Carlos Alberto Mestre es una de las voces más emblemáticas y distintivas del rock local. En sus casi cuatro décadas de carrera, editó más de una veintena de discos y, a pesar de los zigzagueos de la moda y la difusión mediática, supo mantener el lazo con un público fiel. Además, conquistó audiencias en países vecinos y en otros más distantes como Costa Rica, México, Colombia, Panamá y Estados Unidos. Asociado en forma indisoluble a Sui Generis, el ya legendario dúo que formó con Charly García y que entregó a la música popular argentina temas como “Canción para mi muerte”, “Aprendizaje” y “Cuando ya me empiece a quedar solo”, en algún momento la ligazón con aquella etapa llegó a resultarle molesta, pero desde hace varios años, reconciliado ya con su pasado, de buena gana acepta interpretar aquellas piezas entrañables.
Carlos Alberto Mestre
El cambio de actitud es parte de un proceso de maduración personal y artística. El hombre que superó su adicción al alcohol, posibilitó el renacimiento del músico que alumbró trabajos notables como “Colores puros” y el reciente “Flores en Nashville”. Vecino de Palermo, Nito Mestre eligió uno de los bares del barrio para encontrarse con Acción. A los 57, está en gran forma y luce en paz con su vida y su legendaria historia.
–Mi viejo era médico, pero también violinista y escuchaba música clásica todo el tiempo. En cambio a mi madre, que era dinamarquesa, le encantaba la polka. Empecé a cantar de chico, en casa. Y apenas entré al colegio, la profesora de música me eligió para el coro. Al poco tiempo, hubo un acto escolar en un teatro y la maestra me puso en la primera fila del coro porque tenía la voz muy aguda. Yo estaba tan asustado que cambié de lugar con otro pibe y terminé en la segunda fila. Tenía siete años y estar tan expuesto me parecía algo insólito. Después, siempre dentro de la escuela, integré diversos grupos folclóricos.
–¿Cómo llegó el rock a su vida?
–A través de Los Beatles. Una amiga de mi madre me los había recomendado, entonces, junto con un compañero del colegio, fuimos a una disquería a investigar de qué trataba la cosa. Pero, una vez allí, empezamos a dudar. No sabíamos si llevarnos el disco de Los Beatles u otro de Rita Pavone, una cantante italiana de moda en aquella época. Pero, cuando el vendedor nos hizo escuchar “Please, please me”, dejamos de dudar. El long play me gustó todo, pero el tema más impactante fue “Twist and shout”. Recuerdo que con mi amigo lo escuchamos cuatro o cinco veces seguidas. ¡No podíamos parar! Al otro día, fui al colegio y le dije a mi maestro: “Abandono el grupo de folclore, me dejo el flequillo y voy a armar una banda de rock”. Luego empecé a ver por canal 7 programas de televisión americanos como Hullabaloo y Shindig! donde conocí a conjuntos como Dave Clark Five, The Kinks y The Animals. Cuando entré al secundario, ya estaba embebido de toda esa música. El otro que la conocía era Charly.
–El secundario lo hizo en el Instituto Social Militar Dr. Dámaso Centeno. ¿Cómo combinó su amor incipiente por la música con la férrea disciplina de ese lugar?
–A fuerza de reprimendas y miles de amonestaciones. Como estudiante nunca fui malo, pero era quilombero. Si había que tirar una rana en la clase de biología, la tiraba yo. Si había que hacer saltar los tapones del tablero de la luz, los hacía saltar yo. Era de hinchar las pelotas. Tenía una materia ridícula llamada Defensa Nacional donde me enseñaban tácticas para “defender la patria” en contra de los comunistas. Cosa de milicos. En esa materia me saqué un diez, pero el examen me lo copié íntegro. Me hacía señas con el compañero de atrás y además sabía dónde esconder los machetes. Había desarrollado un sistema de contrainteligencia para vencer al profesor. Al Dámaso Centeno fui porque me quedaba cerca de casa, no porque tuviera algo que ver con los militares.
–¿Cómo se formó Sui Generis?
–Yo estaba en un grupo llamado The Century Indignation y García en otro denominado To Walk Spanish. Decidimos fusionar ambos conjuntos y se armó Sui Generis que, al principio, fue un sexteto. Pero, poco a poco, los demás integrantes abandonaron el proyecto y sólo quedamos Charly y yo. Como dúo, debutamos en el Teatro de la Comedia, en Mar del Plata, de teloneros de Pedro y Pablo y La Cofradía de la Flor Solar.
–¿De qué manera obtuvieron la posibilidad de grabar?
–Nos vinculamos con Pierre Bayona, que era una especie de manager. Él organizó un ciclo de recitales en el Teatro ABC con Expreso Zambomba (donde estaba Horacio Fontova), Roque Narvaja y nosotros. Bayona era amigo de muchos músicos y a todos los invitaba al show. Entonces, después de las actuaciones formales, se armaban grandes zapadas donde tocaban Luis Alberto Spinetta, Pappo o los chicos de Aquelarre. Ahí conocimos a mucha gente del rock y empezamos a meternos en el ambiente. Al tiempo, Pierre nos consiguió una audición con Jorge Álvarez y Billy Bond. Álvarez estaba armando un nuevo sello discográfico y Bond oficiaba de productor. Cantamos cuatro temas y firmamos contrato al día siguiente. ¡No lo podíamos creer!
–¿Cuándo decidió que la música sería su profesión?
–Después del secundario hice casi cuatro años de medicina. Luego, como parte de una estrategia para salvarme de la colimba, dejé la carrera seis meses. Pero cuando quise retomar, mi cabeza no era la misma. Ya había hecho el primer disco de Sui Generis y, aunque no tenía certeza de lo que podía ocurrir en el futuro, la música estaba fuertemente arraigada en mí. Entonces, decidí dedicarme a ella, pasara lo que pasara.
–Vida, el álbum debut de Sui Generis, vendió a poco de su salida 80.000 unidades. ¿Le sorprendió semejante éxito?
–No tanto. Charly y yo estábamos convencidos de que nos iría bien. Bueno, en realidad, no sé si tan bien, pero sabíamos que lo nuestro no iba a pasar desapercibido. Al principio, para unas actuaciones en Mar del Plata, repartíamos volantes por la calle y a cada persona que le daba uno le decía “vení a vernos porque vamos a tener éxito y no te vas a arrepentir de ser uno de los primeros en escuchar a Sui Generis”. Teníamos una fe absoluta.
–Las letras de Sui Generis retrataban las típicas problemáticas de la adolescencia. ¿El impacto del dúo se debió a que sus canciones reflejaban las necesidades de ese sector?
–Conectamos con los adolescentes, en general, y con las mujeres en particular. Antes de Sui Generis, el rock de acá era bastante machista. A los recitales iban pocas chicas y esas pocas eran socialmente mal vistas y catalogadas como “roñosas”. Nosotros incorporamos ambos segmentos al público de rock. Además, tocamos muchísimo en colegios y universidades. Esa audiencia “ilustrada”, también se sumó. Pero el fenómeno del dúo no se basó sólo en eso, como tampoco en un tema determinado o una letra específica. Fue un cúmulo de cosas que se combinaron y sucedieron en el momento apropiado.
–¿Qué opinión le merece discos como Confesiones de invierno y Pequeñas anécdotas sobre las instituciones?
–Confesiones de invierno fue nuestro segundo trabajo y era más maduro que Vida. El paso siguiente fue Instituciones, donde la música se tornó más compleja, los temas eran largos y muy elaborados. Por eso, la gente no lo recibió tan bien como a los otros álbumes. Ese disco fue grabado durante 1974 y pretendió reflejar lo que estaba pasando en el país, a nivel político y social. Pero los de la grabadora nos censuraron y tuvimos que modificar varias letras, sacar algunas canciones y poner otras. Fue un proceso complicado.
–Más allá de los cambios forzados, la obra dejó testimonio de su tiempo. Por ejemplo, allí está “Las increíbles aventuras del Sr. Tijeras”, un tema dedicado a Miguel Paulino Tato, el censor que dirigía el Ente Nacional de Calificación Cinematográfica.
–Sí, es cierto. Nos las ingeniábamos para decir lo que pensábamos…
–¿Cómo se explica que, en la lista definitiva de canciones se excluyó «Juan Represión» pero se incluyó “El show de los muertos” que es, quizá, aún más fuerte?
–“Juan Represión” era una canción obvia desde el título. En cambio, “El show de los muertos” había que sentarse a escucharla, y los servicios de inteligencia, al menos para esas cosas, no eran tan sagaces…
–Sui Generis vendía muchos discos y, además, convocaba multitudes en sus recitales. ¿Por qué decidieron terminar con el proyecto?
–Teníamos una rutina de trabajo que era la siguiente: tocábamos en el Teatro Astral, en el Gran Rex, en el Coliseo, en los shows de carnaval y en provincias como Tucumán, Córdoba, Mendoza y Santa Fe. Salir al exterior significaba ir a Montevideo y Punta del Este, nada más. Queríamos expandirnos, pero no había medios para hacerlo y terminábamos en el circuito de siempre. Entonces, todo se empezó a tornar aburrido. En los recitales, no contábamos con un sistema de monitoreo, razón por la cual era imposible escucharse desde el escenario y uno tenía que cantar como podía. Además, como el sonido era malo, se escuchaba más al público que a nosotros. Eso era un tanto frustrante. Ambas cosas influyeron en la separación.
–Luego de Sui Generis, armó Nito Mestre y Los Desconocidos de Siempre. ¿Qué recuerdos tiene de aquella experiencia?
–Los mejores. Con esa banda recorrí toda la Argentina, saqué tres discos y toqué con músicos que admiraba, como Alfredo Toth y Ciro Fogliatta, y con otros maestros como Osvaldo Caló y Juan Carlos Mono Fontana. Fueron cuatro años de intenso trabajo que sirvieron para reafirmarme. Además, la pasé fenómeno y me divertí mucho.
–La carrera de Los Desconocidos de Siempre se desarrolló durante los años más duros de la última dictadura militar. ¿Cómo era hacer música en ese contexto?
–Cuando iba a los shows, me paraban los milicos y me preguntaban quién era, qué hacía y a dónde me dirigía. Era lo usual. Uno convivía con el temor de manera cotidiana. Caminaba por la calle y un auto pasaba despacito cerca de mí y me sobresaltaba. También existía el miedo de caer preso por aparecer en la agenda de alguna persona “sospechosa”. En aquella época, la mayor parte de la población no sabía muy bien lo que estaba pasando. Algunos lo podían intuir, pero, ¿cómo imaginar que tiraban gente desde un avión?, ¿cómo sospechar semejante barbaridad? Y los medios no ayudaban a aclarar el panorama porque, obviamente, no informaban que había desaparecidos.
–Por esos años, ¿fue víctima de algún episodio violento?
–Uno o dos meses después del golpe, estaba en un taxi junto con una chica por la avenida 9 de Julio. Era cerca del mediodía, adelante nuestro iban dos coches y, por el costado derecho, venían tres camiones militares haciendo sonar sus sirenas para pedir paso. Como uno de esos autos no se corrió a tiempo, lo hicieron detener y bajaron de pésimo modo al conductor. De paso, nos agarraron a los que veníamos atrás. Justo ese día me había olvidado los documentos, un error fatal en esos tiempos. A mi acompañante la dejaron ir, pero a mí me subieron a la parte de atrás de uno de los camiones mientras me apuntaban con un FAL. Estaban a punto de llevarme y en eso, un chico que pasaba por ahí, me reconoció y empezó a gritar: “¡No se lo lleven que es Nito Mestre!. Entonces, vino la policía y se desató una discusión con los militares para ver quién me llevaba detenido. Finalmente, terminé un par de días alojado en una celda de la Comisaría 3ª, la de la calle Tucumán. Ahí, caí en la cuenta de lo jodido que estaba todo.
–Desde hace diez años, empezó a viajar regularmente a Miami. Tengo entendido que pasa largas temporadas allí. ¿Qué encontró en esa ciudad para, por decirlo de alguna manera, adoptarla como propia?
–Fue una combinación de cosas. En abril de 2000, participé en un festival en Miami. Convocaba a mucha gente y era una buena oportunidad de mostrarme en otro ámbito. Meses después volví y me contacté con algunos compositores porque quería abrir el abanico y trabajar con gente de afuera. Así conocí a Chris Salles, con quien tuvimos muy buena química. Me hizo un tema llamado “Recordando lo que tengo que olvidar” y después compusimos juntos dos más. A raíz de esa sociedad empecé a viajar seguido. Estando allá me di cuenta que es un lugar estratégico, porque está a dos o tres horas de Colombia, Costa Rica, Guatemala y de varias ciudades de EE.UU. y pensé, “¿por qué no salir a tocar?”. Entonces, puse un aviso en un diario buscando un músico para que me acompañara y apareció Eduardo Cautiño, un puertorriqueño muy talentoso. Con él empezamos a tocar en bares de la ciudad y terminamos actuando en lugares como Toronto, Nueva York, Houston, Los Angeles y Washington. Todo eso lo generé yo solo, no hubo detrás de mí una agencia de representaciones o un manager. En algún punto fue como empezar de nuevo, pero con toda la experiencia de vida que tengo.
–Está manejando su carrera de manera autónoma también en lo que se refiere a ediciones discográficas.
–En el pasado tuve malas experiencias con los grandes sellos. Por eso ahora hago mis álbumes de forma independiente y los vendo en los shows y en mi sitio de Internet. El nuevo disco lo saqué por un sello que se encarga de poner el producto en ciertas disquerías y yo puedo editarlo en otros países. Cuando fichaba para una multinacional, el contrato establecía que la compañía podía editar mis discos en todo el mundo, pero sólo lo sacaban en Argentina. Entonces iba a tocar a Perú y mi material no estaba porque la discográfica no consideraba rentable lanzarlo allí. Todo eso se terminó. Ahora, el producto lo cuido yo y nadie lo manosea. La mayoría de los sellos sacan un disco, difunden uno o dos temas un tiempo y después lo dejan morir. Lo mío es otra cosa. Yo no hago discos de moda o para una temporada.
–Hace algunos años atravesó un período difícil. Ahora, se lo ve muy bien…
–Estoy espiritualmente tranquilo porque le gané una batalla muy grande al alcohol. Me puse terco para volver a estar bien y pude crear un nuevo Nito, muy parecido al que quería ser cuando era un pendejo. Por supuesto, no soy un pibe pero ahora vivo feliz. Tengo amigos, una banda y una pareja que me acompaña y me ayuda en todo. Contar con un mundo afectivo sólido fue lo que más me ayudó. Si uno está bien con su familia y además tiene trabajo y es respetado, el resto se hace más fácil. Cuando dejé la bebida, mi autoestima se afirmó.
–El adolescente de ayer debe estar muy contento con este hombre de hoy.
–Y el hombre de hoy está feliz de conservar el espíritu de aquel adolescente. Ahora hago las cosas de la manera en que las quiero hacer. Por ejemplo, siempre tuve ganas de viajar y conocer otros lugares, pero me llenaba la agenda de shows y no tenía tiempo para disfrutar las ciudades que visitaba. En cambio en la actualidad me exijo un poco menos y disfruto más. Por cuestiones laborales viajo mucho solo, pero antes, cuando tenía problemas con el alcohol, evitaba hacerlo porque si me mandaba alguna macana y estaba en el culo del mundo, ¿quién me iba a ayudar? Nadie, ni Jesús. Cuando uno tiene salud, el resto funciona bien. Hace un tiempo, realicé presentaciones en varias ciudades de Bolivia. ¡Canté en Cochabamba a 2.600 metros de altura!, y lo hice con un gran nivel. En realidad, todo empieza por la salud. Hay que valorar tenerla y cuidarla.
–¿Cuál fue el estímulo para dejar el alcohol?
–Tuve una internación muy fea. Me sacaron en andas de mi casa hacia un hospital y pasé seis días en terapia intensiva. Ese porrazo fue el mejor estímulo. El alcohol te engaña, te hace creer que sos Superman, pero en realidad, sos un desastre. El bebedor considera al alcohol como un bastón o lo utiliza como excusa. Entonces, si tal cosa le salió bien fue porque estaba «inspirado por el whisky» o si tal otra le salió mal fue porque estaba borracho. En realidad, uno es el responsable de sus éxitos o fracasos. Ahora, yo me hago cargo de lo que hago y lo que soy, ya no necesito de bastones.
–Para poder recuperarse, ¿tuvo que encarar algún proceso de rehabilitación?
–Sí, claro. Pedí ayuda, como corresponde. Solo no se puede y es bueno pedir ayuda, para bajar el ego. Ese concepto también lo apliqué en mi profesión. Estoy en contacto con otros músicos a los que le pido consejos y con los que compongo y grabo. No tengo ese pensamiento ridículo y soberbio del tipo “lo hago todo solo porque yo sé todo”.
–Mucha gente asocia su figura solamente al repertorio de Sui Generis, ¿se hartó de cantar aquellas canciones?
–Me pasó en ciertas etapas de mi carrera. Me aferraba a lo nuevo y quería ser reconocido sólo por eso. Pretendía borrar el pasado y era un error, porque mi carrera está conformada por todo lo que hice a lo largo de mi vida. En diciembre de 1993, Paul McCartney vino a la Argentina y yo fui su telonero. Cuando lo conocí, le pregunté: “¿No te hincha seguir tocando temas de Los Beatles?”. Me contestó que, luego de la separación del grupo, estuvo un tiempo enojado con su pasado, pero después empezó a ver las cosas de otra manera. Y también me dijo: “Sólo cuatro personas en el mundo se pueden dar el lujo de decir que son ex beatle y yo soy una de ellas”. Siguiendo el mismo razonamiento, ¿cuántas personas pueden decir que son ex Sui Generis? Dos. Bueno, yo soy una de ellas. Con el paso del tiempo, uno se amiga con el pasado. Claro, algunos artistas no lo pueden hacer porque grabaron unos temas de mierda que es mejor esconderlos. Pero ese no es mi caso. Entonces uno se pone del lado del público y le da lo que espera. Cuando me agoto de cantar alguna canción, la dejo descansar un tiempito y listo.
–Muy pocos músicos llegan al status de «clásico». Usted lo logró. ¿Le pesa formar parte de ese selecto grupo?
–No, lo disfruto. Tengo una carrera profesional de casi cuarenta años, que construí y preservé. Mi función es hacer música de la mejor manera posible y a eso me dedico. Es agradable ser un clásico, pero lo que más me gusta es que me respetan.
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