"Regresaré y seremos millones"
Túpac Amaru
“Amo lo que tengo de indio”
Graffiti de los 90, en las paredes quiteñas.
"Regresaré y seremos millones"
Túpac Amaru
“Amo lo que tengo de indio”
Graffiti de los 90, en las paredes quiteñas.
Años 70: Ecuador y Latinoamérica habían sido gobernados por dictaduras militares puestas como títeres por los EEUU para acabar con el avance del marxismo y el comunismo, que avanzaba hacia estatuirse como el poder popular, luego del triunfo de los barbudos en Sierra Maestra de Cuba.
Años 80: Los EEUU en contubernio con las élites oligárquicas locales cambian de estrategia y apoyan a gobiernos de derecha, afines a oligarquías empresariales y agroexportadoras. En el Ecuador fallece el presidente Jaime Roldós Aguilera en un accidente aviatorio presumiblemente aupado por la Central de Inteligencia Norteamericana (CIA). Lo reemplaza el demócratacristiano Oswaldo Hurtado, quien sigue con las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Le sucede a este impopular gobernante el régimen represor y asesino del socialcristiano León Febres Cordero. Paradójicamente en ese contexto, mientras los miembros de Alfaro Vive Carajo (AVC) eran víctimas de torturas y ejecuciones extrajudiciales, se logra la unidad organizativa y política del movimiento indígena, y en 1986 se realiza el Primer Congreso de los Pueblos Indígenas, que luego constituyeron la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE).
Años 90: Habían transcurrido 500 años de escarnio para los pueblos indígenas. España se aprestaba a celebrar el “Encuentro de dos mundos, el encuentro de dos culturas”, pretendiendo hacer olvidar que los pueblos originarios de Abya Yala, casi habían sido exterminados por los conquistadores españoles armados de la cruz y la espada.
Por entonces, en el imaginario de la sociedad ecuatoriana, lo "indio" era sinónimo de suciedad, de vagancia, derrota y miseria. Reconocerse como indio era no ser Sujeto, según rezaba la mentalidad cristiana: “Alguien sin alma, menos que un animal”. El idioma quichua, la vestimenta, la trenza, el poncho y la alpargata eran significado de retraso mental y cultural, que impedía el desarrollo de la modernidad.
El primer levantamiento indígena a nivel nacional en 1990 significó la irrupción de las organizaciones indígenas como un actor político. Se lograba por fin visualizar a este segmento de la población tradicionalmente excluida y explotada desde los tiempos de la colonia, transformándose en un ejemplo para varias organizaciones sociales. Llamando la atención a las organizaciones de izquierda para hacer una relectura sobre lo indígena, sus características y proyecciones.
La sociedad ecuatoriana, pacata y sanfranciscana, heredera de la tradición de supuestos aristócratas, blancos y de la sangre azul, empieza a mirarse a sí misma, a entender que: “Quien no tiene de inga, tiene de mandinga”. Se cuestiona aquello de que desconocer y rechazar al Otro es negarse a sí misma. Se incubaba un imaginario simbólico por fuera de la ideología racista dominante.
La derecha, bajo el discurso de la “reconstrucción nacional”, la “modernización” neoliberal, y los partidos políticos oligárquicos que tenían el control del Estado capitalista, resistían y minimizaban al movimiento indígena que sostenía firmes sus demandas y que, paulatinamente, las fueron alcanzando, como la educación intercultural bilingüe que contribuye a crear y recrear la identidad y cultura de los diferentes pueblos, los derechos y la dignidad de los excluidos permanentemente de la toma de decisiones del país, desarrollan su propuesta de un Estado Plurinacional, sus demandas fueron cobrando fuerza, como la condonación de deudas con las diferentes entidades del Estado, mejoras de la salud pública, el respeto a la medicina y tecnologías indígenas, recursos y propiedad de la tierra, derechos humanos de los pueblos indios, legalización definitiva de la tenencia de la tierra, implementación de una Reforma Agraria auténtica y la conformación de reservas territoriales o propiedades comunales particularmente en la Costa o Amazonia.
Aterrados, detrás de las cortinas y los balcones, al ver cómo los indios marchan por las calles de Quito, los burgueses se revuelcan en su propio estiércol. La movilización que se había iniciado una semana antes, el 28 de mayo de 1990, con la toma pacífica de la iglesia de Santo Domingo, en Quito, era incontenible. Los indígenas de Cotopaxi, Tungurahua, Bolívar y Chimborazo, otra hora cargadores del mercado San Roque o el Camal, decían presente junto con sus guaguas y sus huarmis. Sus pares de Imbabura y Pichincha, acompañados por movimientos de Azuay, Cañar y de la Región Amazónica, alzaban puños y voces.
El gobierno social-demócrata del entonces presidente de la República, Rodrigo Borja, que había implementado una política económica de corte gradualista, aceptó iniciar un “diálogo”, pero, como es el estilo de los traidores, a la vez negociaba con los terratenientes y los empresarios agroexportadores, que inmediatamente se aliaron con militares de alto rango, hijos del boom del petróleo, preocupados porque en un futuro próximo el movimiento indio pudiera transformarse en una guerrilla.
La estrategia del régimen (como ahora en el gobierno de Rafael Correa) fue deslegitimar la lucha del movimiento indígena con la versión de que estaban manipulados por subversivos nacionales y extranjeros que buscaban dividir al Ecuador, con intenciones anti-patrióticas y anti-constitucionales, y así criminalizaron las luchas de las organizaciones indígenas y enarbolando la unidad e indivisibilidad de la “nacionalidad ecuatoriana” y la necesidad de que todas las culturas indígenas o identidades étnicas se sometan al Estado-nación ecuatoriano.
Después, el gobierno de Sixto Durán Ballén se opuso ferozmente a las manifestaciones indígenas del 12 de Octubre de 1992, hechas para conmemorar los 500 años de resistencia, y utilizó el poder de la fuerza pública para obstaculizar las diversas actividades conmemorativas. Incluso reprimió, apresó y torturó a varios actores de teatro y artistas, así como a líderes indígenas.
Categorías como lo étnico, la plurinacionalidad, la multiculturalidad, se ponían en el tapete de la discusión. Los intelectuales de derecha defendieron a capa y espada la relevancia del modernismo y el postmodernismo y apostaron por apertrecharse en sus cubículos, basados en las categorías de la lógica del pensamiento occidental, trivializando la cosmovisión andina. Otros más avezados intentaron hacer un nuevo sincretismo, olvidándose de las particularidades del movimiento indio. Otros intelectuales de pseudoizquierda, desde la Sociología y la Antropología (hoy encaramados en SENPLADES y la Secretaría de Movimientos Sociales), intentaban redefinir las categorías de etnia y clase, alejados como siempre de los conceptos de pueblo y nacionalidad, defendiendo un Estado paternalista, asistencialista, clientelar, con altos contenidos de racismo y exclusión, pues aún creen que los indígenas son sujetos pasivos del cambio, a los que hay que regalar borreguitos.
Indios "manipulados", "desagradecidos", que "buscan desestabilizar la democracia", que han generado un movimiento que obedece a "oscuros intereses", entre otras frases, fueron acuñadas, y con las cuales entonces, como hoy en el gobierno de la revolución ciudadana, se calificaba a los actores del levantamiento de los hijos del sol.
Hoy el tragahostias Rafael Correa, que canta desafinado las canciones revolucionarias, insulta a granel al movimiento indígena y a los movimientos sociales, tildándolos de mediocres, pelagatos y terroristas. Expresiones que revelan (como en tiempo de Rodrigo Borja) su complejo de gamonal académico, para quien los indígenas (al igual que en tiempos de la partidocracia) no son más que una tarea de analfabetos que solo sirven para sumar votos.
Hoy como en la década de los 90, los grandes medios de comunicación han invisibilizado mediáticamente al movimiento indígena. Mal que les pese, ese entramado social organizativo, al igual que en la década de los 90, que hoy se atreve a dar a conocer las significaciones particulares de sus culturas, está más firme que nunca. Solo resta un paso: unificar a los actores y los luchadores del campo y la ciudad para acabar con los terratenientes, la oligarquía y la burguesía.
Hace veinte años, el gobierno socialdemócrata y neoliberal de la Izquierda Democrática gobernaba el Ecuador; su presidente, Rodrigo Borja, asumió el poder presentándose como supuesta alternativa al gobierno represivo y antipopular de Febres Cordero, mas, casi inmediatamente, su naturaleza burguesa y pro imperialista se hizo presente, adoptando las famosas medidas de ajuste, endeudando más al país, empujando las más retrógradas reformas anti obreras conocidas hasta el momento, que conculcaron derechos básicos de los trabajadores y que aún se mantienen.
Hace veinte años el mundo sufría grandes convulsiones provocadas por una prolongada crisis, por la aplicación del neoliberalismo y la profundización de la pobreza en el mundo, y particularmente en los países dependientes. En 1990 estábamos apenas a un año de la caída del Muro de Berlín, acontecimiento que marca el proceso de restauración capitalista en la ex Unión Soviética y los países de Europa del Este.
Los adoradores del capitalismo cantaban victoria, pues según ellos “el comunismo había muerto”, había llegado el “fin de la historia”, el capitalismo, la democracia liberal eran la única alternativa para la humanidad; otros, los tránsfugas y oportunistas; los débiles y cobardes que militaron antes en la izquierda, agacharon la cabeza, buscaron “otras alternativas”, se ubicaron en ong’s nacionales y extranjeras con grandes sueldos, y hacían elaboraciones para maquillar el capitalismo, para que el capitalismo salvaje deje de ser tal y se transforme en un capitalismo “más humano”. Era evidente que las fuerzas populares y revolucionarias fueron golpeadas en su accionar, un gran reflujo estaba en marcha en todo el mundo.
En ese contexto, el Levantamiento Indígena en el Ecuador tiene históricamente su particularidad y trascendencia nacional e internacional, porque marca una ruptura con una corriente de desánimo, de desconcierto y de falta de perspectiva; el Levantamiento inyecta nuevos ánimos, revitaliza las consigas de lucha del movimiento popular, cohesiona al movimiento indígena, se desenvuelven procesos unitarios con otras fuerzas sociales, se fortalece la organización social (CONAIE) y se crea la organización política (PACHAKUTIK), que representa mayoritariamente al movimiento indígena.
En 1990 el movimiento indígena se hizo presente con la consigna de “Tierra, cultura y libertad”, desde ahí hasta nuestros días el proceso de lucha indígena y popular ha adquirido un importante desarrollo, donde se han ido afirmando las posiciones democráticas, patrióticas, antiimperialistas y de izquierda. El movimiento indígena es parte de la tendencia de cambio y una fuerza social y política que ha luchado y lo sigue haciendo por cambiar las viejas estructuras del país. En estos años de lucha han logrado, aparte de visualizarse ante los demás, ser protagonistas de grandes jornadas de lucha, han alcanzado la victoria en algunas de sus reivindicaciones políticas, como el reconocimiento constitucional de la plurinacionalidad y pluriculturalidad del Ecuador, han participado decisivamente en la lucha por la caída de gobiernos corruptos como los de Bucaram, Mahuad y Gutiérrez. En estos años han adquirido una importante experiencia en la lucha política, en la gestión y confrontación con los distintos gobiernos, varias generaciones de nuevos líderes se han producido, una intelectualidad indígena se ha desarrollado, nuevas organizaciones sociales y formaciones políticas buscan ganar espacio en el movimiento indígena, incluida por supuesto, la derecha.
Bien han dicho los dirigentes indígenas: “veinte años después y la lucha continua”, pues las viejas estructuras capitalistas están intactas, la explotación, la exclusión y el odio racial siguen presentes. Y es precisamente el actual gobierno, que habló del cambio, que se pretendía representante de los indígenas, quien ahora enarbola las más repugnantes concepciones racistas y xenófobas con las cuales da cobertura a la criminalización de la lucha indígena, a las reivindicaciones históricas de contar con un Estado Plurinacional.
En estos veinte años es necesario afirmar la unidad entre las fuerzas sociales y populares, afinar la unidad plurinacional y de izquierda, porque la lucha no ha terminado, tiene que entrar en una nueva fase donde el debate y la acción, la propuesta y la lucha se califiquen y logren enfrentar el doble discurso de Correa.
por Thierry Meyssan
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