Hablar y pensar sobre Salvador Allende y su ejemplo es indispensable para todos los que creen y luchan por la democracia. Especialmente para la Izquierda. Los rasgos que marcan su vida (y también su muerte) le dan una especificidad singular que explica su importancia histórica y revolucionaria.
Destacamos, ante todo, su profunda y entrañable relación con los sectores populares, que inició cuando era estudiante de liceo y profundizó después en la universidad, en el grupo Avance y en el naciente Partido Socialista, a comienzos de la década de 1930. Fue un compromiso indisoluble y una lealtad que se fortaleció con el tiempo.
No ha habido otro dirigente político en Chile que conociera más profundamente el país y su gente. A lo largo de cuatro campañas presidenciales y otras tantas parlamentarias y como senador por cerca de treinta años, adquirió la experiencia que lo convirtió en personalidad política de primera línea en la escena nacional. Era activo participante en innumerables actos, charlas, giras, reuniones con toda clase de personas. Nadie conocía mejor los pequeños pueblos, las viejas oficinas salitreras, los minerales, las ciudades de provincia, las barriadas proletarias de Santiago, los cerros de Valparaíso, ni recordaba -con asombrosa precisión- a todo el que alguna vez conversó con él.
Como Recabarren, Allende parecía tener vocación de pedagogo social, favorecida por su condición de médico. Hablaba con el mismo entusiasmo ante auditorios mínimos como ante decenas y cientos de miles de personas. Fue dirigente y maestro pero también aprendió mucho del pueblo. Creció como líder mientras el pueblo crecía en conciencia y organización. Aprendió que el pueblo reclamaba más y más profundas políticas de Izquierda y sobre todo, lealtad, para confiar en dirigentes que no lo traicionaran.
Nunca se sintió caudillo ni mesías, porque prefería definirse como "un militante del pueblo, un servidor del pueblo". Esa pedagogía mutua permitió la construcción política plural que fue la Unidad Popular, centrada en la alianza socialista-comunista, pionera en muchas aspectos. Una alianza política que expresaba, a la vez, un muy amplio espectro social, cuya espina dorsal fueron los trabajadores, los campesinos, los pobladores y los jóvenes. Hombres y mujeres que exigían cambios de fondo con la perspectiva de una sociedad socialista. Fue éste, también, el sello de su actuación parlamentaria. Siempre defendió al pueblo, denunció los atropellos a las libertades y se opuso firmemente a la Ley de Defensa de la Democracia. Defensor intransigente de la soberanía nacional, se enfrentó al imperialismo y las empresas norteamericanas que saqueaban al país.
Como líder popular tuvo un pensamiento creativo, al margen de sectarismo y recetas dogmáticas. Su marxismo era tolerante y abierto. Tal como a comienzos de los años treinta se opuso a la pretensión sectaria de estudiantes universitarios y pequeños grupos de Izquierda de constituir "soviets", buscó un camino que se ajustara a la realidad de Chile.
El socialismo adecuado a nuestras condiciones históricas era su gran objetivo. Actuó convencido que era posible conquistar el poder aprovechando al máximo la legalidad conquistada por el pueblo, combinando elementos de continuidad con rupturas provocadas por movilizaciones de masas para vencer la resistencia de los sectores reaccionarios y el imperialismo.
Junto con la mayor parte de la Izquierda siguió ese camino durante su gobierno. Fue derrotado y murió en el intento. "Habiendo combatido y fracasado, se dio un final de romano", escribió Edward P. Thompson, el gran historiador inglés.
Más que otros líderes chilenos entendió la dimensión internacional de la lucha liberadora. Fue partidario del campo socialista encabezado por la Unión Soviética, lo que no le impidió mantener una mirada crítica o no callar ante lo que le parecía mal. Fue cercano a las causas del Tercer Mundo, especialmente a la revolución cubana, a la gesta del Che Guevara y también a la lucha sin paralelo de Vietnam por su libertad frente a la agresión de Estados Unidos.
Finalmente, la consecuencia. Es decir, su coherencia entre palabra y conducta. Allende dijo que era un hombre de Izquierda, que se sentía junto al pueblo y que luchaba con él, y lo demostró a lo largo de su vida. Dijo que no dejaría de gobernar ante las presiones y que moriría si era necesario en defensa de su gobierno. Así lo hizo. Dijo que sería leal al pueblo y nunca lo traicionó, y trató hasta el último día de cumplir el programa prometido.
Podemos decir que Allende no le falló a los chilenos. La duda angustiante es si efectivamente los chilenos estuvimos a su altura y si entendimos de verdad el contenido y alcance de su proyecto liberador.
Empieza septiembre y, como siempre, ya se ven en barrios y poblaciones las palabras "Allende vive" escritas en los muros. Significan, por un lado, lo obvio: Allende no ha muerto, porque su memoria se mantiene y vence al olvido. También apuntan a algo más. A que Allende es apuesta de futuro. Porque si vive, quiere decir que crece, se ramifica, se extiende y deja huellas. Es una semilla
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter