¿Levantamiento popular contra un régimen opresivo? ¿Lucha de un pueblo árabe deseoso de una democracia de corte Occidental? ¿Estertores de un régimen político superviviente de otra época? ¿O una manera de lograr las “reformas estructurales” en un país soberano?
La situación en Siria es presentada a través de disyunciones exclusivas: democracia o autoritarismo, intervención o respeto del principio de igualdad soberana, cambio o continuidad. Así planteados, estos hamletianos enunciados buscan construir cierta lectura de la situación siria en particular, pero también de la más amplia “Primavera Árabe” en general y, aún más, apuntan a un determinado orden mundial. En efecto, es posible leer las posturas de los países liberales que apoyan a los “rebeldes” bajo el prisma del liberalismo internacional y su concepción del rol que en él juega la democracia liberal.
Según Foucault, el liberalismo como modo de ejercicio de poder (y no como ideología) se caracteriza por ser un consumidor de libertad. Efectivamente, lleva en su seno el mandato de lograr el menor gobierno posible, apuntalado sobre la libertad de los sujetos, constituidos como individuos. Ahora bien, continúa Foucault, si quiere consumirse libertad, es necesario producirla… Y organizarla. Es decir, que no es posible hablar de la libertad en tanto universal, sino que es menester ubicar sus rasgos particulares: de qué libertad se está hablando (libertad de circulación, libertad de compra y venta, en todo caso, libertad de expresión, etcétera). Siempre desde la óptica del filósofo francés, el neoliberalismo vendría a completar esta lógica cargando sobre los hombros de los individuos la administración de su propio riesgo. Así, se elimina cualquier comprensión ligada a condiciones estructurales al interior de las cuales las vidas de los individuos se despliegan.
Ahora bien, contrariamente a lo que suele entenderse por neoliberalismo, Foucault plantea que el gobierno tiene un rol fundamental que jugar en él, pues es el encargado de expandir los mecanismos de mercado (mecanismos competitivos que comprenden a cada individuo como una empresa autogestionada) a toda la esfera social. De ahí que Foucault lo llame “liberalismo positivo”. Y de ahí también que el intervencionismo sea fundamental. Lo que caracteriza al intervencionismo (neo)liberal es el cómo de su intervención pues, al no poder intervenir directamente sobre el mercado y la economía (la teoría de la “mano invisible”, de Adam Smith, busca precisamente eliminar la idea de un soberano económico), interviene sobre el marco, el ambiente. Foucault caracterizará entonces al neoliberalismo como un “máximo de intervencionismo jurídico y un mínimo de intervencionismo económico”.
Las últimas intervenciones militares que han tenido lugar en Oriente Medio (incluyendo Afganistán) responden a esta lógica: una intervención jurídica sobre las instituciones y las reglas del juego en general, que da paso a una apertura total de la economía. Bajo este prisma, la instauración de la democracia no sólo cumple una función retórica que oculta intereses inconfesables, sino que tiene que ver con un específico modo de intervención, ligado al gobierno liberal mundial. De lo que se trata, en todo caso, es de la exportación efectiva de cierto tipo de libertad que busca constituir sujetos individuales capaces de gestionar sus propios riesgos. Si de lo que se trata es de producir libertad para su consumo, los primeros momentos de esta producción suponen el ejercicio de la violencia. Alemania y Japón (luego de la Segunda Guerra Mundial), América Latina y ahora Oriente Medio son casos empíricos en los que un Estado social y planificador es eliminado en pos de la instauración de mecanismos de gobierno neoliberales.
La situación en esta región es, sin embargo, particular; pues, si bien el modelo neoliberal fue impuesto ahí, y fue acelerado durante la década de la última administración de George Bush, los gobiernos fuertes y personalistas que allí existían no culminaron las “reformas estructurales” necesarias. Esto significa que el neoliberalismo se quedó a mitad de camino. Y, en efecto, los actuales procesos populares que tienen lugar en la región desde fines de 2010 son, en parte, efecto de las crisis de ese neoliberalismo a medias que tuvo lugar en el marco de la crisis del modelo neoliberal de acumulación por la que atravesaron los países latinoamericanos a principios del siglo XXI, cuyo centro fue Estados Unidos en septiembre de 2008 y que ahora se ha expandido a la Unión Europea.
Es interesante, en este sentido, traer a cuenta un cierto tipo de análisis que no ha tenido espacio de despliegue en los medios de comunicación internacionales encargados de construir los relatos acerca de los sucesos. En un artículo aparecido a comienzos de marzo de este año, Nick Beams realiza una interesante observación. A través de ella, el autor del artículo titulado “Fuerzas globales conduciendo los levantamientos en Oriente Medio” apunta a aquellas lecturas que han hablado de “contagio” en el desarrollo de las revueltas en los distintos países árabes. Sin estar del todo en desacuerdo con esta afirmación, llama la atención sobre la rapidez del contagio, sosteniendo que ésta da cuenta de “procesos más profundos enraizados en la economía mundial”. Luego se centra en el análisis de los casos de Túnez, Egipto y Libia, señalando que el rasgo común en los tres casos (y desde aquí agregaríamos, en casi todos los casos de la región) es que un “programa neoliberal de reestructuración del ‘libre mercado’ de largo alcance ha tenido lugar en todos ellos en el periodo reciente”.
La instauración de políticas neoliberales en Oriente Medio se ha llevado a cabo por los gobiernos en el poder alentados tanto por la Unión Europea como por Estados Unidos y ha consistido en la privatización de servicios públicos esenciales, el retroceso de las regulaciones financieras y económicas nacionales, la destrucción de decenas de miles de empleos estatales y recortes en subsidios, todas medidas supervisadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Sólo Arabia Saudita y Bahréin, por su capacidad petrolera, han sorteado, por el momento, las recetas de los organismos de crédito internacionales en lo que respecta a las políticas sociales. Estas medidas político-económicas implicaron la apertura indiscriminada de los mercados de estos países a la inversión extranjera y a la importación de productos de fabricación foránea ante cuya presencia los capitales locales en la mayoría de los casos se retiraron por falta de competitividad, provocando una desindustrialización generalizada. A esto se sumó el aumento de los precios de los alimentos. Según un índice confeccionado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, los precios para una canasta internacional de alimentos que incluyera lácteos, carne, azúcar, cereales y oleaginosas se dispararon en más del 30 por ciento entre junio y diciembre de 2010. Este aumento impactó de modo estrepitoso, pues durante las últimas tres décadas el “mundo árabe” en general experimentó una fuerte disminución en su producción agrícola.
La “retirada” del Estado (que no debe ser confundida con la no-intervención), por un lado, implicó que el Estado abandonara sus mecanismos de igualación e inclusión; por otro lado, supuso un profundo recorte en el empleo estatal que, teniendo en cuenta el importante rol de empleador que el Estado ejerce en varios países del mundo árabe, sobre todo en lo tocante al empleo de las clases medias profesionales, disparó los niveles de desempleo. Así, para 2010, según el CIA world factbook (publicación anual de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, estadunidense que puede traducirse como el Libro mundial de hechos), las tasas de desempleo eran las siguientes: Siria, 8.3 por ciento; Egipto, 10 por ciento; Arabia Saudita, 10.8 por ciento; Túnez, 14 por ciento; Bahréin, 15 por ciento; Libia, 30 por ciento; Yemen, 35 por ciento. Dentro de los sectores sociales golpeados por el desempleo, los más afectados fueron los jóvenes, lo cual explica que el gatillo de la revuelta tunecina que luego se expandió a los demás países de la región haya sido la inmolación de un joven desempleado. Si bien, según el Foro Joven Árabe realizado casi premonitoriamente en Sharm El-Sheikh el 18 de enero de 2011, el desempleo árabe llegaba al 21 por ciento (una de las tasas de desempleo más altas del mundo en términos regionales); el 53 por ciento de ese desempleo se registraba en el sector juvenil. Este último porcentaje es producto, asimismo, del rápido aumento demográfico de esta región. A estos datos, que dan cuenta de la incidencia de los factores económicos y de la crisis del modelo neoliberal en las revueltas populares, hay que sumarle, por supuesto, el profundo impacto de la crisis que sufrieron las economías de estos países fuertemente atadas a los países centrales. De esta manera, en el caso de los países productores de petróleo, por ejemplo, la recesión en los países consumidores del crudo regional, impactó fuerte y negativamente en sus exportaciones.
El discurso que lee en las revueltas árabes la marcha triunfal de la democracia liberal no es en modo alguno inocente. Sus defensores sostienen que dicho sistema de gobierno debe estar acompañado de la aplicación de las recetas neoliberales en el ámbito económico. De esta manera, la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, pudo afirmar en Egipto: “Sabemos que la reforma política debe ser combinada con una reforma económica”. No son pocos los autores que afirman –entre ellos Samir Amin– que, en este sentido, las intervenciones estadunidenses en los procesos que tienen lugar en Oriente Medio apuntan al mantenimiento del sistema neoliberal que acompañó a las dictaduras de la región. Ya que la implantación de este modelo socioeconómico se dio de distintos modos en los distintos países de la región, en algunos casos, además de su mantenimiento, las intervenciones de las potencias liberales suponen también su profundización. Y así deben ser entendidas las palabras de Hillary Clinton en su visita a Egipto luego del derrocamiento de Hosni Mubarak: “El crecimiento de Egipto a largo plazo no depende del empleo del gobierno sino del empleo en el sector privado. Entonces cuanto más inversión extranjera directa podamos ayudar a alentar y apoyar, creemos que será beneficioso para el pueblo egipcio”.
Al igual que en otros países de la región, la implantación del modelo neoliberal en Siria se dio, paulatinamente, de la mano de Hafez al-Assad. En 2000, año en el que asumió su hijo Bachar al-Assad, se llevó a cabo la segunda generación de estas reformas. Entre otras, ésta supuso la enmienda de la ley de inversión que permitió la repatriación del ciento por ciento de las ganancias a los capitales trasnacionales. La profundización del proceso se dio con el décimo Plan Quinquenal delineado por el gobierno que comprendió de 2005 a 2010 y que fue alentado por Estados Unidos y la Unión Europea. Dicho plan se define como “amigo del mercado” y está sostenido por cuatro pilares macro y microeconómicos que suponen, entre otras cosas y como preocupación central, mantener bajos niveles de inflación, reestructurar las empresas estatales y transformarlas en corporaciones, revisar los subsidios y adoptar “un enfoque prudente del manejo fiscal”, una liberación gradual de los precios y los mercados de modo tal de convertir al mercado en el modo fundamental de verificación, la apertura de las fronteras al comercio a través de la reducción o eliminación de tarifas aduaneras y el aliento a la inversión extranjera.
Este plan fue delineado durante la administración Bush hijo, cuya estrategia de seguridad dejó de ser la contención para pasar a ser la integración. Este concepto, desarrollado en distintos documentos de gobierno, suponía básicamente forzar a los demás países a adoptar una serie de rasgos propios de Estados Unidos o sufrir las consecuencias, en el marco de las invasiones a Afganistán e Irak. Entre estos rasgos, la democracia liberal y el neoliberalismo económico aparecían ensamblados. En efecto, ambos actúan constituyendo sujetos individuales capaces de autogobernarse y autoadministrar sus propios riesgos.
De ahí que durante la administración Bush no sólo se haya impuesto este modelo por la vía de la intervención militar en Irak y en Afganistán, sino que se haya forzado a los países aliados a seguir ese camino. En este sentido, Egipto, Arabia Saudita, Jordania, entre otros, debieron aplicar reformas que, en algunos casos, supusieron la realización de elecciones ya sean locales o nacionales y, en todos los casos, la profundización de las características neoliberales de la economía. Algunos países no aliados fueron coaccionados, a través de amenazas, a hacer lo propio. Entre este último grupo se encontraron Libia y Siria. Damasco aportó a la “guerra global contra el terror”, además, logística y mano de obra para recibir a los “entregados” por Estados Unidos, quienes eran torturados (por indicación del gobierno estadunidense) para obtener así de ellos información. Asimismo, Siria retiró sus tropas del Líbano también coaccionado a hacerlo mediante amenazas. A cambio de estas reformas y de esta “cooperación”, al-Assad no corrió la misma suerte que Saddam Hussein. La administración de Obama continuó la estrategia de integración con algunos mínimos cambios entre los que se cuentan el aumento de las operaciones encubiertas (la CIA se encuentra actualmente interviniendo en los procesos árabes, incluida Siria) y el aumento del uso de los bombardeos con aviones no tripulados (drones).
Por lo tanto, puede pensarse en la crisis económica mundial como uno de los principales disparadores de las manifestaciones antigubernamentales en Siria, que comenzaron en marzo del año pasado. No debiera descartarse en absoluto, asimismo, la posibilidad de que una mano invisible extranjera, montada sobre cierto clima de insatisfacción, haya alentado y organizado algunas de esas protestas (como ha denunciado el gobierno ruso que se ha hecho en su propio territorio). Casi un año y medio después, sin embargo, la situación es del todo distinta.
A pesar de que existen fuertes discusiones en el seno de los distintos organismos internacionales, como por ejemplo el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas o la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), acerca de la posibilidad de la intervención (tema que ocupa la mayor parte de los análisis en revistas especializadas y en los medios de comunicación internacionales en general), lo cierto es que ya existe de hecho una intervención militar cuyo objetivo es el cambio de régimen. Esto no está ligado únicamente a cuestiones geopolíticas, como pudieran suponer las lecturas realistas, sino también, como dijimos, a una estrategia de seguridad liberal caracterizada por el objetivo integracional. El objetivo final es hacer del mundo un espacio a imagen y semejanza de “Occidente” para hacer de los sujetos individuos gestores de sus propios riesgos, establecer la libertad de mercado por todo el planeta y, basados en la teoría de la paz democrática, instaurar en el mundo una paz perpetua que ponga fin a los conflictos políticos.
Esto no inhibe en absoluto los intereses geopolíticos, al contrario, los complementa. Entre estos últimos es necesario, por supuesto, remarcar la ubicación de Siria en la zona petrolera de mayor valor estratégico del mundo y, asimismo, su ubicación cerca de Irán del que, además, es aliado.
A continuación abordaremos de modo muy sucinto el papel que están desempeñando algunos de los países intervinientes a favor de los “rebeldes”, para luego hacer lo propio con los países que apoyan al gobierno sirio.
Como sostuvimos más arriba, la administración de Obama está siguiendo la misma estrategia de seguridad que la de Bush hijo, pero de modo más solapado, más sutil. De esta manera, a pesar de que desempeñó un papel principal en la intervención militar en Libia para destituir a Gadafi, mantuvo un bajo perfil. En el caso sirio, está haciendo lo mismo. En efecto, a fines de junio de 2012, apareció en los medios de comunicación internacionales la información de que la CIA está operando en secreto en el Sur de Turquía, ayudando a sus aliados a decidir cuáles rebeldes sirios recibirán armas. También se conoce que la Agencia Central de Inteligencia está proporcionando imágenes satelitales sobre la ubicación de las fuerzas y miembros del gobierno de al-Assad (lo que hizo posible, entre otras cosas, el asesinato del ministro sirio de Defensa, Daoud Rajha, en julio de este mismo año). Esto no es más que la punta del iceberg de un trabajo fino que puede derivar en la destitución de Bachar al-Assad. Recuérdese que antes del asesinato de Osama bin Laden poco se sabía acerca de los movimientos estadunidenses al respecto.
Desde agosto de 2011, la administración de Barack Obama viene planteando la necesidad de que Bachar al-Assad deje su cargo, y lo hace en el contexto de una estrategia discursiva signada por lecturas maniqueas en las que el “pueblo” sirio, “pacífico” y “valiente”, es apoyado por países “de todas partes del planeta” y se enfrenta al “régimen” que responde a las manifestaciones pacíficas con “ataques violentos”, y el régimen cuenta sólo con el apoyo de Irán. Por otra parte, las demandas de “libertad” (homologada con el significante “democracia”) responden, desde esta misma estrategia discursiva, a una reivindicación “universal” que Estados Unidos alienta al tiempo que hace lo propio con los también universales derechos humanos. Ya que se trata de poner a jugar el concepto de soberanía popular, Estados Unidos no interferirá más que apoyando al pueblo y sus justas reivindicaciones. De esta manera se han justificado, desde el discurso de la administración de Obama, las sanciones económicas que se han impuesto a la totalidad del pueblo sirio. Además, Washington otorga apoyo a través del Departamento de Estado, en cuanto a comunicación se refiere: uso de internet, etcétera. No sólo las redes sociales han sido fundamentales en convocar reuniones y establecer fechas para llevar a cabo manifestaciones, sino que internet ha jugado un rol de (des)información fundamental, pues, por ejemplo, han aparecido infinidad de videos en los que se “prueba” que las fuerzas del gobierno asesinan a manifestantes. La veracidad de esta proliferación de imágenes es, cuando menos, dudosa. A pesar de ello, muchos analistas se han apoyado en tales “pruebas” para continuar con la repetición de fórmulas que caracterizan a los actores principales y de reparto de este conflicto internacional.
A través de distintos foros internacionales que apuntan a formar una red multilateral, como es el llamado Grupo de Amigos de Siria, Washington aparece apoyando tanto al Ejército Libre Sirio (ELS) como al Consejo Nacional Sirio. Como sucedió con la resistencia en Afganistán e Irak y tal como sucedió también con los opositores a Gadafi en Libia, los grupos “rebeldes” en Siria apenas están identificados. Suelen nombrarse distintos actores que van desde mercenarios reclutados por Arabia Saudita y Catar, pasando por desertores del ejército sirio, hasta militantes islamistas. El ELS, cuya formación fue anunciada en julio de 2011, aparece como una mezcla de todos estos actores, carente de un mando unificado, pero apertrechado con armamento pesado por las monarquías de la región, lo cual se puso de manifiesto en la batalla por Alepo, que al momento de redactar este informe aún está en curso. Su mayor golpe reconocido fue el atentado contra los cuarteles generales de la seguridad nacional, en Damasco, que culminó con el ya mencionado asesinato del ministro sirio de Defensa. Unos pocos medios de comunicación (que no comparten el discurso hegemónico) han señalado a estos elementos armados de estar detrás de algunas de las masacres que han tenido lugar a lo largo del conflicto, entre ellas la acontecida el 25 de mayo de 2012 en Hula, ocasión en la que más de 100 personas fueron asesinadas.
Los lazos entre el ELS y el Consejo Nacional Sirio no están del todo claros. Este último organismo ha hecho denodados esfuerzos por poner al Ejército Libre Sirio bajo su control, no sólo con fines organizativos, sino con la esperanza de que pudiera ser el núcleo de un ejército post-Assad y de clamar así soberanía sobre el territorio sirio (entendiendo tal soberanía en el sentido weberiano). Sin embargo, como el ELS dista de ser un conjunto homogéneo, este movimiento aún no ha podido ser completado. El núcleo dirigente del Consejo Nacional Sirio, con asiento en Turquía, está formado por sirios exiliados principalmente en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos y, en su mayor parte, son kurdos y sunnitas (muchos de estos últimos pertenecientes a la Hermandad Musulmana que en la actualidad preside Egipto), aunque también hay presencia de algunos alauitas. Hasta el 10 de junio de 2012, el Consejo Nacional Sirio estuvo lidereado por Burhan Ghalioun, un académico sirio liberal residente en París. Luego, Ghalioun fue remplazado por el exiliado en Suecia, Abdulbaset Sida, perteneciente a la minoría kurda. A pesar de los conflictos intestinos entre liberales y militantes islámicos que amenazan con romperlo, el Consejo Nacional Sirio ha sido reconocido por el gobierno estadunidense como un representante legítimo de los sirios. Pero Washington no le ha otorgado aún el reconocimiento formal, lo cual supondría desconocer de hecho al gobierno de al-Assad.
Por otra parte, el interés y la participación de la Hermandad Musulmana en los acontecimientos en Siria no deben ser menospreciados. Esta última agrupación no sólo fue víctima de la masacre perpetrada por el gobierno de Hafez al-Assad en 1982, en la que, según las diversas fuentes, fueron asesinadas entre 10 mil y 40 mil personas luego de un levantamiento, sino que, según diversos medios, existen lazos que la unen con el gobierno de Catar, cuya familia gobernante dirige el emporio mediático al-Jazeera desde la renuncia de su exdirector, Wadah Janfar.
Catar ha sido, junto a Arabia Saudita y Turquía, uno de los protagonistas regionales de más peso en el conflicto, alentando la suspensión de Siria de la Liga Árabe en noviembre de 2011, así como el fin de la misión de observación realizada por el mismo organismo en enero de 2012, a pesar de su relativo éxito. Junto a Riad, Doha ha estado aportando armamento y combatientes al bando “rebelde”, prosiguiendo así su estrategia de hegemonía regional, que entró en aplicación en 1995, cuando asumió el poder el emir Sheij Hamad Bin Jalifa bin Hamad Al-Thani. Arabia Saudita, por su parte, está enfrascada en una disputa con Irán desde 1979, el año de la Revolución Islámica en el país persa. Esto hace que sus intereses geopolíticos coincidan con los de Israel y los países liberales Noroccidentales con quienes tiene una relación de mutua desconfianza. Respecto a Siria, la posición de Israel no ha sido clara. Por un lado, le conviene la estabilidad en Siria para continuar manteniendo el statu quo en la estratégica zona de los Altos del Golán, que le arrebató a Siria durante la Guerra de los Seis Días, en 1967. Pero, al tiempo, le conviene igualmente el debilitamiento de Irán. Por otro lado, el gobierno israelí desconfía de la Hermandad Musulmana, aliada del movimiento palestino Hamas.
En cuanto a Turquía, luego de mantener por un tiempo una posición neutral y de mediación, por sus relaciones con Damasco pero fundamentalmente debido a sus relaciones con Teherán, Ankara se ha colocado claramente del lado del bando enemigo de al-Assad. Debido a ello, Turquía ha abierto sus pasos fronterizos, no sólo a los refugiados sirios, sino al paso de armamento y al ELS. Asimismo, como dijimos, Ankara es sede del Consejo Nacional Sirio, y ha funcionado como anfitrión del “Grupo de Amigos de Siria”. Por último, en una maniobra que quedó sin aclarar, Turquía violó el espacio aéreo sirio, a lo que Damasco respondió derribando el avión militar implicado, incidente que podría haber disparado una intervención de la OTAN, sin necesidad de aprobación de una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, intento que ha sido bloqueado en tres ocasiones por los vetos de Rusia y China.
De estos últimos países, el más activo ha sido Rusia. Moscú se ha colocado sin titubear del lado de su aliado sirio, defendiendo el principio de igualdad soberana y enfrentándose a la posibilidad de una intervención. El antecedente libio, en el que una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU a favor de la defensa de la población del país norafricano dio paso a la posibilidad del derrocamiento de Gadafi, puso en alerta a Rusia y a China, que se han negado sistemáticamente a apoyar cualquier resolución que dejara el más mínimo espacio a la posibilidad de intervención. Moscú ha apoyado el Plan de Kofi Annan, lanzado en febrero de 2012, plan que no ha funcionado porque, en principio, nunca se logró el alto al fuego que suponía. Al respecto es posible afirmar que, a pesar de que ambas partes fueron responsabilizadas por su fracaso (y, sobre todo, el gobierno sirio), su éxito no convenía a las fuerzas “rebeldes”. Rusia ha dejado en claro su interés en la no intervención, continuando a la vez con la venta de armas al gobierno sirio. En julio de 2012, Rusia hizo una demostración de fuerza en la región al enviar un buque de guerra al puerto sirio de Tartous, aduciendo un ejercicio militar ya programado. Un movimiento parecido había llevado a cabo Irán, en febrero pasado, país amenazado con el aislamiento y el encierro.
Por último, es interesante destacar el papel que han desempeñado las organizaciones no gubernamentales, sobre todo el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, con sede en Londres, y Amnistía International, quienes han mantenido una fuerte ofensiva contra el gobierno de Bachar al-Assad, denunciando cada una de las violaciones de los derechos humanos por parte del gobierno sirio. El liberalismo de ambas organizaciones y su funcionalidad con el ya mencionado régimen de gobierno global se han puesto en evidencia, pues sólo han dado cuenta de los abusos del Estado (y nunca de aquéllos cometidos por las fuerzas “rebeldes”) y, particularmente, los del Estado sirio (callan, sin embargo, los abusos perpetrados por el otro bando, tanto en relación a las torturas y asesinatos que comete Estados Unidos y cuando se trata de los que realizan sus aliados del Golfo Pérsico).
Las intervenciones en nombre de la democracia (liberal) y los derechos humanos, sobre cuyo carácter universal e individual es posible y necesario reflexionar, se han vuelto una constante en la política internacional. Al respecto es necesario, por un lado, no dejar de enunciar que el respeto a los derechos humanos de los países que se encuentran al frente de estas intervenciones no ha sido tan inmaculado como se pretende (allí están, entre otras, la política migratoria restrictiva de muchos de los países europeos y las torturas que aún sigue aplicando Washington a los presos de la “guerra global contra el terror”, entre otras). Y, por otro lado, es necesario también llamar la atención sobre la homologación que se ha dado entre derechos humanos, libertades y derechos políticos. Los derechos humanos, tal como están expresados en la Declaración Universal de Derechos Humanos no significan sólo eso, incluyen también los derechos económicos y sociales: derecho al trabajo, a la salud, a la alimentación, a la vivienda. Derechos que muy pocos países –entre los que no se encuentra ninguno de los fomentadores de la intervención a Siria– pueden ufanarse de respetar. Los medios de comunicación internacionales y muchas voces especializadas están generando un consenso a favor de la intervención. Es un juego de palabras irresponsable y peligroso. No sólo para los sirios en particular, sino para una buena parte del mundo, en general.
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