¿La cuarta ronda de severas sanciones contra Irán, encabezada por la administración de Barack Obama, que gozó de la bendición del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tiene como objetivo primordial presionar para que Irán se siente a negociar el contencioso de su programa nuclear? ¿O, más bien, formalizar la escenografía de una guerra inevitable?
En esta ocasión la administración Obama ha apretado las tuercas al borde de la asfixia al bloquear tanto la importación de gasolina como las transacciones financieras internacionales que se realizaban preponderantemente en Dubai y que son dominadas por la dupla anglosajona (por extensión, el Grupo de los Siete).
En forma anómala, y coincidentemente similar a México, Irán descuidó la construcción previa de refinerías, la cual ha iniciado tardíamente en siete lugares del país.
Al poco tiempo del inicio de la aplicación de las sanciones, la prensa anglosajona –en particular, The Financial Times, portavoz del neoliberalismo global– exulta que se comienzan a percibir sus efectos deletéreos, mientras el gobierno iraní se muestra aparentemente imperturbable al proseguir su programa nuclear que, proclama, está destinado a fines pacíficos.
Los Emiratos Árabes Unidos –del que forma parte Dubai, que padece una severa crisis financiera– no se encuentran en el momento óptimo para enfrentar a su poderoso vecino en el súper-estratégico Golfo Pérsico.
Se pudiera aducir que los Emiratos Árabes Unidos, ya no se diga Dubai, juegan con fuego: son sumamente vulnerables desde el punto de vista militar aunque sus bravatas sean alentadas por la dupla anglosajona.
Sin duda alguna las sanciones diseñadas por la administración Obama hacen daño y causan mucha molestia, lo cual obliga a redirigir todos los contactos comerciales y financieros que mantenía Irán en el Golfo Pérsico a lugares más hospitalarios tras bambalinas y que se atrevan a soportar las fuertes presiones, quizá hasta represalias, de Estados Unidos.
Amén del daño indiscutible que se le propina a Irán también será importante evaluar las consecuencias que tendrá en los Emiratos Árabes, primordialmente en Dubai, el éxodo de 9 mil empresarios y comerciantes iraníes, quienes parecen haber recibido mejor acogida en Qatar, Turquía y Malasia.
Un efecto indeseado de las sanciones, según delata The Financial Times, es que ha golpeado los intereses mayúsculos en Dubai del poderoso expresidente Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, uno de los principales opositores al presidente Ahmadinejad.
La relevancia de Qatar, la tercera reserva de gas planetario (detrás de Rusia e Irán), reside en que mantiene una política mas equilibrada en el Golfo Pérsico que el belicismo desmedido de los Emiratos Árabes. Qatar contribuyó a destrabar la duradera crisis política del Líbano y mantiene excelentes relaciones tanto con Siria (aliado entrañable de Irán) como con Arabia Saudita (más proclive a las políticas occidentales, sin llegar al entreguismo supino de los Emiratos Árabes).
No existe comparación entre el peso específico de los desorbitados Emiratos Árabes Unidos con los gigantes de Turquía (miembro simultáneo del Grupo de los 20 y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte; ver Bajo la Lupa, La Jornada, 14 de julio de 2010) y Malasia (relevante miembro del ASEAN: el bloque emergente de 10 naciones del Sudeste Asiático estrechamente vinculado con China).
Tanto Turquía como Malasia ostentan importantes plazas financieras que muy bien podrían reemplazar a Dubai. Faltará ver qué tanto Turquía y Malasia –dos relevantes potencias comerciales sunnitas con excelentes relaciones con “Occidente”– desean atravesar el Rubicón de las sanciones en forma semi-clandestina, sin incurrir en la furia anglosajona.
La segunda frontera terrestre más importante de Turquía es justamente con Irán y en fechas recientes ha cobrado mayor auge, aunque dista muy lejos del nivel óptimo que le corresponde a las dos nuevas potencias emergentes del norte del Medio-Oriente.
Si los narcotraficantes de opio y heroína de la transfrontera de Afganistán-Pakistán pueden blanquear su dinero en Dubai con suma facilidad, como acaba de “revelar” el portal alemán Der Spiegel On Line, no se ve cómo se pueda detener el flujo bidireccional de dinero desde y hacia Irán.
En el Medio-Oriente lo que abunda es el ingenio de los laberintos financieros y los iraníes se han vuelto maestros de los escondites monetarios gracias a su largo aprendizaje de las sanciones promovidas por Estados Unidos desde 1979.
El problema mayor provendría un tanto cuanto de la prohibición de la importación de gasolina, como la inimputable cuan criminal petrolera británica British Petroleum (BP, la causal de la depredación ambiental en el Golfo de México) que boicotea la venta de combustible para los aviones iraníes que vuelan a Europa. ¿No habrá sido un canto de cisne de BP previo a su extinción bursátil cuando los afectados globales y locales por su devastación ambiental cobren sus daños y perjuicios?
La insanidad de la política mundial de la dupla anglosajona es exquisitamente exhibida por las sanciones y el boicot, los cuales todavía se atreve a aplicar la petrolera criminal BP quien es la que debería ser sancionada y boicoteada en todos los rincones del mundo.
Por lo pronto, el contrabando de gasolina –que evidentemente ha incrementado su precio– opera ya en el sitio menos pensado: en el norte kurdo de Irak, cuando las relaciones entre iraníes y kurdos (más proclives a Estados Unidos e Israel) no son nada positivas ni constructivas.
En medio de una crisis financiera fenomenal, el atractivo por el dinero se vuelve mayor por tirios y troyanos.
Mas allá de los consabidos dédalos de la geopolítica medio-oriental que buscarán nuevos cauces para eludir las sanciones en forma clandestina, a priori suena sumamente difícil que el gobierno iraní chiíta capitule ante Estados Unidos.
Cabe señalar que la cosmogonía sui generis del chiísmo iraní está acostumbrada desde antaño a la persecución religiosa y/o financiera. Para la mentalidad chiíta iraní, la nueva persecución plasmada en la cuarta ronda de sanciones, promovida por la dupla anglosajona, constituye una nueva prueba de sus firmes creencias tanto religiosas como nucleares.
En estos momentos más que nunca –a unos cuantos meses de las cruciales elecciones legislativas de noviembre cuando Obama se encuentra en la lona de la aceptación pública– y en forma anómala, la política exterior de Estados Unidos, en el caso específico persa, parece estar controlada por Israel, que goza de enorme influencia en el Congreso, en Wall Street, en los medios masivos globales de comunicación y en Hollywood.
¿Cuál habrá sido el verdadero motivo para que Obama apretase las tuercas a Irán con una cuarta ronda de sanciones?
Las sanciones pueden tener varios propósitos, cuyo desenlace se sabrá pronto, quizá con un horizonte máximo en 2012: 1) ablandar a Irán, como previo paso al golpe final de una guerra básicamente de Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel; 2) su uso electorero como “la sorpresa de octubre” que llevará al paroxismo la inestabilidad del Golfo Pérsico; 3) un acto precautorio de la administración Obama que prefiere ser criticado por su dureza diplomática contra Irán, pero que, detrás de los grandes telones del teatro geopolítico, tendría el efecto positivo de posponer y ganar tiempo a la inevitabilidad de una guerra unilateral de Israel; y 4) medida teatral para sentarse a negociar con Irán en septiembre, esta vez con la espectacular participación Brasil y Turquía (proponentes de la creativa solución diplomática de “la declaración de Teherán” para desactivar el contencioso nuclear iraní).
Sin perder de vista que con el mago Ahmadinejad –quien suele sacar de su manga varios conejos cuando han sido dados por muertos– pueden suceder sorpresas espectaculares, al corte de caja de hoy cada una de estas cuatro perspectivas tiene sus sólidos apologistas, lo cual pudiéramos resumir con una probabilidad de 50 contra 50 por ciento entre la guerra y la paz (mejor dicho, la “no guerra”, que no es necesariamente la paz).
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