado por Vladimir Putin el 31 de enero. Para el autor, no hay nada de qué reír. Afirma que Rusia dispone hoy de una fuerza de disuasión nuclear creíble y expresa su satisfacción por ello. Señala igualmente que contrariamente a otros países, Rusia nunca ha afirmado que podría usarla con otros fines que no fueran defensivos. En la óptica de las guerras energéticas por venir, la difusión de este texto en dirección a los países árabes que se sienten amenazados por Estados Unidos puede ser cualquier cosa salvo inocente.
El discurso de George W. Bush tuvo mayor eco en la prensa occidental y volvió a poner sobre el tapete el tema de la dependencia energética. Sin embargo, si este tema encontró un interés en la prensa, el discurso de George W. Bush como tal no fue bien recibido. El «estilo» Bush, construido con grandes imprecaciones moralizantes, con mentiras y declaraciones en franca ruptura con la realidad, parece debilitarse.
El ex coronel del ejército norteamericano y profesor de relaciones internacionales en la universidad de Boston, Andrew J. Bacevich, se refiere en Los Angeles Times a las constantes referencias a la amenaza «aislacionista» y al riesgo de «repliegue» y «decadencia» de los Estados Unidos que salpicaron el discurso presidencial. Es de la opinión de que este martilleo tiene como objetivo estigmatizar la tradición realista que se opone al mesianismo wilsoniano del que George W. Bush ha dado pruebas. En la actualidad, toda crítica a la Casa Blanca es considerada, sin razón, como aislacionista, mientras que para Bacevich, esta corriente de pensamiento está muerta desde hace largo tiempo en Estados Unidos.
El escritor y dramaturgo estadounidense, Gore Vidal, figura de la resistencia interna a la administración Bush, va mucho más lejos en el diario vienés Der Standard y en el sitio web estadounidense Democracy Now ! Ve en el discurso sobre el estado de la Unión un ejercicio democrático tergiversado que sirve para justificar a posteriori las guerras ilegales de Irak y Afganistán, así como la instauración de una dictadura en los Estados Unidos. El intelectual estadounidense llama a sus conciudadanos a la movilización para acabar con el mandato presidencial antes de que sea demasiado tarde. Es para él la única solución al haberse convertido las elecciones en una farsa.
En un editorial no firmado y que compromete a toda la redacción, Al Quds Al Arabi denuncia también las aberraciones del discurso presidencial estadounidense sobre los «avances» en la «guerra contra el terrorismo» en Irak o Afganistán. Haciendo el balance de las víctimas estadounidenses y de los gastos, el periódico árabe se alarma al ver un presidente perdido en sus ilusiones y que parece haber perdido totalmente la noción de la realidad.
Sin referirse explícitamente al contenido del discurso sobre el estado de la Unión, el diputado socialdemócrata austriaco, Christoph Winder, condena también, en Der Standard, los travestismos de la realidad por parte de la administración Bush, así como los atentados a las libertades.
Así, el discurso sobre el estado de la Unión ofreció principalmente a los opositores de la administración Bush una ocasión para recordar que Washington vive en una mentira institucionalizada que oculta las privaciones sucesivas de las libertades en los Estados Unidos.
Durante la promoción en Italia de la película de horror Hostel que acaba de realizar, el director y guionista estadounidense Eli Roth afirma en el sitio web TGCom que los discursos de George W. Bush etán totalmente desconectados de la realidad, pero que los medios siguen su punto de vista, pues están controlados por el presidente y sus aliados. El director explica el éxito de las películas de horror en los Estados Unidos como una necesidad del público de liberarse de las angustias generadas por las guerras y las mentiras de Washington, mirando atrocidades que sabe ficticias.
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