Todos los años, durante una semana, los jefes de Estado y/o de gobierno se dan cita en Nueva York para participar en la apertura de la Asamblea General de la ONU. Pero este encuentro ha ido perdiendo su aspecto constructivo para convertirse en un espectáculo televisivo cuyos momentos de clímax sólo son sobrepasados en audiencia por los Juegos Olímpicos y la Copa Mundial de futbol.
El discurso más esperado era el del presidente de Estados Unidos, quien habló cuando ya la presidenta de Brasil había calentado la sala. Cordial como siempre, “Barack” hizo su entrada tendiendo la mano al secretario general Ban Ki-moon, sentado en la tribuna superior, quien se levantó y dobló el espinazo para poder estrecharle la mano. Fue el único jefe de Estado que se permitió ese gesto. Su discurso, escrito como un guión de Hollywood, describió la vida del embajador Chris Stevens, muerto dos semanas antes en Bengazi. Barack Obama dijo que Estados Unidos no es un imperio sino un conjunto de hombres y mujeres que trabajan y luchan para que el resto de la humanidad pueda gozar de la misma libertad. Esta “secuencia emocionante” concluyó con un “happy end”: “La Historia está de nuestra lado y no habrá marcha atrás en la creciente oleada de libertad.” Ese eslogan publicitario pretendía ser la respuesta a un artículo del ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, quien no ve la Historia y la libertad del lado de quienes destruyeron Libia y hoy atacan Siria [1].
El debate que vino después de ese show se titulaba “El ajuste o arreglo de los diferendos internacionales por medios pacíficos”. Contrariamente a lo que sugiere ese título, se habló sobre todo de la guerra que la OTAN y el Consejo de Cooperación del Golfo (CGG) están haciendo en Siria –a pesar de que dicen lo contrario– y de la guerra que Francia tiene intenciones de hacer en Mali, y también de la guerra que Israel quiere que Estados Unidos haga contra Irán.
Las declaraciones favorables a una intervención militar en Siria se basaron en la teoría de la “primavera árabe”, según la cual todos los acontecimientos registrados en el mundo árabe durante los dos últimos años tienen las mismas causas, responden a las mismas aspiraciones y deben conducir al triunfo de la democracia… y de la economía de mercado.
Pero los partidarios de esta teoría no parecen muy desinteresados que digamos. El primer ministro británico, David Cameron, dijo que el Islam es compatible con la democracia y con la economía de mercado, citando para ello el buen ejemplo de Turquía (más de 100 periodistas encarcelados, opresión de las minorías kurda y armenia, pero con “una economía abierta y una actitud responsable de apoyo al cambio en Libia y en Siria”). Después de comparar las convulsiones del mundo árabe a las epopeyas de América y Europa por la libertad y la unidad, el emir de Qatar se pronunció… ¡por el derrocamiento de las dictaduras… y por la instauración de la libertad de expresión! Eso dijo el emir de Qatar… nada más y nada menos que Hamad ben Khalif Al Thani, el golpista que en su país mantiene amordazados a todos los opositores y a los medios de prensa. Y después, ante los 18 meses de fracasos de sus mercenarios, llamó además a los otros países árabes a que lo ayuden militarmente a acabar con Siria. En cuanto al presidente francés Francois Hollande, este pidió a la ONU la aprobación de un mandato sobre las “zonas liberadas”, como lo hizo la Sociedad de Naciones (SDN) cuando otorgó a Francia un mandato sobre Siria y Líbano.
El tema de Mali era un poco menos caricaturesco. El primer ministro Modibo Diarra recordó que el terror impuesto por los islamistas y la secesión del norte de su país son una consecuencia directa de la intervención militar contra Libia, legalizada por el Consejo de Seguridad de la ONU. Y pidió por lo tanto a la ONU que legalice ahora una intervención militar internacional para ayudar a su pequeño ejército a reconquistar los territorios perdidos. Francia, que piafa de impaciencia desde que intervino en Costa de Marfil, se propuso como voluntaria, con la esperanza de reinstaurar su antigua zona de influencia en el oeste de África. Así que ahora habrá que hacerles la guerra a los mismos fanáticos que París armó y dirigió antes para derrocar la Yamahiria libia.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, describió por su parte un Irán oscurantista y agresivo que ya representa un peligro real y que se convertiría en una amenaza global si llegara a disponer de la bomba atómica. Para justificar ese discurso, Netanyahu hizo múltiples referencias a acusaciones más que dudosas, que van desde atentados cometidos en Tailandia y Bulgaria hasta un supuesto complot contra el embajador de Arabia Saudita en Washington, sin hablar de la mescolanza que hizo entre al-Qaeda y la República Islámica de Irán. “Bibi” dijo también que el mundo tenía que escoger entre la modernidad, representada por el pueblo judío y sus científicos laureados con el Premio Nobel, o el oscurantismo medieval, representado por Irán (aunque él mismo dice que Irán está a la vanguardia en el campo de la tecnología nuclear). Lo más grotesco fue la utilización de un diagrama para confundir a la opinión pública. Netanyahu afirmó que Irán ya ha concretado el 70% de un programa nuclear militar. Sin embargo, Teherán sólo dispone de uranio enriquecido al 20%, para uso civil, mientras que para poder comenzar un programa militar hay que disponer de uranio enriquecido como mínimo al 85%.
Varios oradores sorprendieron a la audiencia. El presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad desconcertó a la Asamblea General al abordar sorpresivamente el tema del debate, que todo el mundo había olvidado: “El ajuste o arreglo de los diferendos internacionales por medios pacíficos.” La delegación de Estados Unidos abandonó ruidosamente la sala cuando, intercalando en su discurso versos del poeta clásico Saadi, el presidente de Irán subrayó que la paz no se obtiene ni con el Derecho ni con la Fuerza sino que es fruto de la compasión hacia los demás y del sacrificio de sí mismo. Provocación suprema, Ahmadinejad reafirmó su confianza en un porvenir perfecto, regido por los profetas y no por quienes los usan como bandera.
Otro ejemplo: el presidente estadounidense de Afganistán, Hamid Karzai, pidió el levantamiento de las sanciones contra los jefes talibanes, no porque hayan cambiado ni porque se hayan convertido en modelos de tolerancia, sino porque él quiere incorporarlos a su gobierno. Entonces, ¿por qué se desató una guerra contra ellos? El primer ministro japonés, Yoshihiko Noda, se dio por su parte el lujo de criticar el sacrosanto dogma de la superioridad de los regímenes democráticos. Al analizar la catástrofe de Fukushima, observó que instituciones representativas de un pueblo de hoy pueden ser ilegitimas cuando privan abusivamente a las futuras generaciones de sus derechos fundamentales. ¿Acaso son legítimas cuando privan abusivamente a los demás pueblos de sus derechos fundamentales?
Mientras escribo esta crónica, prosigue el desfile de jefes de Estado y/o de gobierno ante la Asamblea General de la ONU. Se esperan con impaciencia las declaraciones de los representantes de Rusia y China, programadas para más tarde para responderles.
[1] «Del lado correcto de la Historia», por Sergéi Lavrov, Red Voltaire , 22 de junio de 2012.
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