Una mirada retrospectiva nos recordará que la Agencia Central de Inteligencia o Central Intelligence Agency (CIA), heredera de la Oficina de Servicios Estratégicos u OSS (Office of Strategic Services), comenzó a ser organizada por orden del presidente Franklin D. Roosevelt, para combatir a Italia, Alemania y Japón, durante la Segunda Guerra Mundial, pero recién inició sus funciones en el año 1947, mediante la Ley de Seguridad Nacional número 153 del Congreso y con el advenimiento de la “Guerra Fría”.
La CIA -con unos 16 mil empleados y sede central ubicada en un complejo de 104 hectáreas cerca del río Potomac en Langley-Virginia, tuvo la tarea de acopiar y analizar información referente a los enemigos exteriores de Estados Unidos (EE.UU.) y de esa manera permitir al presidente, el Pentágono y el Congreso, abordar amenazas presentes y potenciales.
Pese a que el marco legal establece que la inteligencia de la CIA debe ser “oportuna, objetiva, independiente de consideraciones políticas y basada en las fuentes de la comunidad de inteligencia”, resulta ingenuo aceptar que la estrategia de inteligencia de EE.UU. en el mundo real, es apolítica. Ya que desde su fundación, la CIA rebasó sus propios límites y desarrolló operaciones clandestinas tendientes a modificar las políticas internas de otros países, en función de los intereses y la seguridad de EE.UU. .
La comunidad de inteligencia de EE.UU.
La “comunidad de inteligencia” de EE.UU. está conformada, por la Oficina del Director de Inteligencia Central (DIC) -que tiene a su mando, a la Oficina del Director Adjunto de Inteligencia Central-; también por el Consejo Nacional de Inteligencia; Agencia Central de Inteligencia (CIA); y en el Departamento de Defensa: la Agencia Nacional de Seguridad (ANS), la Agencia de Inteligencia para la Defensa (AID), la oficina central de imágenes y la Agencia Nacional de Reconocimiento, para la reunión especializada de datos de inteligencia.
Además pertenecen a dicha esfera, los sectores de inteligencia del Ejército, de la Armada, de la Fuerza Aérea, de la Infantería de Marina, de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), del Departamento del Tesoro, del Departamento de Energía y del Departamento de Estado.
Precisemos. La ANS es una de las agencias más poderosas del mundo por su capacidad y recursos, con unas 35 a 50 mil personas a su servicio y un presupuesto superior al de la CIA, la ANS se dedica a la inteligencia de señales electromagnéticas, SIGINT; que incluye: COMINT: inteligencia de las comunicaciones; TELINT: inteligencia de telemetría; ELINT: inteligencia electrónica no comunicacional pero que capta emisiones de radares u otros; IMINT: inteligencia mediante el uso de fotos e imágenes desde aviones y sistemas satelitales; aunado al criptoanálisis y a la seguridad de las comunicaciones.
Si hay una entidad de inteligencia que pueda ejercer una cobertura mundial, esta es sin duda la ANS. Dentro de ella hay una subagencia: el Servicio Central de Seguridad, que articula las operaciones de la ANS con las fuerzas armadas.
Volviendo al DIC, este alto funcionario es designado por el presidente de EE.UU., con el consentimiento y asesoramiento del Senado, asumiendo el liderazgo de la comunidad de inteligencia como jefe de la CIA y el principal asesor del mandatario estadounidense para cuestiones de inteligencia con respecto a la seguridad nacional.
Igualmente, dentro del ámbito del DIC, se encuentra el Consejo Nacional de Inteligencia (CNI), integrado por analistas senior de la comunidad de inteligencia e importantes especialistas, tanto del sector público como del privado -bajo requisitos de seguridad, que protejan las fuentes y métodos de inteligencia-, para orientar correctas políticas gubernamentales.
Por ejemplo, el diario The New York Times, informó que en septiembre del 2004, el CNI ofreció al presidente George W. Bush, el documento: “Estimaciones de Inteligencia Nacional”, donde analizó la situación política, económica y de seguridad de Iraq, determinando que en el mejor de los casos, la estabilidad en dicho país será débil, llegando incluso a vislumbrar “tendencias que apuntan a una guerra civil, antes de finalizar el año 2005”.
Dichas estimaciones difieren de los comentarios públicos de Bush y sus consejeros, que hablan de manera más optimista sobre las perspectivas de un Iraq libre y pacífico. “A pesar de la violenta insurgencia, estamos progresando en ayudar al pueblo iraquí a establecer una democracia, para lo cual preparamos a 120 mil agentes de seguridad iraquíes”, manifestó Bush en septiembre, refiriéndose a la explosiva situación en Iraq.
El formidable presupuesto de inteligencia
En otro plano, el DIC prepara y sustenta al presidente de EE.UU. el monto anual para el Programa Nacional de Inteligencia Extranjera, que debe ser aprobado y supervisado por el Congreso. En total, unos 15 organismos y departamentos civiles o militares, completan la comunidad de inteligencia, siendo el Departamento de Defensa o “Pentágono”, quien controla el 80 por ciento, de los 40 mil millones de dólares anuales destinados a su presupuesto.
Sobre este asunto, George Tenet, el ex jefe de la CIA, dijo en su descargo ante la comisión congresal 11/9: “A mediados de los 90, las agencias de inteligencia perdieron casi el 25% de su personal y miles de millones por recortes de presupuesto”. Y la recuperación en el sector de inteligencia es lenta: “Harán falta cinco años más de trabajo, hasta conseguir el tipo de servicios secretos que EE.UU. necesita”, remarcó Tenet.
¿Buscando nuevo liderazgo o el continuismo?
Confirmando la importancia otorgada a la reforma de los servicios de inteligencia, en septiembre de 2004, el Senado de EE.UU. aprobó por abrumadora mayoría bipartidista, la designación del congresista por la Florida, Porter J. Goss - el candidato del presidente Bush- como el nuevo DIC y jefe de la CIA.
El nombramiento del multimillonario Goss en la CIA, provocó escepticismo de políticos y analistas, que esperaban un cambio radical en la conducción de ese organismo. Según los críticos, el mandato de Goss como presidente de la Comisión de Inteligencia de la Cámara de Representantes, desde 1996, estuvo signado por su estrecha relación con el ex director de la CIA, George Tenet.
El almirante en retiro, Stansfield Turner, director de la CIA bajo la presidencia de Jimmy Carter, considera que la elección de Goss es “la peor en la historia de ese cargo”; en tanto, Mel Goodman, ex analista de la agencia y ahora del Centro de Políticas Internacionales, afirma que Goss tiene “todas las credenciales inadecuadas” para el puesto, entre ellas, haber sido un agente secreto de la CIA- Dirección de Operaciones- en América Latina y Europa durante nueve años, en la década del 60.
A su turno, Ray McGovern, ex funcionario de la CIA por 25 años, expresa que Goss, “ha demostrado estar bajo el hechizo del vicepresidente Dick Cheney -uno de los halcones del gobierno de Bush- “por lo que responderá en primer lugar a él y a Karl Rove, asesor político de la Casa Blanca”. Al respecto, David McMichael, ex analista de la CIA asegura: “Goss fue un firme defensor de la agencia y nadie lo ha asociado con alguna propuesta de cambio, su designación puede interpretarse como más de lo mismo”.
Modifican el sistema de inteligencia y seguridad
Frente a las críticas en su contra, la administración Bush muestra como un gran logro, haber creado después del 11/9, el Departamento de Seguridad del Territorio Nacional, al cual, dice haberle otorgado los recursos y el poder para “defender a los EE.UU.”, empleando el equipo y los conocimientos más sofisticados para proteger sus fronteras, cielos, puertos e infraestructura y las mejores tecnologías contra la amenaza de las armas de destrucción masiva, como el Proyecto Bioshield, dirigido a financiar medicamentos de vanguardia y otras defensas contra ataques biológicos, químicos o radiológicos.
Asimismo, para “perseguir a los terroristas, desbaratar sus células y confiscar sus activos” en territorio estadounidense, el gobierno de Bush aplica herramientas de la Ley Patriota (USA Patriot Act), a través de la cual se sacrifican libertades ciudadanas fundamentales -sobre todo de los inmigrantes- a cambio de una supuesta mayor seguridad.
Bajo ese enfoque, el régimen de Bush hace suyo el proyecto del Congreso, para crear el cargo de Director de Inteligencia Nacional (DIN), cuyo jefe sería nombrado por el presidente con la asesoría y el consentimiento del Senado y trabajará bajo órdenes presidenciales, desempeñándose como su principal asesor de inteligencia y supervisando las actividades externas e internas de la comunidad de inteligencia.
Con este cambio, el director de la CIA se ocupará en el futuro, exclusivamente de ese servicio de espionaje y aunque el DIN asumiría responsabilidades más extensas para determinar prioridades de la comunidad de inteligencia, su creación requerirá modificaciones sustanciales en la Ley de Seguridad Nacional.
Siguiendo con esa lógica, el gobierno de Bush anunció la formación del Centro Nacional para el Contraterrorismo, que se basará en los análisis efectuados por el Centro de Integración de Amenazas Terroristas y se convertirá en el banco gubernamental de conocimientos, sobre terroristas identificados y presuntos, dentro y fuera de EE.UU..
Este nuevo centro coordinará y vigilará las actividades de todos los organismos del Ejecutivo, vinculados a la lucha antiterrorista, para garantizar una acción conjunta eficaz y la unificación de esfuerzos en cuanto a importancia y propósito. Del mismo modo, preparará el informe diario sobre las amenazas de terrorismo, para el presidente de EE.UU. y los principales funcionarios.
El director del CNC estará bajo la supervisión del DIN, una vez que se cree ese puesto. Hasta entonces, se hallará bajo el control del director de la CIA. De manera similar y dado que el Ejecutivo estadounidense percibe como una creciente amenaza, la proliferación de armas de destrucción masiva, evalúa la necesidad de estructurar una entidad parecida en el gobierno, para integrar la planificación, análisis y operaciones de inteligencia, orientadas a neutralizar la diseminación de esos letales artefactos.
Por su parte, el FBI seguirá reconvirtiéndose para crear una fuerza de trabajo especializada con la misión de compilar y analizar datos de inteligencia interna sobre el terrorismo, a fin de prevenir nuevos atentados; poniendo énfasis en lograr una comunicación eficaz y mejorada con la CIA -dedicada a su vez, a optimizar sus actividades de inteligencia humana y capacidades analíticas. Ambos organismos tienen el soporte del Departamento de Seguridad del Territorio Nacional.
Una observación importante: no obstante las modificaciones en curso y evidenciando la preponderancia del sector militar, en lo que respecta a las operaciones militares, la cadena de mando estará intacta. Es decir, cuando el Departamento de Defensa ejecute alguna estrategia de seguridad nacional, no habrá nada ni nadie entre el secretario de Defensa y el presidente de EE.UU.
Comisión 11/9: falló la inteligencia, urgen cambios
Las recomendaciones, presentadas por la bipartidista “Comisión Nacional sobre los Ataques Terroristas a Estados Unidos” (Comisión 11/9), el 22 de julio de 2004; sigue a otros dos informes de las comisiones de inteligencia del Congreso de EE.UU. que identificaron deficiencias de las agencias de inteligencia en detectar, frustrar y responder de manera adecuada a los mortales secuestros de aviones que resultaron en las tragedias de Nueva York, Virginia y Pensilvania.
En suma, lo que la comisión sugiere representa un giro esencial en relación a la política actual de Bush. Cuestiona la idea organizadora central después del 11/9 (que EE.UU. está en guerra) y se muestra desconfiada al respecto, enfatizando que el uso de la metáfora de una guerra, describe el esfuerzo de matar a los terroristas en el campo, como en Afganistán, y al mismo tiempo rememora la necesidad de un despliegue a gran escala.
Frente a ello, el informe señala que después de Afganistán, el alcance de la acción militar está significativamente limitado. “El éxito a largo plazo”, concluye, “requiere el uso de todos los elementos del poder nacional: diplomacia, inteligencia, acciones encubiertas, aplicación de la ley, política económica, ayuda extranjera y defensa de la patria”. Cuando habla de acción preventiva, aconseja “una estrategia que es tanto o más política que la acción militar”, para coordinar y persuadir a otras naciones en lugar de atacarlas.
A la par, la comisión 11/9 visualiza una reestructuración mayor de la comunidad de inteligencia (que ya está siendo implementada por Bush) y recomienda crear una oficina a nivel de gabinete y un Director Nacional de Inteligencia para supervisar a la CIA, al FBI y otros elementos de la comunidad de inteligencia, con injerencia en su presupuesto. De igual forma, poner en marcha un nuevo Centro Nacional Antiterrorista, que exceda las capacidades presentes y que reemplazaría al actual Centro de Integración para Amenazas Terroristas y a otras entidades antiterroristas gubernamentales.
Gran parte de los planteamientos de la comisión, se centran en una estrategia política y económica amplia hacia el mundo musulmán y árabe. Para tal efecto, bosqueja la asignación de recursos destinados a becas, intercambios y bibliotecas en los países musulmanes y apunta a consolidar la educación pública en esas comunidades. Reconociendo que las escuelas religiosas fundamentalistas, han proliferado en el mundo musulmán, porque el sistema educativo secular se ha derrumbado debido a la pobreza y la sobrepoblación.
Es útil destacar, que en los últimos tres años, EE.UU. ha invertido casi 200 mil millones de dólares en asuntos internacionales y de seguridad interior, un aumento del 50 por ciento. Colocando a la lucha antiterrorista en la cima de la agenda mundial.
Desnudan enfoque y proceder equivocado de Bush
Confirmando el proceder equivocado de la administración Bush con respecto a Iraq, la comisión del 11/9, no encontró evidencia de vínculos entre los atentados del 2001 y el régimen iraquí de Saddam Hussein, depuesto en abril del 2003; tampoco detectó alguna “relación operacional colaborativa”, entre Hussein y la red terrorista Al Qaeda, a la que se acusa del ataque contra EE.UU.; ni responsabilidad en los gobiernos de Irán y Arabia Saudita, aunque advirtió que Teherán sí pudo haber tenido una “relación operativa” con Al Qaeda.
Según un memorando de diciembre de 2001, de la Agencia Nacional de Seguridad (ANS) de EE.UU. obtenido por la comisión, los funcionarios iraníes ordenaron a sus inspectores fronterizos que no pusieran sellos iraníes o afganos en los pasaportes de los terroristas sauditas que viajaban de los campamentos de entrenamiento de Osama Bin Laden, a través de Irán.
Estos pasaportes “limpios”, habrían ayudado a los terroristas del 11/9 a entrar a EE.UU. sin causar alarma entre los funcionarios de visas y aduanas. Pero lo cierto, es que la comisión no encontró evidencia referente a que los iraníes conocieran de antemano el plan para los atentados del 11/9. Mientras tanto, surgen nuevas y más complicadas interrogantes del por qué, la Casa Blanca y la CIA, se enfocaron en un enemigo como Saddam Hussein, que no representaba un peligro apremiante ni era culpable de los atentados.
El memorando de la ANS se agrega a un cúmulo de informes donde se indica que Irán ha tenido lazos más sospechosos con Al Qaeda que Iraq. Entre quienes alguna vez tuvieron su base en Irán, está Abu Mussab al-Zarqawi, ahora el terrorista No. 1 en Iraq.
Sobre el particular, resulta revelador que fuera Tenet, el ex jefe de la CIA -según Bob Woodward, director adjunto del diario The Washington Post- quien aseguró al presidente Bush que no había dudas sobre la existencia de armas de destrucción masiva (ADM) en Iraq y quien acompañó al secretario de Estado, Colin Powell, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, para que confirmara la solidez de su información, en favor de una intervención en Iraq.
En consecuencia, no extraña que el más importante descubrimiento de la comisión 11/9, fue la manera en que la comunidad de inteligencia de EE.UU. resultó incapaz de rastrear las primeras pistas de la amenaza de Al Qaeda, que ya en 1998 conducían a los ataques suicidas con aviones. “Noventa por ciento de los hechos que conocemos sobre Osama Bin Laden los sabíamos en 1998”, dijo un integrante de la comisión, el demócrata Bob Kerrey.
Y aunque el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, se ha opuesto con firmeza a cualquier mecanismo de centralización de inteligencia, muchos expertos estiman que EE.UU. no pudo prever los atentados del 11/9, porque a pesar de los indicios que poseían ciertas agencias de inteligencia, hubo falta de coordinación, al tiempo que, la atención se centraba en amenazas militares convencionales y no en la posibilidad de un ataque terrorista, debido a fallas estructurales de la comunidad de inteligencia.
También resulta muy golpeado con el informe, el Pentágono. En la década de 1990, este organismo no quiso defender a EE.UU. de la amenaza terrorista. (La Casa Blanca tampoco le ordenó hacerlo, ni con Clinton ni con Bush antes del 11/9.) En 1998, un grupo de funcionarios afirmó que el Pentágono debía ser la agencia líder en la lucha antiterrorista. Pero su informe fue desestimado.
Cabe indicar, que ya en 1998, Richard Clarke (ex coordinador de seguridad nacional), presidió un ejercicio en el que imaginó que los terroristas secuestraban un avión comercial, lo llenaban de explosivos y lo dirigían hacia un blanco en Washington. Él consultó lo que podría hacer el Pentágono ante tal situación. Casi nada. Condoleezza Rice -asesora de seguridad nacional de Bush- a quien se le pidió en junio de 2001, que preparase planes para atacar a Al Qaeda y el Talibán, dijo a la Comisión 11/9, que “el Ejército no desea esta misión”.
Sorprendentemente y a pesar de las evidencias expuestas por la comisión 11/9, el gobierno de Bush insiste en que Saddam Hussein, tenía la capacidad de producir ADM y mantenía vínculos con los terroristas; consecuentemente, ratifica que tomó la decisión correcta al intervenir en Iraq, alegando que “EE.UU. y el mundo, están más seguros sin Hussein en el poder”.
Esta posición ha perdido sustento, luego que el grupo de inspectores estadounidenses que ha buscado durante la posguerra en Iraq, las supuestas ADM del régimen de Hussein, revelara que no ha encontrado ningún resto de ellas, en su informe definitivo presentado en octubre de 2004, ante el Congreso de EE.UU.
Sombras sobre el régimen de Bush
Aunque la administración Bush, lo intenta por todos los medios, no es fácil desacreditar o acusar de antipatriota a alguien como Richard Clarke, que ha trabajado en cuatro gobiernos de EE.UU. y ha sido coordinador del Consejo de Seguridad Nacional durante las presidencias de George Bush, Bill Clinton y George W. Bush, hasta su renuncia en marzo de 2003.
Clarke explica cómo antes del 11/9, el FBI y la CIA, fueron incapaces de ver a tiempo la amenaza que se cernía sobre EE.UU. y una vez que la detectaron, no actuaron eficazmente contra ella. Sobre este punto, cuenta que una reunión de alto nivel que él había pedido el 25 de enero del 2001 no se realizó hasta el 4 de septiembre de ese año y luego que se produjo, no se tomó ninguna decisión importante. Siete días después atacaron los terroristas.
Clarke asegura que el director de la CIA, George Tenet, le dijo en junio del 2001, que presentía que muy pronto ocurriría “algo grande”, un ataque terrorista de grandes dimensiones. Si la CIA sabía que habían entrado a EE.UU. dos conocidos terroristas de Al Qaeda -como relata Clarke en su libro: “Contra todos los enemigos”-, y que el FBI tenía información sobre acciones sospechosas ocurriendo en varias escuelas de aviación de EE.UU. ¿Por qué esa información nunca le llegó a Clarke, a Rice o a Bush?. ¿Dónde se detuvo?.
De otro lado, Clarke refiere que la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado, llegó a confirmar la inexistencia de ADM en Iraq. Y aunque este país las tuviera, más de 24 naciones poseen dichas armas, de acuerdo a una declaración de la CIA ante el Congreso. Es decir, tanto la Casa Blanca como la CIA, debían tener conocimiento que Iraq no era una “amenaza inminente” para EE.UU., pero la primera reivindicó lo contrario y la segunda le permitió hacerlo sin corregir el error.
Adicionalmente, Clarke advierte que “ahora es muchísimo más difícil para EE.UU. y sus aliados” luchar contra el terrorismo, puesto que la ocupación de Iraq “ha aumentado las posibilidades de los grupos islamistas para atraer adeptos y recaudar fondos, en apoyo de la Yihad” (Guerra Santa).
Reforzando este enfoque, el diario The New York Times, reporta que un cabecilla militar ligado a Al Qaeda es ahora el principal actor político en Afganistán y el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en Londres, informa que el liderazgo de dicha red terrorista está intacto y cuenta con unos 18 mil afiliados, mientras que “el reclutamiento se acelera por los sucesos en Iraq”.
En respuesta a estos señalamientos, Condoleezza Rice -asesora de Bush-sostiene que “EE.UU. se encontraba ciego sobre lo que estaba a punto de ocurrir el 11/9” y achacó el problema a fallos estructurales en los servicios de inteligencia, junto a trabas legales y burocráticas heredadas por el gobierno de Bush, debido a que EE.UU. tiene “una cultura y una historia” contraria a que los servicios secretos investiguen a sus propios ciudadanos.
Finalmente, Rice subraya que desde el principio, “la primera, principal y prioritaria directiva en política de seguridad de la administración Bush, no era Rusia, no era la defensa antimisiles y no era Iraq, sino la eliminación de Al Qaeda”.
Empero, Sibel Edmonds, una ex traductora del FBI de origen turco, prohibida de declarar en EE.UU., gracias a una orden judicial obtenida por el gobierno de Bush, aduciendo “razones de seguridad nacional”, narró al periódico inglés “The Independent”, que cuando ayudaba a traducir documentos sobre la lucha antiterrorista -días después del 11/9- accedió a materiales que indican con certeza, que la Casa Blanca, la CIA y el Pentágono, conocían que iba a haber ataques terroristas usando aviones contra rascacielos de una gran ciudad, sin que nadie tomase cartas en el asunto.
Una visión panorámica sobre la reforma
De los elementos de juicio analizados se desprende, que gran parte de la inteligencia acumulada durante los últimos 12 años, sobre las intenciones de los grupos terroristas islamistas y la supuesta tenencia de ADM por parte de Iraq, produjo graves errores de apreciación y omisiones gubernamentales respecto a la seguridad de EE.UU., sin que la elite gobernante pudiera percibir la equivocación, por tener una visión preconcebida y sesgada sobre las prioritarias amenazas emergentes y una política basada en el unilateralismo.
Entretanto, las principales reformas propuestas para los servicios secretos, son de carácter organizativas, aglutinadoras y de incremento: un nuevo director de inteligencia nacional y una nueva central contraterrorismo. Sin embargo, además EE.UU. necesita personal más eficiente en sus órganos de inteligencia: analistas que laboren en instituciones independientes de aquellas que recogen la inteligencia, para evitar el “pensamiento grupal” y fracasos de imaginación.
No es casual, que el único órgano de inteligencia que acertó sobre la inexistencia de ADM iraquíes, fuera la oficina de inteligencia e investigación del Departamento de Estado -un reducido y selecto grupo de analistas, a quienes se estimula a ser pensadores independientes antes que espías o creadores de políticas-, los cuales seguro comprenden (a diferencia de Bush y sus halcones), que la amenaza no es el terrorismo en sí, sino el fundamentalismo islamista, al que se debe derrotar priorizando el multilateralismo, en una batalla de ideas tanto como en una confrontación pluridimensional.
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