En julio próximo los mexicanos tendremos la posibilidad de elegir a un representante de la nación (y para quienes habitan en el Distrito Federal, un jefe de gobierno). Reitero: se trata de una “posibilidad”, mas no de una oportunidad, ya que los lamentables resultados postelectorales de los últimos dos sexenios han dejado a más de un mexicano, en el mejor de los casos, con el alma resquebrajada; y en el peor, sin ésta. Al mismo tiempo, será un momento para observar qué tanto daño se hizo en la confianza en la democracia electoral: es probable que se agudice la falta de participación ciudadana. Ante el ansia de un “cambio”, analicemos algunas de las profecías de los últimos dos mandatarios, ambos provenientes del Partido Acción Nacional (PAN).
Arely Miranda González*
“Cambiaremos nuestra imagen en el mundo”
En 2000 Vicente Fox lanzó una piedra colosal contra el espejo del político de traje, con la camisa impecablemente blanca y planchada, mancuernillas y accesorios en perfecta combinación con su atuendo. Presentó una imagen de ranchero, con botas y cinturón con una gruesa hebilla para enmarcar su apellido. Su estilo se destacó por el contraste con los demás candidatos a la Presidencia, no por su narcisismo. La imagen lo dijo todo, no sólo a México, sino al mundo.
Serían legendarias sus muestras incesantes de falta de preparación luego de llegó a la Presidencia, desde haber rebautizado al escritor Jorge Luis Borges, hasta haberle atribuido un Premio Nóbel de Literatura que, desafortunadamente, aquél nunca recibió. Estos casos resultaron para muchos en lágrimas, que escondían risa y, al mismo tiempo, vergüenza. Aunado a su desinterés por la cultura, Fox será recordado por sus gestos protocolarios con otros dirigentes. En 2002, durante la Cumbre de Monterrey, la célebre frase “comes y te regresas”, hacia Fidel Castro, recorrió la prensa internacional. Dejó en evidencia su inexperiencia ante el manejo de las relaciones diplomáticas con el gobierno de las Antillas. El destello del colmillo político de Castro lo opacó aún más.
Así, si Fox se destacó por una imagen contrastante con la del político ortodoxo, el presidente Felipe Calderón ha mostrado una imperiosa necesidad de permanecer en los medios de comunicación con más palabras que mensajes. En 2006 muchos mexicanos conocíamos poco sobre su trayectoria. Incluso, dentro de su partido causó sorpresa su elección como candidato presidencial. Seis años después es imposible huir de sus mensajes sobre el progreso de la nación. Calderón se apoya en las redes sociales, eventos de toda índole y discursos para estar siempre presente en el ánimo público, mecanismos que nos impiden obviar la comparación con la propaganda estatal en la legendaria novela 1984 de George Orwell, seudónimo del escritor y periodista británico Eric Arthur Blair.
Su estrategia mediática fue sometida a acusaciones de utilizar la maquinaria estatal para emitir publicidad partidista, incluso en momentos en los que el silencio comunica más que un discurso. Cuando el candidato a la gubernatura de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú, fue asesinado, previo a las elecciones estatales del 4 de julio de 2010, Calderón fue acusado de querer lucrar políticamente con ese golpe a la democracia. Sin embargo, quien busca el estrellato no duda en devorar los cimientos del país con tal de mantenerse en los medios.
La imagen de México tiene ahora la de una exposición mediática internacional. El problema es que se focaliza en torno a un sólo tema: la “guerra” contra el narcotráfico. Hoy el mundo nos ve de una manera diferente que hace 12 años. Los medios de comunicación extranjeros indican que sufrimos de una falta de confianza crónica y endémica como país. Hay quienes nos llaman un “Estado fallido” y otros quienes preguntan con asombro cómo podemos sobrevivir. La imagen de un país no es sólo tema de orgullo nacional, sino cuantificable en términos de inversión y turismo. Si nuestra imagen se deterioró en 12 años, ¿cuántos nos tomará en reconstruirla? Para hacerlo, México se debe ver con la riqueza que nos caracteriza, con un colorido que, por el momento, está saturado del rojo sangre.
“Obtendremos resultados a largo plazo”
Hemos escuchado hasta el cansancio, hasta que nuestro subconsciente lo refleja en sueños reprimidos, que la “guerra” contra el narco debe continuar porque es un esfuerzo que garantizará nuestra seguridad en un futuro. Este discurso lo han escuchado la madre cuyo hijo es baleado mientras estudia; el niño debajo del escritorio que se cubre de la lluvia de plomo y el policía corrupto cuyo sustento proviene de manos empolvadas por químicos blancos.
La mancuerna foxista y calderonista utilizó la “guerra” contra el narcotráfico para mostrar que el PAN tenía el valor del que careció el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Sin embargo, el valor y la cobardía no son necesariamente antónimos, seríamos afortunados en poder simplificar la realidad como el personaje del león del libro de literatura infantil El maravilloso mago de Oz. Sin embargo, en nuestra realidad existe una gama de matices entre el valor y la cobardía, una que nuestros mandatarios han obviado. La valentía es de los mexicanos que vivimos atónitos las decisiones de nuestros dirigentes obnubilados por la necedad.
Sin un plan a corto plazo no hay uno a largo plazo. No es posible desdeñar el presente con la excusa de las bondades del futuro. De 2006 a la fecha el resultado ha sido más de 60 mil vidas perdidas y millones más transformadas por otros tipos de violencia, desde la juvenil hasta el secuestro. Esta cifra no incluye las 5 mil desapariciones registradas por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
En 2011, el Índice de percepción sobre la seguridad pública, del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática, indica, que el 59 por ciento de los entrevistados consideran que la seguridad pública empeoró en comparación con el año anterior. La ironía de todo proyecto político que busca una transformación social es que este sexenio sí generó un cambio en la mayoría de la población: una profunda sicosis social. El miedo limita la libertad. Una sociedad sin libertad es una que no salta por miedo a caer. Una sociedad sin libertad calla antes de hablar.
“México logrará la transición a la democracia”
En 2000 los mexicanos votaron por el “cambio” al hacerlo por Fox. A diferencia de lo que ocurrió tras las dictaduras militares en Suramérica y Centroamérica, la alternancia partidista en México fue pacífica. Con las elecciones de 2000 se mostró que el voto contaba, o al menos así lo pensamos en ese momento. Los mexicanos que, sexenio tras sexenio, habían comprobado que un partido con poder absoluto no tenía nada por qué temer, de pronto entendieron que con su “X” en una boleta harían tambalear a más de un dinosaurio priísta.
Las primeras elecciones del milenio fueron estratégicas para vender una imagen de víctimas, el pueblo mexicano, y victimarios, el partido tricolor. El PAN nos quería ofrecer entonces una salida a los mexicanos enmudecidos y aturdidos por una fallida democracia durante los regímenes priístas. El electorado tenía que confiar en que las plataformas electorales de Fox se reflejarían en las políticas públicas. Así fue como el PAN vendió el voto como una panacea. Con el nuestro, ellos lograrían resolver todos los rezagos históricos que hemos sufrido. Sin embargo el voto puede ser una moneda al aire.
Los políticos prometen más de lo que cumplen. Eso no es nuevo. A pesar de ello la mayoría de los mexicanos decidieron lanzarse al oasis que les prometió el PAN, en 2000. Si la alternancia partidista nos llevó un paso hacia adelante en busca de la democracia, el primer sexenio panista nos catapultó más atrás de la línea de salida. Las administraciones panistas lograron algo imperdonable para una población que creyó en la democracia: el desencanto con las instituciones democráticas. El retroceso se vislumbra no sólo en la desconfianza hacia los partidos políticos, sino en la apatía hacia la vida política en México.
De acuerdo con estadísticas del Instituto Federal Electoral, en 2000, el abstencionismo fue de 36.03 por ciento y aumentó a 41.45 en 2006. Sólo podemos predecir que el abstencionismo será aún mayor en las elecciones de este año. La encuesta Perfil de usuarios de redes sociales en internet. Facebook y Twitter, de Mitofsky (realizada en diciembre de 2011), señala que 1.4 por ciento de los usuarios de Facebook y 0.8 por ciento de los de Twitter tienen mucha confianza en los partidos políticos. De igual manera, 41.5 por ciento de quienes usan Facebook y 35.7 por ciento de los que usan Twitter, tienen poco interés en la política. La relevancia de esta estadística yace en que cerca del 60 por ciento de los usuarios de ambas redes sociales tienen entre 18 y 30 años.
Si el desinterés político permea en la juventud, ¿quién resguardará la toma de decisiones? Sin interés en la agenda de los partidos, ¿quién les exigirá que legislen con base en las necesidades de los mexicanos? Una ciudadanía sedada con indiferencia es justamente la píldora que los partidos políticos recetan para mantener la impunidad. Si permitimos que la apatía nos infecte, corremos el riesgo de que la plaga del autoritarismo regrese a nuestro país.
Los mexicanos no somos víctimas de nuestro sistema político. Una víctima es aquella que padece sin tener poder de decisión. Nosotros podemos generar un cambio. No es momento de dejar que el desencanto se convierta en una somnolencia política. Tampoco el de ignorar la esfera pública y dar rienda suelta a quienes nos gobiernan. De olvidar que los gobernantes son meramente representantes de nuestros intereses. Ellos existen para servirnos a nosotros, el pueblo mexicano. Es momento de proponer ideas y generar interés para el beneficio común. Podemos esperar con fe a que llegue a nosotros un nuevo profeta, o elegir con expectativas realistas y con la convicción de que esta vez no seremos víctimas, sino que alzaremos la voz y exigiremos una vida política en la que confirmemos que nuestros gobernantes están en el poder para hacer lo que nosotros les encomendamos. No necesitamos más políticos, sino más ciudadanos interesados en la política.
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