Cada vez más se suman inconformes y beligerantes. Los jóvenes por el centro de las grandes marchas y la izquierda, reponiéndose por el andén.
Las organizaciones no gubernamentales han hecho dos publicaciones: El embrujo autoritario (09/2003) y Reelección: el embrujo continúa (09/2004). Los títulos de las dos publicaciones significan que el presidente Uribe ejerce sobre la opinión pública una fascinación de tal magnitud que el pueblo se halla embrujado con su política de "seguridad democrática". A pesar de esa fascinación, en el pasado septiembre hubo una semana sin embrujo: la del 13 al 19. Jamás habían sucedido durante una misma semana tantos hechos en contravía de la política oficial. Dos hechos individuales pero de connotaciones nacionales. La sanción al ex ministro estrella del presidente Uribe, Fernando Londoño, para quien el jefe de Estado "es un fenómeno de la política universal". Y la renuncia del director del Dane, César Caballero, por presiones indebidas sobre la oportunidad para publicar una encuesta sobre la seguridad de los colombianos. Pero de mayor alcance son los tres hechos colectivos que acaecieron en el mes que acaba de culminar.
El jueves 16, en las principales ciudades hubo manifestaciones de la Gran Coalición Democrática: la misma que derrotó el referendo. En Bogotá suele haber mítines constantemente. Sin embargo, la más reciente manifestación, fue muy entusiasta y representativa: todos los sectores políticos y sociales salieron a la calle y desfilaron hasta la Plaza de Bolívar. Pero si algo hubiese qué destacar, precisamente por aquello del embrujo, fue la presencia de la juventud de todas sus condiciones: universitarios, trabajadores, de la cultura y desempleados. La izquierda de los años setenta iba por los andenes, la plena calle fue para la juventud. Lo más sorprendente: las viejas glorias del liberalismo de la barriada bogotana marcharon junto a ex ministros y ex magistrados, con pancartas, con cachuchas, con camisetas. Los últimos fervores liberales de Bogotá, fueron los que acompañaron a Galán en los ochenta. Ahora éstos, desempolvaron sus símbolos y sus gargantas y se tomaron las calles: tres mil liberales salieron, según sus organizadores.
Pero lo más significativo, lo más político, lo más social y antropológico si se quiere, fue la marcha de los 70.000 indígenas -según los responsables del evento-, que se inició en Santander de Quilichao el martes 14 de septiembre y culminó con el Congreso de pueblos y movimientos sociales en Cali el sábado 18 del mismo mes. Fue un claro ejemplo de poder organizativo y de lucha para todos los demás movimientos sociales. Algunos de los objetivos por los cuales se movilizaron los indígenas son: enfrentar el modelo neoliberal y construir alternativas de vida desde lo propio; establecer mecanismos de convergencia con otros procesos y organizaciones populares; fortalecer la solidaridad con los pueblos de las Américas y del mundo; por una salida negociada al conflicto armado; elevar a instancias internacionales demandas por violaciones a los derechos fundamentales, y por el cese al fuego y el acuerdo humanitario.
Y por último, el martes 14 de septiembre, estalló un paro nacional de transportadores de carga que duró tres semanas, liderado por Asociación Colombiana de Camioneros (Acc) y que el Gobierno pretendió minimizar. El pliego formulado por los camioneros fue de 23 puntos, entre los que estaban las objeciones al Alca y al Tratado de Libre Comercio (Tlc), congelación de los precios del Acpm, el cumplimiento estricto de la tabla de fletes y la adopción de sanciones para quienes no respeten las tarifas señaladas.
Esa semana sin embrujo dejó una lección: si todos los movimientos sociales y políticos que no aceptan a raja tabla la política oficial, siguen el ejemplo, la mística y la organización de las comunidades indígenas, promueven un programa de reunificación del país y escogen un candidato de consenso, la Gran Coalición Democrática, será alternativa de poder.
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