A pesar de que pocos piensan en el Parlamento Europeo, pasó lo impensable... casi. Después de dos semanas de maniobras y presión por todo lado, el Parlamento estuvo a un paso de echar abajo a la nueva Comisión Europea seleccionada por el presidente electo de la Comisión, Manuel Barroso. La situación se resolvió, por ahora, cuando Barroso dio marcha atrás, declinando presentar su equipo como previsto para la aprobación del Parlamento. Es la primera vez en su historia que el cuerpo legislativo ha actuado de manera tan desafiante, lo que, además de tomar por sorpresa a todos, podría significar el inicio de una época más interesante en la francamente aburrida política interna de la Unión Europea.
Que el grueso de la población europea se siente enajenado de las instituciones de la Unión, no es noticia. El proceso es apenas visible. Muy pocos toman la molestia de votar en las elecciones parlamentarias porque el papel del Parlamento es un misterio. Los legisladores debidamente elegidos por los fieles aislados, no tienen poder verdadero y, hasta ahora por lo menos, han sido dispuestos a funcionar como los perros mascotas de los gobiernos nacionales. No hay drama, no hay buenos, no hay malos. En fin, como “reality show”, ha sido un fracaso total, no pasa nada...
Esta vez, sin embargo, cuando subió el telón el escenario fue distinto. Hubo una confrontación que obligó a la mayoría de buenos ciudadanos europeos buscar frenéticamente sus diccionarios políticos. Prestaron atención cuando los legisladores recientemente llegados a Strasburgo decidieron utilizar el poco poder que les permiten. El Parlamento enfrentó a la Comisión, cuestionó a varios de los candidatos a comisarios presentados por los gobiernos nacionales de la Unión. Finalmente amenazó rechazar al conjunto de la Comisión, su única opción, puesto que no goza de la potestad de rechazar a candidatos particulares.
Los candidatos son, desde luego, nóminos políticos de los distintos gobiernos de turno: representan todo el abanico de credos políticos. Y según el guión, solo le corresponde al Presidente de la Comisión - Barroso - arreglar estos candidatos según la formula de siempre: primero peso político de su país y segundo, habilidad. Luego el Parlamento les da el sello automático de siempre. Pero esta vez, cuando los diputados abrieron la boca, no salió el discurso de siempre.
Que el proceso no haya seguido el camino esperado se debe a dos factores. Por un lado, quizás fue inevitable que algún buen día los parlamentarios se despierten de su letargo. Quizás fue la expansión de la Unión a 25 países que finalmente les impulsó hacia la desobediencia civil, quizás un sentido del momento histórico: que fue la hora de cambiar las reglas de juego, el equilibrio de fuerzas dentro de la Unión. De todos modos, evidentemente buscaban pelearse. Por otro lado, el conflicto se debe a la intransigencia de los gobiernos europeos -tan confiados en su propio poder- en mantener hasta la última hora la lista de nóminos del cual Barroso tuvo que seleccionar su equipo.
Se debe sobre todo a la inflexibilidad de Silvio Berlusconi, Primer Ministro de Italia, cuyo candidato al puesto de Comisario para La Justica, Libertad y Seguridad, Rocco Buttiglione, fundador del grupo católico ultra conservador, Comunione e Liberazione, se encontró en el ojo de la tormenta. Berlusconi se negó a retirar la candidatura de Buttiglione a pesar del inevitable escándalo provocado por sus declaraciones sobre la homosexualidad - pecado - y las mujeres - que se queden en casa - y luego que le perseguían por Católico. Nadie disputa el derecho de Buttioglione de pensar a su propia manera. Pero en su capacidad de Comisario encargado de la defensa de los Derechos Humanos tampoco fue una sorpresa - sobre todo para Berlusconi - que sus opiniones no hayan resultado aceptables para la mayoría de los parliamentarios de izquierda y centro izquierda - la mayoría en el Parlamento.
Pero sería un error - a pesar de la tentación - culpar solo a Buttiglione y Berlusconi. Otros gobiernos -el britanico y el alemán- presionaron a sus legisladores socialdemócratas para que acepten al elenco de Barroso. Otros candidatos también fueron cuestionados incluyendo el húngaro que se habría encargado del Ministerio de Energía y el danés nominado a Comisario Agrícola. Pero al final fue la candidatura de Buttiglione, el zorro que pretendía cuidar a las gallinas, que prendió la mecha.
Barroso, cuyo guión personal no incluía ser derrotado incluso antes de empezar, sonrió y retiró la lista. El Parlamento le dio un mes para presentar otra. Pero el asunto no termina allí. La derecha apoyaba a Buttiglione, precisamente por sus opiniones y por su fuerte catolicismo y quizás buscará vengarse en la segunda ronda. Es probable que el catolicismo de Buttiglione no haya jugado un papel importante en su rechazo, sus declaraciones y vínculo con Berlusconi fueron suficientes. Sin embargo, el evento sí enfatiza la importancia de algo que hasta ahora que solo brillaba por su ausencia, la religión. En un mundo asustado por los fundamentalismos islámicos y cristianos, y en el contexto de las negociaciones con Turquía, país predominantemente musulman, el papel de la religión parece destinado irrumpir pronto en la escena política europea.
Mientras el vaticano hablaba extrañamente de una “nueva inquisición”, el mismo Papa decidió intervenir en la disputa parlamentaria en búsqueda de una resolución amigable. El aprovechó la coyuntura para mencionar, de paso por supuesto, su decepción ante la falta de cualquier referencia a la herencia cristiana del “continente” en la nueva Constitución Europea, documento firmado por los Primer Mandatarios de los ahora 25 países unos pocos días después de la erupción del enfrentamiento.
En cuanto a su asesor Buttiglione, parece que las oraciones del Pontífice tuvieron algún resultado. Dios le escuchó, o quizás Berlusconi tenía intervenida su línea directa al creador. De cualquier forma el resultado fue lo mismo: Buttiglione decidió retirar su nombre de la lista y Berlusconi nombró a otro candidato. Ahora solo toca esperar la presentación de la nueva propuesta. Será una prueba para Barroso, quién necesitará toda su reconocida habilidad política para satisfacer a los distintos bloques legislativos. Pero, sea lo que sea el resultado, las implicaciones de este acontecimiento tan inesperado, van más allá de la aprobación de la Comisión.
La Nueva Constitución Europea incrementará el poder del Parlamento, lo que podría, a su vez, aumentar el número y la intensidad de los conflictos entre ese cuerpo y gobiernos nacionales pocos dispuestos a soltar las riendas. Sin duda, para ser una institución fiscalizadora efectiva el parlamento necesitará más, antes que menos, poder. No obstante, para que esto suceda, la Constitución tendrá que ser ratificada dentro de los próximos dos años. Y antes de ser ratificada habrá que ganarse consultas en siete naciones. Con una población enajenada del proceso, la ratificación es incierto; hasta ahora la opinión pública es poco favorable en varios países.
Si la percepción, y la realidad, de distancia entre las instituciones y la gente es el problema, una legislatura más determinada y activa puede ser la clave para resolverlo. Si la gente ha presumido, con razón, que el proceso europeo está fuera de sus manos, más acción en Strasburgo puede ayudar a convencerles que no todo está perdido. Vale prestar más atención.
El conflicto puede ser clave. No siempre es malo y en el caso de la unificación europea, mientras más drama mejor. A pesar de las dificultades que una disputa sobre la Comisión puede traer a corto plazo, a largo plazo se podrían ver cambios positivos. Entonces, cuando finalmente cae el telón sobre este acto medio histórico, quizás nos toque hasta agradecer a los actores, incluyendo a los principales: el duo dinámico de Buttiligione y Berlusconi que, a pesar de sus propias intenciones, podría haber logrado algo positivo.
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