Rafael Correa, presidente electo del Ecuador, acaba de hacer lo que ninguno de los últimos siete u ocho presidentes de Colombia se ha atrevido a hacer en los últimos treinta años: exigirles responsabilidades a los Estados Unidos en el tema de la lucha contra las drogas prohibidas (prohibidas por los gobiernos de los Estados Unidos).
Lo hizo a propósito de la amenaza del Congreso de los Estados Unidos de suprimir los beneficios arancelarios (las Atpdea) a los países andinos que no firmen el leonino Tratado de Libre Comercio impuesto por los Estados Unidos.
Dijo el presidente Correa:
"Las Atpdea no son una limosna, sino una compensación para los países que han demostrado esfuerzos en la lucha antidroga" Y añadió la sugerencia de que, para resarcir a los exportadores ecuatorianos afectados por la medida norteamericana, su gobierno reorientará hacia ellos "los ingentes recursos" que esa lucha antidroga le cuesta a Ecuador.
Ante lo cual el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, en vez de solidarizarse con la sensata posición de su colega del país vecino, procede a castigarlo. Y no por cuenta de los intereses de Colombia, sino de los intereses de los Estados Unidos. Ordena que se reanude la fumigación con el venenoso glifosato en las regiones fronterizas, suspendidas hace un año a raíz del compromiso firmado por la entonces Canciller (del anterior gobierno, pero del mismo presidente), Carolina Barco.
(Un paréntesis. Me parece que por ese respeto de sí mismo que se llama "vergüenza torera", o "pundonor", la ex canciller Carolina Barco debería sentirse obligada a renunciar a su nuevo cargo de embajadora en Washington al verse así de groseramente desautorizada por el Presidente que la nombró en los dos. Como debería renunciar también, por la misma vergüenza torera, el embajador en Roma Sabas Pretelt ante la violación por su presidente de los pactos hechos por él con los narcoparamilitares cuando era ministro de Gobierno y Justicia: pactos trabados a escondidas del país, sí, pero a sabiendas del Presidente y de los paras).
Vuelvo al tema. El canciller ecuatoriano Francisco Carrión dice que la reanudación de la fumigación aérea de los cocales fronterizos es "un acto hostil e inamistoso" por parte del gobierno colombiano.
"Un abuso", remacha Correa, el presidente electo. Añado yo que es un abuso, y un acto inamistoso y hostil, más todavía para con los colombianos de esa región, que se enferman con el glifosato lo mismo que los ecuatorianos y ven igualmente destruidas sus cosechas de pancoger, pero que además pierden su única fuente de trabajo; pues vale la pena recordar que en las zonas cocaleras los campesinos no tienen sino dos posibilidades de empleo: sembrar matas de coca o arrancar matas de coca manualmente.
La erradicación por fumigación aérea solo da empleo y sueldo a pilotos norteamericanos, que a continuación caen derribados en manos de las FARC, cuyos jefes detenidos (en el Ecuador) son a continuación extraditados a los Estados Unidos por el presidente Uribe, tan mandoncito aquí, tan obedientico allá, con la consecuencia de que se frustra la posibilidad de intercambios humanitarios de secuestrados por presos, y por consiguiente... etc., etc.
Pero ¿es que no se da cuenta el presidente Uribe de que todos los problemas insolubles que se le plantean encadenadamente a su gobierno, y la necesidad de adquirir en torno a ellos, para darles largas, para ganar tiempo, compromisos contradictorios con distintas fuerzas -con los paras, con los países vecinos, con los militares, con los políticos, con sus propios ex ministros, con las exigencias de justicia de la comunidad internacional, con las víctimas, con la opinión, e incluso (él sabe mejor que nadie que en esto no exagero) con la Historia-, no se da cuenta, digo, de que todos esos problemas que lo desvelan y le dan laberintitis en el oído y lo obligan a gritar como un poseso y a mentir como un bellaco tienen su origen en su sometimiento servil a la política antidrogas del gobierno de los Estados Unidos?
Una política que, repito aquí por centésima vez, es criminal: no está dirigida a eliminar el daño para la salud que representa el consumo de drogas, sino que está dirigida a optimizar las ganancias de quienes manejan el tráfico de drogas, cuyos beneficiarios finales son los norteamericanos. Los mafiosos, los banqueros y los políticos.
Ya sé que hay lectores que no me creen cuando insisto en este punto. Me gustaría poder discutirlo con ellos dentro de treinta años, cuando el hijo de algún narcotraficante norteamericano sea elegido presidente de los Estados Unidos, como sucedió una vez con el hijo de un gran alcohtrafricante clandestino de la época de la prohibición del alcohol.
Vuelvo a la pregunta: ¿No se da cuenta Uribe? ¿No se daban cuenta sus predecesores que alcanzaron el tope de la vara de premios presidencial? Yo creo que sí se dan cuenta: no son tontos. Pero son ambiciosos. Así que para describir su actitud tomo prestada una frase de Jonathan Swift que pesqué en el más reciente número (número 50 ya) de la revista literaria Número:
"La ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso para trepar se adopta la misma postura que para arrastrarse".
Conociendo este país, no me extrañaría que mañana demandaran por injuria y calumnia al difunto escritor y clérigo irlandés Jonathan Swift.
Artículo publicado en la revista SEMANA de Colombia y en el diario EL UNIVERSO de Guayaquil, Ecuador.
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