Era el verano del 2006, las tardes de y la puesta del sol eran casi paradisíacas, el calor no contaba las múltiples gotas de mi profuso sudor.
Los vientos suaves eran como dulces brisas en las caras de aquellos niños del pabellón de "quemados" y del pabellón de "gastroenterología", ya se había convertido en un confortante hábito ir tres días por semana a visitarlos.
Aquella vez no fui a la playa ni una sola vez, me vi en la difícil encrucijada de decidir trabajar ad-honorem, no imaginé que recibiría grandes cheques, sueldos de amor, paciencia y tolerancia sobrenatural y lo mejor, aprendería una gran lección.
Sonó el teléfono muy temprano ese lunes.
– ¡Alo! -
– ¿Estas lista querida amiga? Estoy esperándote los niños te extrañan y desean ver con qué locura los harás reír hoy... -
– Ahh eres tú, dame unos cinco minutos y bajo-
Con todas las ganas de seguir durmiendo pero con el mismo entusiasmo fui a aquel centro de salud para niños de escasos recursos económicos una vez más, no he preparado nada -pensaba una y otra vez- y empecé a tener nervios de no poder satisfacer las expectativas.
Cuando llegamos la sorpresa fue impactante.
– Hola, soy Raúl; me dijeron que te dé la bienvenida, gracias por venir aunque estoy aquí en esta cama, enfermo, con agujas y sondas tengo una sonrisa de regalo, para ti.
Raulito, era un niño de 11 años que, a pesar de su condición, tenía mucha alegría y ganas de vivir.
– Raúl, mucho gusto en conocerte, espero que podamos ser buenos amigos, ¿qué te parece si jugamos un poco?
Aquella oportunidad al finalizar el día, sentí que había dado lo mejor, un frente de ilusión me invadió, me preparé cada día en que me tocaba visitarlo, no quise dejar la espontaneidad de lado pero supe que lo que yo hacía era un trabajo muy serio y respetable y que debía tener siempre creatividad a raudales.
Una de aquellas tardes comprendí que Raúl y yo éramos casi inseparables, que cuando no nos veíamos, en realidad estábamos juntos y que cuando nos reuníamos como dos hermanos que compartían sus cosas el uno con el otro, sabía yo que aquel niño tenía esperanza de vivir, creí, con todas mis fuerzas, que un día él se iba a ir, completamente sano y yo quedaría inmensamente contenta.
– ¿Tienes sueños?- le pregunté.
– A veces, contestó, cuando olvido donde estoy, sí los tengo. Uno de mi sueños es vivir y que mis padres no se mueran hasta verme restablecido, sueño con dejar de ser tan pobre y con comprar una casita para mis padres y hermanos.
– Todos esos sueños se cumplirán, -le dije casi con incomodidad- sólo debes esforzarte, no perder la fuerza para mejorarte y así estudiar y trabajar, de repente suena difícil pero no es imposible.
– ¿Qué otro sueño tienes Raulito?-
– Otro de mis sueños, es que un día no muy lejano seas feliz, chica bonita-
Sus palabras me robaron una sonrisa nerviosa, con delicada diplomacia me disculpé y me dirigí a los servicios higiénicos y al cerrar la puerta, mis lágrimas no pudieron ocultarse mas y lloré de alegría, sentí mucho consuelo infinito al oír su anhelo, pero la función, como siempre, debía continuar.
Al retirarme entendí que cada una de esas imprevisibles tardes de visita al triste hospital, yo también recibía, sin darme cuenta, largas sesiones del más puro y limpio amor.
El fin de semana preparé los juegos, charlas, clases y conversaciones que tendría con Raúl, cuando llegó mi turno de visita una de las doctoras voluntarias me sorprendió con sus palabras:
– Amiga linda, Raulito está muy grave, sólo nos queda esperar, no tenemos dinero y el niño debe ser operado inmediatamente, los costos de la cirugía son muy elevados, al parecer van a realizar alguna actividad para recaudar fondos, ya sabes sus familiares son muy humildes, así que espero contar con tu apoyo, mientras tanto ya no podemos venir a visitarlo más.
Salí muy triste al escuchar esa noticia, algo en mí empezó a desmoronarse, en todos esos meses aprendí a diluir mis penas, a sonreír entre lágrimas, cantar en vez de llorar, jugar en lugar de recordar eventos tristes, todos esos niños me habían hecho ver que mis problemas eran nada al lado de los terribles males que ellos, siendo tan pequeñitos, padecían; los quise mucho, tuve ilusión que Raulito un día pudiera convertirse en ingeniero, científico o abogado, tal como me lo había confesado entre agujas y sondas conectadas en sus pequeñas manos.
Trabajamos mucho por recolectar dinero, así volvió la esperanza el día de la operación, ya solo era cosa de esperar la recuperación, así que casi todo volvió a la normalidad.
Finalizando el verano, mientras me preparaba para ir a visitarlo, me vinieron unas náuseas terribles y un malestar indescriptible hasta misterioso, de pronto me invadió un dolor en el alma, que me llevó a las lágrimas, un vacío en el corazón y una visión muy extraña de Raúl vestido de blanco reluciente, con unas hermosas alas, que se movían sin cesar, me miraba y completamente sonriente, repetía una y otra vez: "bye, bye, chica linda, no pares ni te detengas jamás en tus sueños, no descanses hasta ser feliz, no estés triste ni llores, me voy sintiendo mucha paz y tranquilidad".
Lo más raro fue que el teléfono sonó con una alerta de un mensaje de texto en aquel preciso momento, con una frase diciendo: ... Raúl, acaba de morir...
Meses después, fui a los lejanos parajes que lo vieron nacer, a visitarlo a un humilde cementerio, no hubo epitafio, ni frases de elogio, ningún resplandor, sólo el cálido recuerdo de su rostro entusiasmado por seguir viviendo, su sonrisa ancha y sus alas blancas moviéndose como que se iban por un vuelo desconocido e infinito por recorrer.
– Para mi Judío de los 33
– Ante Dios un pliego de reclamos
– ¡Adiós Aristóteles!
– Chimbote: crónicas de una bahía
– ¡Las noches que te soñé!
– ¡Mujer los 365 días del año!
– ¡Mujeres de papel, aprendiendo a leer corazones!
– ¡Te amo América hermosa, te amo mamá!
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