Hace ya tres cuartos de siglo que una colonia anglosajona convertida en arsenal estadounidense viene tratando de conquistar las tierras que van desde el Nilo hasta el Éufrates –o sea, Egipto, Palestina, Jordania, Líbano, Siria y parte de Irak. Pero algunos ciudadanos de esa colonia están tratando de convertirla ahora en un Estado normal. Ese conflicto, que parece sacado de otras épocas de la Historia, acaba de entrar en una nueva etapa con la nominación de un gobierno bicéfalo. De hecho, dos primeros ministros, representantes de dos visiones políticas opuestas, van a paralizarse mutuamente. Sólo podrán alcanzar progresos en temas sociales y de salud, acelerando la modernización de la sociedad y, por consiguiente, el fin de la locura colonial.
La nominación del gobierno israelí de coalición no pone fin a la encarnizada batalla que se abrió hace 6 años entre dos visiones de Israel opuestas e irreconciliables [1]. Tampoco podrá resolver la parálisis del gobierno, que ya dura año y medio en Israel. Por el contrario, ese hecho constituye el inicio de la agonía de uno de los dos protagonistas y de la lenta transformación del país en un Estado normal.
No es fortuito que este debate haya estallado como consecuencia del cuestionamiento, por parte del ex soviético Avigdor Liberman, de los privilegios de los estudiantes de las yeshivas (escuelas talmúdicas). Al señalar que la religión no debe ser utilizada para eximir a ciertas personas de la obligación que constituye la defensa del país, Liberman –quien fue ministro de Defensa del propio Netanyahu– puso de relieve el punto fundamental de la mentira sobre la cual se basa la fundación misma de Israel hace 72 años.
Fracasó el llamado del general Ehud Barack a acabar con el reinado de Benyamin Netanyahu mediante la vía judicial. Ahí están todavía los partidarios del sueño colonial y han sembrado el espanto entre sus conciudadanos convenciéndolos de que viven bajo una amenaza extranjera. Como en los tiempos de los ghettos, han encerrado a los israelíes judíos detrás de un muro que los separa de sus conciudadanos árabes, supuestamente para protegerlos de ellos.
Es importante recordar aquí que la creación de Israel no resulta de la cultura judía sino de la voluntad de los puritanos ingleses [2].
En el siglo XVII, el Lord Protector de la Mancomunidad de Inglaterra, Oliver Cromwell, se comprometió a crear un Estado judío en Palestina. Después de la muerte de Cromwell y del subsiguiente restablecimiento de la monarquía, el tema de la creación de un Estado judío no fue retomado hasta el siglo XVIII, por los líderes de la guerra de la independencia estadounidense, que se consideraron herederos de Cromwell. O sea, Estados Unidos y el Reino Unido son los padrinos naturales de esa entidad. En el siglo XIX, el primer ministro de la reina Victoria, Benjamin Disraeli, teorizó el sionismo como instrumento del imperialismo británico e inscribió la «Restauración de Israel» en el programa del Congreso Internacional de Berlín de 1878. En aquella época, ningún judío respaldaba aquel absurdo proyecto.
Hubo que esperar a que estallara en Francia el caso Dreyfus para que Theodor Herzl se comprometiera a inculcar el sionismo anglo-estadounidense a la diáspora judía. Theodor Herzl concibió un sistema colonial basado en el que Cecil Rhodes había aplicado en África y logró así conquistar a numerosos intelectuales judíos ateos para que apoyaran su proyecto.
Durante la Primera Guerra Mundial, con los gobiernos de Gran Bretaña y de Estados Unidos en manos los puritanos David Llyod George y Woodrow Wilson, ambos países adoptaron un acuerdo para la creación de Israel. El principio del «Hogar Nacional Judío» se hizo público mediante una carta del ministro británico de Exteriores, Arthur James Balfour, al barón Lionel Walter Rotschild. Después, el presidente estadounidense Woodrow Wilson fijó oficialmente la creación de Israel como uno de los 14 objetivos de guerra de Estados Unidos. En la conferencia de paz de París, el emir Faisal (Faisal I de Irak) aceptó el proyecto sionista y se comprometió a respaldarlo.
La colonización judía de la Palestina bajo el mandato británico se inicia con ayuda de la burguesía local y en detrimento de las clases populares y da paso a un proceso de separación de ese territorio de la administración de Londres. En 1948, un judío ateo, David Ben-Gurion, adelantándose en 5 años al modelo rhodesiano, proclama la independencia de Israel, sin esperar a que la ONU definiera sus fronteras. Sólo entonces los rabinos aportarían en masa su apoyo al proyecto colonial.
Hace 72 años que Palestina sufre una guerra perpetua. Al cabo de varias oleadas sucesivas de inmigración, el Estado de Israel se inventó una “cultura” alrededor de un pueblo imaginario –en el que metió etnias de regiones que van desde el Cáucaso hasta Etiopía–, de una lengua artificial –el hebreo actual no tienen casi nada que ver con dialecto judío de la antigüedad y se escribe en caracteres arameos– y de una historia ficticia –a pesar de todas las protestas de la UNESCO, la antigua ciudad-Estado de Jerusalén ha sido asimilada al Estado de Israel. Esta estafa intelectual, destinada a justificar y esconder el proyecto colonial puritano, se ha solidificado alrededor de una interpretación sacralizada de ciertos crímenes nazis, que los puritanos califican de «holocausto» y los judíos designan como «shoah».
Pero toda esa invención es totalmente inconsistente y se derrumba ante el verdadero análisis. Está concebida para crear el espejismo de aparente continuidad de un Pueblo y de un Estado, cuando en realidad se trata de una colonia anglosajona.
Con excepción de Israel, todas las entidades coloniales han desaparecido. La mayoría de los israelíes actuales son nacidos en Israel, donde hoy coexisten dos concepciones diferentes de ese Estado:
– Los partidarios del colonialismo anglosajón pretenden poner bajo la soberanía de Israel todos los territorios que se extienden desde el Nilo hasta el Éufrates. Su visión de Israel es la de una isla de piratas: un refugio para criminales del mundo entero, libre de acuerdos o tratados de extradición. Se ven a sí mismos como un «pueblo elegido», superior a los demás pueblos. Estiman que Israel es «el Estado judío».
– Frente a ese grupo están los que quieren vivir en paz con sus vecinos, sin importarles su religión o su ausencia de creencias y sin importar a qué etnia pertenecen esos vecinos. No quieren tener nada que ver con los delirios coloniales de siglos anteriores, pero tampoco tienen intenciones de renunciar a lo que heredaron de sus padres, aunque ese “legado” haya sido robado a otros, y quisieran ver resueltos los gravísimos problemas sociales de su país.
Esas dos concepciones irreconciliables están representadas por dos primeros ministros: Benyamin Netanyahu y su «suplente», el general Benny Gantz.
Pero ese dúo no podrá resolver absolutamente ninguno de los conflictos con los pueblos árabes. Como máximo, podrá por fin entrar a considerar las terribles injusticias que existen en el país. Por ejemplo, unos 50 000 israelíes que vivieron los horrores de los campos de concentración nazis luchan hoy por sobrevivir en Israel, sin ayuda de un Estado que simplemente los ignora, aunque se echó en el bolsillo las indemnizaciones a ellos destinadas, afirmando que su objetivo era salvarlos.
Gracias a la simple presión del tiempo y de la demografía, al cabo de 3 elecciones parlamentarias sucesivas e inútiles, la descolonización de Israel se ha puesto en marcha.
[1] “The Geopolitical Approach: Two States for Two Peoples”, por Commanders for Israel’s Security, Voltaire Network, 30 de octubre de 2014.
[2] «¿Quién es el enemigo?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de agosto de 2014.
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