Nebot y Arregui, valiéndose de los argumentos más retrógrados, quieren seguir manteniéndose en el poder político y económico, en un país como el nuestro, en el que todos los vientos soplan a favor de un CAMBIO total y definitivo, precisamente acabando con el fanatismo religioso y el poder económico.
Teníamos como un hecho cierto que las luchas ideológicas y políticas en nuestros países habían avanzado positivamente, conforme iban desapareciendo los fanatismos religiosos, las castas sociales y el poder de don dinero. Pero lo que está sucediendo en Bolivia y en Ecuador, que se apresta a votar por una nueva Carta política, nos vuelve a la dura realidad, para que constatemos que las clases dominantes y las fuerzas clericales no están dispuestas a perder ni uno solo de sus privilegios, conseguidos a cambio del fanatismo religioso y de las gordas chequeras, alimentadas por la explotación sistemática a los sectores populares.
En estos días vemos asombrados cómo se han juntado la cruz y la chequera para defender el sistema de explotación y miseria que les ha permitido mantener su hegemonía, imponiendo su voluntad, a pesar de la lucha permanente de nuestros pueblos por su liberación definitiva.
Nebot y Arregui, valiéndose de los argumentos más retrógrados, quieren seguir manteniéndose en el poder político y económico, en un país como el nuestro, en el que todos los vientos soplan a favor de un CAMBIO total y definitivo, precisamente acabando con el fanatismo religioso y el poder económico. Es repugnante escuchar a Nebot hablando de autonomías, como es vergonzoso escuchar al obispo Arregui hablando de las penas del infierno, en pleno siglo XXI, cuando las naciones y los hombres planifican ya una globalización impostergable.
Se oponen a una nueva Constitución, porque saben que la que ellos hicieron, entre gallos y medianoche, encerrados en un recinto militar y que nunca fue sometida a consenso popular, ya no tiene ninguna validez y, sobre todo, saben que se acabaron sus grandes negociados, en luz, agua potable, comercio exterior, y sobre todo, porque ya no podrán meter las manos en nuestros bolsillos, como lo hicieron en el “Feriado Bancario”, de tan triste recordación.
Nebot, atrincherado en Guayaquil, nos amenaza con el separatismo, un proyecto tan estúpido que no tiene ningún asidero. Cuando afirma que “su” Guayaquil es de los guayaquileños, se olvida que los guayaquileños son miles y miles de riobambeños, quiteños, cuencanos, manabitas, lojanos, ibarreños, esmeraldeños y otros etcéteras, que vienen poblando Guayaquil desde hace más de un siglo, y que ellos son la fuerza creadora y productiva, que ha hecho de esa bella ciudad la más importante y próspera de la costa del Pacífico. Guayaquil es GRANDE Y PROSPERA por la pujanza de sus habitantes y no por el brillo de sus apellidos ni el peso de sus chequeras.
El cura Arregui, al que obligadamente hay que decirle “monseñor”, se olvida que dios bajó de los altares hace mucho tiempo y que ahora está en la conciencia de cada uno de los seres humanos. Más aún, este obispo sabe que hay otras sectas y otras creencias que han acabado con el mito de “un solo dios y tres personas distintas”. Sabe que ya no nos puede engañar a pretexto de “catequización”, y sabe que no puede seguir enriqueciéndose con sus grandes negociados, encubiertos con la cruz y la sotana.
Nebot y Arregui o viceversa, el dúo dinámico, encaramados en sus respectivos “tronos” en la ciudad de Guayaquil, creen que pueden seguir engañando al pueblo del Ecuador, con sus amenazas de infierno y separatismo. El Pueblo ya no cree en cucos ni come cuentos y sabe que son sus manos, su sudor y sus esfuerzos, los que les liberarán de la explotación y la miseria, por eso está convencido de que, desde el púlpito o el “sillón de Olmedo”, nadie podrá manipular su pensamiento y su conciencia.
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