El Vaticano ha anunciado la canonización del líder cristero asesinado por fuerzas gubernamentales en 1927, Anacleto González Flores. En contrapartida y para equilibrar sus esfuerzos en la geopolítica mexicana, tendrá que canonizar también al líder derechista del Estado de Puebla Ramón Plata. Plata y González Flores fueron vidas paralelas; creadores ambos de sociedades clandestinas ultraderechistas forman parte de un linaje que parece gozar de la preferencia vaticana.
Entre las personas como entre las naciones, a veces el progreso material va de la mano de la miseria moral y espiritual. Esto sucede hoy en día, cuando el gobierno y una parte de la sociedad moderna, paradigmática del mundo del consumo, apelan a los evangelios para justificar la crueldad inherente a la guerra y la anulación de las libertades individuales en aras de un acendrado puritanismo. La depredación de los fundamentalistas e integristas no es de ahora; tiene notables antecedentes.
De cara al elogio cotidiano de la corrupción y el desorden absoluto a que ha conducido en México el primer régimen político de Vicente Fox, fundado por el catolicismo militante, es oportuna la revisión de sangrientos episodios del pasado donde se enfrentaron el fanatismo y el progreso. Tal ocurrió en México en las llamadas guerras cristeras: primero la de 1926 a 1929 y la siguiente, denominada la Segunda, en el sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-1940), el presidente de tendencia socialista que nacionalizó la riqueza petrolera y los sectores estratégicos del subsuelo.
A pesar de que de esas guerras no resultaron triunfadoras las fuerzas cristeras, que pretendían restaurar los privilegios de la Iglesia suprimidos por las reformas liberales, con el tiempo el bando católico fue creando e incluso difundiendo fuera de México mitos que idealizaban su lucha, soslayando el hecho de que las victorias de las fuerzas progresistas en los campos de batalla hicieron de México un país avanzado en lo que concierne a la indispensable separación de la iglesia y el estado. Esto fue el resultado de un laicismo positivo también activado por Cárdenas, que consistió en otorgar la plena igualdad a los credos que comenzaban a multiplicarse en México en la primera década del siglo XX.
El Archivo Histórico de la Universidad Autónoma de Puebla acaba de publicar el libro titulado Los otros cristeros, en el que su autor Edgar González Ruiz, quien con sus trabajos sobre la derecha mexicana (Los Abascal, La Ultima Cruzada, El Muro) nos ha acostumbrado a la maestría con que domina el tema; ahora brinda un acervo de información sobre aspectos poco conocidos de las dos guerras cristeras, en especial sobre la Segunda. Esta fue la que le tocó resolver al gobierno de Lázaro Cárdenas, que consistió en un levantamiento represor de los maestros que llevaban al medio rural mexicano el mensaje de la educación socialista tal como Cárdenas la concebía.
El nuevo documento de González concluye una minuciosa recopilación de rarezas hemerográficas, piezas de la literatura cristera, publicaciones de esa filiación, como fue el periódico David y documentos provenientes de archivos históricos del bando cristero, como el de Miguel Palomar y Vizcarra y el de Aurelio Robles Acevedo. González Ruiz hace notar cómo llegando incluso al regocijo, muchos cristeros reivindicaban las prácticas más crueles, incluyendo mutilaciones y torturas, que ejercían contra soldados, agraristas y maestras y maestros rurales.
Describe magistralmente nuestro autor también el avance político electoral de la derecha de hoy en día sobre la base de nuevos intentos de idealizar a los cristeros, omitiendo desde luego sus atrocidades y preferencias ideológicas, a la vez que propicia el olvido de personajes como los maestros y maestras rurales que hace unas décadas dieron la vida en el cumplimiento de su deber y en defensa de libertades y derechos que en la actualidad son de general aceptación bajo el imperativo de la añoranza.
La segunda cristiada fue el segundo capítulo del enfrentamiento violento entre los católicos y el estado. La segunda parte tuvo lugar de manera escalonada en varias partes del paìs en la década de los treinta sobre todo en Puebla en contra del proyecto educativo socialista.
A la intención del Estado mexicano encabezado hoy por el PAN de capitalizar las gestas «heroicas» cristeras hay que sumar el gesto provocador del papa Juan Pablo II al canonizar a 25 cristeros, a pesar de que fue un movimiento traicionado por la jerarquía católica. A ese grupo de santos cristeros habrá que agregar en breve a Anacleto González Flores, dirigente de la cofradía secreta Unión Popular, activa en Jalisco y el occidente mexicano. 1927 es la fecha en que fue ejecutado por fuerzas federales en Guadalajara y desde entonces Anacleto ha sido la figura representativa de una derecha de México.
En las navidades de 1979, fue asesinado Ramón Plata en la ciudad de México por gatilleros al servicio del gobierno. Plata en el oriente de México, como Anacleto en el occidente, fue organizador de cofradías encubiertas a puerta cerrada. Anacleto y Plata tienen biografías paralelas, por lo que muchos comentaristas esperan que muy pronto se inicie también el proceso de canonización del poblano. De tal manera se equilibraría la acción del pontìfice en la geopolítica mexicana abarcando con la exaltación canónica a los dos centros motrices (Puebla y Guadalajara) de la historia de México.
A la estrema derecha poblana le urge la instauración de la causa de beatificación y canonización de Plata. Alvaro Delgado un ensayista especializado en el estudio de la extrema derecha publicó su mejor documento al llevar al público a través de las páginas de la revista Proceso la noticia de que en marzo último el Fiscal especial para movimientos sociales y políticos recibió la petición de Luciano Ruiz Chávez de reabrir el expediente del asesinato de Plata.
Expediente abierto en la madrugada del 25 de diciembre de 1979 al ser asesinado de cinco balazos. Era el gobierno de josé López Portillo. Ruiz Chávez pide al fiscal que tome declaración a dirigentes de los grupos ultraderechistas de Guadalajara y Puebla. Esta solicitud puede repercutir en el mismo gobierno de Vicente Fox porque entre otros apunta a uno de sus asesores fundamentales, Guillermo Velasco Arzac, y al dirigente del PAN, Luis Felipe Bravo Mena, a quienes se atribuye la pertenencia no demostrada aún a la organización secreta que algunos denominan el Yunque.
La traición sufrida por los cristeros, que dificulta la comprensión de la urgencia vaticana por canonizar a sus portaestandartes, consistió en la entrada en vigor de los Arreglos que para lograr la paz fueron firmados por la jerarquía católica y los representantes del Estado, de acuerdo a un texto redactado en 1929 por el embajador norteamericano de la época, a espaldas de los «combatientes» y que a la fecha el público no conoce. Como consecuencia de los Arreglos, el ejército federal estuvo en medida de hallar a los cristeros donde quiera que se encontraban para asesinarlos.
En 1937, ocho años después de la traición, los cristeros sobrevivientes fueron piadosamente inducidos a pertenecer a la Unión Nacional Sinarquista, una trampa jesuítica en la que con el auxilio del rosario los cristeros terminaban por olvidar su anhelo de revancha. En ese año otros cristeros originarios del oriente del paìs se opusieron a la entrada en vigor de los anhelos de la educación socialista.
Con este antecedente, es lógico que si la jerarquía católica no pudiera asumir el papel histórico de los cristeros a quienes traicionó, en cambio sí podría el gobierno de Fox, integrado de católicos pragmáticos, cínicos y decididos a apoyar los designios papales incluyendo el lavado de dinero y las conexiones con el hampa organizada. Es de esperar, pues, que la reedición de la mística cristera avalada por el papa se convierta en un parteaguas de la derecha mexicana representada por el PAN para mantenerse en el poder.
El martirologio de los maestros rurales de aquella época incluye entre otros a quienes durante el efímero experimento de la educación socialista fueron cruelmente asesinados por enseñar hechos básicos acerca de la reproducción humana, o por permitir la educación mixta de niños y niñas.
Hoy, como ayer, a la derecha religiosa no le asusta la crueldad y el derramamiento de sangre, pero sí la anatomía humana, la educación sexual, los anticonceptivos, el divorcio, práctica que algunos cristeros prohibieron en los territorios que llegaron a controlar.
Los otros cristeros se refiere también a las simpatías que esos luchadores experimentaron hacia los regímenes totalitarios, como el de Mussolini, en sus acercamientos con la jerarquía católica, y sobre todo con el de Franco, alter ego de la extrema derecha mexicana durante mucho tiempo.
De tal manera, González Ruiz, recupera de los acervos cristeros documentos donde estos al igual que algunos jerarcas católicos de aquella época expresaban felicitaciones y elogios hacia Mussolini al grado de pedir «que Dios nos dé un Mussolini». Entre otros documentos, reproduce una circular cristera, fechada el 24 de enero de 1939, donde se dispone la persecución y virtual aniquilamiento de los republicanos españoles que llegaran a México refugiándose de la tiranía católica de Franco.
El autor se refiere también a la continuidad de los ideales cristeros a través de sociedades secretas, algunas de las cuales persisten hasta nuestros días y al ingreso de exmiembros de las fuerzas cristeras a la Unión Nacional sinarquista, de manera masiva, y de manera selectiva al PAN.
A lo largo de las 511 páginas de Los otros cristeros, el autor examina también episodios protagonizados por la extrema derecha y poco recordados hoy en día, como el intento de asesinato del presidente Manuel Avila Camacho, en 1944, y el llamado Complot de los Viejitos, ocurrido por las mismas fechas y que se cuentan entre las muchas secuelas del fanatismo encarnado en los cristeros.
Señala el general Luis Garfias Magaña, historiador militar, en su prólogo a Los otros cristeros: «Mucha sangre y dolor costó a los mexicanos aquella cruenta y dura lucha, por eso es necesario refrescar la memoria de las actuales generaciones y evitar caer nuevamente en los extremos de las confrontaciones religiosas».
El libro de González Ruiz eleva la crítica histórica al nivel de la profecía, porque su contribución al mejor conocimiento de los instrumentos de la derecha para actuar en la clandestinidad y su aspiración a asustar a los niños de pecho, restaura el optimismo archivado, con la esperanza de que los mexicanos, en su mayor parte católicos, contribuyan a crear un México mejor que el que fue bañado con la sangre derramada.
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