Como se sabe, no se trata de una tarea sencilla, teniendo en cuenta por un lado el poder de las patronales contra las que se confronta (a propósito: ¿Habrá que seguir explicando el suprapoder de los medios de comunicación cuando, por ejemplo, se analiza la capacidad de fuego de las fuerzas en disputa o habrá que repetir, para ansiosos, desmemoriados o malintencionados lo que desde la UTPBA se advertía hace más de 15 años, cuando en la fiesta menemista todavía no se habían colocado ni los globos y las festejadas privatizaciones no eran otra cosa que el primer paso para una concentración informativa sin antecedentes, cuyas consecuencias catastróficas fueron anticipadas, sin que por ello se dejara de luchar dignamente para, al menos, reducir su depredador efecto?

Largo e inevitable paréntesis que trae a cuento, una vez más si se quiere, nuestra historia, para que la presión del día a día no deje de tomar nota); seguimos: decíamos, el poder de las patronales, por un lado, y, por otro, la necesidad de evitar las confusiones que nos alejen de una perspectiva seria, firme y decidida de pelea contra lo injusto, sean éstas –las confusiones- provocadas o no.

¿Cómo se llama reunir más de 300 firmas de trabajadores de radio reclamando un salario de $ 1.800 pesos, llevar a cabo encuentros con compañeros y representantes de la gran mayoría de las emisoras, muchas veces fuera de ellas por temor a represalias?

¿Qué es lo que mejor define dos meses de paros parciales en demanda de un aumento de salarios que la empresa negaba sistemáticamente y que al final tuvo que otorgar porque la guardia no se bajaba, como fue en caso de América?

¿Y las nuevas asambleas en Telefé para ir por un incremento salarial, sin descuidar el reclamo por el respeto del convenio, de manera especial su artículo 59?

¿Y de la condición creada en La Nación, donde después de un año con luchas por un despido –y posterior reincorporacion-, por el salario, por la igualdad de tratamiento a los colaboradores hoy se está, nuevamente, en la discusión salarial?

¿Y qué decir de las más de 4.600 firmas de trabajadores de prensa y comunicación reclamando la devolución del otorgamiento de la matrícula profesional al Ministerio de Trabajo, que se lo apropió de manera indebida?

¿Alguien encontrará la calificación precisa a la actitud de compañeros de decenas de empresas –solos o en grupo- que se reúnen con la UTPBA para que esta intervenga tomando sus preocupaciones, donde casi siempre de empieza por procesar el miedo de quienes se acercan y de quienes no se acercan, que nacidos laboral y profesionalmente al calor de la década infame combinan ese temor legítimo con ignorancia de los derechos que los asiste, más el agregado de la tendencia individualista marcada por la época?

¿Y que todos ellos, a pesar de la cultura del desencanto, del sálvese quien pueda, del descrédito inducido por los grandes medios hacia todo aquello que se organiza para enfrentar la desigualdad, la injusticia, acudan a la UTPBA?

Volvemos sobre la pregunta: ¿Qué nombre le ponemos a todo eso, y a muchas otras cuestiones que por espacio hemos decidido dejar para una próxima oportunidad?

Ya retornaremos sobre esto, pero no está mal decirnos, mientras tanto, que los guardianes de las memorias efímeras –es decir, de la no memoria- habían incursionado hace 15, 16 meses atrás, cuando frente a una similar situación de puja salarial (recordar conflictos de telefónicos y subterráneos) andaban blandiendo palabras engañosas y contradicciones varias, que nos llevaron a advertir, por esos días, que aquella sensación térmica, similar en muchos planos a la actual, “obliga...a estar atentos a que planteos de una legitimidad irreprochable, preserven su valor ante las múltiples operaciones, ya en marcha, que tratan de limitar, amortiguar y desfigurarla, remitiendo esa confrontación a una catarsis que no puede poner en crisis la matriz perversamente inequitativa del ingreso, más allá de que quienes hoy pelean no cuenten con una capacidad de fuerzas que le permita modificar ya una situación insoportable. Sin embargo esta conclusión subjetiva no altera la idea del objetivo a encarar.”

Y, de paso, señalábamos que: “En estos días se escuchan expresiones que parecen contradictorias pero que tienen un mismo hilo conductor: desactivar el reclamo o colocarlo en sintonía con un interés que está en las antípodas de los que reclaman. Así, por un lado, reaparece, bastante devaluado, el cuco del poder gremial y, por el otro, se saluda que empresarios y sindicalistas se sienten racionalmente a discutir salarios, en una rápida, y burda, maniobra de absorción a un tipo de institucionalidad aún vigente, y que está profundamente en crisis.”

No siempre las paritarias son la representación de la puja real por la distribución del ingreso, aunque 100 es más que 99; no siempre disponerse a discutir convenios colectivos –una figura tradicional del campo sindical convertida en jeroglífico para las nuevas generaciones por parte de quienes ejercieron y ejercen la hegemonía del poder económico, político y cultural- supone mejorar las condiciones de trabajo; no siempre actualizar es sinónimo de mejorar.

Asumir como propios instrumentos creados en otros momentos históricos, políticos, económicos, sociales es pasar por alto que los trabajadores y sus organizaciones -uno de los integrantes de esas “paritarias"– fueron intervenidos, desarmados, destruidos, aniquilados durante la dictadura y nunca, hasta el día de hoy, recobraron la fuerza con la que contaban para que toda “paritaria” tenga sentido (que las partes que la constituyen tengan igualdad de derecho dice ya no la ley sino el propio diccionario).

Y se da la paradoja que quienes incrementaron exponencialmente su poder de la mano de la “indetenible modernidad” recrean aquella mesa, absolutamente despareja hoy, para ir más atrás, invocando prácticas precapitalistas, dando a entender que es mejor ordenar la explotación que condenarse a la esclavitud (tal como puede leerse en estos días de hipócritas repudios a lo que ocurre con los trabajadores bolivianos y de otros países, sometidos a una degradación humana tan indignante como lejos de ser exclusiva). Ellos que nunca acumularon tanto como desde el ‘76 para aquí, hablan de privilegios cuando atacan discursivamente a quienes defienden las conquistas de los trabajadores.

Retornamos a las preguntas, cuya simpleza no hace más interpelar interrogantes mayores: ¿Por qué si para vivir dignamente se necesitan, ahora, $ 2.200, de acuerdo con los últimos valores de la Canasta Familiar, hay que justificar por qué no $800, $1.100, $1.400, $1.700, o el 15%, 20%, 30%?

¿Por qué si la brecha entre los que más tienen y los que menos ganan se sigue ampliando hay que discutir salarios teniendo como referencia sólo la inflación?

¿Por qué se insiste de manera insultante en usar la llamada “canasta de la pobreza” como medida del salario mínimo?

¿Por qué hay que justificar que la jornada laboral son 8 horas (u 6 en caso de prensa) y no 10,12, 14, 16 y menos aún sin reconocimiento económico?

¿Por qué si el 50% de los trabajadores está en negro y millones están entre desocupados y subocupados, hay que discutir solo el salario del 20% de la fuerza laboral económicamente activa?

¿Por qué algunos “reyes de las paritarias” durante el menemismo, que avalaron y respaldaron, no discutieron salarios –congelados producto de la productividad- y aprovecharon para entregar artículos de convenio –y hasta el propio convenio- hipotecando el futuro de miles y miles de trabajadores, muchos de ellos cruzados por el más absoluto desconocimiento acerca de esos acuerdos?

¿Sabrán los que pegan el grito hoy contra la injusticia en el ámbito laboral –legítimo, irreprochable- que lo que se reclama supo formar parte de conquistas colectivas que durante el menemato algunos entregaron impunemente en nombre de la traición –vestida como adaptación a los nuevos tiempos- y que restablecer ahora parte de ellas supone un esfuerzo aún mayor del dispuesto por los trabajadores y sus organizaciones en esas paritarias que sí eran paritarias, hace tres décadas?

Sin lenguajes presuntuosos, pero aferrados a conceptos y principios coherentes, hoy se discute en asambleas, se define, se lucha, se dialoga en muchos canales, radios, agencias, cables, revistas, diarios, muchos de los cuales no se nombran en estas líneas para abortar represalias (¿no es cierto Oscar, Alberto, Gustavo, Daniel, Eduardo, Silvia, Ana María, Susana...?) dado que las tareas de control y seguimiento empresarial aún persisten porque para los dueños del poder la democracia es otra cosa. Eso más allá del ninguneo informativo y de cierta miserabilidad que omite esa realidad, atentando contra la pelea que los trabajadores de prensa y la UTPBA dan en muchos medios.

Y esa energía disparada en demanda de mejores salarios, de condiciones de trabajo dignas, de menor presión empresaria-mercantil-periodística, toma las formas que la fuerza propia construye en su andar: no son los mismos mecanismos que se da América que La Nación, o que Crónica, o que TyC, o el conjunto de las radios, o que Canal 7, o Canal 9, o Pronto, o Perfil, o Noticias Argentinas, o Crónica TV, o los colaboradores, o los trabajadores de medios alternativos, o El Cronista, o El Gráfico, o Buenos Aires Herald, o cada una de las editoriales pequeñas y medianas.

Las mismas, sí, son las convicciones que transmite una organización como la UTPBA: aquellas que se sostienen en que no hay forma de modificar una realidad sin luchar; con inteligencia, firmeza, midiendo la fuerza –tanto la propia como la de las empresas-; aquellas que defienden sin fisuras derechos irrenunciables como los Convenios y los Estatutos –el de Periodista y el del Personal Administrativo de Empresas Periodísticas-; aquellas que suman volumen colectivo y cuestionan el individualismo; aquellas que evitan falsas divisiones, construyendo en la diversidad pero respetando a rajatabla lo resuelto por todos o por una mayoría.

Una tarea, vale la pena decirlo, que no es nueva y que enfrentó no pocos obstáculos, sobre todo cuando el sentido común –también el del gremio- fue dominado por aquello que hoy recoge repudios: desde las privatizaciones –a las que nos opusimos solitariamente, y sin suerte, en el amanecer menemista, pero con un resultado a favor, que muchos insisten en olvidar, en el caso de Canal 7- hasta la flexibilización laboral y desregulación económica, que nos reclamaba Convenios y Estatutos, que nunca entregamos. Por eso, debido a esa lucha y a esa convicción, para la UTPBA Convenios –y Estatutos- ya existen, no hay nada que discutir en torno de ellos.

En todo caso la discusión es cómo se reparte lo que está en manos de los que día a día acumulan mas dinero, más poder, que hacen de la más escandalosa desigualdad un fenómeno estructural, que sólo un ingenuo y peligroso voluntarismo pueden minimizar a la hora de dar pelea; tan ingenuo y peligroso como creer que esa escandalosa desigualdad deviene de un proceso natural e inmodificable.