Para este 22 de agosto está convocado el quinto congreso de la Central Unitaria de Trabajadores colombianos y el punto central de su agenda será decidir sobre el apoyo a la creación, en noviembre, de una gran central mundial de trabajadores, y sobre la afiliación de la CUT a ese nuevo ente.
La CUT nació en noviembre de 1986 como resultado de la fusión de la Cstc (orientada por los comunistas) con la mayoría de sindicatos que habían pertenecido a la UTC y la parte mayoritaria de los que no estaban afiliados a ninguna central y se denominaban independientes. Por fuera de ese reagrupamiento, que constituye la parte mayoritaria de los trabajadores sindicalizados del país, quedaron la CGT, filial de la Confederación Mundial del Trabajo (CMT) y la segunda en importancia, y la CTC, afiliada a la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (Ciosl) y que hoy ocupa el tercer lugar por el número de afiliados. Mientras la disuelta Cstc era filial de la Federación Sindical Mundial (FSM), entidad histórica creada en 1946 como resultado de la derrota del fascismo, los sindicatos de la UTC y la CTC habían pertenecido a la Ciosl, que se creó hacia 1949 como escisión de la FSM y que ha venido comandando el grueso del sindicalismo del mundo desde la desaparición del llamado “campo socialista”.
Como resultado de la crisis generalizada del sindicalismo, la Ciosl y la CMT han resuelto fusionarse y crear una Confederación Sindical Internacional (CIS), en un acuerdo que, por ahora, deja al margen a la FSM, que no quiere ningún acercamiento con los sindicatos que escindieron sus filas unitarias. La CUT ha permanecido independiente y ahora hay un gran enfrentamiento entre quienes plantean afiliarla a esa CIS, que son la mayoría, y quienes se oponen radicalmente e insisten en que siga independiente. Estos últimos representan al “sector clasista”, que ya tiene existencia formal e incluso está afiliado a la FSM, que recoge a los sindicatos de Cuba y los restos del sindicalismo de los desaparecidos países socialistas. Acusan a la Ciosl de estar bajo influencia del capital internacional y ser enemiga del régimen cubano e insisten en que la CUT siga como está porque no cuentan con la fuerza suficiente para plantear la afiliación a la FSM, que contó con apoyo de los países socialistas.
Por su lado, tanto la CTC como la CGT respaldan las gestiones de unidad internacional y se identifican en marchar hacia su afiliación a la nueva entidad que habrá de formarse a partir de los acuerdos de noviembre. Sin embargo, hay bastante enredo en las relaciones que mantienen entre sí las centrales colombianas con vistas a la unidad, ya que, políticamente, no tendría presentación una afiliación a la CIS por separado y no en bloque, de manera unitaria, que recoja el clamor internacional de no perpetuar las divisiones de los trabajadores en cada país. En ese cometido nadie quiere ceder sus poderes, reales o virtuales. CGT afirma ahora que es la primera central nacional y como tal reclama esa calidad; la CTC no tiene buenas relaciones con la CGT y en la CUT bulle amenazante la división. Ya hay un precedente: en 1950 los comunistas de la CTC abandonaron esta organización porque la mayoría (liberal) aprobó la desafiliación de la FSM y la afiliación a la divisionista Ciosl. Unirse para poder presentarse como una sola fuerza ante sus compañeros del mundo equivale a que cada confederación pierda propiedades, patrimonios físicos, derechos en consejos de administración de toda una gama de organizaciones del Estado, y encima de eso fueros sindicales y poderes políticos de los dirigentes sindicales. Todo eso tendría que redistribuirse, en las condiciones de un gobierno que apenas acaba de iniciarse y tiene clara orientación política de derecha, y ese trance no quieren vivirlo.
Ni siquiera de procesos mucho más sencillos hay buenas noticias: en los últimos cuatro años han fracasado los intentos repetidos de fusión de la CTC con la CUT, aprobada por sus direcciones respectivas pero rechazada por sindicatos cetecistas de varias regiones del país y en particular los del Valle del Cauca. En el seno de la llamada Gran Coalición Democrática, que reúne a las tres centrales para adelantar conjuntamente sus relaciones y negociaciones con el gobierno, hay que andar con pies de lana para que los demás no vayan a molestarse por cada propuesta que se hace, y allí, en diciembre pasado, en plena negociación del salario mínimo legal para 2007, se produjo el abandono repentino de la representación de la CGT, que dejó “embarcados” con Uribe al resto de sus compañeros. En los cuerpos directivos de todas las confederaciones campean las prácticas de dirección antidemocráticas, que concentran poderes en núcleos reducidos o que desconocen los acuerdos ajustados por la mayoría, que discriminan por motivos políticos en la composición de comisiones sindicales o que boicotean reuniones para impedir que se tomen decisiones, o bien que ejercen un autoritarismo sofocante que no admite disensiones entre sus compañeros de dirección.
La izquierda pretende imponer un sindicalismo apegado a las concepciones leninistas, sobrepasadas por la vida, y los sectores de centro —en el sindicalismo colombiano no hay derecha de verdad—, identificados con las políticas de concertación de los conflictos, plantean hacer un ejercicio de apertura hacia nuevas formas de expresión sindical, todavía no garantizadas, que podrían permitir el rescate de un movimiento que está en crisis en todos los rincones del mundo y que demanda unidad frente a las fuerzas del capital.
El respeto de las ideas políticas y partidistas está lejos de haber triunfado en las filas sindicales. Y encima de todo eso hay conductas, tanto en la “derecha” como en la izquierda, que son alarmantes y que las organizaciones se niegan a debatir públicamente, de cara a los trabajadores que dicen representar. Hay sindicatos dominados por los grupos paramilitares del norte y centro del país y sindicatos mantenidos a raya por las avanzadas guerrilleras en el sur y el occidente del país. Y nadie en las filas sindicales dice nada de eso. En las pasadas elecciones para Congreso hubo dirigentes sindicales que figuraron en listas de mafiosos ligados con los paras y dirigentes sindicales del Polo, notables por su radicalismo, que hicieron lo mismo en otras regiones. El responsable de comunicaciones de la CGT hizo parte de las listas uribistas de Cambio Radical, mientras Víctor Baena, ex presidente de la CGT, figura en la lista del Polo.
¿Quién está libre de culpa para impugnar o acoger la afiliación internacional a una nueva organización de trabajadores donde hay de todo, buenos, regulares y malos de verdad (como los norteamericanos, por ejemplo)?
Lo único claro es que el sindicalismo colombiano necesita cambiar su práctica social para frenar su debilitamiento. “Durante los últimos cuatro años la CUT ha sostenido un ritmo de movilización pública que no existió en ninguna época anterior, pero se está llegando al punto de descenso del auge y hay que encontrar nuevos incentivos para los trabajadores, entre ellos demandas sobre seguridad social y cooperación”, nos decía en febrero pasado el presidente de la CUT, Carlos Rodríguez. “Se necesita —agregó— llegar a acuerdos laborales para que los trabajadores vean resultados de su lucha y el movimiento no sea arrinconado por los empresarios y el gobierno. La gente espera ver resultados, que hasta ahora no se han producido”. Rodríguez, nombrado recientemente miembro de la dirección nacional liberal, ha recordado repetidamente que la negociación colectiva marcha muy mal en el país. De acuerdo con el Dane y el ministerio de Protección Social, en 2005 el 75% de los trabajadores que negociaron convenios tuvieron que aceptar incrementos salariales por debajo del 6,9% que se alcanzó para el salario mínimo de ley. Con semejante situación, ¿valdría la pena tanto ruido por las afiliaciones internacionales?
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