Por Ghaleb Kandil
Lo sucedido durante los últimos días en los pasillos de la Asamblea General de la ONU refleja claramente el surgimiento de una nueva correlación internacional de fuerzas que se caracteriza por el fin de la hegemonía estadounidense y la aparición de nuevas realidades. Estas últimas permiten presagiar el inicio de una nueva guerra fría, aunque diferente a la que conoció el mundo durante la segunda mitad del siglo XX.
Algunas analistas piensan que el fin de la hegemonía unilateral de Estados Unidos implica obligatoriamente el surgimiento de un mundo multipolar. Pero un análisis más profundo de lo sucedido nos lleva a la siguiente observación: las potencias emergentes, específicamente el eje de resistencia encabezado por Rusia –donde Irán tiene un papel fundamental– ha logrado imponer nuevos equilibrios gracias a un proceso de acumulación de victorias, específicamente contra Israel –en Líbano– y sobre todo gracias a la resistencia de Siria en la guerra universal desatada contra ella. Antes esas nuevas realidades, Estados Unidos y sus aliados –franceses y británicos– han tenido que aceptar las nuevas reglas que se han traducido –en el Consejo de Seguridad de la ONU– en una “reciprocidad” en el uso del derecho de veto, que Occidente había monopolizado durante las últimas décadas.
Esa nueva correlación de fuerzas se caracteriza por el fin de las invasiones y de las grandes guerras, sin impedir por ello que se mantengan las crisis y conflictos políticos. Entre ellos hallamos una cuestión vital para Rusia: la recuperación de su papel histórico en la Europa eslava y ortodoxa que Occidente arrebató al Pacto de Varsovia a raíz del derrumbe de la Unión Soviética.
Un mundo multipolar significa un cambio global de las reglas del juego y de las relaciones en el seno de las Naciones Unidas. Pero la estructura administrativa y política de esa organización, así como su aparato ejecutivo, siguen estando enteramente dominados por la hegemonía estadounidense. Eso significa que el desequilibrio seguirá existiendo hasta que las fuerzas emergentes que han logrado desmantelar el mundo unipolar logren reconstruir la ONU e imponer cambios en sus reglas de funcionamiento, como la integración de nuevos miembros al Consejo de Seguridad, entre los que pudieran encontrarse Brasil, Sudáfrica y, posteriormente, Irán.
El nuevo orden mundial asistirá entonces al derrumbe de la hegemonía unilateral de Estados Unidos, país que durante las 3 últimas décadas utilizó su poderío militar para agredir y sojuzgar naciones enteras. A lo largo de todo ese periodo, Washington utilizó la ONU y sus instituciones como si fueran anexos de su propia diplomacia. Rusia y China se hallaban en un periodo de espera y se conformaban a lo sumo con emitir protestas de orden político, hasta que la victoria de la Resistencia frente a Israel, en 2006, sentó las bases del gran cambio.
Son numerosos los diferendos que existen entre Estados Unidos, por un lado, y Rusia, China, Irán y los demás países del BRICS, por el otro. Proseguirá la competencia abierta por el control de los recursos energéticos y de los mercados y seguirá siendo causa de polarización en la escena internacional. Pero las nuevas realidades impedirán que Estados Unidos siga recurriendo a la guerra para imponer su voluntad.
Si el resultado de la conferencia de Yalta fue una división del mundo en dos zonas de influencia, en las que se desplegaron los ejércitos de las dos superpotencias de aquella época, lo cierto es que no existen hoy en día contornos bien delimitados entre zonas de influencia. Se trata, por el contrario, de líneas que se entrelazan y no se percibe actualmente ningún compromiso global. Son esas las nuevas reglas del enfrentamiento que van a regir la guerra fría de nuestra época.
El alcance de la victoria iraní
Por Ghaleb Kandil
Irán celebró sus 33 años de resistencia al bloqueo de Estados Unidos y Occidente imponiendo a Washington la necesidad de reconocer a la nación persa como potencia independiente y lo hizo bajo sus propias condiciones. Gracias a la sabiduría de sus líderes, Teherán logró obtener ese reconocimiento, tanto en la forma como en el fondo.
Washington no ha tenido más remedio que reconocer el poderío de Irán y resignarse a aceptar su entrada en el club de los grandes. También ha tenido que reconocer el derecho de Irán a la explotación pacífica de la energía nuclear, sin obtener a cambio ni la menor concesión iraní, ni siquiera en el plano formal.
Estamos viendo el inicio del ascenso de Irán, que resistió durante todos este tiempo a guerras complejas desatadas por enemigos implacables que recurrieron a todos los medios y armas: presiones, amenazas, embargo, bloqueo, sanciones, terrorismo de Estado, asesinato de científicos, guerras secretas, guerras económicas, subversión, etc.
Sin embargo, los gigantescos medios que Estados Unidos, Israel y sus aliados y lacayos desplegaron en esa lucha no lograron acabar con la determinación del pueblo iraní y su amor por la independencia.
Ante esas guerras, Irán ha contado con sus propios medios y ha desarrollado considerablemente sus capacidades militares y tecnológicas, logrando incluso lanzarse a la conquista del espacio. En cooperación con Rusia, China, Corea, Brasil, Venezuela y la India, la República Islámica ha logrado dar pasos de gigante, convirtiéndolo en modelo para los países en vías de desarrollo.
Los ciudadanos iraníes han aceptado enormes sacrificios en aras de salvaguardar la independencia de su país. Y hoy en día finalmente ven realizados los objetivos concebidos desde el inicio de la revolución por sus grandes jefes y estrategas: construir un Estado independiente, dotarlo de los medios necesarios para garantizar la defensa de su independencia y obligar Occidente a reconocerlo. Todos los proyectos y esfuerzos realizados a lo largo de los 33 últimos años apuntaban en ese sentido.
El reconocimiento del poderío iraní por parte de Estados Unidos es la consagración de los nuevos equilibrios en el Medio Oriente, fundamentalmente en la región del Golfo, donde la presencia y el papel político y económico de Irán serán decisivos.
En el plano estratégico, es importante resaltar la importancia de la alianza entre Siria e Irán, que ha promovido y servido de protección a la Resistencia. Esa alianza ayudó grandemente a que Irán lograra construir su modelo independentista en la escena mundial. Si la resistencia de Siria y de su presidente han proporcionado a los pueblos del mundo la posibilidad de liberarse de la hegemonía unilateral de Estados Unidos, la alianza entre Damasco y Teherán sentó las bases de la disuasión ante Israel.
Hoy en día, el jefe de revolución iraní, el ayatola Ali Khamenei, puede proclamar ante los escépticos –cada vez más escasos en Irán– que apostar por la Resistencia y por Siria fue acertado. Se trataba de una importante carta estratégica que ha permitido alcanzar numerosas realizaciones.
En la prensa
The Independent (Diario británico), 21 de septiembre de 2013)
Robert Fisk
Mientras el régimen de Assad niega toda responsabilidad por los lanzamientos de cohetes con gas sarín que mataron a cerca 1 400 sirios en la Ghouta [región rural agrícola cercana a Damasco] el pasado 21 de agosto, circulan informaciones de que la nueva «prueba» de Rusia sobre ese ataque incluye las fechas de exportación de los cohetes utilizados y –más importante aún– los países a los que fueron vendidos.
Los cohetes fueron al parecer fabricados en la Unión Soviética, en 1967, y vendidos por Moscú a 3 países árabes: Yemen, Egipto y la Libia del coronel Muammar el Kadhafi.
Vladimir Putin no ha revelado las razones que lo llevaron a asegurar a Barack Obama que él sabe que no fue el ejército de Bachar al-Assad quien disparó los cohetes con gas sarín. Pero si esa información es exacta –y al parecer proviene de Moscú– Rusia tiene entonces la certeza de que no vendió ese lote en particular de municiones químicas a Siria.
Desde la caída de Kadhafi, en 2011, grandes cantidades de armas de fabricación soviética abandonadas han caído en manos de diferentes grupos rebeldes y de insurgentes afiliados a al-Qaeda. Los sirios han venido diciendo por largo tiempo que una importante cantidad de armamento de fabricación soviética se ha estado trayendo desde Libia y que ese armamento se encuentra en manos de los rebeldes. Ese trasiego de armas se ha realizado con ayuda de Qatar, país que respaldó a los rebeldes libios contra Kadhafi y que financia las entregas de armas destinadas a los rebeldes.
Es indudable que Siria dispone de un considerable arsenal de armas químicas, que incluye grandes cantidades de gas sarín, y que además posee cohetes de 122 milímetros. Pero si los rusos han logrado efectivamente identificar el tipo de cohetes, gracias a los fragmentos encontrados en la Ghouta, y si ese tipo de cohetes forma parte de municiones que nunca se exportaron hacia Siria, el régimen de Assad podrá decir que eso demuestra su inocencia.
Hay que reconocer las serias dudas que las organizaciones internacionales de la ONU y otras partes en Damasco están expresando sobre la posibilidad de que el ejército de Assad haya utilizado cohetes cargados con armas químicas. Algunos de esos empleados internacionales se hallaban en Damasco el 21 de agosto y han planteado una serie de interrogantes que aún siguen sin respuesta. ¿Por qué, por ejemplo, habría esperado Siria a que los inspectores de la ONU se instalaran cómodamente en Damasco –el 18 de agosto– para utilizar el gas sarín 2 días después a 4 millas del hotel de los inspectores?
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