Medellín vive una intensa transformación. Mostrada al país como la ciudad competitiva que han querido sus élites, la verdad es que vive una terrible pesadilla en sus barrios populares, producto del control paramilitar. Ni las muertes ni los desaparecidos ni los castigos de todo tipo están ausentes. ¿Modelo de dominio para exportar a todo el país?
Medellín, en su parte popular, en sus grandes barriadas, se aproxima de cierta forma a lo que Michel Foucault señalaría como el panóptico, un lugar donde se vigila permanentemente para castigar, en donde la disciplina pasa a un segundo papel y lo que prima es el control. Un control, que para el caso de la urbe, ni es homogéneo ni es hegemónico, y que se expresa de múltiples formas, pero no por falta de deseo de los paramilitares sino de su propia incapacidad.
Es en esta parte de la ciudad, la de los pobres, donde no causan risas las escenas de Rosario Tijeras ni la película La Sierra les sorprende ni causa indignación que digan que Medellín es violenta. Saben que la solución al problema no es ni mediático ni cosmético y suspiran cuando escuchan a un tal Sergio hablar de la «ciudad de las maravillas».
Allí, en la ciudad real, el paramilitarismo es parte del mobiliario público o del paisaje: todos saben quiénes son, dónde están, qué hacen., cómo se organizan, a quiénes apoyan, a quiénes condenan, cuál es su relación con el Estado, con el poder político. Algunos simpatizan con ellos, la mayoría no. Pero lo cierto es que a través de diversos mecanismos (como el terror sin compasión alguna) han configurado un miedo colectivo, el cual les deja al final un control real sobre personas y el territorio dónde estas viven: cuadras y barrios.
Allí donde hay presencia activa de los paramilitares, los liderazgos sociales sobrevivientes no fluyen, es mejor pasar desapercibido para sobrevivir, es mejor no saber qué le pasa al vecino. En esos barrios –que tratan de recomponer y controlar como han hecho con Urabá– sus habitantes se abstienen de opinar, de construir en colectivo, y los que lo hacen saben que tienen que “pisar pasito”. En medio del control, algunos se les unen por ignorancia, por convicción o por miedo, pero otros les siguen «la corriente», sobreviviendo mientras baja la marea.
En esos barrios, el poder paramilitar, el control del panóptico, se ejerce desde diversos vértices:
Control militar, a través de la vigilancia militar generalizada. En cada barrio existen grupos que, con diversas funciones, vigilan a la población. Las zonas de Medellín que más padecen esta vigilancia son las comunas Noroccidental y Centroriental, especialmente en esta última tratan de ejercer con mayor eficacia su labor. Tienen campos de entrenamiento militar, de formación política, centros de torturas y botaderos de cadáveres.
El papel de los paramilitares, ampliados en la actualidad en número y funciones, se resume en tres funciones básicas:
Paramilitares - centinelas: Su función es determinar quién entra y quién sale del barrio, con quién y de qué se habla. En esos casos, aunque de por sí el control es abusivo, las personas o las organizaciones sociales respiran un poco y a veces se atreven a manifestarse en desacuerdo.
Paramilitares - policivos: más allá de los centinelas, cuando se exacerba el control, se ponen en práctica los códigos de conducta, es decir, se sanciona con multas, castigos físicos y destierros. Las sanciones se dan por no acatar una orden paramilitar, tener un problema con algún vecino, no pagar una cuenta, llevar el pelo largo, entre otros.
Los castigos físicos van desde una paliza hasta enterrarlo varios días en la tierra o meterlo dentro de una alcantarilla sin consumir ningún alimento. En este caso ya no es un ejercicio de control de circulación de la población de un barrio sino de su cultura, de sus relaciones sociales. De esta manera las personas, sin quererlo en muchos casos, adoptan posturas serviles como ejercicio propio de la supervivencia. En estos barrios de Medellín la libertad está coartada.
En el mes de diciembre de 2005 “don Berna” dio la orden de cero muertos en el municipio de Bello, directriz que se cumplió. El 7 de diciembre de ese mismo año -día de la Virgen de acuerdo al mismo calendario- se ordenó iniciar en los barrios populares las festividades navideñas y la ciudad se iluminó de luces que desprendían los juegos pirotécnicos. El 14 de abril de 2006 -viernes de la semana Santa para el mismo calendario- el silencio fue sepulcral.
Menciona un investigador en derechos humanos, que en los barrios donde se presentan las condiciones antes señaladas, no se da otra cosa que la réplica del modelo impuesto por los paramilitares en la penitenciaría Bellavista. Es decir, en algunos barrios populares de Medellín se vive, guardadas las proporciones, como en un penal.
Paramilitares - sicópatas: en el ámbito de la ciudad popular opera un tercer nivel de paramilitares, el encargado de desaparecer, torturar y ejecutar. Este grupo tiene a su disposición numerosos vehículos, opera regularmente de noche, toma a las personas de las calles o tumba las puertas del lugar donde residen, y se las lleva. Nunca se vuelve a saber nada de ellos.
Ese mismo grupo se encarga de llamar a los miembros de la familia de la víctima para ordenarles que no pueden denunciar o de lo contrario «les pasa lo mismo». Esta práctica explica, en buena parte, por qué los indicadores de homicidios en la ciudad han descendido, pasando en un primer momento del asesinato sin ruido –a través del cuchillo–, a la desaparición forzada de la víctima y de la información.
Cuando hay denuncias, las investigaciones en la Fiscalía General de la Nación son desestimadas, se busca desviar el norte de la investigación y se presentan hipótesis a los familiares de las víctimas que no son más que ofensas al sentido común de las mismas.
Estos grupos paramilitares basan su operatividad en la información que suministran los grupos de centinelas o policivos, al igual que la información derivada de los organismos de seguridad del Estado.
No hay evidencias, en las familias de algunas de las víctimas, de un perfil común, salvo de ser habitantes de barrios populares. Al parecer esta práctica se da con las personas con las que los paramilitares o el Estado están descontentos, por lo que estos hechos se convierten en escarmientos públicos, en toda una estrategia sicológica de terror para dejar claro a sus socios de condición que ellos tienen “el sartén por el mango”.
Tanto en el área urbana como en las periferias de la ciudad, se habla de botaderos de cadáveres donde llevan a las víctimas del control militar. Estas, luego de ser descuartizadas son diseminadas en lotes dispuestos para tal fin. Los asesinados también son votados en zonas lacustres.
Cabe resaltar que existe prohibición explícita en los barrios populares de participar en cursos de derechos humanos, asistir a las reuniones que las organizaciones que trabajan con este tema citen o ir a las sedes de la Personería, las procuradurías o Defensoría del Pueblo, salvo que sea por cuestiones de violencia intrafamiliar. Hay que destacar que estas dependencias permanecen vigiladas por miembros de estos grupos.
Control económico
En lo económico, desde hace varios, los paramilitares buscan copar el mercado negro de Medellín, lo que han logrado parcialmente. En el último año están tras el mercado legal, dadas las prebendas concedidas por el actual gobierno nacional.
En el campo ilegal controlan buena parte del mercado de distribución de sicoactivos, la prostitución –incluida la infantil–, de cobranzas, préstamos, armas, compra y venta de artículos robados, venta de discos y películas piratas, extorsiones, entre otros. Desde la acción económica legal han incursionado en las panaderías, casinos, almacenes de compra y venta, apuestas, cambio de moneda, centros comerciales, entre otros. En los últimos meses han publicado avisos clasificados por los principales medios de comunicación local, manifestando que se compran negocios en quiebra.
Control político - social
En este campo, al igual que en lo militar, su incidencia no es ni hegemónica ni homogénea: donde más presencia militar o mayor control ejercen se multiplican los focos con mayor control social y político.
En las comunas Centroriental y Noroccidental, al igual que lo militar, su control social es mayor. Allí determinan qué organizaciones sociales o de la municipalidad pueden trabajar, qué pueden trabajar o quién puede hacerlo. Inciden en los centros educativos, en las juntas de acción comunal, son mediadores de la comunidad con la administración municipal, universidades y agencias de cooperación, entre otros. En las restantes cuatro zonas en que se divide territorialmente la ciudad su poder es menor.
En muchas de las organizaciones donde tienen presencia, lo hacen directamente a través de miembros activos de su fuerza, o por conducto de delegados que simpatizan con ellos. Sin embargo, en la mayoría de organizaciones donde participan lo hacen en minoría política, la cual en muchos casos logran superar a través del ejercicio de las armas, presionando a los demás miembros de las juntas o asesinando, de ser necesario, cuando necesitan cambiar de miembros.
El ejercicio de presión paramilitar a los cargos de elección popular se da a través de un efecto real de fuerza, o mediante la inducción intimidatoria.
Cuando los paramilitares han acudido al ejercicio real de la fuerza, han logrado triunfos concretos en las juntas de acción comunal y en los concejos municipales del Área Metropolitana. En estos casos han dado órdenes expresas a comunidades sobre por quién deben votar, llevando a los electores en autobuses, so pena de castigar a las comunidades si el político de sus afectos no es favorecido en las urnas. En las pasadas elecciones al Congreso se presentó una denuncia al respecto en el municipio de Bello, en donde paramilitares presionaron para que votaran por Mauricio Parodi, electo a la Cámara de Representantes por el Partido Liberal.
Presión electoral
Cuando se trata de ejercicios de elección a cargos de más alto poder político, los paramilitares prefieren la inducción intimidatoria. Sin embargo, aunque ambas son ilegales, la última ha demostrado que a pesar de existir población que simpatiza con ellos, poco efectiva es como conglomerado, lo cual no significa que no sume en votos.
En los casos de la elección a la Alcaldía de Medellín y de las elecciones pasadas al Congreso (excepto el caso de Mauricio Parodi) la presión paramilitar aunque se ha dado y ha sumado, no ha permitido alcanzar los niveles electorales esperados por los políticos aliados del paramilitarismo. La elección presidencial no será la excepción, y el más probable vencedor en Medellín será Álvaro Uribe Vélez, más por empatías y regionalismo que por la inducción intimidatoria. Sin embargo, si esto se presenta como ya se ha hecho, sería una elección cruzada por la ilegalidad.
En la pasada contienda electoral al Congreso, la participación electoral paramilitar en el Área Metropolitana de Medellín no estaba en duda, pues se daba por sentado; de lo que se dudaba era de la fórmula que utilizarían.
Una primera fórmula diseñada por “don Berna” para las pasadas elecciones al Congreso, planteaba que los paramilitares debían ir por su propio acumulado. Una segunda fórmula diseñada por Iván Roberto Duque Escobar (Ernesto Báez) y Salvatore Mancuso, señalaba que debía mantener una fuerte participación en el Congreso pero de una manera no tan pública.
La fórmula “don Berna” llevó a los barrios populares a los candidatos oficiales y movilizó toda la maquinaria paramilitar. Citaron a reuniones, repartieron textos escolares con sus fotografías, realizaron murales, actividades lúdicas, con unos caudales de gente que daban a entender la inminencia del triunfo.
La fórmula Báez-Mancuso, brindó apoyo en los barrios populares (les autorizaron pegar avisos, invitar a reuniones, entre otros) a candidatos que hacían parte de las listas de los partidos uribistas y liberal, sin presentar este apoyo –evidente– en público.
Por su parte, a los candidatos que no hacían parte de las maquinarias tradicionales, les limitaron el ejercicio de sus campañas, quedando impedidos para desplegar todas sus capacidades. Este fue el caso de los candidatos del Polo Democrático Alternativo, algunos de cuyos impulsores tuvieron que desplegar, en algunos barrios populares, una campaña casi que clandestina.
En las fórmulas paramilitares citadas, se utilizó la inducción intimidatoria, siendo más clara en la primera. Sin embargo, los resultados dieron como fórmula vencedora la segunda. Luego de los resultados, se escucharon por algunos barrios vehículos con altoparlantes donde felicitaban a la comunidad por el apoyo a sus candidatos.
Una vez transcurrida esta coyuntura, el resultado final sorprendió tanto a propios como a extraños.
Las cifras electorales para el Congreso en el Área Metropolitana de Medellín dieron como vencedor al paramilitarismo, pero no a través de su oficialidad, sino de su encubrimiento en los partidos uribistas y liberal. El gran derrogado fue “don Berna”, que al querer demostrarle al presidente Álvaro Uribe Vélez que continuaba siendo importante en sus aspiraciones políticas a la reelección, mostró lo contrario. Por lo que no es de extrañarse que este personaje se convierta en la ofrenda del Presidente - candidato al imperio, como se escucha en diferentes círculos de Medellín.
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