Al término de la Segunda Guerra Mundial, en 1947, el embajador estadounidense George Kennan ‎concibió la política de containment (la llamada “política de contención”) [1] y el presidente Harry Truman creó ‎las instituciones estadounidenses de seguridad nacional –como la CIA, el Consejo de Seguridad ‎Nacional y el Estado Major Conjunto [2]. ‎

Washington y Londres se volvieron entonces en contra de Moscú, que había sido su aliado ‎durante la Segunda Guerra Mundial. Incluso se plantearon la creación de una nacionalidad ‎anglosajona y decidieron imponer su bandera a los países de Europa occidental con la creación de ‎los «Estados Unidos de Europa», bajo control anglosajón. ‎

Washington y Londres querían estabilizar la parte de Europa occidental que se hallaba bajo la ‎ocupación anglosajona, frente a la Europa oriental ocupada por los soviéticos. Para ello ‎obtuvieron el apoyo de las burguesías europeas, sobre todo de aquellas que habían colaborado ‎con la ocupación nazi, entonces espantadas ante el auge y la nueva legitimidad de los partidos ‎comunistas, victoriosos junto a la Unión Soviética. ‎

Esas fuerzas reaccionarias se basaron en el sueño de un alto funcionario francés, Louis Loucheur: ‎unir el manejo del carbón y del acero, recursos indispensables para las industrias de guerra de ‎Alemania y Francia, para impedir que esos dos países pudiesen volver a guerrear entre sí ‎‎ [3]. De esa idea nació la CECA (Comunidad Europea del Carbón y el ‎Acero), ancestro de la actual Unión Europea. ‎

En el contexto de la guerra en la península de Corea, Washington decidió iniciar el rearme de ‎Alemania occidental ante la Alemania oriental. Para que los Estados Unidos de Europa ‎en formación tuviesen un ejército común, pero evitando que se atreviesen a convertirse en una ‎fuerza independiente y manteniéndolos bajo control de los anglosajones, se creó la Unión ‎Europea Occidental (UEO), llamada a encargarse de la política exterior y de la defensa común de ‎esa parte de Europa. ‎

Las relaciones entre Londres y Washington se hicieron difíciles durante la crisis de Suez, en 1956. ‎Estados Unidos, que se enorgullecía de haber estado entre los vencedores del yugo nazi, ‎no podía aceptar el trato de Londres a las naciones de su antiguo imperio colonial. Washington ‎se acercó entonces a Moscú para castigar al Reino Unido. ‎

Quedaba atrás la idea de crear una nacionalidad común anglosajona y la influencia británica ‎se deslizaba, de manera paulatina pero inexorable, a Estados Unidos. El Reino Unido decidió ‎entonces unirse a los Estados Unidos de Europa en proceso de formación. ‎

El presidente francés Charles de Gaulle se opuso porque preveía que toda futura reconciliación ‎entre Londres y Washington se implementaría privando a los Estados Unidos de Europa ‎en formación de todo poder político y basando esa entidad en una zona de libre comercio de ‎carácter transatlántico. Europa occidental se vería entonces castrada y se convertiría en un ‎simple vasallo de Washington frente a «los rusos» [4].‎

De Gaulle, por supuesto, no era eterno. El Reino Unido acabó siendo aceptado en los ‎‎Estados Unidos de Europa en formación, entidad eminentemente anti-rusa, y, conforme a ‎lo previsto, transformó la comunidad europea en una zona de libre comercio, mediante el ‎Acta Única Europea, y abrió el camino a negociaciones transatlánticas.‎

Era la época de las «cuatro libertades» (en referencia al discurso de Roosevelt, en 1941): la ‎libre circulación de bienes, servicios, personas y capitales. Las aduanas entre los países de Europa ‎occidental fueron desapareciendo mientras que los anglosajones imponían su modelo de ‎sociedad multicultural, que parecía incompatible con la cultura europea. ‎

El proyecto de 1947 no se concretó hasta 1991, con la disolución de la URSS. Washington decidió ‎entonces transformar la organización de Bruselas en una estructura supranacional y comenzar a ‎introducir en ella los países del desaparecido Pacto de Varsovia, así como a poner esta «Unión ‎Europea» anti-rusa bajo la protección de la OTAN y a quitarle todo papel político. ‎

No fueron los europeos sino Washington, por boca del entonces secretario de Estado ‎James Baker, quien anunció el Tratado de Maastricht y la apertura de la Unión Europea a los ‎países de Europa oriental. Eso metamorfoseó la estructura creada en Bruselas: a las 15 naciones ‎del bloque occidental creado después de la Segunda Guerra mundial se agregaron 13 países ‎provenientes del desaparecido Pacto de Varsovia, la Unión Europea Occidental fue disuelta, ‎se nombró una Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de ‎Seguridad –también bajo control anglosajón gracias a los términos impuestos en el Tratado de ‎Maastricht– y finalmente se creó una nacionalidad europea. ‎

A partir de ese momento, Washington se planteó hacer que Londres se incorporara al Tratado de ‎Libre Comercio de América del Norte (conocido en español por las siglas TLCAN [5]) [6] y que se implantara una nacionalidad anglosajona, como se había previsto ‎en 1947. Ese proyecto llevó el Reino Unido a salir de la Unión Europea pero la primera ministro ‎británica Theresa May viajó a Estados Unidos para tratar de defenderlo, justo después de la ‎elección de Donald Trump, elección que trastocó todos los planes. ‎

Si finalmente se concreta, el Brexit no modificará en nada la actual situación de sumisión de la ‎Unión Europea, garantizada por los tratados europeos. Todo sucedería simplemente como ‎se había planificado en 1947, cuando Winston Churchill llamaba a la creación de los ‎‎«Estados Unidos de Europa», pero sin el Reino Unido [7].‎

Balance

La historia de la Unión Europea demuestra que esa entidad nunca estuvo concebida para ‎favorecer los intereses de los pueblos europeos sino para separarlos de Rusia. ‎

Eso fue lo que motivó a Vladimir Putin, en 2007, a pronunciar ante la Unión Europea su ‎contundente discurso de Munich [8]. En ‎ese discurso recordó a los europeos que sus intereses económicos y políticos, así como sus ‎exigencias éticas, no los situaban del lado de Washington sino junto a Moscú. Los europeos ‎lo escucharon pero nadie se atrevió a recuperar su independencia. ‎

A lo largo de décadas, la Unión Europea logró garantizar cierta prosperidad económica. Pero ‎no ha sido así desde la desaparición de la URSS. Hoy en día, la Unión Europea se ha quedado ‎rezagada: desde 2009 –o sea, después de la crisis financiera mundial de 2008–, el crecimiento de ‎Estados Unidos fue de +34%, el de la India fue de +96% y el de China +139%, mientras que la ‎Unión Europea caía a -2%. ‎

La Unión Europea nunca logró ayudar a los pobres a salir de la pobreza. Como máximo, sólo ‎se ha planteado la aprobación de ciertas ayudas para que los más necesitados no mueran de ‎hambre. ‎

Pero lo más importante es que la Unión Europea no ha luchado nunca por la paz, sino sólo por ‎sus amos anglosajones. La Unión Europea ha apoyado todas las guerras estadounidenses ‎‎ [9], incluyendo la guerra contra Irak, a pesar de que ‎Francia y el canciller alemán Schroder se habían pronunciado inicialmente contra ella. Ese ente ‎regional ha abandonado cobardemente a sus miembros: su propio territorio está ocupado, en el ‎noreste de Chipre, por el ejército de Turquía, país miembro de la OTAN, sin que la UE haya ‎emitido la menor protesta. ‎

El futuro

El 25 y el 26 de mayo, la Unión Europea anti-rusa elegirá su parlamento, sin que se sepa por ‎cuánto tiempo se sentarán allí los británicos. ‎

Los pueblos necesitan cierto tiempo para reaccionar. En tiempos de la guerra fría podía parecer ‎lógico optar por uno de los dos bandos. Pero algunos ya pensaban que ponerse al servicio de los ‎anglosajones en vez de optar por el bando lidereado por un georgiano [10] era tan absurdo como sería hoy seguir obedeciendo a los ‎anglosajones para protegerse de un inexistente «peligro ruso». ‎

Al cabo de tres cuartos de siglo de vasallaje, los partidos políticos contrarios a los tratados ‎europeos siguen vacilando en cuanto a definir sus prioridades: ¿Comenzar por independizarse de ‎los anglosajones o defender primero su cultura ante árabes y turcos? Siguen sin ver que ‎el segundo problema es consecuencia del primero. ‎

No se trata de creer en la supuesta superioridad de una cultura sobre otra, ni siquiera es cuestión ‎de hablar de religión, sino de ver de una vez por todas que es imposible coexistir en una misma ‎sociedad con dos organizaciones sociales diferentes. Dicho de otra manera, hay que escoger ‎entre descansar el domingo o el viernes. ‎

Fue su dependencia de los anglosajones lo que llevó a los europeos a adoptar la sociedad ‎multicultural… que no funciona en sus países. Sólo siendo independientes lograrán salvar la ‎cultura europea. ‎

[1The long telegram, by ‎George Kennan to George Marshall, 22 de febrero de 1946.

[2National Security Act of 1947.

[3«Historia secreta de la Unión Europea», por Thierry Meyssan, Red ‎Voltaire, 16 de enero de 2005.

[4De Gaulle consideraba la oposición entre ‎capitalismo y comunismo como un tema secundario en relación con el diferendo fundamental, de ‎carácter geopolítico, entre anglosajones y Rusia. De Gaulle evitaba hablar de la URSS y prefería ‎referirse a Rusia.

[5También se le ‎designa a veces por sus siglas en inglés (NAFTA) o en francés (ALENA). Nota de la Red ‎Voltaire.

[6The Impact on the U.S. Economy of Including the United Kingdom in a Free Trade ‎Arrangement With the United States, Canada, and Mexico, United States International Trade ‎Commission, 2000.

[7«Discours de Winston Churchill sur les ‎États-Unis d’Europe», por Winston Churchill, Réseau Voltaire, 19 de ‎septiembre de 1946.

[8«Querer regentar el mundo de manera unipolar es ilegítimo e inmoral», por Vladimir Putin, Red Voltaire, 11 de febrero de 2007.

[9«La Unión Europea, condenada a ‎ser vasallo en las guerras ‎estadounidenses», por ‎Thierry Meyssan, Red Voltaire, 26 de abril de 2019.

[10Cabe recordar que Josef ‎Stalin no era ruso sino georgiano.