El mundo ha asistido en los últimos años a una larga serie de actos de terrorismo, unos más publicitados que otros y algunos condenados por el Consejo de Seguridad de la ONU, que sin embargo prefiere ignorar otros. A su regreso de una estancia en Siria, el escritor y periodista chileno Juan Francisco Coloane reflexiona sobre el doble rasero que sin dudas rige actualmente en las Naciones Unidas a la hora de pronunciarse sobre los crímenes del terrorismo.
Leer primera parte del reportaje de nuestro colega Juan Francisco Coloane desde el mismo Damasco, Siria: «La invasión a Siria vista por un chileno»
Segunda parte: «Siria, línea del frente en la batalla por la autonomía» y tercera parte: «Un desafío para la comunidad internacional»
En Siria, la llamada oposición al gobierno ha recurrido a procedimientos terroristas de todo tipo que hasta el momento no han sido condenados en forma explícita por las Naciones Unidas en ninguna declaración del Consejo de Seguridad.
El reclamo del delegado del gobierno Sirio ante la ONU respecto a esta situación ha sido justo y el puñado de países que acompaña a la nación árabe en su denuncia refleja la severidad de la crisis existente en el seno de la comunidad internacional que subscribe los principios de la Carta de la ONU.
La prensa ha comenzado a informar (como el Washington Post) que los gobiernos europeos, especialmente los de Francia y el Reino Unido, que apoyan a los grupos armados en Siria –curiosamente se excluye a Estados Unidos– sienten el temor de que la amenaza terrorista se les vuelva en contra como un boomerang. El Frente al-Nusra es una de sus mayores preocupaciones dada su estrecha colaboración con al-Qaeda.
Si la ONU no se posiciona como la primera voz que denuncia el terrorismo que está gravitando desmedidamente en Siria, su abstención contribuirá significativamente a la consolidación del terrorismo como un expediente válido para derrocar gobiernos y desestabilizar países.
La tolerancia de la ONU con el terrorismo que ha sido infiltrado en Siria, con apoyo logístico de países interesados en derrocar al gobierno, ha ido más allá de lo sucedido en Afganistán e Irak, que técnicamente son ocupaciones producto de una invasión.
Todo tipo de terrorismo es cuestionable. Sin embargo, el terrorismo que ha sido introducido en Siria para derrocar su gobierno, de ser exitoso en la misión, se convierte en un instrumento que va a significar el golpe más duro al internacionalismo y al multilateralismo representado por la ONU. Esto es extremadamente grave y lo que resulta más grave aún es que una parte considerable de la prensa internacional más visible no lo denuncia. No denuncia ni el hecho terrorista, ni la pasividad de la ONU que no lo condena.
Siria es el nuevo paradigma para derrocar gobiernos y alterar el orden internacional. Cualquier método utilizado para ello está siendo validado por el silencio de los organismos internacionales encargados de hacer cumplir las mínimas normas de derecho internacional existentes.
Son métodos de terrorismo usados en Vietnam por la administración Nixon. Utilizados también en Chile por la dictadura de Pinochet, igualmente durante la era Nixon, y que resultaron entonces en los detenidos-desaparecidos. Es la utilización del terrorismo suicida durante la ocupación soviética en Afganistán. Es el terror subterráneo usado en Bangladesh por el general Ziaur Rahman, en la década de 1970, para liquidar a los partidarios de Mujibur Rahman después de haberlo derrocado en el golpe de Estado.
Lo que hoy enfrenta Siria no es solamente la desestabilización de un Estado que ha costado una enormidad formarlo, ni la desintegración territorial con los graves costos humanos que ello implica, que sería aún algo peor.
Lo que también está en juego es la crisis internacional que se respira a través del incremento de las acciones terroristas contra Siria y a través también de la incapacidad o de la falta de voluntad política de la ONU para impedirlo. Parece como que esta ONU, estuviese validando la utilización del terrorismo, en conexión con una revuelta legítima o no, como medio de derrocar un gobierno. Esto es gravísimo y es mucho más grave aún que no sea tema de debate en la ONU, que el organismo no lo denuncie y que no haga algo específico para remediarlo.
Voy a señalar algo que parecerá quizás desmedido. La expresión que proyecta la ONU que veo en Siria, es la de una entidad implicada en la acción del derrocamiento. El sesgo al detectar este encierro y el cerco a la información es evidente. El desdén con que se refieren a los organismos del Estado sirio es un indicador de la pérdida de neutralidad. Como si los funcionarios de la ONU fueran más un equipo encargado hacer cumplir las sanciones y el bloqueo a Siria que un organismo con obligaciones humanitarias. Al decir esto, sé que arriesgo mi continuidad de reportar desde Siria. La ONU tiene su peso y esta crisis lo ha demostrado, claro que en el sentido errado de la historia desde mi punto de vista.
He sido testigo en Siria de esta situación y la he comprobado. Con los funcionarios que he podido contactar, se exhibe un cuerpo de oficiales con excesivo celo para manifestar una opinión propia, como que estuvieran bajo una dictadura. Con la prensa que no es contraria al gobierno, son prácticamente herméticos. Me tocó entrevistar al encargado de un organismo del sistema de Naciones Unidas y hasta ahora no entiendo por qué me dio el tiempo para la entrevista cuando todo el diálogo se redujo a que: “La información está en Internet, o la tiene el gobierno, y para comentarios generales hay que remitirse al enviado especial de la ONU”.
Con Irak fue distinto y con Afganistán también. Personalmente tuve que atender prensa en cinco países con guerras en Asia y en África. No funcionaba entonces la ONU como lo está haciendo en Siria, al menos en el rubro de la información. En Siria, la ONU es un organismo que se ha encerrado tras cuatro paredes y que parece asustado y vulnerable. La explicación de lo subyacente puede ser muy compleja, sin embargo el resplandor esta vez es claro.
La ONU de hoy no es la ONU a la que nos hemos habituado en el manejo de otras crisis, como la de Irak en 2003, que aún con la debilidad observada por un Consejo de Seguridad dividido, intentó mitigar el impacto político de una invasión ilegal y justificada con información fraudulenta. O, como la ONU que pudo mediar políticamente durante la partición de Yugoslavia, para que el conflicto en los Balcanes no se redujera exclusivamente a demostrar el músculo militar de la OTAN y a la repartición del botín económico tras de la intervención extranjera. No es la ONU a la que le entregué 16 años de servicio en países con guerras y conflictos, como Bangladesh, Sudán, Mozambique, Guinea Bissau, la India y Afganistán.
Esta ONU que media en el conflicto sirio se acopla cada vez más a la estrategia de desgastar al ejército sirio y de reforzar las posibilidades de derrocamiento del gobierno. Esto hay que decirlo y denunciarlo sin ambages ni eufemismos. La reacción esencial debe venir de los países con sus ciudadanos empeñados en formar una nueva ética en el internacionalismo. Lo que una legión de países está haciendo con Siria y con la gente de ese país es un crimen y en ese crimen la ONU, por su actitud benevolente con el terrorismo que se está introduciendo en Siria, se convierte lamentablemente en cómplice.
Sin embargo la complicidad se origina en el plan de derrocar al actual gobierno. La ONU cayó en una trampa al dejarse manipular por las tres potencias que cometieron el error de creer que se podía derrocar un gobierno con los métodos que hemos observado hasta ahora.
Ahora entiendo mejor el silencio de un centenar de sirios desplazados internamente y alojados en el mismo hotel céntrico donde me alojé los primeros días. Ubicado a una cuadra del Banco Central, en el centro de Damasco. Muchos de los contactados para una entrevista se mostraron muy herméticos, como si estuvieran atemorizados.
“Si se mueven mátenlos, si nos denuncian también”. Esta es la consigna que se aplica a los que no se suman a la oposición. No es un movimiento por la democracia, es un movimiento por el terrorismo para derrocar un gobierno, que es quizás el más democrático que tiene la región y eso, las potencias occidentales que aspiran a derrocarlo lo saben perfectamente bien.
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