La prensa política está en liquidación, por término de giro. Los grandes medios escritos, aquellos que pasaron de la dictadura a la transición como si se tratara de un cambio de temporada, han comenzado a sufrir el mismo deterioro de aquellos que murieron en el intento: aquella prensa política opositora a la dictadura que se evaporó por falta de objeto de crítica, durante la democracia. Hoy, los grandes medios -hablamos de El Mercurio y La Tercera- viven su propio desgaste por su exceso de institucionalidad, por ser un poder que vive en connivencia con los otros poderes. El poder de la prensa es también el poder económico, financiero, que está cruzado con el político, fenómeno de tal evidencia que este cronista no requiere fundamentar. La memoria inmediata del lector está saturada de estos casos, que se llaman Tironi, Correa, Zaldívar, Bustamante o García, por nombrar unos pocos por simple ahorro de espacio.
No es que esta gran prensa, que controla el 99 por ciento de la circulación, esté en bancarrota financiera. Sí en una especie de hundimiento de la credibilidad y de la capacidad de generar una verdadera agenda. El tratamiento de la política como espectáculo, como una extensión de la farándula, la ha convertido en una actividad prescindible y accesoria. Estos medios, que se identifican y son identificados no sólo con una tendencia ideológica sino con intereses particulares, son incapaces de elevar un discurso informativo o interpretativo que esté ajeno a sus intereses. En cada línea, párrafo, y por cierto, en cada titular, la ideología y los intereses quedan transparentados.
La brusca desaparición como medio político de la revista Qué Pasa nos entrega argumentos para esta tesis. Hace diez, o cinco años atrás, Qué Pasa era una revista capaz de marcar la agenda, un medio insustituible antes de cualquier debate político. ¿Pero qué hacía Qué Pasa? Simplemente se adaptaba a la falta de espesor político de entonces y llevaba a esta actividad a la superficie (con tintes de superficialidad y farándula). Las crónicas de este medio eran vacías, sin un contenido o una mirada política. Se limitaba a describir, con escabrosos detalles -hora, minuto, lugar, gesto, vestuario y otras anécdotas- el tránsito de los actores políticos: movimientos que expresaban inamovilidad política convertida en intriga de palacio o en simple espectáculo de intereses personales, de caciques o personalidades. Qué Pasa ayudó a sepultar el sentido de la política, pero murió en ese empeño.
Lo que hizo Qué Pasa fue una gran mise en scène de la política. Acicaló al agónico y lo vistió de bufón, muy funcional a la platea. Estaba el pan -otorgado por el crédito para el consumo- y ella ponía el circo, compuesto por una fusión de estrellas de la televisión, deportistas, cantantes y, por cierto, políticos. Una galería de bellos, ricos y famosos cada vez más alejados del sentido, primordial y último, del quehacer político. ¿Con quién andaba, dónde vivía, cómo se vestía, qué consumía? era más noticioso que qué pensaba.
Los cuerpos de reportajes de la gran prensa avanzan en esa dirección, porque siguen buscando periodismo político donde no existe. La política no está hoy sólo en el gobierno, los partidos y los poderes fácticos (empresarios, iglesia o Fuerzas Armadas). Se trata de un círculo hoy demasiado estrecho que no logra, porque no desea, expresar la acción de las fuerzas sociales. Hoy las referencias políticas han trascendido este coto y sus mayores dinamismos suceden, precisamente, fuera de este cerco informativo. Podemos decir que el verdadero movimiento no está en la institucionalidad (y realidad) que intentan reflejar estos medios.
Los grandes medios son incapaces de establecer hoy una agenda nacional. O la agenda que intentan establecer es irrelevante y sólo puede recogerla aquel mismo y acotado círculo de poder. Es una información generada desde una arista o cara del poder que es consumida por otra de las caras del poder. Hoy da lo mismo leer o no leer en profundidad los cuerpos de reportajes dominicales, porque sólo sirven como referencia, no de la agenda política nacional, pero sí de la intencionalidad de cada medio. Que El Mercurio entreviste a Michelle Bachelet no es realmente una información o una interpretación más o menos objetiva sobre el devenir político, sino se trata de la señal y opinión de El Mercurio y el poder que lo sostiene respecto a la precandidata. En las páginas de ese diario no es importante lo que diga Bachelet, sino cómo, cuando y por qué aparece en ese medio. Por cierto que se ha de hacer una lectura inversa: no es tan importante qué dice Bachelet en estas páginas, sino qué es lo que le dice a El Mercurio. Es el discurso del poder circulando en doble sentido, en una constante retroalimentación.
Así como la actividad política institucional ha perdido interés y credibilidad, este tipo de información, que aún demarca la política a este reducido territorio, también ha perdido el interés y la credibilidad. Es un lenguaje mediático que intenta pasar por realidad social y política la artificialidad de una actividad que se realiza entre cuatro paredes
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