El documento dado a conocer por la Casa Blanca bajo el título de Peace to Prosperity no debe ser visto como un plan de paz definitivo sino sólo como lo que es: una proposición de trabajo sobre nuevas bases. El autor de este trabajo estima que, en vez de protestar contra ese proyecto, se impone sentarse a examinarlo como una oportunidad para desbloquear una situación que ha venido agravándose desde hace 75 años.
Cuando se concibieron las bases del Derecho Internacional, en 1899, durante la conferencia de La Haya, lo que se buscaba era evitar las guerras entre los Estados recurriendo a un arbitraje. Cuando el Imperio británico descolonizó la Palestina, que se hallaba bajo su mandato, y estalló el conflicto israelo-árabe, el Derecho Internacional no fue de ninguna utilidad ya que no había Estado palestino ni Estado judío. Lo que se hizo fue improvisar una serie de reglas incoherentes que hoy, erróneamente, consideramos inmutables.
Los principios que los Estados fundadores de la ONU, entre ellos Siria, elaboraron durante el plan de partición de Palestina fueron rechazados por todas las partes. Cuando el Yishuv proclamó unilateralmente el Estado de Israel y emprendió inmediatamente una gran limpieza étnica –lo que los palestinos llaman la Nakba– la ONU reconoció el nuevo Estado, pero envió al conde Folke Bernadotte con la misión de verificar la realidad en el terreno. Este diplomático sueco comprobó los crímenes de Israel y aconsejó que se limitara a dos tercios el territorio otorgado al Yishuv.
Pero, antes de que pudiera presentar su informe en Nueva York, el conde Bernadotte fue asesinado, en 1948, por el grupo armado sionista Lehi –también conocido como Grupo Stern– en el cual militaba Yitzhak Shamir. Desde entonces, a pesar de las más de 700 resoluciones adoptadas por la Asamblea General de la ONU y de las más de 100 aprobadas por el Consejo de Seguridad, el conflicto ha seguido agravándose y se mantiene sin solución a la vista.
El presidente estadounidense Donald Trump creyó ser capaz de resolver la cuadratura del círculo ante de terminar su mandato presidencial. Desde que fue electo, Trump ha sido considerado erróneamente un proisraelí, cuando en realidad es un hombre de negocios del Nuevo Mundo.
Trump partía de los siguientes hechos:
– Israel realizó una limpieza étnica en el territorio que se autoatribuyó en 1948. Posteriormente, libró la guerra de 1967 y la ganó.
– Los palestinos hicieron la guerra de 1970 a Jordania, la de 1973 a Israel, la de 1975 en Líbano, la de 1990 en Kuwait, la de 2012 en Siria y las perdieron todas.
Pero ninguna de las partes tiene intenciones de asumir las consecuencias de sus propios actos.
El debate está falseado desde que Yasser Arafat, negándose a dejarse poner al margen del proceso de Madrid, abandonó el proyecto de Estado binacional basado en la igualdad entre árabes y judíos y violó, con la firma de los Acuerdos de Oslo, el plan de participación establecido en 1948. El principio de la «solución de los dos Estados», concebido por Yitzhak Rabin –quien había sido aliado del régimen sudafricano del apartheid– no es más que una fórmula que permite la creación de bantustanes para los palestinos, es la extensión de lo que otro presidente estadounidense, James Carter, llamó el «apartheid palestino».
Así que Donald Trump trazó un plan de paz cuya aplicación inició, en silencio, hace 2 años.
– El 6 de diciembre de 2017, Trump reconoció Jerusalén como capital de Israel, sin precisar las fronteras, esperando en vano que la Autoridad Nacional palestina se mudaría de Ramallah al este de Jerusalén.
– Retiró el financiamiento de Estados Unidos a la UNRWA (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Medio Oriente, siglas en inglés) para obligar la comunidad internacional a dejar de servir de mecenas al statu quo. Esa medida provocó el furor de la Autoridad Nacional palestina y la ruptura de las relaciones diplomáticas entre esa entidad y el gobierno de Estados Unidos.
– Heredero del pueblo que robó los territorios de los pueblos originarios en Estados Unidos, Trump reconoció la soberanía de Israel sobre el Golán sirio conquistado. Creyó que así lograría abrir una negociación con Damasco, pero sólo obtuvo que 193 Estados condenaran esa decisión estadounidense.
– Negoció en secreto un acuerdo entre Israel y el Hamas, logrando que Qatar asumiera el pago de los funcionarios palestinos en la franja de Gaza.
El documento publicado por la Casa Blanca es presentado por sus autores –en la página 10– como inaplicable por no contar con el apoyo de ambas partes. Presenta un proceso de paz de 4 años, lo cual abarcaría el próximo mandato presidencial estadounidense. No se trata, por tanto, de un plan de paz definitivo sino de un documento destinado a cumplir una función electoral en Estados Unidos.
Más que emitir quejas y denunciar una política de “hechos consumados”, tendríamos que tratar de entender a dónde quiere llegar la Casa Blanca, sobre todo si rechazamos la soberanía israelí sobre el Golán sirio ocupado.
Donald Trump es un hombre de negocios que acaba de poner sobre la mesa un plan inaceptable, partiendo del principio que obtendrá mucho menos pero que alcanzará la paz. Trump es un discípulo de otro presidente estadounidense, Andrew Jackson, que reemplazó la guerra contra los indios por una política de negociación. Por supuesto, el acuerdo que Jackson firmó con los cherokees fue saboteado por su propio ejército, lo cual dio lugar a hechos atroces. Pero hoy los cherokees son el único pueblo originario sobreviviente ante la inmigración europea en Estados Unidos.
La publicación del documento de la Casa Blanca fue también una trampa en la que el propio Benyamin Netanyahu cayó con los ojos cerrados. El primer ministro israelí se apresuró a congratularse ruidosamente del contenido de este plan de paz… para eclipsar a su adversario en las elecciones, el general Benny Gantz. Lo cual fue un error. Todos los países de la Liga Árabe rechazaron el plan, hasta Qatar, que participa secretamente en su aplicación. Los años de esfuerzos israelíes para romper el frente árabe utilizando a Arabia Saudita, Qatar, Jordania y Omán acaban de volar en pedazos.
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