Desde hace 16 años, los expertos en política internacional se han implicado en numerosos debates tratando de determinar los objetivos de la estrategia de Estados Unidos. Por supuesto, después de todo ese tiempo, hoy resulta más fácil ver las cosas con claridad que al principio de esta etapa. Sin embargo, pocos lo logran y muchos persisten en seguir defiendo teorías ya desmentidas por los hechos. Basándose en las conclusiones de ese debate, Thierry Meyssan recuerda cuál es la siguiente etapa prevista para los ejércitos de Estados Unidos, según sus teóricos de antes de este periodo, una etapa cuya puesta en marcha puede comenzar próximamente.
Las fuerzas que concibieron y planificaron la destrucción del «Medio Oriente ampliado» [también llamado “Gran Medio Oriente”] consideraban esta región un laboratorio donde podían poner a prueba su nueva estrategia. En 2001, esas fuerzas incluían a los gobiernos de Estados Unidos, del Reino Unido y de Israel, pero hoy han perdido el poder político en Washington y ahora prosiguen su proyecto económico-militar a través de empresas transnacionales privadas.
Esas fuerzas concibieron su estrategia alrededor de los trabajos realizados, por un lado, por el almirante Arthur Cebrowski y su asistente Thomas Barnett en el Pentágono y, por otro lado, de los trabajos que realizaron Bernard Lewis y su asistente Samuel Huntington en el Consejo de Seguridad Nacional [1].
El objetivo de esas fuerzas era a la vez adaptar su dominación a la evolución de las técnicas y la economía contemporáneas y extender esa dominación a los países del antiguo bloque soviético. En el pasado, Washington controlaba la economía mundial a través del mercado mundial de la energía. Para eso, imponía el dólar como moneda de uso obligado en cualquier contrato vinculado al petróleo, utilizando la amenaza de guerra contra todo el que no se plegara a esa obligación. Pero ese método no podía mantenerse en una época en la que el gas proveniente de Rusia, Irán, Qatar y –en poco tiempo– de Siria sustituye parcialmente el petróleo.
Retomando los orígenes criminales de gran parte de los colonos estadounidenses, esas fuerzas concibieron la idea de dominar a los países ricos extorsionándolos. Para tener acceso no sólo a las fuentes de energías fósiles sino también a las materias primas en general, los “Estados estables” (incluyendo a los ex soviéticos) tendrían que recurrir a la «protección» del ejército de Estados Unidos y, en ciertos casos, quizás a las fuerzas armadas del Reino Unido e Israel.
Para lograrlo bastaría con dividir el mundo en dos, globalizar las economías solventes y destruir toda capacidad de resistencia en el resto del mundo.
Esta visión del mundo es radicalmente diferente a las que prevalecían en el Imperio británico y el sionismo. Pero imponer ese cambio de paradigma sólo podía lograrse con una fuerte movilización, originada por un shock sicológico, un «nuevo Pearl Harbor». Eso fue el 11 de Septiembre.
Si bien se trata de un proyecto que puede parecer demasiado delirante y cruel, hoy podemos observar al mismo tiempo que –16 años después– es efectivamente lo que está aplicándose y que además ese proyecto está encontrando obstáculos inesperados.
La globalización económica de los países solventes era prácticamente total cuando uno de ellos, Rusia, se opuso militarmente a la destrucción de las capacidades de resistencia en Siria y, posteriormente, a la integración forzada de Ucrania a la economía global. Washington y Londres ordenaron por tanto a sus aliados la aplicación de sanciones económicas contra Moscú y con ello interrumpieron el proceso de globalización de las economías solventes.
Al iniciar su proyecto de «rutas de la seda», China invirtió considerablemente en países que estaban destinados a la destrucción. Las fuerzas promotoras del «nuevo mapa del mundo» reaccionaron creando un Estado terrorista que bloquea la antigua Ruta de la Seda en Irak y en Siria y convirtiendo en guerra la cuestión ucraniana, lo cual bloquea el trazado original de la segunda ruta de la seda.
Esas fuerzas se proponen actualmente extender el caos a una segunda región, el sudeste asiático. Al menos es hacia esa parte del mundo que están migrando los yihadistas, según el Comité Antiterrorista de la ONU [2]. Con ese traslado, esas fuerzas cierran el episodio 2012-2016 en el Medio Oriente –aunque eso no implica que no pueda estallar una guerra alrededor de los kurdos– y preparan la destrucción del sudeste asiático.
Sería esa la segunda etapa del «choque de civilizaciones». Después de los musulmanes contra los «judeocristianos» (sic) [3], ahora serán musulmanes contra budistas.
[1] Network Centric Warfare: Developing and Leveraging Information Superiority, David S. Alberts, John J. Garstka y Frederick P. Stein, CCRP, 1999. The Pentagon’s New Map, Thomas P. M. Barnett, Putnam Publishing Group, 2004. «The Roots of Muslim Rage», Bernard Lewis, Atlantic Monthly, septiembre de 1990. «The Clash of Civilizations?» y «The West Unique, Not Universal», Samuel Huntington, Foreign Affairs, 1993 y 1996; The Soldier and the State y The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, Samuel Huntington, Harvard 1957 y Simon and Schulster 1996.
[2] «Daesh parece estar migrando hacia el sudeste asiático», Red Voltaire, 8 de octubre de 2017.
[3] Hasta los años 1990, el término judeocristianos designaba solamente la comunidad de los judíos convertidos al cristianismo alrededor de Jacobo el Justo [primer obispo de Jerusalén, también llamado Santiago el Justo], comunidad disuelta después del saqueo de Jerusalén por los romanos. Sin embargo, como los cristianos occidentales siguen confiriendo un papel muy importante al Antiguo Testamento en su práctica religiosa, defienden –a menudo sin ni siquiera darse cuenta– puntos de vista judíos en vez de los puntos de vista cristianos. Por el contrario, los cristianos del Oriente, fieles a la tradición de sus predecesores, se refieren muy raramente a las escrituras judías y se niegan a leerlas durante la eucaristía.
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