Mientras recrudece la "polémica" sobre la continuidad o no de las Marchas de la Resistencia, las Madres, armadas de proyectos y visión de futuro, ya están en otra aurora.
Las Madres, con motivaciones físicas evidentes y argumentos políticos claros, han decidido el cierre de una etapa, la caracterizada por las Marchas de la Resistencia, iniciadas por ellas en 1981, y lo han concretado con lucha, música, la presencia de las y los 30.000 hijos de mirada atenta, allí, en torno a la Pirámide de Mayo, y con discursos de un sector de la clase obrera que, aunque minoritario respecto del conjunto de los trabajadores en actividad, representa el sueño y la lucha de generaciones de asalariados por apoderarse de los medios de producción e iniciar el camino liberador que eche por tierra el alienante sistema de trabajo capitalista.
Las Madres, por su parte y como de costumbre, aunque se tarde en aceptarlo, han trazado las líneas mayores de la etapa en ciernes, cuyos cambios han decidido acompañar, a paso de mujer, con veintinueve años de lucha a favor; una lucha que además de valiente, pionera y lúcida, nunca condujo a nuestro pueblo hacia la derrota, el engaño o la sumisión.
Con tamaños antecedentes, podría esperarse de quienes no los tenemos en tal cantidad ni calidad, una escucha expectante, una valoración equilibrada, incluso aunque crítica, de los argumentos puestos en juego por las Madres, un mínimo de vergüenza por parte de aquellos que jamás vieron en las Marchas de Resistencia una herramienta de confrontación con los poderes dominantes. Bajo la dictadura, porque estaban aterrados, con mayor o menor justificación, pero en todo caso, lejos de la estatura ética de quienes con su esfuerzo colectivo pudieron más que el propio terror. En los años subsiguientes, porque privilegiaron otras formas de expresión, con mayor o menor legitimidad, pero siempre vibrando en otra frecuencia, mientras las Madres lo hacían en la misma, cada vez más en la misma, al punto que en 2001, con el alzamiento popular contra De La Rúa, una sola organización política estaba en la Plaza como siempre, como cada jueves, al tiempo que el pueblo llegaba en oleadas a enfrentar la represión, y esa organización política era la de las Madres de Plaza de Mayo, no otra.
Podría esperarse expectación, ecuanimidad, vergüenza, pero no es así. Y no importa tanto por las individualidades que sostienen ese "tiro al pañuelo blanco", con la superficialidad de los malos deportistas; sino por el buen favor que le hacen a quienes, planificadamente y sin descanso, buscan horadar toda honra en las luchas del pueblo, todo referente unificador, toda capacidad de comenzar a verse a sí mismos en la identidad combativa, constructiva, de las Madres.
James Neilson, Pepe Eliaschev, en un extremo del arco, miembros de organismos de derechos humanos, en el otro, alinean sus propias continuidades fustigando a la Asociación por sus decisiones autónomas.
Como en otras oportunidades, tenemos que señalar la centralidad política de las Madres, cuyas posiciones críticas o constructivas continúan partiendo aguas en la sociedad argentina y regimentando a sus opositores en la ardua disciplina de aminorar, desprestigiar, cuando no trastocar, la contundencia de su discurso.
La tarea, además de infeliz, resulta poco efectiva para torcer el curso profundo de la historia; pero, sin duda, contribuye con su mezquindad a retardarlo. Si las Madres no hubieran sido profusamente criticadas cuando eligieron la Plaza como lugar emblemático para construir su lucha, y en particular, cuando crearon su primera Marcha de la Resistencia, las masas que a fines de 1982 y durante todo 1983 las acompañaron por las calles de Buenos Aires y el país, hubieran llegado antes a la lucha y la Plaza histórica, y la dictadura militar hubiera tenido que partir más tempranamente.
Si en el período de Alfonsín no hubieran sido ninguneadas hasta el hartazgo y algo más, estigmatizadas como ultraizquierdistas, desestabilizadoras, antidemocráticas (¡tan luego ellas, que nos enseñaron cómo se lucha contra los dictadores!), la conciencia de que la justicia cómplice jamás podría hacer precisamente justicia con los desaparecidos y, por consiguiente, con cualquier crimen que ocurriera luego, el que se vayan todos (y, en especial, los jueces de la Corte Suprema), que estalló en la voz de las Asambleas Populares en 2001, no hubiera demorado casi veinte años en expresarse en las calles, sino mucho menos, ahorrándonos cuánta degradada impunidad para con los atropellos contra nuestro pueblo.
"Estamos acá para decir basta a la resistencia" [1]. "Estamos en tiempos de triunfos, estamos en tiempos de cambios y por eso reclamo nuevamente, queremos unidad" [2].
Esta vez no es Hebe Bonafini quien así se expresa, sino el presidente de Bolivia, Evo Morales Ayma, en sendos discursos de asunción del compromiso histórico de gobernar su país, pronunciados en enero del presente año.
Descontamos que el llamado a cesar la resistencia no implica un retroceso, sino la caracterización de una nueva etapa política que muestra sus múltiples y dinámicas fases, a cada instante, en toda Latinoamérica. Tiempos de cambios, señala Morales, tiempo de unidad. Dos conceptos que vienen siendo trabajados por la estrategia discursiva de las Madres desde tres años a esta parte, cuando Evo Morales -como parte de las muchas facetas del dinamismo político latinoamericano actual- no soñaba con ser presidente, y en cambio, las clases dominantes bolivianas soñaban con "colgar a Evo Morales, querían descuartizar a Evo Morales" [3]. La confluencia de puntos de vista, de palabras casi entre ambos dirigentes, no es casual ni inexplicable: las Madres han abierto el generoso horizonte de su praxis a todas las luchas liberadoras del continente y del mundo. El pueblo boliviano construye trabajosamente su transformación de colonia en país autónomo, desde hace más de 500 años. Dos expresiones de la combatividad latinoamericana que han recibido un vasto apoyo popular y el rechazo de quienes piensan la revolución con regla y escuadra y poco barro en los pies.
Recordemos que hace algo más de un año (cuando Evo era deseado por la voracidad criminal de los poderosos de su tierra), su enviado personal a la 24ª Marcha de la Resistencia, Chato Peredo (hoy Canciller del proceso político popular que llegó al gobierno en Bolivia), era silbado, interrumpido, imprecado en plena Plaza de Mayo, por compatriotas de regla y escuadra que le exigían al MAS boliviano la toma del poder ya, cueste lo que cueste.
En tanto, en nuestro país se ha instalado la polémica, junto a la mala intención informativa, en torno a la continuación de las Marchas de la Resistencia, repentinamente devenidas práctica central, ardiente casi, de quienes poco o nadapueden decir, con su propio cuerpo, de esta marcha anual de 24 horas.
Si bien a las Madres no les interesa refutar a los periodistas atragantados de furia y mentira pertenecientes -como pertenecen los siervos- a las empresas de comunicación, lo notable, como ya ocurriera en otras ocasiones con la conocida intransigencia del movimiento, es que ellas sólo han hablado de sí, de su propia lucha y voluntad. De su libertad de decir no, de marcarse límites rigurosos, pensados, definitivos, como sólo lo determina el imperativo ético.
Las Madres no ordenan ni prohíben a otros hacer su propia voluntad. Tal como en 1984, cuando ellas se plantaron como roca y decidieron no participar de la Marcha de entrega del Informe de la CONADEP a Alfonsín, argumentado sospechas, que en pocas semanas serían puntualmente confirmadas por los hechos de la historia. Tal como en marzo de 2004, cuando ellas decidieron por sí, para sí, no participar del acto de repudio al golpe del 24 de marzo, en la ESMA, si de él participaban gobernadores de conocida trayectoria cómplice del genocidio. No prohíben ni ordenan… y sin embargo, un amplio arco de opinadores se ve "obligado" a sacarse de encima la sanción social que representa -ya y pese a todos los esfuerzos en contrario- la palabra de las Madres en la sociedad argentina. La invención de una polémica sobre la legitimidad o no de las Madres para decidir sobre su propia lucha, denota en parte, cómo les cuesta digerirlas a los sectores medios de nuestro país; cómo quisieran que fueran distintas (es decir, maleables) sin dejar de ser las heroicas que lucharon contra la dictadura, cómo se ven irremediablemente acusados, hasta cuando ellas toman otro camino y los dejan a solas frente a su propia historia de ausencias y dobleces.
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