Se veía venir desde septiembre pasado: cuando al cierre del tercer trimestre, las utilidades de las grandes corporaciones se expandían ya un 30 por ciento en comparación con el año anterior. Una ascensión que rompía con las leyes de la gravedad económica y continuaba su escalada durante el resto del año. Una progresiva acumulación de beneficios que sólo ha encontrado coto en las estadísticas anuales, que han de cerrar, por simple motivo contable, al 31 de diciembre. Lo que espera al año en curso es, con grandes probabilidades, una nueva ascensión a las cúspides gananciales.
Los primeros sondeos empresariales y bursátiles, que buscan evaluar el desempeño corporativo del año pasado, ubican sus utilidades en unos once mil millones de dólares, cifra que es un 40 por ciento más alta a la obtenida hacia finales de 2003. Un comportamiento portentoso, que está básicamente relacionado con el aumento en el precio internacional de las materias primas, aun cuando también, señalan algunos expertos, con el crecimiento del consumo, mayores ventas empresariales y una mejor gestión corporativa.
El panorama económico ha sido favorable para prácticamente todos los grandes sectores, partiendo por el exportador, que estuvo privilegiado por el sensible aumento en los precios de los comoditties. Así podemos hallar empresas como CMPC, que a septiembre pasado había elevado sus utilidades en un 30 por ciento, o Copec, también ligada a los recursos naturales, con un alza en aquel período del 20 por ciento. Pero es en el cobre donde surgen resultados que lindan con la ficción o el simple exceso: Minera Escondida -del grupo angloaustraliano BHP Billiton- ganó el año pasado US$ 1.700 millones, cifra que es un 220 por ciento más alta a la obtenida en 2003.
Lo que ya no es una sorpresa son las utilidades sostenidas y persistentes de la banca, que ha mantenido una expansión a toda prueba desde finales de la década pasada, crisis asiática, brasileña y argentina mediante. Aun cuando sus utilidades aumentaron cerca de un cinco por ciento el año pasado, la rentabilidad del sistema alcanzó un 16,7 por ciento, en parte derivada del aumento de las colocaciones por sobre un diez por ciento, y en parte por la consolidación del proceso de fusiones y adquisiciones, que conduce a rebaja de costos y, por cierto, despidos.
En servicios, suma y sigue. Un buen ejemplo está en Falabella, que ya había conseguido ubicarse en 2003 entre las primeras sociedades anónimas del país, lugar que con toda probabilidad mantuvo en 2004. A septiembre pasado, la tienda de departamentos había aumentado sus utilidades en un 28 por ciento, en tanto otro emblema del comercio, la cadena Farmacias Ahumada, amplificaba sus resultados en más de un doscientos por ciento.
La algarabía que estas cifras generan en inversionistas y especuladores, que es también compartida por agencias internacionales y autoridades económicas, no puede ser motivo para una celebración nacional. Sin la intención de aguarles la fiesta a estos señores, les recordamos que hay otras estadísticas que no sólo expresan el enorme desequilibrio o cojera de la economía chilena, sino que apuntan a una situación más grave: la ganancia empresarial se nutre de las flaquezas laborales y sociales.
Ganancias sin riesgo
Por cierto que la fiesta corporativa se está viviendo también en la Bolsa de Santiago. Los precios de las acciones de empresas tan ubicuas como Copec aumentaron un 5,7 por ciento en 2004; los de CMPC un 14 por ciento, Cencosud (Jumbo), en un 36 por ciento, Falabella en un 30 por ciento, Endesa en un 45, Entel en 19 por ciento y CAP en nada menos que un 280 por ciento. Un empuje que llevó al Ipsa, el principal indicador de la Bolsa de Comercio, a elevarse un 21 por ciento durante 2004.
Suben las utilidades y baja el riesgo país. A mediados de febrero el banco de inversiones JP Morgan ubicó el nivel chileno de riesgo-país en 59 puntos, un nuevo mínimo histórico que vuelve a favorecer a la gran empresa con menores costos de financiamiento en los mercados internacionales. Los factores que han vuelto a comprimir el riesgo económico están relacionados con el alto nivel en el precio del cobre y sus alentadoras perspectivas, la austeridad, y por consiguiente superávit fiscal -dados los ingresos del cobre-, el prepago de la deuda externa y la estabilidad política y social. Un conjunto de variables no sólo económicas, sino también sociales -como el restringido gasto social ante la inmensidad de necesidades- de las cuales se beneficia básicamente la gran empresa.
Estos guarismos terminan aquí y marcan una brecha abismal con el resto de la economía. Ya sabíamos que la actual institucionalidad económica, apoyada en el libre mercado, ha puesto a Chile entre los diez países del mundo con peor distribución del ingreso. Aun cuando durante los primeros años de la democracia las políticas de la Concertación lograron suavizar la desigualdad heredada de la dictadura, con el paso de los años y la consolidación del mercado como asignador de recursos ha retrotraído los indicadores a los oscuros años ochenta.
El economista Hugo Fazio, de Cenda, señaló en entrevista a mediados de febrero que una de las medidas regresivas que ha contribuido a la ampliación de la brecha económica ha sido el aumento del IVA del 18 al 19 por ciento. Se trata de un impuesto que recae sin discriminación sobre toda la población y que golpea proporcionalmente con más fuerza a los sectores de menores recursos. Como contrapeso de esta afirmación podemos recordar las utilidades de Minera Escondida y el rechazo de este sector a la propuesta gubernamental de un royalty. Nuestra brecha económica está también ampliada por una política para la población chilena y otra para las grandes corporaciones.
Las autoridades económicas proclaman la expansión del PIB como si fuera parte de una democracia económica, como si el crecimiento del producto estuviera repartido en partes igualmente proporcionales para los diferentes actores económicos. Pero se trata de un mero ejercicio retórico, que esconde tras el abultado guarismo nuestra mundial inequidad. Los resultados empresariales nos demuestran que el crecimiento del PIB durante 2004, que ha ido en evolución hasta pasar en diciembre por sobre el siete por ciento, está orientado hacia las grandes empresas. Se trata de un proceso natural, estructural, de una economía liberada a las fuerzas del mercado y con rasgos patológicos, como lo es una excesiva concentración de los mercados. Sin royalties, regulaciones o impuestos, lo que proyecta nuestra economía es una amplificación de las actuales distorsiones.
La muestra más palmaria de esta distorsión, que adquiere características de perversión, es el crecimiento económico sin empleo. Si observamos las cifras de empleo de 2004 lo que tenemos es una involución: desde hace un año el desempleo no ha hecho otra cosa que aumentar. Si a diciembre de 2003 la tasa de cesantía se mantenía en un 7,4 por ciento, en diciembre de 2004 se había elevado a un 7,8 por ciento. Ahora, a partir de marzo y con el fin del periodo estival que cíclicamente marca una reducción del desempleo, lo que observaremos es una nueva escalada
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