La mayoría de los indígenas paraguayos debe tomar agua de lluvia que recolecta en pozos improvisados. Niños y ancianos son las principales víctimas de la falta del líquido y de la ausencia de médicos que atiendan los graves problemas sanitarios. Sin tecnología que les permita, por lo menos, tratar el agua de lluvia, los pueblos indios de Paraguay sobreviven entre el olvido y la marginación
Asunción, Paraguay. De los muchos bienes que no son para todos en Paraguay, el agua potable es el que más extraña la población indígena.
“El agua que sacamos del tajamar (pozo de lluvia) no es potable, pero tomamos igual. No tenemos otra salida, no es agua limpia, pero es agua”, dijo a IPS la indígena sanapaná Neira Esquivel, de la comunidad Karanda’y Puku, en el vasto Chaco paraguayo.
Esquivel viajó a Asunción acompañando a algunos líderes de su comunidad para reclamar agua, alimentos y regularización de la tenencia de sus tierras al Instituto Nacional del Indígena.
Las peregrinaciones son permanentes, sobre todo por el agua. Las comunidades de la región Occidental, a la que pertenece el Chaco, son las que más sufren, porque a la ausencia de infraestructura para la provisión hídrica se le añade la sequía.
En la zona de Karanda’ y Puku, con 70 familias, “hace más de siete meses que no llueve; nuestro tajamar está seco y el tanque de reserva está vacío”, dijo Esquivel.
El promedio anual de lluvias del Chaco –un territorio de más de 247 mil kilómetros cuadrados que constituye el 61 por ciento de la superficie nacional– es de 400 milímetros. En esa región entre semiárida y semihúmeda, hay muy poca agua superficial y las napas subterráneas son salobres.
Escasamente poblado, el Chaco es hogar de 48 por ciento de los indígenas paraguayos, que actualmente suma unas 108 mil personas y constituye algo más de 1.7 por ciento de los 6.2 millones de habitantes de este país suramericano. Pero 75 por ciento de la población es mestiza.
El acceso al agua es un problema histórico en el Chaco, que cada año sufre un desabastecimiento que requiere una declaración de emergencia para suplir el déficit hídrico, dijo a IPS el técnico Santiago Bobadilla, de la organización no gubernamental Tierraviva, dedicada a promover los derechos indígenas.
La mayoría de las comunidades cuenta con tajamares, que se crean cavando hendiduras en el terreno, pero que se secan con las escasas precipitaciones.
“Los indígenas piden ayuda constantemente. La provisión de agua que se realiza a través de camiones cisternas es mero paliativo y tampoco es potable”, sostuvo Bobadilla.
La Secretaría de Emergencia Nacional envía estos camiones, pero la responsabilidad recae en gran medida sobre los gobiernos locales. Según los líderes nativos, la ayuda no llega a las comunidades más alejadas.
Sesenta por ciento de las viviendas indígenas –que equivale a 65 mil personas– se abastece de agua superficial o de lluvia, pues carece de acceso a las redes de distribución.
Estos datos figuran en el informe Actualización y análisis sectorial de agua potable y saneamiento de Paraguay, publicado a principios de este año por entidades del gobierno, con financiación del Fondo España-Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Cincuenta por ciento de la población rural no tiene como fuente principal de agua la suministrada por la red de distribución, sostiene el informe. Diecinueve por ciento de los paraguayos es indigente.
Según la Encuesta de hogares indígenas 2008, casi 38 por ciento de las familias nativas se abastece de tajamares y ríos; 21 por ciento, de aljibes; 34 por ciento, de aguas subterráneas, y sólo seis por ciento, de agua de cañería.
Cuando hay sequía en el Chaco, las mujeres son las encargadas de andar largas distancias en busca de agua. “Caminamos kilómetros, y muchas veces tenemos que sacar el agua de propiedades ajenas”, dijo Esquivel, refiriéndose a los predios agropecuarios de colonos menonitas.
Incluso en esa región inhóspita, el desarrollo hace la diferencia. Los menonitas, que se asentaron allí a finales de la década de 1920, son unas 30 mil personas organizadas en grandes cooperativas que dominan 75 por ciento de la industria láctea nacional.
Cuentan con infraestructura adecuada para recolectar agua de lluvia, para extraerla del subsuelo a gran profundidad y para desalinizarla.
Mientras, la falta de agua limpia desencadena problemas sanitarios permanentes a los indígenas, sobre todo a los niños, que tampoco tienen asistencia de salud adecuada.
Para Celso Zavala, líder del pueblo enxet, uno de los principales inconvenientes es la distancia de los centros de salud. “Por un lado, tomamos agua directamente de los riachos, lo que genera problemas principalmente en los niños; y por otro, no tenemos acceso a asistencia sanitaria”, dijo Zavala a IPS.
En el Análisis sectorial se destaca que “este aspecto debe ser atendido con prontitud para mejorar la calidad de vida de esta población”, y recomienda que las soluciones se busquen mediante mecanismos de subsidio total y adaptándolas a los hábitos y costumbres de los nativos.
Se apunta, además, la necesidad de promover la educación sanitaria y ambiental para reducir los riesgos de la contaminación y de las enfermedades vinculadas al agua, como la diarrea.
“Nosotros venimos a Asunción por necesidad: no tenemos comida, no tenemos agua”, insistió Esquivel antes de retornar a su aldea.
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