Se mantiene la tensión entre Tel Aviv y Washington en cuanto a determinar quién ejerce el liderazgo del movimiento sionista y quién determina la estrategia común en el Medio Oriente.
Para dejar sentado su liderazgo regional, el gobierno de Netanyahu anunció, en plena visita del vicepresidente estadounidense Joe Biden, su intención de proseguir la anexión de facto del este de Jerusalén mediante la construcción allí de 1 600 viviendas reservadas a habitantes judíos.
Washington respondió a la afrenta con un gesto de malhumor –Joe Biden se hizo esperar durante una hora en ocasión de la cena organizada en su honor– y planteando, por otro lado, 3 exigencias.
En una carta firmada por la secretaria de Estado Hillary Clinton, la administración Obama solicitó
– la anulación de la decisión de construir las nuevas viviendas;
– un gesto de buena voluntad hacia los palestinos, como la liberación de prisioneros;
– y, finalmente, una declaración en la que la parte israelí se comprometería a abordar los problemas de fondo con el negociador George Mitchell, quien está empezando a perder la paciencia.
A falta de respuesta, el señor Mitchell pospuso sine die su visita anteriormente programada a Tel Aviv.
En una rápida reacción, ya el lobby proisraelí en Estados Unidos dio inicio a sus presiones sobre la administración Obama. El representante Eric Cantor, jefe de los republicanos en la Cámara de Representantes, y la senadora Kirsten Gillibrand, sucesora de Hillary Clinton en Nueva York, acosaron telefónicamente al secretario general de la Casa Blanca, Rahm Emmanuel.
Por su parte, los representantes Mark Kirk (R) y Chris Carney (D) asediaron a la secretaria de Estado, Hillary Clinton. Esta última tendrá que presentar explicaciones el 22 de marzo próximo ante el Congreso del American Israel Public Affairs Committee (AIPAC).
Los parlamentarios estadounidenses proisraelíes están desarrollando una serie de argumentos que giran sobre la necesidad de hacer concesiones a Tel Aviv para poder contar con su ayuda ante la amenaza iraní.
Pero el Estado Mayor de las fuerzas armadas estadounidenses señala, por su parte, que no es Irán quien representa una amenaza para las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán sino las incesantes provocaciones israelíes contra el mundo arabo-musulmán.
En definitiva, la tensión entre Israel y Estados Unidos pudiera reforzar el poder militar en ambos países a expensas del poder político.
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