Señor Presidente,
Señor Secretario General,
Señoras y señores delegados,
Quiero en primer lugar felicitar al Sr. Ban Ki-Moon por su reciente reelección como Secretario General y a Ud., Señor Presidente, por haber sido elegido para presidir este período de sesiones.
En esta asamblea de las Naciones Unidas convergen multiplicidad de países y etnias, culturas y lenguas, religiones y credos. Todas las cuales se encuentran en este mundo globalizado cada vez más unidas y cada día más vinculadas. Al fin y al cabo, más allá de nuestras legítimas diferencias, todos habitamos el mismo planeta, todos respiramos el mismo aire y a todos nos alumbra el mismo sol. Como habitantes del planeta Tierra compartimos un mismo futuro, y enfrentamos similares desafíos y oportunidades y todos tenemos los mismos deseos de paz, libertad, justicia y prosperidad para nuestros países y para nuestros pueblos.
Señor Presidente,
He venido a esta Asamblea a expresar con convicción y con humildad lo que mi país tiene que decir a la comunidad internacional. Pero también a escuchar, con atención y con respeto, lo que otros países tienen que decir a nuestro Chile. Porque Chile, señor Presidente, ha sido y seguirá siendo un fiel practicante, defensor y promotor del diálogo como el mejor mecanismo para enfrentar y resolver las controversias, pues Chile tiene la íntima convicción que toda nación, cultura, tradición o credo tiene algo que enseñarnos, pero también que todos tenemos algo que aprender de los demás.
Señoras y señores delegados,
Estamos sin duda frente a un mundo nuevo, muy distinto al que conocimos nosotros o nuestros padres, que ha emergido con gran fuerza en las últimas décadas. Este mundo nuevo es hijo de una revolución, la revolución del conocimiento, la información y la tecnología, que ha abierto y seguirá abriendo enormes oportunidades de progreso material y espiritual para miles de millones de habitantes de este planeta como nunca antes el mundo había conocido.
Pero también es cierto que este mundo nuevo nos enfrenta a nuevas riesgos, nuevas amenazas, desafíos y oportunidades, que superan lo que cada gobierno por sí mismo puede hacer y que sólo juntos podremos enfrentar con éxito. Por ejemplo, las crisis financieras, además de hacerse cada vez más frecuentes, han adquirido implicancias regionales e incluso globales que no podemos ignorar. Los males de la sociedad moderna, como el terrorismo, el narcotráfico, el crimen organizado hace mucho tiempo que ya no conocen fronteras, ni territorios ni jurisdicción. Y cualquier intento por enfrentar con eficacia el calentamiento global y la protección del medio ambiente, al igual que las catástrofes naturales, las emergencias sanitarias, el hambre y la pobreza extrema, van a requerir sin duda de una acción mucho más concertada y mucho más eficaz de la comunidad de las naciones y de los organismos internacionales si queremos realmente empezar a cambiar el curso de la historia.
En consecuencia, hoy día es urgente replantearnos y repensar las estructuras de cada una de estas organizaciones internacionales que nacieron en un mundo muy distinto, en el período de la postguerra, y que hoy día todos sabemos ya no responden con la eficacia que corresponde a las realidades, los desafíos, y las oportunidades del presente y que el futuro ya nos está insinuando. Es verdad, hemos hecho muchos progresos, pero sabemos que ellos han sido lentos e insuficientes. Y no podemos pretender dirigir este mundo nuevo con organizaciones que ya son definitivamente viejas.
Algún día nuestros hijos nos van a preguntar cómo enfrentamos este desafío. Porque después de todo este desafío es nuestro y este desafío debe ser enfrentado ahora; porque si no somos nosotros ¿quién? y si no es ahora ¿cuándo?
Y si bien es cierto que esta revolución del conocimiento, la información y las tecnologías no es la primera revolución que ha enfrentado el mundo, todos sabemos que esta es la más profunda en cuanto a la magnitud y extensión, no solamente de los desafíos, sino que también de las oportunidades que ella trae aparejada.
Pero al igual que las revoluciones del pasado, como la de los metales, la agricultura, o la revolución industrial, esta revolución del siglo XXI va a ser muy generosa con aquellos países que tengan la voluntad y el entusiasmo para abrazarla, pero es y va a seguir siendo indiferente, e incluso cruel, con aquellos países que simplemente decidan ignorarla o dejarla pasar. De nosotros depende en consecuencia que esta revolución se convierta en un factor de libertad, de unidad y de progreso, en un puente que acorte las distancias entre los países desarrollados y las naciones emergentes y que no la transformemos en un nuevo factor de división o en un nuevo muro que siga alejando y separando más a aquellos países que viven en el mundo de las oportunidades de aquellos países que viven en el mundo de la frustración.
Por cierto, la primera responsabilidad para incorporarse en plenitud a esta revolución, que ya está golpeando nuestras puertas, corresponde a cada uno de nuestros países, pero también corresponde a la comunidad internacional. En el caso de los países emergentes, como lo son los de América Latina incluido mi país, Chile, ello supone, además una enorme responsabilidad y gran una oportunidad para poder reivindicarnos con nuestro pasado pero muy especialmente para cumplir con nuestra misión de futuro. Porque lo cierto, señor Presidente, es que América Latina, que está celebrando sus 200 años de vida independiente, lo ha tenido todo para superar el subdesarrollo y la pobreza. Contamos con un territorio extenso y fértil, contamos con abundantes recursos naturales, dos idiomas hermanos, y además con pueblos solidarios y pujantes que han demostrado ser capaces de enfrentar todos los obstáculos que la naturaleza o la Providencia nos ha puesto por delante. No hemos tenido guerras como las tuvo Europa en el siglo pasado, ni enfrentamientos étnicos o conflictos religiosos como aquellos que cruzan otras regiones del mundo.
Y sin embargo, porque no supimos integrarnos a tiempo a la revolución industrial, América Latina sigue siendo un continente subdesarrollado, con más de un tercio de nuestra población viviendo en condiciones de pobreza.
Pero América Latina ha aprendido la lección y hoy día se está integrando con una fuerza y una convicción inmensa a esta nueva revolución de la sociedad moderna de la ciencia, la información, el conocimiento y las tecnologías.
Y esa integración, señor Presidente, sólo será exitosa si somos capaces de promover y expandir lo que es y ha sido la fuente inagotable de progreso de la humanidad a lo largo de los siglos, que es la libertad. Libertad que corresponde a un concepto integral que no se puede dividir o compartimentalizar. La libertad debe expresarse en todo los ámbitos del ser humano. En lo político nos exige revitalizar y profundizar nuestra democracia y la defensa de los derechos humanos en todo lugar y en toda circunstancia. En lo económico, significa fomentar la creatividad, la innovación, el emprendimiento de los seres humanos, que son los únicos recursos verdaderamente renovables e inagotables con los que contamos, y derribar aquellas barreras que impiden a muchas naciones emergentes poder integrarse en plenitud a este nuevo mundo que está emergiendo. La libertad en lo social significa promover la paz y avanzar hacia Estados cada vez más comprometidos y eficaces en la lucha contra la pobreza y la generación de una verdadera sociedad con igualdad de oportunidades.
Por cierto Chile ha hecho y seguirá haciendo importantes contribuciones en cada uno de estos aspectos.
Junto con haber dado un decidido apoyo a la causa de la democracia y la defensa de los derechos humanos en todos los países del continente y del mundo que lo han requerido, en el ámbito regional Chile ha sido un promotor permanente e incansable del perfeccionamiento de la Carta Democrática Interamericana y de la suscripción de un protocolo de protección preventivo de nuestras democracias en el contexto de UNASUR. Adicionalmente, hemos y seguiremos participando activamente en las negociaciones para la reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que permita aumentar sus miembros tanto permanentes como rotativos, de forma tal que este organismo represente mejor la realidad del mundo actual. También, hemos sido promotores de la revisión del Consejo de Derechos Humanos, en el cual Chile ha sido recientemente reelecto.
En materia económica, Chile es un país que se ha integrado al mundo y ha celebrado tratados de libre comercio con 58 países en todos los continentes, que representan más del 80% de la población mundial. Pero nuestro compromiso con el libre comercio no termina ahí. Hemos sido firmes impulsores de la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio para avanzar de una vez por todas, después de décadas de estancamiento, hacia la liberalización del comercio mundial. Porque el proteccionismo es 3
una mala respuesta y es aún peor cuando enfrentamos condiciones de amenazas y crisis como las que hoy día vivimos.
Además, en cuanto a la promoción de la paz mundial, Chile ha reconocido al Estado Palestino, país al que esperamos dar muy pronto la bienvenida en esta Organización, y hemos apoyado resueltamente todos los esfuerzos internacionales tendientes a alcanzar una solución justa, legítima y duradera en el Medio Oriente. Chile tiene la profunda convicción que el pueblo palestino tiene derecho a tener un Estado libre, soberano y democrático y que el Estado de Israel tiene derecho a tener fronteras reconocidas, seguras y respetadas. Sólo así palestinos e israelíes podrán convivir y progresar en paz y en armonía.
En materia de promoción social y lucha contra la pobreza, contra el hambre, contra las pandemias, estamos fortaleciendo la cooperación Sur-Sur y Triangular; que sin duda no reemplaza ni sustituye la necesaria cooperación Norte – Sur. Hemos creado un Fondo chileno contra el Hambre y la Pobreza en África y efectuado aportes significativos a UNITAID para combatir el VIH/SIDA, la malaria y la tuberculosis que aún produce estragos en muchas partes del mundo. Pero queremos ir aún más allá y estamos implementando un mecanismo que nos permitirá una rebaja unilateral de aranceles para poder fomentar las importaciones de países del África que tienen las condiciones de menor grado de desarrollo relativo.
También hemos apoyado con mucha fuerza y con mucho orgullo a ONU-Mujeres, organismo que dirigido por nuestra compatriota Michelle Bachelet, y cuyo principal objetivo es tan fuerte y tan profundo como lograr que por fin hombres y mujeres tengamos los mismos derechos y las mismas oportunidades en este mundo que nos pertenece a todos.
Pero en este nuevo siglo, y en esta nueva sociedad del conocimiento y de la información, además de contar con democracias sólidas, con economías abiertas, competitivas e integradas y de contar con Estados eficaces para luchar contra la pobreza una mayor igualdad de oportunidades, tenemos que reconocer que esos son los viejos pilares, necesarios, pero hoy día totalmente insuficientes. Los países emergentes, tenemos que comprometernos con la construcción de los nuevos pilares del desarrollo, y ellos son: la inversión en ciencia y tecnología, la promoción de la innovación y el emprendimiento, la construcción de sociedades más flexibles que tengan la capacidad de adaptarse a un mundo en que el cambio es la única constante, y por sobre todo hacer un gigantesco esfuerzo para mejorar nuestro capital humano, la educación de nuestros jóvenes, la capacitación de nuestros trabajadores, porque ahí está la principal riqueza y el principal instrumento para poder dejar atrás el subdesarrollo.
No cabe duda que la carrera por el desarrollo y la batalla por el futuro la debemos ganar en las salas de clases, dándoles educación de calidad a todos y cada uno de nuestros niños. Lo hemos dicho muchas veces, la educación es la madre de todas las batallas; desgraciadamente es también el talón de Aquiles de muchas de las economías emergentes.
En las últimas semanas han sido miles los jóvenes que han salido a las calles a manifestarse en mi país a favor de una causa noble, grande, hermosa como es el dar una educación de calidad para todos los niños y jóvenes, que les permita a todos ellos ser protagonistas y no meros espectadores de su propio destino y de su participación en esta sociedad del conocimiento y la información.
Nuestro gobierno ha compartido y comparte esa misión, y ha dispuesto la mayor reforma y ha comprometido los más cuantiosos recursos económicos, humanos, profesionales y técnicos para avanzar hacia esa verdadera revolución en nuestro sistema educacional que apunta a una mejora sustancial en la calidad, a incrementar la cobertura, particularmente en la educación de los niños de menor edad y mayor vulnerabilidad para que la intervención de la educación llegue a tiempo y no cuando los daños ya han sido irreversibles, y adicionalmente mejorar sustancialmente el financiamiento y el acceso en todos los niveles de la educación. En forma tal de garantizar algo tan simple como educación de calidad para todos, educación gratuita para todos aquellos que lo requieran, y financiamiento adecuado para todos los demás de manera de lograr el sueño de que ningún niño o joven con talento se quede fuera de la educación superior por la condición socioeconómica de su familia o por la escases de recursos que lo afectan.
Y quisiera invitar a todas los países de América Latina en el contexto de la CELAC a una verdadera alianza estratégica que comprometa el alma y el corazón de nuestros gobiernos con esta reforma profunda a nuestros sistemas educacionales que va a ser la mejor contribución que podemos hacer al desarrollo integral de las personas para que puedan desarrollar en plenitud sus talentos y también al desarrollo de nuestras economías, al perfeccionamiento de la paz y al fortalecimiento de nuestras democracias.
Es por eso, señor Presidente, que quisiera también hacer una referencia a lo que dijo el Presidente de Bolivia el día de ayer, quien planteó la pretensión de su país de alcanzar un acceso soberano al Océano Pacífico, a través de territorio chileno.
Al respecto, quisiera reiterar que entre Chile y Bolivia no existen asuntos territoriales pendientes. Ellos quedaron definitivamente resueltos por el Tratado de Paz y Amistad de 1904. Ese tratado fue válidamente negociado más de veinte años después del término del conflicto entre ambos países, y además fue aprobado por los parlamentos y ratificado por los Gobiernos. Como Bolivia lo ha reconocido, el Tratado fue fruto de una negociación libre y consentida y, en consecuencia, de acuerdo al derecho internacional, tanto Chile como Bolivia tenemos el deber de respetarlo y de cumplirlo.
Chile ha dado pleno y oportuno cumplimiento a todas las cláusulas del Tratado de Paz y Amistad de 1904. Más aun, las facilidades que Chile ha otorgado superan ampliamente las previstas en la Convención de Naciones Unidas para Países sin litoral.
Nuestro país siempre ha estado y va a seguir estando dispuesto a dialogar con Bolivia sobre la base del pleno respeto al derecho y tratados internacionales, y estamos ciertos que a través de este diálogo vamos a tener la mejor oportunidad para acordar con Bolivia soluciones concretas, factibles y útiles para ambos países.
Señor Presidente,
Señoras y señores delegados,
Quienes estamos aquí tenemos no sólo el derecho, sino que el deber, de hablar y actuar en defensa de los intereses de nuestros pueblos y nuestras naciones. Pero no podemos desconocer que esa defensa, para ser fecunda, supone y exige trabajar sobre lo mucho que nos une, más que sobre aquello que legítimamente nos divide. Al fin y al cabo, querámoslo o no, los riesgos, los nubarrones y las amenazas que hoy día avizoramos en el horizonte, pero también los desafíos y las oportunidades que nos aprontamos a enfrentar, y las respuestas y las soluciones que juntos deberemos implementar, sólo serán fecundas, sólo serán eficaces si lo hacemos con unidad y con buena voluntad. Actuando solos, algunos podrán creer que vamos a avanzar más rápido, pero la historia nunca se cansará de recordarnos que sólo actuando unidos podremos construir sobre roca, y sólo así cada país y el mundo entero llegará lejos en nuestras tareas, en nuestras misiones y en nuestros desafíos.
Muchas gracias señor Presidente, muchas gracias señores y señoras delegados.
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