Muchas gracias, Richard. Estoy encantada de estar aquí en la nueva sede. He visitado a menudo la sede en la ciudad de Nueva York, pero es buena idea tener una oficina del Consejo aquí mismo, a una manzana del Departamento de Estado. El Consejo nos asesora mucho, con lo cual ahora no tengo que desplazarme tan lejos para que me digan lo que deberíamos de estar haciendo y cómo deberíamos pensar acerca del futuro.
Richard acaba de pronunciar lo que podría calificarse como una versión reducida de mis comentarios en lo que se refiere a los asuntos que enfrentamos. Pero viendo el público aquí presente, repleto no sólo de amigos y colegas, sino también de personas que han ejercido cargos en las anteriores administraciones, es evidente que no existe un momento en el que no haya tareas por hacer.
Poco después de comenzar a trabajar en el Departamento de Estado, un anterior secretario de Estado me llamó y me ofreció el siguiente consejo: no intentes abarcar demasiado. Me pareció una amonestación inteligente, si sólo fuera posible. Pero el panorama internacional hoy en día es implacable: dos guerras, el conflicto en Oriente Medio, las amenazas persistentes del extremismo violento y la proliferación nuclear, la recesión mundial, el cambio climático, las hambrunas y enfermedades, y la brecha cada vez mayor entre los ricos y los pobres. Todos estos desafíos afectan la seguridad y prosperidad de Estados Unidos, y amenazan también la estabilidad y el progreso mundiales.
Sin embargo no son motivo para desesperarse sobre el futuro. Las mismas fuerzas que complican nuestros problemas: la interdependencia económica, las fronteras abiertas y la rápida circulación de información, capitales, productos, servicios y personas; son también parte de la solución. Ahora que más estados afrontan desafíos comunes, tenemos la oportunidad y la profunda responsabilidad de ejercer el liderazgo estadounidense para resolver los problemas junto con los demás. Ése es el elemento vital de la misión de Estados Unidos en el mundo actual.
Ahora bien, algunos consideran que el auge de otros países y nuestras dificultades económicas internas son indicios de que el poder de Estados Unidos ha disminuido. Otros sencillamente no se fían de nosotros como líderes, porque consideran que Estados Unidos es una potencia que no rinde cuentas, que impone con demasiada rapidez su voluntad a expensas de los intereses de los demás y de nuestros principios. Pues bien, se equivocan.
La cuestión no es si nuestro país pueda o deba dirigir, sino cómo ejercerá su papel de líder en el siglo XXI. Las ideologías rígidas y viejas fórmulas ya no rigen. Necesitamos un nuevo modelo de cómo Estados Unidos empleará su poder para proteger nuestro país; ampliar la prosperidad compartida y ayudar a más personas en más lugares a mantenerse fiel al potencial que Dios les ha otorgado.
El presidente Obama nos ha obligado a pensar fuera de los esquemas habituales. Ha iniciado una nueva era de participación fundada en intereses comunes, valores compartidos y respeto mutuo. A partir de ahora, y aprovechando las virtudes singulares de Estados Unidos, debemos adelantar esos intereses a través de las alianzas, y promover los valores universales a través del poder de nuestro ejemplo y la potenciación de las personas. Así, podremos forjar el consenso mundial que se necesita para derrotar las amenazas, hacer frente a los peligros y aprovechar las oportunidades del siglo XXI. Estados Unidos siempre será un líder en el mundo con tal de que sigamos siendo fieles a nuestros ideales y adoptemos estrategias que se corresponden a los tiempos en que vivimos. Por tanto, ejerceremos el liderazgo estadounidense para crear alianzas y resolver los problemas que ningún país puede resolver por sí solo, y procuraremos implantar políticas que movilicen a más socios y produzcan resultados.
No obstante, primero debo decir que si bien las ideas que conforman nuestra política exterior son de importancia crítica, para mi esto no es sólo un ejercicio intelectual. Durante más de 16 años he tenido la oportunidad, en realidad el privilegio, de representar a nuestro país en el exterior en calidad de Primera Dama, como senadora y ahora como secretaria de Estado. He visto los vientres de niños hambrientos, niñas a las que se ha vendido en el mercado de la trata humana, hombres que se mueren de enfermedades que se pueden curar, mujeres a las que se les niega su derecho a tener propiedad o a votar, y jóvenes sin estudios ni trabajo asolados por una sensación de futilidad sobre sus futuros.
También he podido ver que la esperanza, el trabajo arduo y la inventiva pueden superar las peores dificultades. Durante casi 36 años me he desempeñado como defensora de niños, mujeres y familias aquí dentro del país. He viajado por todo el país para conocer las inquietudes cotidianas de nuestros ciudadanos. He conocido a padres que se esfuerzan por mantener sus empleos, pagar la hipoteca, pagar los gastos de universidad de sus hijos y costearse el seguro médico.
Lo que he hecho y visto me ha convencido de que nuestra política exterior tiene que producir resultados para el pueblo, tanto para el obrero de una fábrica de automóviles de Detroit cuyo futuro dependerá de la recuperación de la economía a nivel mundial; como para el agricultor o pequeño propietario de empresa en un país en desarrollo cuya falta de oportunidades impulsan la inestabilidad política y el estancamiento económico; así como para las familias cuyos seres queridos arriesgan la vida por defender a nuestro país en Iraq o Afganistán, y en otras partes; o para niños en todas partes que se merecen un futuro más prometedor. Estas son las personas
–cientos de millones aquí en Estados Unidos y miles de millones en el mundo– cuya vida y experiencia, esperanzas y sueños han de tenerse en cuenta en las decisiones que tomamos y las medidas que siguen a éstas. Estas son las personas que me inspiran a mí y a mis colegas en la labor que intentamos hacer todos los días.
Al abordar nuestras prioridades de la política exterior, tenemos que hacer frente al mismo tiempo a cuestiones urgentes, importantes y de largo plazo. Pero incluso cuando nos vemos obligados a realizar varias tareas a la vez –expresión estrechamente ligada al género (risas)– debemos tener prioridades, tema que el presidente Obama ha mencionado en discursos pronunciados en Praga, El Cairo, Moscú y Accra. Queremos hacer retroceder la propagación de las armas nucleares, impedir su uso y crear un mundo libre de la amenaza que plantean. Deseamos aislar y derrotar a los terroristas y oponernos a los extremistas violentos, y al mismo tiempo llegar a los musulmanes de todo el mundo. Queremos alentar y facilitar las gestiones dirigidas a buscar y alcanzar la paz global en Oriente Medio. Queremos lograr la recuperación económica mundial y el crecimiento mediante el fortalecimiento de nuestra propia economía, la promoción de un sólido programa de desarrollo, la ampliación del comercio libre y justo y el impulso de inversiones que creen puestos de trabajo decentes. Queremos luchar contra el cambio climático, aumentar la seguridad energética y sentar las bases de un futuro próspero con energía limpia. Deseamos apoyar y animar a los gobiernos democráticos que protegen los derechos y que producen resultados para sus pueblos. Tenemos la intención de defender los derechos humanos en todo el mundo.
La libertad, la democracia, la justicia y la oportunidad son la base de nuestras prioridades. Algunos nos acusan de utilizar estos ideales para justificar acciones que contradicen su significado mismo. Otros afirman que a menudo somos demasiado condescendientes e imperialistas, y que sólo pretendemos ampliar nuestro poder a expensas de los demás. Efectivamente, estas percepciones han alimentado el antiamericanismo, pero no reflejan lo que somos. Sin duda hemos perdido terreno en los últimos años, pero el daño es temporal. Es como mi codo, mejora cada día. (Risas).
Ya sea en América Latina o en el Líbano, en Irán o en Liberia, los que se inspiran en la democracia, los que entienden que la democracia es algo más que celebrar elecciones –que también deben proteger los derechos de las minorías y la libertad de prensa, desarrollar poderes judiciales, legislativos y ejecutivos que sean fuertes, competentes e independientes, y comprometerse a que la democracia logre resultados– éstas son las personas que encontrarán que los estadounidenses son amigos, no adversarios. Como el presidente Obama dejó claro la semana pasada en Ghana, este gobierno defenderá el gobierno responsable y transparente, y apoyará a quienes intenten crear instituciones democráticas dondequiera que vivan.
Nuestro enfoque de política exterior debe reflejar el mundo tal como es, no como era antes. No tiene sentido adaptar un concierto de poderes que data del siglo XIX o una estrategia de equilibrio de poderes del siglo XX. No podemos volver a la contención que caracterizaba la Guerra Fría o al unilateralismo.
Hoy tenemos que reconocer dos hechos ineludibles que definen nuestro mundo: en primer lugar, ningún país puede afrontar los retos del mundo solo. Los problemas son demasiado complejos. Demasiados jugadores compiten por la influencia, desde potencias emergentes hasta empresas y cárteles de criminales; desde organizaciones no gubernamentales hasta al Qaeda; desde los medios de comunicación controlados por el Estado hasta particulares que utilizan Twitter.
En segundo lugar, la mayoría de los países se preocupan de las mismas amenazas globales, desde la no proliferación hasta las luchas contra enfermedades y contra el terrorismo, pero también hacen frente a obstáculos muy reales, por razones de historia, geografía, ideología e inercia. Se enfrentan a estos obstáculos y se interponen en el camino de convertir intereses comunes en acciones comunes.
Por lo cual estos dos hechos exigen una estructura mundial distinta en la que los estados tengan claros incentivos para la colaboración y estén a la altura de sus responsabilidades, así como fuertes trabas para situarse en los márgenes o sembrar la discordia y la división.
Por tanto, ejerceremos el liderazgo de Estados Unidos para superar lo que los expertos de política exterior en lugares como el Consejo denominan “los problemas de la acción colectiva” y lo que yo denomino los obstáculos a la cooperación. Porque al igual que ningún país puede hacer frente a estos retos por sí solo, ningún problema puede resolverse sin contar con Estados Unidos.
Lo haremos de la siguiente manera: trabajaremos a través de instituciones existentes y las reformaremos. Pero haremos más. Emplearemos nuestro poder para convocar, nuestra capacidad para conectar a países de todo el mundo y estrategias de política exterior racionales para crear alianzas destinadas a resolver los problemas. Transcenderemos a los estados y crearemos oportunidades para que instituciones no estatales y particulares puedan contribuir a las soluciones.
Creemos que este enfoque hará avanzar nuestros intereses al unificar a diversos socios en torno a preocupaciones comunes. Esto hará más difícil que los demás ignoren sus responsabilidades o abusen del poder, y ofrecerá un lugar en la mesa a cualquier país, grupo o ciudadano dispuesto a asumir su parte correspondiente de la carga. En pocas palabras, dirigiremos al inducir una mayor cooperación entre mayor número de actores y al reducir la competencia, lo cual inclinará la balanza de un mundo con potencias que concentran el poder hacia un mundo con diversos socios que lo comparten.
Ahora bien, sabemos que este enfoque no es una panacea. Seguiremos siendo claros en cuanto a nuestro propósito. No todos en el mundo nos desean lo mejor ni comparten nuestros valores e intereses. Algunos tratarán de socavar nuestras acciones deliberadamente. En esos casos, nuestras alianzas se convertirán en coaliciones de poder que frenen o impidan esas acciones negativas.
A estos enemigos y enemigos en potencia, permítanme decirles que nuestro enfoque en la diplomacia y el desarrollo no es una alternativa a nuestro arsenal de seguridad nacional. Nuestra voluntad a establecer un diálogo no es un signo de debilidad que haya de explotarse. No dudaremos en defender decididamente a nuestros amigos, nuestros intereses y, sobre todo, a nuestro pueblo cuando sea necesario con el poder militar más fuerte del mundo. No buscamos esta opción, ni tampoco expreso una amenaza; es una promesa que hacemos a todos los estadounidenses.
La creación de una estructura de cooperación mundial nos obliga a diseñar políticas adecuadas y a utilizar herramientas adecuadas. Cito a menudo el poder inteligente porque es un elemento fundamental de nuestros planteamientos y nuestra toma de decisiones. Se refiere al uso inteligente de todos los medios disponibles, entre ellos nuestra capacidad para convocar y conectar. Se refiere también a nuestra fuerza económica y militar, nuestra capacidad de iniciativa empresarial e innovación, y la capacidad y credibilidad de nuestro nuevo presidente y de su equipo. También se refiere a la aplicación del sentido común de toda la vida en la formulación de políticas. Es una mezcla de principios y pragmatismo.
El poder inteligente se traduce en enfoques de política específicos en cinco aspectos. En primer lugar, tenemos la intención de actualizar y crear medios de cooperación con nuestros socios; en segundo lugar, intentaremos obtener la participación de quienes están en desacuerdo con nosotros; en tercer lugar, elevaremos el desarrollo como un pilar básico del poder estadounidense; en cuarto lugar, integraremos las acciones militar y civiles en las zonas de conflicto; y en quinto lugar, aprovecharemos las fuentes clave del poder estadounidense, entre estas nuestro poder económico y el poder de nuestro ejemplo.
Nuestro primer planteamiento es crear estos mecanismos de cooperación más sólidos con nuestros aliados históricos, con potencias emergentes y con instituciones multilaterales, y a continuación, como ya he dicho, emprender esa cooperación de manera pragmática y basada en los principios. No consideramos que estén en oposición, sino que se complementan.
Hemos comenzado por darle un nuevo impulso a nuestra base de alianzas que quedó raída en los últimos años. En Europa, esto significa mejorar las relaciones bilaterales, conseguir una colaboración más productiva con la Unión Europea y la revitalización de la OTAN. Creo que la OTAN es la alianza más grande de la historia, pero se creó para la Guerra Fría. La nueva OTAN es una comunidad democrática de casi mil millones de personas que se extiende desde el Báltico en el este, hasta Alaska en el oeste. Estamos intentando actualizar sus conceptos estratégicos para que sea igual de eficaz en este siglo que en el pasado.
Al mismo tiempo, colaboramos con nuestros principales aliados de tratados, como Japón y Corea, Australia, Tailandia, las Filipinas y otros socios para fortalecer nuestras relaciones bilaterales, así como las instituciones transpacíficas. Somos al mismo tiempo un país transatlántico y transpacífico.
También se hará especial hincapié en animar a las principales potencias mundiales y a las potencias emergentes: China, India, Rusia y Brasil, así como Turquía, Indonesia y Sudáfrica, a ser socios de pleno derecho para abordar la agenda mundial. Quiero recalcar la importancia de esta tarea y mi compromiso personal con ella. Estos estados son de vital importancia para el logro de soluciones a los problemas compartidos y para promover nuestras prioridades: la no proliferación, la lucha contra el terrorismo, el crecimiento económico, el cambio climático, entre otros. En colaboración con estos países nos mantendremos firmes en nuestros principios a la vez que buscamos terreno común.
Esta semana voy a viajar a la India, donde el ministro de Asuntos Exteriores Krishna y yo sentaremos las bases de un amplio programa que proponga un enfoque de gobierno en pleno para nuestra relación bilateral. A finales de este mes, el secretario Geithner y yo dirigiremos conjuntamente nuestro nuevo diálogo estratégico y económico con China. Éste abarcará no sólo las cuestiones económicas, sino también la gama de desafíos estratégicos que afrontamos juntos. En el otoño, viajaré a Rusia con el propósito de contribuir al avance de la comisión presidencial binacional que el ministro de Relaciones Exteriores Lavrov y yo copresidiremos.
Estas reuniones no garantizan resultados, pero ponen en marcha los procesos y relaciones que ampliarán nuestras posibilidades de cooperación y reducirán los ámbitos de discrepancia. Sabemos que seguramente el progreso no se logrará rápidamente, ni sin baches en el camino, pero estamos decididos a emprender este camino y a permanecer en él.
Ahora bien, nuestras instituciones de ámbito mundial y regional se crearon para un mundo que se ha transformado, por lo que también han de ser reformadas y transformadas. Como dijo el presidente tras la reciente reunión del G8 en Italia, deseamos instituciones que “combinen la eficiencia y capacidad de acción con la inclusión”. Desde la ONU hasta el Banco Mundial, desde el FMI hasta el G8 y el G20, desde la OEA y la Cumbre de las Américas hasta la ASEAN y APEC, todas estas instituciones y otras desempeñan una función, pero su vitalidad y relevancia dependen de su legitimidad y representatividad, así como de la capacidad de sus miembros para actuar rápida y responsablemente cuando surgen problemas.
También entablaremos contactos más allá de los gobiernos, porque creemos que las alianzas con personas desempeñan un papel fundamental en nuestra diplomacia del siglo XXI. El discurso del presidente Obama en El Cairo es un poderoso ejemplo de la comunicación directa con el pueblo. Realizamos el seguimiento con un amplio programa de intercambios educativos, programas de extensión e iniciativas empresariales. En todos los países que visito, busco oportunidades de fortalecer la sociedad civil y comunicarme con los ciudadanos, ya sea en una asamblea municipal en Bagdad, una primicia en ese país, o apareciendo en programas de televisión que alcancen una amplia audiencia y a los jóvenes, o asistiendo a una reunión con activistas democráticos, viudas de guerra o estudiantes.
He nombrado enviados especiales que se centrarán en varios problemas específicos, incluida la primera embajadora para Asuntos Mundiales de la Mujer y un embajador que elabore nuevas alianzas público-privadas y entable contacto con las comunidades de la diáspora en Estados Unidos para aumentar las oportunidades en sus países de origen. En el Departamento de Estado estamos intentando asegurar que nuestro gobierno utilice las tecnologías más innovadoras, no sólo para comunicarnos a través de las fronteras, no sólo para mantener estas tecnologías actuales, sino sobre todo para ampliar las oportunidades para aquellos que, con demasiada frecuencia, permanecen al margen. Estamos adoptando estas medidas porque al entablar un contacto directo con las personas se les anima a aceptar la cooperación con nosotros, haciendo que nuestras alianzas con sus gobiernos y con ellos sean más fuertes y más duraderas.
También hemos empezado a adoptar una postura más flexible y pragmática con nuestros socios. No estaremos de acuerdo en todas las cuestiones. El que nos mantengamos firmes en nuestros principios no nos impide que colaboremos cuando podamos. Por lo tanto, no vamos a decir a nuestros socios: o lo tomas o lo dejas, ni vamos a insistir en que están o con nosotros o contra nosotros. En el mundo actual eso es práctica deficiente global.
A modo de ejemplo cito nuestra diplomacia en relación con Corea del Norte. Hemos invertido una cantidad significativa de recursos diplomáticos para lograr el consenso del Consejo de Seguridad en respuesta a los actos de provocación de Corea del Norte. Hablé numerosas veces con mis homólogos de Japón, Corea del Sur, Rusia y China, preguntándoles acerca de sus inquietudes, estableciendo claramente nuestros principios y delimitaciones, y buscando un camino a seguir. Los resultados a corto plazo fueron dos resoluciones unánimes del Consejo de Seguridad con firmes medidas y consecuencias para Corea del Norte y, a continuación, el seguimiento con la participación activa de China, Rusia y la India y nosotros mismos para persuadir a otros de que cumplan con las resoluciones. Creemos que el resultado a largo plazo será un esfuerzo conjunto más duro hacia la desnuclearización completa y verificable de la península coreana.
Para cultivar a plenitud estas asociaciones hace falta tiempo y paciencia. También se requiere constancia. Eso no significa posponer los asuntos urgentes. Tampoco es una justificación para demorar esfuerzos que pueden tomar años para dar resultado. En una de mis observaciones predilectas, Max Weber dijo: "la política es el barrenar largo y lento de tablas duras. Requiere tanto pasión como perspectiva". La perspectiva dicta pasión y paciencia. Y por supuesto, la pasión nos impide hallar excusas para no hacer nada.
Sé muy bien que el tiempo por sí solo no cura todas las heridas; consideren el conflicto palestino-israelí. Es por eso que no perdimos tiempo para comenzar un esfuerzo intensivo desde el primer día para hacer realidad los derechos de los palestinos e israelíes de vivir en paz y seguridad en dos estados, lo que va en favor de los intereses de Estados Unidos y del mundo. Hemos venido trabajando con los israelíes para tratar con el asunto de los asentamientos, aliviar las condiciones de vida de los palestinos y crear circunstancias que puedan llevar al establecimiento de un estado palestino viable. En las últimas décadas, las administraciones estadounidenses han mantenido posturas constantes en cuanto a la cuestión de los asentamientos. Y si bien esperamos acción por parte de Israel, reconocemos que estas decisiones son políticamente desafiantes.
Sabemos que el progreso hacia la paz no puede ser únicamente responsabilidad de Estados Unidos – ni de Israel. Para terminar con el conflicto se requiere acción de todas las partes. Los palestinos tienen la responsabilidad de mejorar y ampliar las medidas positivas que ya tomaron en cuanto a la seguridad; actuar enérgicamente contra la incitación; y abstenerse de cualquier acción que hiciera menos probables unas negociaciones significativas.
Los estados árabes tienen la responsabilidad de apoyar a la Autoridad palestina con palabras y con actos, tomar medidas para mejorar las relaciones con Israel, y preparar a sus públicos para que abracen la paz y acepten el lugar de Israel en la región. La propuesta de paz saudita, apoyada por más de veinte países, fue un paso positivo; pero creemos que se necesita más. Por eso pedimos a los que aceptan la propuesta que tomen medidas significativas ahora. Anwar Sadat y el rey Hussein cruzaron umbrales importantes y su valor y visión movilizaron a quienes apoyan la paz en Israel y prepararon el terreno para acuerdos duraderos. Al dar apoyo a los palestinos y ofrecer a los israelíes una apertura, aunque sea modesta, los estados árabes puedan tener el mismo impacto. Así que les digo a todas las partes: No es suficiente con enviar mensajes de paz. Deben actuar también contra las culturas de odio, intolerancia y falta de respeto que perpetúan el conflicto.
Nuestro segundo enfoque de política es liderar con diplomacia, aún en los casos de adversarios o países con quienes no estamos de acuerdo. Creemos que al hacerlo así se avanzan nuestros intereses y nos situamos en una mejor posición de liderazgo con nuestros otros socios. No podemos tener miedo ni no querer involucrarnos. Pero algunos sugieren que esto es una indicación de que somos ingenuos o de que aceptamos la represión de estos países contra sus propios pueblos. Creo que eso es incorrecto. Siempre que la participación haga avanzar nuestros intereses y nuestros valores, es imprudente descartarla. Las negociaciones pueden proporcionar información sobre los cálculos de los regímenes y las posibilidades – incluso si parecieran remotas – de que un régimen vaya a alterar finalmente su conducta a cambio de los beneficios de ser aceptado en la comunidad internacional. Libia es un ejemplo. Si se agota la opción del diálogo, es más probable también que haga que nuestros socios estén más dispuestos a ejercer presión si falla la persuasión.
Teniendo esto en cuenta, quisiera decir unas pocas palabras acerca de Irán. Vimos la energía de las elecciones de Irán con gran admiración, únicamente para horrorizarnos por la manera en que el gobierno utilizó la violencia para acallar las voces del pueblo iraní, y luego trató de ocultar sus acciones al detener a periodistas y ciudadanos extranjeros, y expulsarlos, y cortar el acceso a la tecnología. Como hemos dejado bien sentado junto con nuestros socios del G8, estas acciones son deplorables e inaceptables.
Sabemos muy bien lo que heredamos con respecto a Irán, porque tratamos con esa herencia todos los días. Sabemos que con negarse a tratar con la República Islámica no se ha conseguido alterar la marcha iraní hacia un arma nuclear, reducir el apoyo iraní al terrorismo, ni mejorar el trato de Irán a sus ciudadanos.
Ni el presidente ni yo nos hacemos la ilusión de que ese diálogo con la República Islámica garantice cualquier tipo de éxito, y las perspectivas ciertamente han cambiado en las semanas que siguieron a las elecciones. Pero comprendemos también la importancia de ofrecer una participación con Irán y darles a sus líderes una opción clara: unirse a la comunidad internacional como miembro responsable o continuar en el sendero hacia un mayor aislamiento.
Las conversaciones directas proporcionan el mejor vehículo para presentar y explicar esa opción. Es por eso que les ofrecimos a los líderes de Irán una oportunidad bien definida: Irán no tiene derecho a la capacidad militar nuclear, y estamos decididos a impedir eso; pero tiene derecho a la energía nuclear civil si restablece la confianza en la comunidad internacional de que utilizará sus programas exclusivamente para propósitos pacíficos.
Irán puede llegar a ser un actor constructivo en la región si deja de amenazar a sus vecinos y de apoyar el terrorismo. Puede asumir una posición responsable en la comunidad internacional si cumple con sus obligaciones en cuanto a los derechos humanos. La opción es clara. Seguimos dispuestos a participar con Irán, pero la oportunidad de actuar es ahora. La oportunidad no estará disponible indefinidamente.
Nuestro tercer enfoque de política, y una prioridad personal para mí como secretaria, es elevar e integrar el desarrollo como pilar principal del poder estadounidense. Al mejorar las condiciones materiales de las vidas de las personas en todo el mundo, impulsamos nuestra seguridad, nuestra prosperidad y nuestros valores. Estos esfuerzos sientan las base también para una cooperación mundial más grande, al crear la capacidad de nuevos socios y abordar desde sus raíces los problemas que compartimos.
Uno de los principales propósitos de la Revisión Cuatrienal de Diplomacia y Desarrollo que anuncié la semana pasada, es explorar cómo diseñar, financiar y aplicar efectivamente la ayuda exterior y de desarrollo como parte de una política exterior más amplia. Hay que ser realistas. Hemos dedicado al desarrollo un porcentaje más pequeño de nuestro presupuesto de gobierno que casi cualquier otro país avanzado. Y muy poco de lo que hemos gastado ha contribuido a un progreso verdadero y duradero. Gran parte del dinero nunca ha llegado a su objetivo, sino que se ha quedado aquí en Estados Unidos para pagar salarios o financiar gastos de operaciones de contratos. Estoy comprometida a lograr más asociaciones con las ONG, pero quiero que más de nuestros dólares de impuestos se usen efectivamente y produzcan resultados palpables.
Al intentar lograr asociaciones para el desarrollo más ágiles, efectivas y creativas, nos centraremos en soluciones dirigidas por los países, como las que estamos iniciando con Haití en recuperación y desarrollo sostenible, y con los estados africanos contra el hambre mundial. Estas iniciativas no deben ser diseñadas sólo para ayudar a los países a salir de aprietos – son un instrumento para ayudar a los países a ser independientes.
Nuestra agenda de desarrollo se centrará en las mujeres como impulsoras del crecimiento económico y la estabilidad social. Las mujeres por mucho tiempo han sido la mayoría que en el mundo carecía de salud, educación, y estaban desnutridas. Son también la mayoría del mundo pobre. La recesión mundial ha tenido un efecto desproporcionado en las mujeres y las niňas, lo que a su vez repercute en las familias, en las comunidades e incluso en las regiones. Hasta que a las mujeres del mundo se les reconozcan sus derechos – y se les de oportunidades de educación, asistencia médica y empleo con justa paga – el progreso y la prosperidad mundiales tendrán su propia barrera invisible.
Nuestro cuarto enfoque es asegurar que nuestros esfuerzos civiles y militares se realicen de una manera coordinada y se complementen allí donde estemos involucrados en conflictos. Esta es la parte central de nuestra estrategia en Afganistán e Iraq, donde integramos nuestros esfuerzos con los esfuerzos de los socios internacionales.
En Afganistán y Pakistán, nuestro objetivo es disturbar, desmantelar y finalmente derrotar a al Qaeda y a sus aliados extremistas, e impedir su retorno a cualquiera de los dos países. Pero los estadounidenses a menudo preguntan, ¿por qué les pedimos a nuestros jóvenes hombres y mujeres que arriesguen sus vidas en Afganistán cuando el liderazgo de al Qaeda está en el vecino Pakistán? Y esa pregunta merece una buena respuesta: Nosotros y nuestros aliados luchamos en Afganistán porque el talibán protege a al Qaeda y depende de ellos para recibir apoyo, a veces coordinando actividades. Es decir, para eliminar a al Qaeda, debemos luchar también contra el talibán.
Comprendemos que no todos los que luchan con el talibán apoyan a al Qaeda, ni creen en las políticas extremistas del talibán cuando estuvo en el poder. Nosotros y nuestros aliados afganos estamos dispuestos a acoger a cualquiera que apoye al talibán y renuncie a al Qaeda, deponga las armas y esté dispuesto a participar en la sociedad libre y abierta que la Constitución afgana garantiza.
Para lograr nuestras metas, el presidente Obama va a enviar ahora 17.000 soldados adicionales y 4.000 entrenadores militares a Afganistán. Igualmente importante, enviamos cientos de empleados civiles estadounidenses directamente contratados por nosotros para dirigir un nuevo esfuerzo de fortalecer al gobierno afgano, ayudar a reconstruir el sector agrícola que una vez fue vigoroso, crear empleos, impulsar el estado de derecho, ampliar las oportunidades para las mujeres y capacitar a la policía afgana. Nadie debería dudar de nuestro compromiso con Afganistán y con su pueblo. Pero es el pueblo afgano el que determinará su propio futuro.
Al seguir adelante, no debemos olvidar que el éxito en Afganistán requiere también la estrecha cooperación del vecino Pakistán, país que visitaré este otoño. Pakistán está sometido a intensa presión de grupos extremistas. La cooperación trilateral entre Afganistán, Pakistán y Estados Unidos ha creado confianza y ha producido progreso en varios frentes políticos. Nuestra seguridad nacional, así como el futuro de Afganistán, dependen de un Pakistán estable, democrático y económicamente viable. Aplaudimos la nueva determinación pakistaní de tomar medidas contra los militantes que amenazan su democracia y nuestra seguridad compartida.
En Iraq, venimos reforzando nuestros programas de diplomacia y desarrollo a la vez que procedemos con la salida responsable de nuestras tropas. El mes pasado, nuestras tropas de combate se replegaron con éxito fuera de pueblos y ciudades. Nuestro enfoque principal ahora es cambiar de las cuestiones de seguridad a los esfuerzos civiles que promuevan la capacidad iraquí; como apoyar el trabajo de los ministerios iraquíes y ayudar en sus esfuerzos de lograr unidad nacional. Desarrollamos una relación económica y política a largo plazo con Iraq tal como lo estipula el Acuerdo de Estructura Estratégica de Estados Unidos e Iraq. Este acuerdo es la base de nuestra futura cooperación con Iraq y el pueblo iraquí, y espero con interés discutir ese acuerdo y la manera de aplicarlo con el primer ministro Maliki cuando venga a Washington la semana próxima.
Nuestro quinto enfoque es apoyar los recursos tradicionales de nuestra influencia, incluyendo la fuerza económica y el poder de nuestro ejemplo. Renovamos nuestros valores al prohibir la tortura y comenzar el cierre de la instalación de detención de la Bahía de Guantánamo. Hemos sido sinceros acerca de la medida de responsabilidad que tenemos en cuanto a problemas como el tráfico de drogas en México y el cambio climático mundial. Cuándo reconocí lo obvio acerca de nuestro papel en el conflicto actual de México con los narcotraficantes, algunos nos criticaron. Pero nos malinterpretaron. Nuestra capacidad de aceptar responsabilidad y nuestra voluntad de cambiar, de hacer lo correcto, son características de nuestra grandeza como nación y son recursos estratégicos que pueden ayudarnos a forjar coaliciones que sirvan a nuestros intereses.
Ello es realmente cierto cuando se trata de prioridades como la no proliferación y el cambio climático. El presidente Obama está comprometido con la idea de un mundo sin armas nucleares y una serie de pasos concretos para reducir la amenaza y la propagación de esas armas, entre ellos trabajar con el Senado para ratificar el acuerdo START y el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos (Nucleares), tomar una responsabilidad mayor dentro de la Estructura del Tratado de no Proliferación y convocar a los líderes del mundo a reunirse aquí en Washington el año próximo para una cumbre nuclear. Ahora debemos instar a otros a tomar medidas prácticas para hacer avanzar nuestra agenda compartida de no proliferación.
Nuestra administración está comprometida también a efectuar fuertes reducciones de emisiones de gases de efecto invernadero, con un plan que cambiará drásticamente la manera en que producimos, consumimos y conservamos energía, y que en el proceso creará un aumento enorme de nueva inversión y millones de empleos. Debemos urgir a todas las naciones a que cumplan con sus obligaciones y aprovechen las oportunidades de un futuro de energía limpia.
Estamos restableciendo nuestra economía nacional para aumentar nuestra fuerza y capacidad en el extranjero, especialmente en estos momentos de confusión económica. Esto no es una prioridad tradicional para una secretaria de Estado, pero yo apoyo enérgicamente la recuperación y el crecimiento de Estados Unidos como pilar de nuestro liderazgo mundial. Estoy comprometida a restaurar un papel significativo para el Departamento de Estado dentro del enfoque de todo el gobierno para la elaboración de política económica internacional. Trabajaremos para asegurar que nuestro liderazgo económico: comercio e inversión, condonación de deuda, garantías de préstamo, ayuda técnica y prácticas laborales correctas; apoye nuestros objetivos de política exterior. Cuando está acompañado de un sólido esfuerzo de desarrollo, nuestro alcance económico puede darnos una forma mejor de globalización, reduciendo la amarga oposición de los últimos años y sacando de la pobreza a millones de personas más.
Por último, estoy decidida a asegurar que los hombres y mujeres de nuestro Servicio Exterior y nuestros funcionarios públicos tengan los recursos que necesitan para aplicar nuestras prioridades de manera efectiva y segura. Por eso designé por primera vez un vicesecretario de Administración de Recursos. Es por eso que trabajamos tan arduamente para asegurar fondos adicionales para el Departamento de Estado y USAID. Es por eso que nos hemos puesto en camino de duplicar la ayuda exterior en los próximos años. Y es por eso que venimos aplicando un plan para aumentar drásticamente el número de diplomáticos y expertos en desarrollo.
Así como nunca negaríamos municiones a las tropas estadounidenses que se dirigen a la batalla, tampoco podemos enviar a nuestro personal civil al terreno mal equipado. Si no invertimos en diplomacia y desarrollo, acabaremos por pagar mucho más por los conflictos y sus consecuencias. Como dijo el secretario Gates, la diplomacia es un instrumento imprescindible de seguridad nacional, como lo ha sido desde que Franklin, Jefferson y Adams lograron apoyo extranjero para el ejército de Washington.
Todo esto implica una agenda muy ambiciosa. Pero el mundo no nos da el lujo de escoger o de esperar. Como dije al principio, debemos hacernos cargo de lo urgente, lo importante y lo que es a largo plazo, todo a la vez.
Somos testigos y también protagonistas de un cambio significativo. No podemos y no debemos ser observadores pasivos. Estamos decididos a canalizar las corrientes del cambio hacia un mundo libre de extremismo violento, armas nucleares, calentamiento mundial, pobreza y abusos contra los derechos humanos, y sobre todo, un mundo en el que más personas en más lugares puedan vivir de acuerdo al potencial que Dios les ha otorgado.
La arquitectura de cooperación que deseamos construir impulsará todas estas metas, al utilizar nuestro poder no para dominar ni dividir sino para resolver problemas. Es la arquitectura de progreso para Estados Unidos y todos los países.
Hace más de 230 años, Thomas Paine dijo, "Dentro de nuestra capacidad está la posibilidad de comenzar el mundo otra vez". Hoy, en una era nueva y muy diferente, tenemos que utilizar ese poder. Creo que tenemos la estrategia correcta, las prioridades correctas y las políticas correctas, tenemos al presidente adecuado y tenemos al pueblo estadounidense, diverso, dedicado y abierto al futuro.
Ahora todo lo que tenemos que hacer es cumplir. Muchas gracias a todos. (aplausos)
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