Vale celebrar que entre tanto tono despectivo hacia quienes luchan por sus derechos -persistente rémora cultural del neoliberalismo de los 90-, como se volvió a manifestar a raíz del conflicto planteado por los trabajadores de subterráneos en estos días, algunos comentarios de distinta intencionalidad y profundidad hayan retomado, en medio de la histeria informativa y demandante, cierto ejercicio interpretativo de la situación que, al menos, permite la polémica.
Y hasta habilita desasnar acerca de algunas cuestiones.
Forma parte del lugar común de cualquier estudio sobre los medios, respecto de espacios y contenidos, que la información gremial pasó a degüello en los lugares que solía frecuentar hace ya varios (muchos) años y que lo sindical se asoció, casi invariablemente, con su expresión burocrática y desacreditada y su sumatoria de reuniones en las alturas con gobiernos y cámaras empresarias, primero para entregar convenios colectivos, en los 90, y luego para hacer una pantomima de discusión salarial, con topes previamente acordados y con “conflictos” al más típico estilo vandorista.
Aquel esquema tradicional de confrontación obrero-patronal que solían reflejar esas páginas –lo de páginas no es una antigüedad, fueron los medios escritos los que habitualmente trataban esa información, mucho más que los audiovisuales- desapareció, al ritmo –se insiste, nunca estará de más- del tsunami neoliberal. Pero eso que no murió –la confrontación objetiva y subjetiva de intereses antagónicos entre el empresario y el trabajador- vuelve hoy, cruzado, eso sí, por la nueva matriz laboral, social y cultural: el conflicto de clase se nos devuelve hoy, en un caso como el de subterráneos, como el efecto que provoca en el usuario/consumidor una medida llevada a cabo por quienes lo único que poseen es su fuerza de trabajo.
Por un lado el usuario/consumidor (motivo de la adoración mercantil del combo medios y auspiciantes), ganador absoluto a la hora de potenciar su reclamo y por otro lado, los “gremialistas” (para descalificar la lucha se ataca a los representantes, nunca a los trabajadores, porque tácticamente es incorrecto calificarlos de idiotas que se dejan utilizar, que es lo que piensan sobre ellos), mientras la mayoría de las empresas colocan sus jefes de prensa como lastimosos “puchinball” para enfrentar las iras que caen sobre ellos por parte de sus usuarios, sabiendo que el tiempo y su poder siempre le juegan a favor, en el mediano y largo plazo, aunque hoy sus nombres y hasta el de alguno de sus directivos esté en boca de muchos.
Así aparecen hoy estos conflictos en la mayoría de los grandes medios (en las secciones Ciudad o Sociedad) aunque dignas actitudes profesionales, aún en algunos de esos grandes medios, se empeñan en elevar la puntería de análisis. Y con los datos a mano de los hechos y varios testimonios, el despliegue de interpretaciones busca explicar el fenómeno. Y respecto de esto hay varias cosas para decir y precisar, que van mucho más allá de un conflicto puntual como el de subterráneos.
La crisis de representatividad de las organizaciones gremiales –como de las mayorías de las llamadas organizaciones de masas- es un proceso de años, que algunos no sólo se negaron a ver sino que dispusieron de las escasas fuerzas que tenían para enojarse con esa realidad en lugar de entenderse con ella con la intención de modificarla. El tema viene de lejos, está casi desgastado, pero conviene evitar que esto último relegue a un segundo plano la virtud de haber observado esa crisis en el momento adecuado y haber encontrado la política correcta.
Cuando se dice que hay un nuevo fenómeno que caracteriza, desde el punto de vista sindical, estos conflictos, con fuerte representación en los cuerpos de delegados y se describe su funcionamiento en asambleas, permanentes consultas a la base, con decisiones que emanan democráticamente y que no quedan atadas a resoluciones partidarias y se las enfrenta a la tradicional burocracia “maniobrera y traidora” se corre el riesgo –aún partiendo de un perfil correcto de esos movimientos de base- de darle entidad de únicos paradigmas existentes a la hora de hablar de la defensa de los trabajadores.
Y como bien señala Pasquini Durán en su columna Bases, del viernes 18, “(esa realidad) lo único que no tolera es el etiquetado fácil o simplón, en especial la mirada que todo lo divide en blanco o negro”. Por su puesto que el blanco o el negro existe en el sindicalismo: en la defensa de la clase, en la decisión de no entregar un compañero jamás en un conflicto.
Y aunque podamos apelar a un genérico que comprenda a varias organizaciones, en esta ocasión vamos a referirnos a la UTPBA, no sea cosa que contribuyamos con el alambrado del cerco informativo que nos tienden permanentemente. El silencio puede negarnos cierto escenario mediático –lo hemos dicho hasta el hartazgo- pero el respeto a la historia y a quienes pelean nos obliga a no dejar pasar por alto parcialidades, sean estas premeditadas o no y, de paso, enriquecer la lectura de un proceso interesante.
Volvamos sobre estos recalentados días. El lunes 14 se inició un paro en radio Nacional por un reclamo salarial, a propuesta de la UTPBA, los delegados y todo el personal de prensa, en el que coincidieron –como ya sucedió en otras ocasiones- todos los trabajadores de la emisora y sus delegados de base, con una destacable actitud unitaria. La única organización –de las cinco que tienen representación en esa radio- que se hizo cargo de asumir ante las autoridades la medida adoptada por todo el personal fue la UTPBA. El resto de las entidades desconoció la decisión y se reunió con la dirección del Sistema Nacional de Medios Públicos, sin ningún mandato de los trabajadores, para “buscar una solución”, entre las cuales podría llegar a estar –en una especulación libre pero no antojadiza- el fracaso del paro.
Cuando las autoridades resolvieron elevar la última propuesta pretendieron hacerlo con los representantes de la única organización que como tal había asumido la medida, la UTPBA, sin embargo los representantes de base de los demás gremios fueron incorporados a la reunión por iniciativa de la UTPBA y fueron tomados por interlocutores frente a la ausencia de sus entidades, que el martes posterior trabaron en el ministerio de Trabajo la oficialización del acta suscripta por los trabajadores, la UTPBA y la empresa , que fuera aprobada por unanimidad en la Asamblea.
Antes, durante y después fueron las asambleas, las consultas a la base y la consulta directa y democrática las que decidieron cada paso, siempre con la presencia política de una organización, que participa incluso como garantía de esos métodos de funcionamiento.
El ejemplo al que se apela es sólo a los efectos de que coincide en los tiempos con el de subterráneos, pero la lista está integrada por una enorme cantidad de conflictos en prensa siempre con los mismos métodos –que, como se sabe, devienen de una ideología-, donde la participación, la democracia y la capacidad de decisión de la asamblea forman parte de la línea de principios de la UTPBA. Ejemplos como el del último viernes en el paro de Crónica TV, los de América TV hace dos semanas, los del diario Crónica hace tres. Hay excepciones, claro, en aquellos lugares donde el miedo o el descreimiento en la respuesta colectiva no originan acciones de base, por lo que ésta no busca representarse ni ser representada.
Pero también el ejemplo está buscado porque al pivotearse sobre esa idea –a veces de manera sutil, otras no- de únicos paradigmas (movimientos de base y burocracia, uno positivo otro negativo) algunos personajes intentan presentarse como expresión del primero de ellos, haciendo transformismo sindical en donde la UTPBA es, precisamente, la organización y el movimiento de base a un mismo tiempo, y simulan ser la novedad que “pelea por los compañeros”, que “está con las bases”.
La capacidad para entender en su momento la furibunda crisis de representatividad –que no se resuelve señalando la responsabilidad de la burocracia sino denunciando el carácter criminal que el neoliberalismo tuvo y tiene para todos los trabajadores y sus organizaciones- llevó a la UTPBA a inicios de la pasada década a enfrentar la hipocresía de los que aduciendo decisiones de “las bases”, a las que no consultaban o deformaban, eran polea de transmisión de sus intereses partidarios, cuestionamiento que también hoy realizan los nuevos movimientos de base, donde esa protección no va en contra del involucramiento personal en los partidos políticos que muchos de sus integrantes tienen.
Haber percibido esa realidad y haber luchado contra conductas que atentaban contra los trabajadores de prensa, significó que una organización como la UTPBA asumiera un compromiso donde aquel concepto de que la organización vence al tiempo se lee mejor como una organización que entiende su tiempo, sin bajar brazos ni ideas ni principios. Y fortaleciendo su autonomía, siempre.
También Pasquini Durán, pero en su columna habitual de los sábados, al reproducir un párrafo de un discurso de Kirchner de esta semana (“Cuando paraban los trenes, cuando remataron los trenes en la Argentina durante la década del 90, ¿Dónde estaban las editoriales que decían por favor, cuiden el capital y el patrimonio argentino?”), decía: “Esta es una afirmación injusta para todos los que en esos años lucharon contra las políticas conservadoras... A veces parece que el Presidente leyera un sólo diario y reaccionara en consecuencia”. La misma reflexión que hace Pasquini Durán podría hacerse respecto del sindicalismo: no existió un salto al abismo entre entregadores de convenios, condiciones de trabajo, socios de prepagas, de las AFJP, traidores de su clase, cómplices de las privatizaciones, y las valiosas experiencias actuales, donde algunos de los más jóvenes retoman las luchas de siempre apelando a las formas organizativas más adecuadas para enfrentar la defensa de sus derechos.
Hubo –hay- análisis de las circunstancias, lucha y una firme, inclaudicable, apuesta a la organización, sobre todo en las etapas más duras, cuando muchos corridos por el discurso anti-organización del sistema desertaron abiertamente de la lucha y el compromiso para sumarse años más tarde a cualquier “acontecimiento” que le permitiera colocar su manual de procedimientos de cómo cambiar el mundo ya, detrás de un hecho, sin acumular fuerzas, sin organización, abonando el estado de espontaneidad de las masas.
Y por aquello de eludir las lecturas lineales, a este nuevo proceso de representación no sólo se suben a él por izquierda o con una oportunista y demagógica actitud pro juventud –como si los únicos que estuvieran en condiciones de entender cómo intervenir fueran los que menos años acusan- sino que neoburócratas impresentables, amantes de la verticalidad y la ortodoxia sindical, pretenden meter basa en la novedad y la distorsionan, creando, con la complicidad del Ministerio de Trabajo, sellos con un inocultable olor a mafias, apostando a desprestigiar con el tiempo tanto ese nuevo proceso de base y los valores que se manejan en él, así como a las organizaciones que en serio, con el recurso de la consulta permanente y sin condicionamientos partidarios y del Estado, defienden los intereses de los trabajadores.
Hace más de dos años habíamos destacado el valor de la batalla encarada entonces por los compañeros de subterráneos y de telefónicos, más allá de las distintas características de cada conflicto y hoy lo demostrado por los primeros demuestra una continuidad en las convicciones y en la audacia de las decisiones.
Hoy, como hace dos años, estos hechos proyectan sus valiosos aportes para la lucha de todos los trabajadores y nos lleva, una vez más, a no perder de vista que como UTPBA formamos parte de quienes batallan contra la injusticia, la impunidad, la miseria y que no dejaremos nunca que le falten el respeto, por ignorancia o decisión política, a quienes se organizan para pelear.
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