Este año se cumplen cien años de la caída del meteorito Tunguska, uno de los fenómenos celestes más extraños ocurridos en la Tierra. Ese suceso, que todavía la ciencia no ha podido explicar tuvo lugar en una zona deshabitada en el centro de Siberia, cerca del rió Tunguska, afluente del Yenisei, en el amanecer del 30 de junio de 1908.
De repente, en el cielo apareció una enorme bola de fuego que tras explotar, se convirtió en un torbellino apocalíptico que destruyó todo lo que se interpuso a su paso. La hecatombe estuvo acompañada de un ruido ensordecedor que hizo temblar la tierra, cuentan las declaraciones de habitantes de Vanavara, una población de cazadores cercana al lugar donde ocurrió el extraño fenómeno.
La explosión, a varios centenares de metros sobre la superficie de la tierra aplastó la taigá o bosque siberiano en un área de varios centenares de kilómetros cuadrados, y en instantes, decenas de miles de árboles se quedaron convertidos en astillas. Todavía, en esa región de Siberia quedan secuelas y anomalías. Por lo visto, la naturaleza no se ha recuperado completamente del efecto de ese impacto colosal.
Se puede decir que en ese entonces, la humanidad tuvo mucha suerte, pues si esa mole proveniente del cosmos hubiera aparecido unas cuantas horas antes, el epicentro del impacto pudo haber sido San Petersburgo, o una de las urbes de la densamente poblada Europa.
Para tener una idea de la magnitud de ese suceso, cabe recordar que la potencia de la explosión equivalió a la detonación de varias bombas atómicas, y la onda acústica dos veces dio la vuelta al mundo como registraron los observatorios existentes en esa época.
Transcurridos cien años el enigma del fenómeno Tunguska permanece indescifrable. Las versiones sobre lo ocurrido ya son más de 80 y desafortunadamente, ninguna de ellas ha podido ser sustentada con pruebas serias e inequívocas.
Esto se debe a que prácticamente no quedó ninguna evidencia que pueda corroborar las múltiples hipótesis.
Foto de la época en donde se aprecia que una enorme superficie en Siberia, donde supuestamente cayó el extraño cuerpo. Los árboles del bosque han sido arrancados y alineados en el mismo sentido por esta misteriosa fuerza.
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Hace 30 años, cuando comencé a estudiar astronomía estaba convencido que el enigma de Tunguska no se descubriría nunca, pero la ciencia evoluciona y ahora, mi opinión al respecto es menos radical.
Los astrónomos han comenzado a comprender mejor la naturaleza de los cuerpos que viajan en el cosmos y cada vez se aproximan más a la comprensión que fue lo que pudo ocurrir en Siberia el último amanecer de junio hace cien años.
A mi juicio, el fenómeno Tunguska probablemente fue el fragmento de un cometa desconocido compuesto de materia primitiva del universo.
Esta hipótesis será expuesta en mi intervención en la Conferencia Internacional en ocasión del primer centenario del fenómeno Tunguska el próximo mes de junio en Moscú.
Aunque existen varias clasificaciones, los cometas del sistema solar pueden catalogarse en dos géneros. El primer género son los cometas compuestos de gas y polvo de tamaño micrométrico (micrones) de origen intergaláctico.
El segundo género serían cometas con materiales similares a los del primer género, que además tienen elementos característicos de asteroides y meteoritos (rocas, metales, condritas).
Cuando un cometa de segundo género se desintegra, forma los denominados flujos de meteoros o lluvia de estrellas que tan frecuente se pueden observar durante las noches en el firmamento.
Si uno de esos flujos de meteoros choca con la atmósfera terrestre, sus componentes se subliman y la componente rocosa del meteorito cae en la tierra en la forma de fragmentos de tamaños considerables que a veces se pueden encontrar.
Como ocurrió en 1947 en el Lejano Oriente ruso donde cayó el meteorito Sijoté-Alin, de al menos 70 toneladas, el meteorito de origen ferroso más grande de los encontrados hasta ahora.
Según estimaciones personales, y de colegas del Instituto de Astrología de Rusia, el meteorito Tunguska tuvo que tener una masa de varias toneladas y parte de esa masa debió quedar en el lugar donde se produjo su caída.
Ya que transcurridos cien años en la zona de la caída no se ha podido encontrar nada. Se puede deducir que el meteorito Tunguska fue el fragmento de un cometa del primer género que no tenía elementos metálicos o rocosos.
Probablemente, fue una masa de hielo gigantesca compuesta de gas y polvo.
Al chocar a velocidad cósmica con la atmósfera, el gas y polvo congelado se sublimaron inmediatamente y su núcleo explotó en la atmósfera originando una onda acústica y sísmica que fue registrada por muchos observatorios del mundo.
La explosión del núcleo en la atmósfera dispersó micro fragmentos que penetraron en los árboles que encontraron a su paso quedando insertados en su corteza.
Si en un comienzo se hubiese realizado las investigaciones pertinentes, se pudieron haber extraído esos fragmentos de los árboles y de esa forma, establecer los materiales del bólido Tunguska.
Pero para el tiempo en que ocurrió el fenómeno, los científicos no sabían esa metodología y se perdió información muy valiosa.
De todas maneras, el fenómeno Tunguska es un hito muy importante para la historia de nuestro planeta porque es una de las evidencias más concretas del peligro que encierran los asteroides.
Tres de meteoritos más sonados y de mayor tamaño como Tunguska, Sijoté-Alin y el meteorito Brasil cayeron en zonas despobladas. Para unos esto pudo haber sido una casualidad afortunada, para otros la voluntad de Dios, y no obstante, el riesgo de una hecatombe de procedencia estelar siempre será posible.
La importancia del meteorito Tunguska comenzó con la era espacial cuando la humanidad comprendió que existen cuerpos celestes que pueden ser un peligro para el planeta.
El problema de los peligros del cosmos fomenta el interés por las investigaciones de los asteroides y cometas como asesinos potenciales de nuestra civilización.
Actualmente existen constelaciones de satélites en torno a la órbita terrestre destinados para detectar los lanzamientos de misiles balísticos y controlar la realización de pruebas nucleares.
Estos satélites cada año registran al menos entre 10 y 15 casos de destellos intensos producidos por explosiones de varios megatones de potencia en la atmósfera.
La mayoría de la comunidad científica considera que esas explosiones se producen a consecuencia de cometas de menor tamaño que penetran en la atmósfera y se desintegran sin dejar huellas.
En estos casos, ¿qué es lo que puede hace el hombre en el caso de una amenaza de cometas?
Probablemente, lo que podría hacer un aborigen armado con arco y fechas ante una estampida de mamuts: echar a correr.
Hasta el momento, la humanidad no tiene las armas suficientes para afrontar una amenaza de cuerpos celestes. Lo único que puede hacer es vigilar permanentemente el cielo para detectar a tiempo el intruso, calcular donde puede ocurrir la caída, y si es necesario, evacuar la población del epicentro de "nuevos Tunguskas".
Considero que el uso de armas debe ser un último recurso. Porque emplear armas contra un asteroide supone convertir una bala en una salva de perdigones de mucho más riesgo.
A mi modo de ver, la variante más optima sería posar cohetes en el objetivo peligroso y con ayuda de esos portadores desviar paulatinamente el asteroide de la trayectoria de la Tierra. En este caso, además de la población, se podrá salvar de la destrucción parte del patrimonio material y cultural de nuestra civilización.
Fuente: Ria Novosti, 10/ 03/ 2008.
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